lunes, 21 de diciembre de 2009

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PROPOSITO EN THOMAS EDISON

La vida de Thomas Edison estaba llena de propósito. Cuando hablaba de su éxito, decía:
Los factores más importantes de la invención pueden ser descritos en pocas palabras.
(1) Conocimiento definido de lo que deseamos lograr.
(2) Fijación de la mente en ese propósito, con persistencia para buscar lo que se persigue, utilizando lo que se sabe y lo que se puede recibir de los demás.
(3) Perseverancia en probar, sin importar las veces que haya fallado.
(4) Rechazo a la influencia de los que han tratado lo mismo, sin éxito.
(5) Obsesión con la idea de que la solución al problema está en alguna parte, y se encontrará.
Cuando un hombre predispone su mente para resolver cualquier problema, puede, al principio, toparse con grandes dificultades, pero si continúa buscando, con toda seguridad encontrará alguna clase de solución. Lo malo que hay con la mayoría de las personas, es que desisten antes de comenzar»
Tomado del libro Actitud de vencedor. John C Maxwell.
Dios ha puesto dentro de cada corazón la determinación de seguir y lograr lo que se propone. Los límites no estan fuera de nosotros, sino dentro de nosotros. Sin embargo, son muchos lo que se rinden ante el primer obstáculo o simplemente se dejan llevar por la corriente de los que viven sin propósito. No permitas que se muera hoy dentro de ti, todo lo que Dios te ha sembrado.
Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas. Salmo 126.6
Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano; porque no sabes cuál es lo mejor, si esto o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno. Eclesiastés 11:6
Porque como la tierra produce su renuevo, y como el huerto hace brotar su semilla, así el Señor hará brotar justicia y alabanza delante de todas las naciones. Isaías 61:11

¡ALELUYA!

Lectura: Isaías 9:1-7.
"Yo sé que mi redentor vive" Job 19:25
El compositor Jorge Federico Haendel estaba en la bancarrota cuando en 1741 un grupo de organizaciones de caridad de Dublín le encargó componer una obra musical. Era para un acto de beneficencia en el que se recaudarían fondos para liberar a hombres de la cárcel por deudas. Aceptó el encargo y se entregó sin desmayo a su composición.
En tan sólo 24 días, Haendel compuso la famosa obra maestra El Mesías, la cual contiene «El Coro del Aleluya». Durante ese tiempo, jamás salió de su casa y a menudo estuvo sin comer. En algún momento, un sirviente lo encontró gimiendo sobre las partituras que estaba elaborando. Al narrar su experiencia, Haendel escribió: «Si estaba en mi cuerpo o fuera de mi cuerpo cuando lo escribí, no lo sé. Dios lo sabe». Posteriormente también dijo: «Creo que vi a todo el cielo delante de mí y al mismo gran Dios».
Cada vez que lo escucho, «El Coro del Aleluya» conmueve mi alma, y estoy seguro que la tuya también. Pero asegurémonos de hacer más que tan sólo admirarnos ante dicha música magnífica. Abramos nuestros corazones con fe y adoración al Mesías prometido en el libro de Isaías (Isaías 9:1-7). Él ha venido a nosotros en la persona de Jesucristo para ser nuestro Salvador. «Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro» (v. 6).
El regalo más elevado de Dios despierta nuestra más profunda gratitud.

¿QUÉ SERÁ DE NUESTRO HOGAR?


No era la ruta de Don Quijote, pero fue casi igual de larga, unos trescientos kilómetros. Y no los movía un ideal loco sino el rescate de alguien en necesidad. Y no los animaba el fuego español sino el calor de familia.

Eran tres niños: Manuel, de trece años; Miguel, de nueve; y Javier, de seis, que junto con su padre Manuel Manzano Moreno caminaron a pie desde Córdoba, España, hasta Madrid, la capital. La caminata les tomó seis días.

El propósito del viaje era pedir el indulto de su madre, Pilar, condenada a tres años y seis meses de prisión, por narcotráfico. Aun sin conocer el resultado de su misión, no podemos menos que ver en esto una caminata de amor. Iban con un solo motivo: pedir el perdón para una madre que cometió un error. No tan brillante, quizá, como la caminata de Don Quijote, pero igualmente movida por un impulso de amor.

