miércoles, 10 de marzo de 2010

PORQUE VENDRA TIEMPO

Lectura: 2 Timoteo 4:1-8
"Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias" 2 Timoteo 4:3
Un artículo de una revista muy popular en los Estados Unidos describe cómo algunos padres hoy quieren que sus hijos se adapten a un mundo en el que predomina el sincretismo. Una pareja le pidió a Ema Drouillard, quien realiza servicios religiosos, que oficiara un servicio para la hijita de ellos, Greer. La madre dijo: «Simplemente queríamos que un espíritu mayor guiará a nuestra hija, pero no queríamos ser específicos. No queríamos que se nos escapara nadie». La pareja dijo: «Simplemente hacemos que el cristianismo sea algo light para Greer, quien ‘cree en ángeles y hadas, duendes y Papá Noel’». Esto ilustra el poco valor que se le da a la verdad bíblica y esto es lo que hoy prevalece tanto en nuestra cultura.
El apóstol Pablo le advirtió a Timoteo que vendría una época cuando las personas preferirían alimento espiritual «light» y que no tolerarían la enseñanza más intensa (2 Timoteo 4:3-4). Predijo que la falsa enseñanza se incrementaría y que muchos la adoptarían porque satisface las necesidades de su carne. Quieren ser aceptados y desean una enseñanza que les haga sentirse bien consigo mismos. Pablo dio instrucciones a Timoteo de combatir esto enseñando doctrinas según la Palabra de Dios. El propósito de esta instrucción era redarguir, reprender y exhortar a los demás (v. 2).
Como creyentes, estamos llamados a enseñar y obedecer la Palabra de Dios, no a satisfacer los deseos de nuestra cultura.
Sostente en la Palabra de Dios y no caerás en el error.

«CAMINO DEL INDIO»

El satélite de la NASA terminó de hacer su recorrido en el espacio. Su misión —la misión que le encomendaron los técnicos— había sido tomar fotografías de la superficie terrestre. Sus cámaras especiales habían estado enfocadas sobre el cono sur de América, precisamente sobre el territorio de Chile.

Cuando los técnicos desarrollaron las fotos, se asombraron y se felicitaron. Vieron un camino, un camino de piedras trazado perfectamente sobre las faldas de la cordillera de los Andes. Era un tramo, desconocido hasta entonces, del camino del Inca, aquel formidable emperador de la América precolombina, cuyo imperio se extendió desde Chile en el sur hasta Colombia en el norte.

¡Notable descubrimiento este! Los incas fueron constructores sobresalientes, no sólo de palacios, templos, y fortalezas, sino sobre todo de caminos. Desde la Araucanía en el sur hasta los llanos colombianos en el norte, y desde las costas del Pacífico hasta bien adentro de las montañas y las selvas por el este, los incas trazaron magníficas rutas empedradas. Bien cantó Atahualpa Yupanqui: «Camino del indio, sendero coya sembrao de piedras; camino del indio que junta el valle con las estrellas.»

Fue merced a sus caminos que los incas edificaron su imperio. Sin esos caminos que atravesaban desiertos, salitrales, bosques, selvas, montañas y valles, hubieran quedado pobres, aislados y retrasados. Con caminos, que son como venas y arterias por donde corre la vida, levantaron una civilización poderosa que sólo cedió a la codicia de los españoles.

Hubo una vez un rey, mucho más glorioso y poderoso que el Inca, que también trazó un camino. No fue un camino de piedras. No fue un camino largo de centenares de leguas. No fue un camino que unió en una red inmensa a Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia. Fue un camino nuevo y vivo que unió la tierra con el cielo cuando unió al pobre pecador perdido con el Dios Altísimo y Todopoderoso, Señor de la gloria.

El constructor de ese camino, y a la vez el Camino mismo, fue Jesucristo, Aquel que dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí» (Juan 14:6). Es por ese camino vivo y llano que podemos llegar a Dios y recibir la vida eterna.

