sábado, 9 de enero de 2010

JUZGAR O NO JUZGAR

Lectura: Mateo 7:1-21.
"No juzguéis, para que no seáis juzgados" Mateo 7:1
¿Qué mejor manera de decirles a las personas que no se metan en lo que no les importa sino citando a Jesús? Personas que rara vez leen la Biblia rápidamente citan Mateo 7:1 cuando quieren silenciar a alguien cuya opinión no les gusta. «No juzguéis, para que no seáis juzgados.» parece ser la respuesta perfecta.
Sin embargo, en su contexto, el pasaje indica que, en efecto, hemos de juzgar: simplemente se supone que debemos evitar los juicios incorrectos. Más aún, nuestros juicios han de comenzar con nosotros mismos: «Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano», dijo Jesús (v. 5). Luego dijo: «Guardaos de los falsos profetas» (v. 15). Esto también requiere de juicio —necesitamos poder discernir la verdad de la falsedad.
Jesús utilizó la metáfora de la fruta para darnos los criterios apropiados para juzgar. «Así que, por sus frutos los conoceréis» (v. 20). Hemos de juzgar a las personas (incluyéndonos a nosotros mismos) por la calidad del fruto que producen. Este fruto no puede ser juzgado por valores terrenales tales como nuestra apariencia exterior (v. 15). Debe ser juzgado por valores celestiales: el fruto que el Espíritu produjo dentro de nosotros —amor, gozo, paz... (Gálatas 5:22).
Nuestra tendencia es juzgar por las apariencias. Pero Dios juzga por lo que producimos, y nosotros debemos hacer lo mismo.
Sé lento para juzgar a los demás y rápido para juzgarte a ti mismo.

UN REGALO PARA TODOS

Poco después que su gobierno lo nombrara cónsul en París el 12 de marzo de 1903, nació su segundo hijo con Francisca Sánchez, que era su tercera esposa. A este hijo le puso por nombre el mismo que le había puesto a su primogénito con su primera esposa, y que le habría de poner al próximo. Era el nombre literario con el cual el mundo lo conocía a él. Para distinguirlo de los otros, a este hijo lo apodó «Phocás, el campesino». En febrero de 1905 retornó con Francisca a España, donde a escasos dos años de nacido, falleció el pequeño «Phocás». Era su tercer hijo que muriera en la infancia. Tal vez se deba a esa tercera muerte trágica que a la primera parte de su nuevo libro le pusiera por título: Cantos de vida y esperanza, que dedicó a José Enrique Rodó. Pero fue Juan Ramón Jiménez, a quien dedicó la segunda parte titulada Los Cisnes, el que lo ayudó a preparar esa colección de poemas para la Tipografía de la Revista de Archivos. He aquí uno de esos Cantos, al que Rubén Darío tituló «Los tres reyes magos»:

—Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso.
Vengo a decir: La vida es pura y bella.
Existe Dios. El amor es inmenso.
¡Todo lo sé por la divina Estrella!

—Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo.
Existe Dios. Él es la luz del día.
La blanca flor tiene sus pies en lodo.
¡Y en el placer hay la melancolía!

—Soy Baltasar. Traigo el oro. Aseguro
que existe Dios. Él es el grande y fuerte.
Todo lo sé por el lucero puro
que brilla en la diadema de la Muerte.

—Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos.
Triunfa el amor, y a su fiesta os convida.
¡Cristo resurge, hace la luz del caos
y tiene la corona de la Vida!1

En estos versos el ilustre poeta nicaragüense se vale del diálogo que crea entre los tres reyes para tratar los temas de la existencia de Dios y la coexistencia de lo bueno y lo malo. Con el testimonio de cada personaje reafirma la existencia de Dios, y con una blanca flor que crece en medio del negro lodo ilustra la coexistencia de la luz y el caos, el placer y la melancolía, y la vida y la muerte.
Si no fuera por el relato bíblico de los tres reyes, no habría motivo para dar ni recibir regalos como parte de la Navidad. La fiesta de la Epifanía que celebramos cada 6 de enero es, por definición, la de la manifestación de Cristo a esos tres hombres sabios, con lo cual Dios daba a entender que la salvación que traía su Hijo era un regalo para toda la humanidad.
Tenía razón Rubén Darío. Dios nos convida a una fiesta, la de las bodas de su Hijo. En esa fiesta habrá de celebrarse el triunfo de su amor y de su luz divina sobre el caos de nuestra vida pasada. Pero sólo podrán asistir los que le rindan su vida a Él y le sean fieles hasta la muerte, pues es a éstos a quienes dará la corona de la vida
Carlos Rey

viernes, 8 de enero de 2010

¿PARA QUIEN SON LAS MANZANAS?

