miércoles, 28 de abril de 2010

EL DON DEL HIJO AL PADRE

El diagnóstico: leucemia. El pronóstico, no menos funesto: tal vez un año más de vida. Acababa de recibir esa terrible noticia Simón Bird, muchacho de catorce años, cuando salió del hospital acompañado por su padre. ¡Sólo un año más para vivir! En la flor de la adolescencia, vendría la muerte inexorable a segar su vida.

El valiente muchacho de Yeovil, Inglaterra encaró con firmeza su destino y aprovechó la oferta que le hizo una institución benéfica llamada «Los sueños se hacen realidad». Esa entidad ofrecía regalos a los adolescentes moribundos. Pero Simón no pidió nada para él mismo sino para su padre. Pidió que a su progenitor le regalaran un pequeño tractor de jardín para que éste pudiera ganarse la vida. Ese fue el supremo don del hijo al padre.

Esta tierna historia levanta el espíritu de quienes todos los días tienen que hacer la crónica de todo lo malo que ocurre en el mundo. El chico moribundo pudo haber pedido cualquier cosa para él mismo —un auto, una moto, un viaje, un equipo de sonido, un televisor—, pero cuando más razón tenía para pensar en sí mismo, pensó más bien en su padre.

Hay acciones generosas que debemos destacar. No todo en este mundo es drogadicción, narcotráfico, asalto, robo, asesinato, guerrilla y terrorismo. También hay gestos nobles, acciones generosas y sentido humanitario.

Simón pasó a la presencia de Dios. Cuando sus padres y hermanos contemplaron el espléndido tractor que les había conseguido como recurso económico para la familia, comentaron: «En la última hora de su vida, Simón pensó en nuestro bienestar. No vivió en vano ni murió en vano. En su corta existencia tuvo tiempo de dejarnos lo que nos ayudaría a vivir.»

La Biblia dice: «No son los hijos los que deben ahorrar para los padres, sino los padres para los hijos» (2 Corintios 12:14). Esa es la norma sana de vida. Los padres deben dejarles a sus hijos la mejor herencia. Pero en este caso se produjo la bendición a la inversa: el hijo le dejó una herencia al padre.

Dios, que inspiró al escritor del texto Bíblico anterior, hizo lo que ese texto manda. Nos dejó a nosotros los seres humanos la mejor, la más grande, pura y perfecta de las herencias: nada menos que a su propio Hijo Jesucristo. Y junto con Cristo nos dejó todo: el perdón, la regeneración, la paz y, para el final, la vida eterna. Hay, pues, un regalo, un don gratuito y grandioso, que Dios nos ofrece. Y nosotros no tenemos que hacer más que aceptarlo.

Hermano Pablo

martes, 27 de abril de 2010

EXTRAÑOS ENTRE FAMILIA

La familia se sentó a la mesa, una mesa grande, bien servida, para once personas. Era el día de Acción de Gracias en Aachen, Alemania, y el menú era el tradicional: pavo, mazorcas, camotes y pastel de calabaza.

De pronto, en medio de las conversaciones, de las risas y de los buenos augurios, sucedió algo extraño. A toda la familia le sobrevino una súbita amnesia. Ya no se reconocían unos a otros. Nadie sabía quién era ni por qué estaba allí. No recordaban nada de su pasado. De un momento a otro pasaron de ser una familia unida y feliz a ser un grupo de extraños que se miraban con espanto.

«La probabilidad de que ocurra un caso como este es uno en diez millones —dijo el Dr. Walter Michler, psiquiatra que enseñaba en una universidad—, pero ocurre.»

Sin lugar a dudas, es algo fuera de lo común que once personas, miembros de una sola familia, en medio de un festejo pierdan completamente la memoria, y que les suceda a todos al mismo tiempo. ¡Por lo mínimo habría que calificarlo como un caso superextraordinario! Pero lo que sí es común en muchas familias es que, sin sufrir de amnesia, de repente descubren que son extraños unos con otros dentro del hogar.

Hace algunos años los diarios publicaron el caso de una familia rica e influyente compuesta de padre, madre, dos hijos varones y una hija menor de quince años de edad. Desde el día en que se casaron los padres, dieron la impresión de ser una familia unida y feliz, y quizá lo fueron por un tiempo. Hasta el día en que el padre se enamoró de otra mujer. La madre despechada siguió su ejemplo, el hijo mayor se declaró homosexual, el segundo hijo se volvió drogadicto y la hija adolescente resultó embarazada.

El pecado había entrado en los miembros de una familia tradicional y los había enajenado a todos. Seguían viviendo en la misma casa y llevaban todavía el mismo apellido, pero cada uno se convirtió en un extraño para el otro.

A una familia no la une ni la casa, ni el apellido, ni la riqueza ni el asistir juntos a algunas reuniones sociales. Y tampoco la une el tener la misma ideología política ni el practicar la misma religión.

El único que une, que amalgama, que cimienta, que solidariza a una familia, es Jesucristo. Cuando hacemos de Cristo el Señor de nuestra vida y nos sometemos incondicionalmente a sus leyes, hay verdadera unidad y paz en nuestro hogar. Entreguémosle nuestra vida y nuestro hogar a Cristo.