Hermano Pablo

LA ULTIMA LAGRIMA

Allí estaba, sentado en una banqueta, con los pies descalzos sobre las baldosas rotas de la vereda; gorra marrón, manos arrugadas sosteniendo un viejo bastón de madera; pantalones que arremangados dejaban libres sus pantorrillas y una camisa blanca, gastada, con un chaleco de lana tejido a mano. El anciano miraba a la nada. Y el viejo lloró, y en su única lágrima expresó tanto que me fue muy difícil acercarme, a preguntarle, o siquiera consolarlo.
Por el frente de su casa pasé mirándolo, al voltear su mirada la fijó en mi, le sonreí, lo saludé con un gesto aunque no crucé la calle, no me animé, no lo conocía y si bien entendí que en la mirada de aquella lágrima se mostraba una gran necesidad seguí mi camino, sin convencerme de estar haciendo lo correcto.
En mi camino guardé la imagen, la de su mirada encontrándose con la mía. Traté de olvidarme. Caminé rápido como escapándome. Compré un libro y tan pronto llegué a mi casa, comencé a leerlo esperando que el tiempo borrara esa presencia… pero esa lágrima no se borraba… Los viejos no lloran así por nada, me dije.
Esa noche me costó dormir; la conciencia no entiende de horarios y decidí que a la mañana volvería a su casa y conversaría con él, tal como entendí que me lo había pedido. Luego de vencer mi pena, logré dormir. Recuerdo haber preparado un poco de café, compré galletas y muy deprisa fui a su casa convencido de tener mucho por conversar.
Llamé a la puerta, cedieron las rechinantes bisagras y salió otro hombre. ¿Qué desea? preguntó, mirándome con un gesto adusto. Busco al anciano que vive en esta casa, contesté. Mi padre murió ayer por la tarde, dijo entre lágrimas. ¡Murió! dije decepcionado. Las piernas se me aflojaron, la mente se me nubló y los ojos se me humedecieron.
¿Usted quien es? volvió a preguntar. En realidad, nadie, contesté y agregué. Ayer pasé por la puerta de su casa, y estaba su padre sentado, vi que lloraba y a pesar de que lo saludé no me detuve a preguntarle que le sucedía pero hoy volví para hablar con él pero veo que es tarde.
No me lo va a creer pero usted es la persona de quien hablaba en su diario. Extrañado por lo que me decía, lo miré pidiéndole más explicación. Por favor, pase. Me dijo aún sin contestarme. Luego de servir un poco de café me llevó hasta donde estaba su diario y la última hoja rezaba: Hoy me regalaron una sonrisa plena y un saludo amable… hoy es un día bello.
Tuve que sentarme, me dolió el alma de solo pensar lo importante que hubiera sido para ese hombre que yo cruzara aquella calle. Me levanté lentamente y al mirar al hombre le dije: Si hubiera cruzado de vereda y hubiera conversado unos instantes con su padre… Pero me interrumpió y con los ojos humedecidos de llanto dijo: Si yo hubiera venido a visitarlo al menos una vez este último año, quizás su saludo y su sonrisa no hubieran significado tanto.
Autor Desconocido
Si hubiera….si hubiera…si hubiera….Cuántas veces esas dos palabras han estado en nuestros labios. Tomemos la decisión de aprovechar cada oportunidad para amar, compartir y edificar a otros. Hoy…porque mañana puede ser tarde.
Has amado la justicia y aborrecido la maldad; Por tanto, te ungió Dios, el Dios tuyo, Con óleo de alegría más que a tus compañeros. Salmo 45:7
Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. Juan 13:34
Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Juan 15:12

UN OCEANO DE TINTA

Lectura: Efesios 3:18-19.
"Y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento" Efesios 3:19
Las palabras del himno «El amor de Dios» captan en cuadros verbales la imponente magnitud del amor divino:
Podríamos con tinta el océano llenar
y fueran los cielos de pergamino hechos,
fuera una pluma cada tallo en la tierra
y fuera todo hombre de oficio escriba,
para escribir el amor de Dios en lo alto.
El océano seco quedaría,
ni el rollo podría
contenerlo todo
aunque de cielo a cielo
extenderse pudiera.
Esta maravillosa letra hace eco a la respuesta de Pablo al amor de Dios. El apóstol oraba para que los creyentes pudieran «comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento» (Efesios 3:18-19). Al reflexionar en estos versículos acerca del amor de Dios, algunos eruditos bíblicos creen que «anchura» se refiere a su alcance mundial (Juan 3:16), «longitud», a su existencia por todos los siglos (Efesios 3:21); «profundidad», a su profunda sabiduría (Romanos 11:33); y «altura», a su victoria sobre el pecado abriendo el camino al cielo (Efesios 4:8).
Se nos amonesta a apreciar este asombroso amor. Pero al ampliar nuestra conciencia del amor de Dios, pronto nos damos cuenta de que su medida plena se encuentra más allá de nuestro entendimiento. Aun si el océano fuera llenado de tinta, usarla para escribir acerca del amor de Dios lo secaría.
El amor de Dios no puede explicarse; sólo puede experimentarse.

