lunes, 11 de enero de 2010

EL ARBOL DE LOS PROBLEMAS

El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una vieja granja, acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se dañó y lo hizo perder una hora de trabajo y luego su antiguo camión se negó a arrancar.
Mientras lo llevaba a casa, se sentó en silencio. Una vez que llegamos, me invitó a conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos. Cuando se abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación.
Su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa.
Posteriormente me acompañó hasta mi automóvil. Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que lo había visto hacer un rato antes. 

”Oh, ese es mi árbol de problemas”, contestó. Sé que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Luego en la mañana los recojo otra vez. Lo divertido es, añadió sonriendo, que cuando salgo en la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior…

MUCHO QUE RECORDAR

Lectura: Proverbios 10:11-21.
“El que refrena sus labios es prudente” Proverbios 10:19
«Le agradezco un montón», le dijo el hombre detrás de la ventanilla en la oficina postal a la dama que estaba delante de mí en la fila. El empleado, Juan, me había visto en la fila y esperaba que yo le hubiese oído. Cuando llegó mi turno, saludé a Juan, quien había sido alumno mío cuando yo enseñaba en la secundaria en los años 80.
«¿Notó lo que le dije a la señora? —preguntó Juan—. Le dije, ‘le agradezco un montón’». Al percibir que yo no lograba captar a qué se refería, me explicó,: «¿Recuerda lo que nos decía acerca del término un montón? Usted decía que un montón era un cúmulo de cosas superpuestas, no una frase que debiera usarse para expresar mucho como en el caso de muchas gracias».
¡Asombroso! Una lección de lengua de hacía un cuarto de siglo había causado un impacto en Juan a lo largo de todos esos años. Eso nos habla claramente acerca de la importancia de lo que les decimos a los demás. También respalda una de mis citas favoritas, dicha por la poetisa Emily Dickinson: «Algunos dicen que una palabra está muerta cuando se pronuncia. Yo digo que ése es el día cuando recién comienza a vivir».
Puede que las palabras que digamos tengan consecuencias a largo plazo. Nuestros comentarios, nuestros cumplidos e incluso nuestras duras críticas pueden quedarse pegadas al oyente por décadas.
No es de sorprender que las Escrituras digan: «El que refrena sus labios es prudente» (Proverbios 10:19). Las palabras que decimos hoy siguen vivas. Asegurémonos que provengan de «la lengua del justo» (v. 20).
La lengua es un órgano pequeño que puede crear discordia o armonía.

domingo, 10 de enero de 2010

«LOS REYES MAGOS»

«¡Qué ilusión, esta noche, la de los niños, Platero! No era posible acostarlos. Al fin, el sueño los fue rindiendo: a uno, en una butaca, a otro en el suelo, al arrimo de la chimenea, a Blanca en una silla baja, a Pepe en el poyo de la ventana, la cabeza sobre los clavos de la puerta, no fueran a pasar los Reyes....

»Antes de la cena, subí con todos. ¡Qué alboroto por la escalera, tan medrosa para ellos otras noches! “A mí no me da miedo de la montera, Pepe, ¿y a ti?”, decía Blanca, cogida muy fuerte de mi mano. Y pusimos en el balcón, entre las cidras, los zapatos de todos. Ahora, Platero, vamos a vestirnos Montemayor, Tita, María Teresa, Lolilla, Perico, tú y yo, con sábanas y colchas y sombreros antiguos. Y a las doce, pasaremos ante la ventana de los niños en cortejo de disfraces y de luces, tocando almireces, trompetas y el caracol que está en el último cuarto. Tú irás delante conmigo, que seré Gaspar y llevaré unas barbas blancas de estopa, y llevarás, como un delantal, la bandera de Colombia, que he traído de casa de mi tío, el cónsul... Los niños, despertados de pronto, con el sueño colgado aún, en jirones, de los ojos asombrados, se asomarán en camisa a los cristales, temblorosos y maravillados. Después, seguiremos en su sueño toda la madrugada, y mañana, cuando, ya tarde, los deslumbre el cielo azul por los postigos, subirán, a medio vestir, al balcón; y serán dueños de todo el tesoro.

»El año pasado nos reímos mucho. ¡Ya verás cómo nos vamos a divertir esta noche, Platero, camellito mío!»

De nuevo nos deleita con su elocuente prosa poética el Premio Nobel español Juan Ramón Jiménez, esta vez con el tradicional tema de «Los Reyes Magos» que trata en su inolvidable obra Platero y yo. Ya nos podemos imaginar a don Juan Ramón vestido de Gaspar, con sus barbas blancas, y a Platero, su querido borrico, con el tricolor colombiano puesto como delantal, desfilando con los demás, que llevan sábanas, colchas y sombreros a la antigua. Y todo esto a la medianoche que marca el comienzo del seis de enero, frente a las ventanas de los niños del barrio. ¿Y qué decir de esa emocionante escena de los niños que se levantan y suben «a medio vestir, al balcón» a hacer suyo «el tesoro» de los regalos que les han dejado sus seres queridos?