En cierta ocasión, un joven observaba a un hombre que tenía más de ochenta años que estaba sembrando un huerto de manzanos.
El anciano amorosa y cuidadosamente preparó el terreno, plantó los diminutos vástagos y les echó agua. Después de estar mirándolo por un rato, el joven dijo: «Usted no espera que va a comer manzanas de esos árboles, ¿verdad?»
«No —replicó el anciano—, pero alguien lo hará».
Tus acciones ayudarán a esos que te seguirán.
Debido al pacto de Dios con Noé, tenemos la seguridad de que no corremos el riesgo de la destrucción mundial por un diluvio.
Los habitantes de la tierra todavía están recibiendo el beneficio que vino de la vida de un hombre justo.
Asimismo, tú y yo también podemos beneficiar a las generaciones futuras. Cuando sirves a las personas o influyes en ellas de manera positiva, y las animas a pasar por lo que otras recibieron, creas una cadena de impacto que sobrepasará tu vida.
John C Maxwell
No eres un eslabón perdido.
No eres una isla…eres un continente.
Hay alguien detrás de ti y será la prolongación de tu vida, para bien o para mal. Entonces siembra ahora manzanas para él o ella tengan la bendición de comerlas y mientras lo hacen te recordarán y sin duda hablarán muy bien de ti.
Siembra hoy para las generaciones futuras. Recuerda que Moíses lo hizo con Josue, el Profeta Elias con Eliseo y Jesús, nuestro Señor con los doce.
Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero. Y él volvía al campamento; pero el joven Josué hijo de Nun, su servidor, nunca se apartaba de en medio del tabernáculo. Exodo 33:11
Y Moisés hizo como Dios le había mandado, pues tomó a Josué y lo puso delante del sacerdote Eleazar, y de toda la congregación. Num 27:22
Josué hijo de Nun, el cual te sirve, él entrará allá; anímale, porque él la hará heredar a Israel. Deut 1:38

¡¡VIVELA!!

Lectura: Ezequiel 33:30-33.
"Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores,... y oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra" Ezequiel 33:32
Cada año, una de mis metas es leer toda la Biblia. Mientras estaba apuntándola entre mis buenos propósitos de año nuevo, reparé en un marcador de libros sobre mi escritorio. En una de sus caras aparecía un breve texto animando a recibir niños de acogida. En la otra estaban estas palabras con referencia a dicho llamado: «No te conformes con leerlo. Vívelo. Niños reales. Historias reales. Vida real». Las personas que produjeron el marcador de libros sabían con cuanta facilidad absorbemos información sin actuar al respecto. Ellos querían que las personas respondieran.
La lectura periódica de la Palabra de Dios es una práctica digna, pero no es un fin en sí misma. El profeta Ezequiel se dirigió a una audiencia a la que le encantaba escuchar pero que se negaba a actuar. El Señor le dijo a Ezequiel: «Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra» (33:32).
Jesús dijo: «Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca» (Mateo 7:24).
¿Cómo leeremos cada uno de nosotros la Biblia este año? ¿La leeremos rápidamente para alcanzar la meta de terminarla? ¿O la leeremos con el objetivo de hacer lo que dice?
No te conformes con leerla. ¡Vívela!
El valor de la Biblia consiste no sólo en conocerla sino en obedecerla.

jueves, 7 de enero de 2010

AMOR DE UN PADRE

Los turcomanes, nombre dado a muchas tribus del Asia Central, son célebres por la fuerza de sus afecciones naturales. En prueba de esta aserción se cita el siguiente caso:

"Al fin del siglo xviii, Persia fue gobernada por un rey turcomano llamado Kurreem Kham, probablemente uno de los mejores que jamás había empuñado el cetro de aquel país. Un día llegó a él la noticia de que doce hombres habían sido robados y muertos bajo las mismas murallas de Shiraz, capital de su imperio. A pesar de las pesquisas de la policía, por mucho tiempo no fue posible descubrir a los criminales.

Por último se descubrieron, resultando ser de la misma tribu que el rey pertenecía. Encausados y probado su crimen, el rey dio órdenes de que todos sufriesen pena de muerte, a pesar de los muchos empeños de sus parientes y amigos.

Cuando los criminales fueron sacados de la cárcel para sufrir su sentencia, movió la compasión de todos ver entre todos a un joven como de 20 años, y este sentimiento fue cambiado por un verdadero dolor de corazón, cuando vieron a un anciano adelantarse al rey y pedir permiso para hablarle; le fue concedido y el anciano habló en los siguientes términos:

-¡Rey, tú has jurado que estos criminales debían morir, y es justo; mas yo que no soy criminal, me presento a ti para pedir una gracia a mi soberano. Mi hijo es joven, él ha sido seducido a cometer el crimen, la justicia reclama su vida, mas, ¡oh rey!, el joven no ha probado aún las dulzuras de la vida, y acaba de desposarse. Yo me ofrezco para morir en su lugar. -Ten misericordia! Acepta al anciano y perdona al joven; déjale vivir para beber las aguas y cultivar las tierras de sus abuelos.

El rey se conmovió en extremo al oír la petición del abuelo; mas no podía perdonar al criminal. Su crimen, había sido de homicidio. Pero vio la oportunidad de dar una lección a su pueblo del amor paterno y aceptó la propuesta del anciano. El hijo fue puesto en libertad y el padre murió en su lugar.