martes, 9 de marzo de 2010

EL ARCO IRIS

En uno de nuestros viajes a Texarkana, Arkansas, para ver a mi hija y su familia, conducíamos en medio de algunas tormentas. La dirección en la que viajábamos y el ángulo del sol nos daban el juego más hermoso de doble arco iris que jamás haya visto.
Cruzábamos el puente sobre el río Mississippi en Baton Rouge, Louisiana, así que al llegar a su cúspide, podíamos ver el final de ambos arcos iris. Al alejarnos del puente, parecía como que pudiésemos entrar justo en el centro de uno de ellos, pero ambos arcos iris seguían alejándose de nosotros entre más nos acercábamos.
El camino curveó y comenzamos a dirigirnos hacia el final del más cercano. Esperé que el arco iris se moviese de nuevo –¡pero no lo hizo! Al dirigirnos hacia él, las bandas de color comenzaron a cambiar. Las bandas de rojo, verde y azul comenzaron a desvanecerse y adelgazarse hasta que desaparecieron por completo. Al acercarnos al final del arco iris el resto de la banda amarilla se anchó hasta que tuvo varios metros de ancho y el color cambió a un hermoso dorado. Entonces, maravilla de maravillas, ¡atravesamos la banda de color dorado!
No puedo explicar el sentimiento que mamá y yo tuvimos en ese momento excepto para decir que fue un tiempo sagrado. Fuimos humilladas por la gracia de nuestro Dios al darnos tan única experiencia. Nos sentimos transportadas a las mismas puertas del Cielo.
Al pensar nuevamente lo que pasó, pienso que puedo comprender los orígenes de la leyenda de la vasija de oro al final del arco iris. Creo que pudo comenzar cuando otra persona tuvo una experiencia similar a la nuestra y su descripción de la “banda de oro” fue cambiando en el tiempo a una de “una vasija de oro”.
El octavo capítulo de Romanos dice que Dios nos “dará con liberalidad todas las cosas”. Es de Sus depósitos de sorpresas sin límite que se nos dan los regalos menos esperados. Y el 2006 será siempre el Año del Arco Iris para tí.
Lynnda Ell, abuela e ingeniera eléctrica
El arco en el cielo es un recordatorio de la inmensa bondad y misericordia de Dios. Nunca olvides que sus pormesas son vivas y permanentes. La próxima vez que veas un arco iris en el cielo, recuerda, es la señal de que él cumple cada una de sus promesas.
No faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se cumplió. Josué 21:45
Bendito sea el Señor, que ha dado paz a su pueblo Israel, conforme a todo lo que él había dicho; ninguna palabra de todas sus promesas que expresó por Moisés su siervo, ha faltado.
I Rey 8:56
Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios. 2 Cor 1:20

¿A QUE NOS ESTAMOS AFERRANDO?

Lectura: 1 Timoteo 6:11-16.
"Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna" 1 Timoteo 6:12
Recientemente, la trilogía clásica de Tolkien, El Señor de los Anillos, cobró vida por medio del cine. En la segunda historia épica, el héroe, Frodo, alcanzó un punto de desesperación y cansado le confió a su amigo: «No puedo hacer esto, Sam». Como buen amigo, Sam le dio un vehemente discurso: «Es como en las grandes historias… estaban llenas de tinieblas y peligros… la gente de esas historias tuvo muchas oportunidades de volverse atrás, pero no; siguieron adelante. Porque se aferraron a algo». Esto instó a Frodo a preguntar: «¿A qué nos estamos aferrando, Sam?»
Es una pregunta significativa, una pregunta que todos debemos hacernos. Al vivir en un mundo caído y quebrantado, no es de extrañar que algunas veces nos sintamos abrumados por los poderes de las tinieblas. Cuando lleguemos al borde de la desesperación, listos para tirar la toalla, haremos bien en seguir el consejo de Pablo a Timoteo: «Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna» (1 Timoteo 6:12).
En las batallas de la vida, aferrémonos al hecho de que, al final, la buena voluntad triunfará sobre el mal, de que un día veremos a nuestro Maestro y Líder cara a cara y reinaremos con Él para siempre. ¡Tú puedes ser parte de esta gran historia, sabiendo que, si has confiado en Jesús para salvación, se te garantiza un final victorioso!
Las pruebas de la tierra son pequeñas comparadas con los triunfos del cielo.

lunes, 8 de marzo de 2010

AMOR DE MADRE

Hace años una madre viuda, joven, viajaba a pie por las montañas de Escocia cuando le sorprendió una tempestad de nieve que le impidió llegar a su destino. A la mañana siguiente al hallarle helada, descubrieron que se había quitado toda su ropa exterior para abrigar con ella a su hijito a quien encontraron vivo gracias a tal protección.

El pastor que hizo el entierro de esta madre abnegada, solía contar con frecuencia esta historia como ilustración del amor de Dios, y asimismo su hijo, también pastor años más tarde.

Una noche el predicador contó una vez más esta emocionante historia y pocos días después recibió recado para visitar a un hombre muy enfermo quien le dijo:

-Usted no me conoce, porque aunque he vivido muchos años en esta ciudad nunca asistía a las iglesias; pero el otro día pasé por delante de su Iglesia y oyendo cantar me dio la vida para salvar a su hijo y explicó usted tan claramente que tal amor es una ilustración del amor de Cristo que dio su vida por nosotros, que por primera vez comprendí la grandeza de este amor. Yo soy aquel hijo por el cual su madre murió helada y he querido hacerle saber que mi madre no murió en vano. He aceptado a Cristo y muero salvo. El sacrificio de mi madre ha servido para salvar mi cuerpo y mi alma.