Si esta escena nos inunda de gratos recuerdos nostálgicos o nos llena de ilusión por lo que está por venir, al igual que a los amiguitos de Platero, entonces debemos darle infinitas gracias a Dios, mientras todavía podemos hacerlo, por tradiciones como el día de los Reyes, que no tendríamos si no fuera porque Él envió a su Hijo Jesucristo a este mundo como un regalo sin igual esa primera Navidad.

Carlos Rey

GANADOR O PERDEDOR

Estaba en la Universidad en 1968 cuando el senador de los Estados Unidos, Robert Kennedy, fue asesinado. Una famosa frase que él había citado de George Bernard Shaw hizo una impresión muy profunda sobre mí. Saltó desde las páginas del diario hasta mi corazón. “Algunos hombres ven las cosas como son y dicen: ‘¿Por qué?’ Yo sueño con cosas que nunca fueron y digo, ‘¿Por qué no?’” Esa declaración describe un liderazgo efectivo.
Los líderes en todas las áreas de la vida tienen características distintivas. Una de ellas, comunes a todos, es la visión.
Los líderes ven la vida cómo podría ser. Siempre ven un poco más adelante, un poco más que aquellos que lo rodean. El mundo dice: “Tengo que ver para creer”. El líder dice:” Tengo que creer para verlo”.
Las multitudes sacuden sus cabezas en desesperación y murmuran: “Es la hora más oscura de la humanidad”. El líder todavía en medio de la oscuridad dice: “La hora más oscura siempre es la anterior al amanecer”.
El perdedor ve el trabajo que necesita ser hecho y se excusa cuando dice: “Mi pequeño aporte no hará diferencia, la tarea es demasiado grande”.
El ganador mira el mismo trabajo que hay que hacer y dice: “He aquí una gran oportunidad, haré mi parte para lograr el éxito”.
Los seguidores ven el arduo trabajo que deben resistir para llegar a subir a la montaña del éxito. Los líderes ven el éxito de subir la montaña del arduo trabajo.
Muchas personas ven el problema en cada situación. Por lo tanto, concentran su pensamiento sobre los problemas y la posibilidad del fracaso.
Los líderes ven el potencial en cada situación. Por lo tanto, concentran su pensamiento sobre el potencial y la posibilidad del éxito.
Es posible que dos personas miren el mismo objeto y vean cosas diferentes. Mientras que nuestra vista física es muy importante, nuestra vista mental lo es igualmente.
¿Por qué será que agendamos revisaciones periódicas de nuestra visión física y no de nuestra visión mental? La última vez que visité a mi oculista me revisó y dijo que tenía un poco de hipermetropía (visión a distancia); yo le respondí: “¡Alabado sea el Señor!”
Si iba a tener problemas de visión que fueran por visión a distancia y no por visión corta.
John C Maxwell
“Donde no hay visión, el pueblo perece”. Entonces, es correcto concluir que donde hay visión el pueblo no perecerá.Prov 29:18
Te aconsejo que de mí compres oro refinado por fuego para que te hagas rico, y vestiduras blancas para que te vistas y no se manifieste la vergüenza de tu desnudez, y colirio para ungir tus ojos para que puedas ver. Apoc 3:18

LO VIEJO Y LO NUEVO

Lectura: Gálatas 5:16-23.
"De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" 2 Corintios 5:17
Los buenos propósitos en enero son perder peso, hacer más ejercicio, pasar menos tiempo trabajando y más tiempo con la familia —tal vez incluso dejar de conversar por el teléfono móvil mientras se está conduciendo.
No es de sorprender que queramos cambiar las cosas en nuestra vida que nos hacen infelices —aun cuando la mayoría de los buenos propósitos para el año nuevo no duran más de tres semanas.
¿Qué pasaría si pudieras preguntarle a Dios qué es lo que Él quiere que cambies, mejores o comiences a hacer este año? Podría ser que Él te dijera que:
Muestres más del fruto del Espíritu en tu vida, el cual es «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (Gálatas 5:22-23).
«Am[es] a [tus] enemigos, bend[igas] a los que [te] maldicen, ha[gas] bien a los que [te] aborrecen, y or[es] por los que [te] persiguen» (Mateo 5:44).
«[Vayas] por todo el mundo y predi[ques] el evangelio a toda criatura» (Marcos 16:15).
Estés «contento con lo que [tienes] ahora» (Hebreos 13:5).
«Ande según sus mandamientos» (2 Juan 1:6).
Como creyentes y nueva creación, podemos estar libres de los antiguos patrones y fracasos. Debemos pedirle a Dios que nos ayude a vivir cada día en el poder del Espíritu Santo. Luego podemos desechar lo viejo y adoptar lo nuevo (2 Corintios 5:17).
Es más fácil mantener nuestros buenos propósitos cuando confiamos en Dios.