"Dios encarece su caridad para con nosotros porque siendo aún pecadores Cristo murió por nosotros"

Romanos 5: 8.

EL ARBOLITO DE NAVIDAD


Joseíto, de apenas cuatro años de edad, se levantó temprano, como siempre. La noche anterior se había quedado dormido antes que las personas mayores salieran a comprar el arbolito de Navidad. De vuelta con el árbol escogido, lo habían adornado con una guirnalda de bombillitas multicolores, con brillantes esferas doradas, plateadas y de diversos matices, y con un cordón de oropel que hacía una espiral perfecta desde la base hasta la copa.

Al verlo, Joseíto se quedó encantado. Era realmente fascinante ese árbol que de la noche a la mañana se había aparecido en su casa. De ahí en adelante, durante los demás días de Navidad, no pudo resistir el deseo de sentarse por largos ratos frente a él para admirarlo. Era tal el encanto que aquel arbolito ejercía sobre él, que lo contemplaba en absoluto silencio.

Pasado el Día de los Reyes, las personas mayores decidieron que ya era hora de quitar el arbolito. Así que lo despojaron de todos sus adornos y lo arrojaron casi seco al traspatio, ante los ojos de Joseíto, que lo observó decepcionado y dijo: «¡Ah, si era una mata!»1

Con esta anécdota de su obra titulada Cosas de muchachos el escritor y médico cubano Mario Dihigo nos lleva a reflexionar sobre las etapas de la vida por las que todos pasamos. Primero pasamos por la etapa de la inocencia, que poco a poco va cediendo ante la de la decepción, y ésta, tarde o temprano, cede a la etapa de la malicia. Es triste que a la par con nuestra personalidad, también tenga que cultivarse este aspecto oscuro de nuestra naturaleza humana. Se debe a una condición que los teólogos llaman «depravación», es decir, la tendencia humana a hacer lo malo. Para los que piensan lo contrario, que somos buenos por naturaleza, debiera bastar para convencerlos de su error el observar la conducta de los niños, que no necesitan que nadie les enseñe a ser egoístas y rebeldes.

Ahora bien, si damos por sentado esa depravación humana que nos caracteriza, entonces más vale que aprendamos a prever que otros nos van a desilusionar. ¡Cuántas «matas» en nuestra vida no fueron una vez encantadores árboles que admirábamos! Seres queridos, amigos, compañeros de trabajo, jefes y hasta religiosos nos han decepcionado, todas ellas personas a quienes respetábamos, pero que ahora tenemos en poca estima.

Frente a esta triste realidad, ¿qué debemos hacer? Como primera medida, debemos examinarnos a nosotros mismos y pedirle a Dios que nos limpie de todo pecado. Pues cuando tenemos el corazón limpio, es más probable que seamos un árbol admirable y no «una simple mata» a los ojos de nuestros semejantes. Y luego debemos pedirle a Dios que nos ayude a perdonar a los que nos han decepcionado, así como Él nos perdona a nosotros que tampoco merecemos su perdón. Al fin y al cabo, todos somos matas, pero también somos árboles en vías de desarrollo.

Carlos Rey

PROSIGUE

¡Prosigue!


”Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado;
pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás,
y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta,
al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.”


Fil. 3:13-14


En esta carrera para ser semejantes a Él y amarle, olvido el pasado, vuelvo la cara a Jesús y me concentro en Él. Muchas veces miramos demasiado hacia atrás, lamentándonos por la pérdida del brillo del ocaso… y eso no nos deja ver el camino que tenemos por seguir , por andar… en Él.

“Prosigo” significa: correr con el supremo esfuerzo y sugiere una dedicación activa e intensa, pero recurriendo a la gracia y la fortaleza de Dios en cada paso del camino. Debo conocer el propósito de Dios para mi vida: una vida que le glorifique a Él.

“Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes
flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová
tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como
las águilas; correrán, y no se cansarán;
caminarán, y no se fatigarán.”


Isaías 40:30-31


Terminar la carrera no es fácil. Nos caemos, aprendemos a levantarnos y proseguir con la mirada puesta al premio del supremo llamamiento.

Veamos algunos personajes bíblicos que corrieron la carrera hasta el final:

Abraham A lo largo de su vida Abraham obedeció a Dios: mudándose, viviendo en tiendas, una vida nómade. El murió sin ver el cumplimiento de las promesas de Dios de tierras, un gran número de descendientes y una gran bendición. Gn. 12:1-3, Heb. 11:39. Podría haber abandonado la carrera, ”Pero anhelaban una mejor, esto es, celestia l; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad. He.11:16”

David 1 Crónicas 22:5.19. Él quería construir un templo, Dios le dice que no, pero pasó los últimos años reuniendo materiales para Salomón.

Pablo Sus últimos años escribiendo cartas desde la cárcel, ofreciendo ánimo, exhortación y consuelo por medio de su pluma.

Las personas pueden decir “no”, las circunstancias pueden decir “para”, todo tu ser puede gritar “ no más”… pero Dios nos insta, en Su fortaleza y Gracia, a proseguir.

Enviado por: Alejandra L.