Hermano Pablo

NO ME GUSTA

¿Cuál es la clave del éxito? ¿Qué distingue a las personas que triunfan de aquellas que fracasan? ¿Es posible alcanzar el éxito, y mantenerlo? Un sin número de respuestas posibles se agolpan frente a nosotros intentando señalarnos el camino seguro hacia la victoria personal.
Recuerdo la ocasión en que ingresé a mi primer trabajo. Tenía 14 años y estaba concluyendo el segundo año de la escuela secundaria, cuando de un día para el otro mi tío me propuso trabajar con él durante el verano. ¡Todo un desafío para un adolescente acostumbrado a ver televisión, practicar básket y asistir a clases! Sin embargo, acepté el reto y me lancé a la ‘aventura’
Los primeros días fueron facilísimos: todos me sonreían, los jefes me tenían paciencia y mal que bien sobrellevaba el horario matutino de entrada. Pero al pasar los días, la ‘comodidad’ se vistió de ‘normalidad’ y el asunto se tiñó de ‘sangre, sudor y lágrimas’. ¡Llegué a trabajar durante casi un mes desde las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche! ¡Quince horas diarias! Llegaba a mi casa, cenaba y caía desplomado sobre la cama, sólo para levantarme cinco horas después ¡y seguir con la rutina! Nada de televisión, nada de paseos, nada de nada. Sólo trabajar, y trabajar, y trabajar.
Pero algo “misterioso” sucedía cada dos semanas. Algo que me hacía “olvidar” el sacrificio y la abnegación de cada día: ¡finalmente cobraba mi salario! ¡Sí! ¡Por primera vez en mi vida podía disfrutar mi propio dinero, obtenido con mi propio trabajo! Por primera vez entendí, de manera muy práctica, el tremendo valor que tiene el esfuerzo personal con miras a la recompensa que implica lograr el éxito.
San Pablo escribió: “Ustedes saben que, en una carrera, no todos ganan el premio sino uno solo. Los que se preparan para competir en un deporte, dejan de hacer todo lo que pueda perjudicarles. ¡Y lo hacen para ganarse un premio que no dura mucho! Nosotros, en cambio, lo hacemos para recibir un premio que dura para siempre. Yo me esfuerzo por recibirlo, así que no lucho sin un propósito. Al contrario, vivo con mucha disciplina y trato de dominarme a mi mismo” (1 Corintios 9:24-27).
Me encanta cómo define el asunto un reconocido autor americano: “Todas las personas con éxito tienen el hábito de hacer cosas que a los fracasados no les gusta hacer. A ellos tampoco les gusta hacerlas. Pero su disgusto se ve subordinado a la fortaleza de sus propósitos”
“No me gusta” sacrificarme, ahorrar, hacer dieta, estudiar, ir al médico, ser amable, planificar, perdonar, arrepentirme, orar, leer la Biblia… ¡pero vaya diferencia que obtengo en mi calidad de vida cuando invierto mi atención y mi esfuerzo en estas y muchas cosas más!
Cristian Franco
Vale la pena vivir más allá de los gustos y vivir con propósito.
Génesis 5:29
Y llamó su nombre Noé, diciendo: Este nos aliviará de nuestras obras y del trabajo de nuestras manos, a causa de la tierra que Jehová maldijo.
Proverbios 24:10
Si fueres flojo en el día de trabajo, Tu fuerza será reducida.

PRIMERO LO PRIMERO

Lectura: Mateo 6:25-34.
"Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" Mateo 6:33
El líder de un seminario quería explicar algo importante, así que tomó una jarra de boca ancha y la llenó de piedras. «¿Está la jarra llena?» preguntó. «Sí» fue la respuesta. «¿De veras?» volvió a preguntar. Luego echó guijarros más pequeños en la jarra para llenar los espacios entre las piedras. «¿Está llena ahora?» «Sí» dijo alguien más. «¿De veras?» Entonces llenó los espacios restantes entre las piedras y los guijarros con arena. «¿Está llena ahora?» preguntó. «Probablemente no», dijo otra voz, para diversión de los asistentes. Luego tomó un jarro de agua y lo vertió en la jarra.
«¿Cuál es la lección que aprendemos de esto?» preguntó. Un ansioso participante levantó la voz: «No importa cuán llena esté la jarra, siempre hay espacio para más». «No exactamente», dijo el líder. «La lección es: para hacer caber todo en la jarra, hay que poner las cosas grandes primero».
Jesús proclamó un principio similar en el Sermón del Monte. Él sabía que desperdiciamos tiempo preocupándonos por las pequeñeces que parecen muy urgentes y que no reparamos en las cosas grandes de valor eterno. «Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas», Jesús les recordó a Sus oyentes. «Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6:32-33).
¿Qué estás poniendo primero en tu vida?
Aquellos que acumulan tesoros en el cielo son las personas más ricas en la tierra.