sábado, 9 de enero de 2010

JUZGAR O NO JUZGAR

Lectura: Mateo 7:1-21.
"No juzguéis, para que no seáis juzgados" Mateo 7:1
¿Qué mejor manera de decirles a las personas que no se metan en lo que no les importa sino citando a Jesús? Personas que rara vez leen la Biblia rápidamente citan Mateo 7:1 cuando quieren silenciar a alguien cuya opinión no les gusta. «No juzguéis, para que no seáis juzgados.» parece ser la respuesta perfecta.
Sin embargo, en su contexto, el pasaje indica que, en efecto, hemos de juzgar: simplemente se supone que debemos evitar los juicios incorrectos. Más aún, nuestros juicios han de comenzar con nosotros mismos: «Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano», dijo Jesús (v. 5). Luego dijo: «Guardaos de los falsos profetas» (v. 15). Esto también requiere de juicio —necesitamos poder discernir la verdad de la falsedad.
Jesús utilizó la metáfora de la fruta para darnos los criterios apropiados para juzgar. «Así que, por sus frutos los conoceréis» (v. 20). Hemos de juzgar a las personas (incluyéndonos a nosotros mismos) por la calidad del fruto que producen. Este fruto no puede ser juzgado por valores terrenales tales como nuestra apariencia exterior (v. 15). Debe ser juzgado por valores celestiales: el fruto que el Espíritu produjo dentro de nosotros —amor, gozo, paz... (Gálatas 5:22).
Nuestra tendencia es juzgar por las apariencias. Pero Dios juzga por lo que producimos, y nosotros debemos hacer lo mismo.
Sé lento para juzgar a los demás y rápido para juzgarte a ti mismo.

UN REGALO PARA TODOS

Poco después que su gobierno lo nombrara cónsul en París el 12 de marzo de 1903, nació su segundo hijo con Francisca Sánchez, que era su tercera esposa. A este hijo le puso por nombre el mismo que le había puesto a su primogénito con su primera esposa, y que le habría de poner al próximo. Era el nombre literario con el cual el mundo lo conocía a él. Para distinguirlo de los otros, a este hijo lo apodó «Phocás, el campesino». En febrero de 1905 retornó con Francisca a España, donde a escasos dos años de nacido, falleció el pequeño «Phocás». Era su tercer hijo que muriera en la infancia. Tal vez se deba a esa tercera muerte trágica que a la primera parte de su nuevo libro le pusiera por título: Cantos de vida y esperanza, que dedicó a José Enrique Rodó. Pero fue Juan Ramón Jiménez, a quien dedicó la segunda parte titulada Los Cisnes, el que lo ayudó a preparar esa colección de poemas para la Tipografía de la Revista de Archivos. He aquí uno de esos Cantos, al que Rubén Darío tituló «Los tres reyes magos»:

—Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso.
Vengo a decir: La vida es pura y bella.
Existe Dios. El amor es inmenso.
¡Todo lo sé por la divina Estrella!

—Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo.
Existe Dios. Él es la luz del día.
La blanca flor tiene sus pies en lodo.
¡Y en el placer hay la melancolía!

—Soy Baltasar. Traigo el oro. Aseguro
que existe Dios. Él es el grande y fuerte.
Todo lo sé por el lucero puro
que brilla en la diadema de la Muerte.

—Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos.
Triunfa el amor, y a su fiesta os convida.
¡Cristo resurge, hace la luz del caos
y tiene la corona de la Vida!1

En estos versos el ilustre poeta nicaragüense se vale del diálogo que crea entre los tres reyes para tratar los temas de la existencia de Dios y la coexistencia de lo bueno y lo malo. Con el testimonio de cada personaje reafirma la existencia de Dios, y con una blanca flor que crece en medio del negro lodo ilustra la coexistencia de la luz y el caos, el placer y la melancolía, y la vida y la muerte.
Si no fuera por el relato bíblico de los tres reyes, no habría motivo para dar ni recibir regalos como parte de la Navidad. La fiesta de la Epifanía que celebramos cada 6 de enero es, por definición, la de la manifestación de Cristo a esos tres hombres sabios, con lo cual Dios daba a entender que la salvación que traía su Hijo era un regalo para toda la humanidad.
Tenía razón Rubén Darío. Dios nos convida a una fiesta, la de las bodas de su Hijo. En esa fiesta habrá de celebrarse el triunfo de su amor y de su luz divina sobre el caos de nuestra vida pasada. Pero sólo podrán asistir los que le rindan su vida a Él y le sean fieles hasta la muerte, pues es a éstos a quienes dará la corona de la vida
Carlos Rey