lunes, 26 de abril de 2010

EL AMOR ES ALGO MAS

Una maestra de Kinder trataba de explicar a los niñitos de su clase lo que es el amor; pero no podía, y por saber lo que decían sus pequeños alumnos, les preguntó qué es el amor.
Entonces una niñita de seis años de edad se levantó de la silla y fue hasta la maestra, la abrazó, la beso y le declaró: ” Esto es amor.”
En seguida la maestra dijo: “Esta bien; pero el amor es algo más. ¿Que es ese algo?”
La misma niña después de un rato de estar pensando, se levantó y comenzó a poner en orden las sillitas que estaban fuera de lugar que les correspondía, limpió bien el pizarrón levantó unos papeles que estaban en el suelo, arreglo los libros que estaban en desorden sobre una mesa; y en seguida, con aire de satisfacción, dijo a su maestra: “Amor es ayudar a otros”: La niñita tenía razón. –
Expositor Bíblico.
Amor es solo palabras. El genuino y verdadero amor se demuestra con hechos, acciones y gestos. Jesús demostró su amor por nosotros dando su vida en el Calvario.
El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está aún en tinieblas.
El que ama a su hermano, permanece en la luz y no hay causa de tropiezo en él.
Pero el que aborrece a su hermano, está en tinieblas y anda en tinieblas, y no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.
1 Juan 2:9-10

SERVICIO DE LABIOS

Lectura: Marcos 7:5-15.
"Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí" Marcos 7:6
«Sonríe», me dijo Jay mientras conducíamos hacia la iglesia. «Pareces tan infeliz». No lo estaba; simplemente estaba pensando y no puedo hacer dos cosas a la vez. Pero, para hacerle feliz, sonreí. «No así —me dijo. Quiero una sonrisa de verdad».
Su comentario me hizo pensar con aún mayor atención. ¿Es razonable esperar una sonrisa de verdad de alguien a quien se le está dando una orden? Una sonrisa de verdad viene de adentro; es una expresión del corazón, no del rostro.
Nos conformamos con las sonrisas falsas en las fotografías. Estamos felices cuando todos cooperan en el estudio del fotógrafo y obtenemos al menos una foto con todos sonriendo. Después de todo, estamos creando un icono de felicidad, así que no tiene que ser auténtico.
Pero la falsedad delante de Dios es inaceptable. Ya sea que estemos felices o tristes o furiosos, la honestidad es esencial. Dios no quiere expresiones falsas de adoración de la misma forma que tampoco quiere declaraciones falsas acerca de personas o circunstancias (Marcos 7:6).
Cambiar nuestra expresión facial es más fácil que cambiar nuestra actitud, pero la verdadera adoración requiere que todo nuestro corazón, nuestra alma, nuestra mente y nuestras fuerzas estén de acuerdo en que Dios es digno de alabanza. Aun cuando las circunstancias que nos rodean sean tristes, podemos estar agradecidos por la misericordia y la compasión de Dios, las cuales son dignas de algo más que el «servicio de labios» de una sonrisa falsa.
Una canción en el corazón le pone una sonrisa al rostro.

domingo, 25 de abril de 2010

LA PESTE ROSA

Era un billete de cien dólares. Un billete nuevo, legítimo, que pasó de la mano de Eduardo Hasse Artog, ciudadano suizo, a la de una atractiva joven de Cajamarca, Perú. Un trato común callejero. Un negocio que suele hacerse en ciertas zonas de la ciudad. Relaciones sexuales por dinero, dinero por relaciones sexuales.

Pero algo más le pasó ese día el ciudadano suizo de treinta y dos años a la bella joven de Cajamarca. Le transmitió el temible, implacable y mortal virus del SIDA. El hombre, aquejado de violentos dolores estomacales, ingresó en una clínica poco después y, al hacerse los análisis, descubrieron el mal. Los diarios de Lima comentaban: «La Peste Rosa llegó a Cajamarca.»

Parece que las enfermedades tienen colores. Famosa es en los anales de Europa «la peste negra», que en el siglo catorce mató a la tercera parte de los habitantes de ese continente. Hizo estragos también «la peste roja», caracterizada por manchas rojizas en la piel. Conocemos además «la peste blanca», nombre que le dieron los polinesios a la sífilis, que fue llevada a sus islas paradisíacas por los blancos. Y también sabemos de la escarlatina, llamada así por el escarlata de la piel del enfermo. Ahora ha hecho su aparición, en este arco iris pavoroso, el SIDA, «la peste rosa».

El mundo está preñado de dolor, de agonía, de enfermedad, de peste, de destrucción y de muerte. ¿Habrá algo que pueda librarnos de esta pavorosa condición en la que vivimos? No parece haber solución humana que se vislumbre. Parece más bien que todo va de mal en peor. Y sin embargo hay esperanza en dos sentidos.

En el sentido individual, podemos estar en este mundo sin que nos contamine. Podemos estar en medio de la maleza moral sin contagiarnos ella. El que tiene a Jesucristo en su corazón tiene una salud espiritual maravillosa, que lo acompaña en las luchas de esta vida.

En el sentido colectivo, Cristo viene otra vez a esta tierra para establecer su reino de paz y bienestar. Si le entregamos nuestra vida, tendremos paz en este mundo y esperanza de salud eterna en su reino venidero.

Hermano Pablo