Si hay algo que nos conmueve en esta crónica, es ver a una familia unida con un solo propósito: tratar de ayudar a la esposa y madre a salir de su dilema. En estos días cuando la familia se está deshaciendo, cuando valores como la fidelidad, el respeto y el amor son muchas veces ignorados, cuando el divorcio, acompañado del abandono de niños, destruye uno de cada dos hogares, nos conviene detenernos y dar gracias a Dios que, a pesar de que hubo una infracción de leyes, había también una genuina demostración de amor, unidad y compasión dentro de ese núcleo familiar.

¿Podríamos reflexionar, por unos momentos, acerca de la condición de nuestro matrimonio, de nuestra familia, de nuestros hijos? ¿Hay en nuestro hogar honra, amor, fidelidad y respeto? ¿Amamos de corazón a nuestro cónyuge?

¿Cómo tratamos a nuestros hijos? ¿Ven ellos en nosotros, los padres, cariño, dirección, ejemplo y amor? ¿Se sienten ellos seguros en la presencia de sus padres?

¿Y cómo responden nuestros hijos? ¿Aman, respetan y honran a sus padres? ¿Obedecen, en humildad, los deseos sanos de ellos?

Si no nos detenemos para responder a estas inquietudes, no sabremos por qué no hay paz en nuestro hogar. Leamos la Biblia juntos. Hablemos con Dios en oración. Démosle entrada a Cristo en nuestro hogar. Él traerá consigo el bálsamo de suavidad que dará armonía a toda la familia.

No vivamos más sin Dios.

Hermano Pablo

domingo, 20 de diciembre de 2009

COMPROMISO CON DIOS

MÁS QUE ORO

Un jefe de una tribu africana dijo, cuando un caballero inglés ofreció dinero para salvar la vida de un esclavo: "No quiero tener dinero; quiero sangre". Y mandó disparar contra el que había sido condenado a muerte.

El caballero extendió su brazo para proteger al esclavo, y la saeta penetró en su brazo. "Aquí está la sangre, dijo el inglés, la doy por el esclavo, ahora me pertenece".

El esclavo le fue entregado y cuando éste recibió inmediatamente su libertad, dijo con abundante gratitud: "Usted me ha comprado con su sangre, siempre seré su esclavo". Y cumplió su promesa".

Qué buena ilustración de las palabras tan conocidas: "Habéis sido redimidos, no con plata ni oro, sino con su sangre preciosa.

«EL NIÑO DEL CRUCE»


Se llamaba Juan José Ferrer. Vivía en el barrio de Villaverde, Madrid, España. Era alegre y vivaz, y siempre estaba con amigos. Pero un día desapareció de la casa. Lo buscaron por todas partes, pero fue imposible hallarlo.

Un año después un amigo suyo, Jesús Fuentes, confesó espontáneamente el delito. Él había estrangulado a Juan José «por gusto», en el kilómetro 6 de la carretera a Andalucía. Las crónicas españolas recuerdan a la víctima como «El niño del cruce». ¿La edad de cada uno? Diez años la víctima, y trece el homicida.

Casos como éste, hasta hace pocos años, ocurrían sólo entre adultos. Pero ahora son niños los que llenan las páginas de los periódicos con las crónicas rojas.

A Jesús Fuentes, por ser la última persona con quien Juan José había sido visto vivo, lo interrogaron innumerables veces. Pero ni detectives, ni maestros, ni psicólogos ni clérigos lograron hacerlo hablar. Casi un año después, espontáneamente, confesó todo y llevó a las autoridades al lugar donde había enterrado al amiguito. Lo increíble del caso no deja de ser que el homicida sólo tenía trece años de edad, y la víctima apenas diez.

¿Qué está pasando con nuestra niñez? Hay que decirlo. Es como un culto a la violencia, un desprecio por la vida, incitada, según el criterio de muchos, por esa influencia nefasta del cine y la televisión.

«El niño del cruce» podría representar a la sociedad sobre la línea de demarcación entre el temor de Dios y la total rebeldía de la raza humana.

Es imposible creer que pueda haber tanto desprecio por la vida humana sin que la sociedad sienta el golpe de conciencia. ¿Cómo es que el hombre —en este caso, el niño— puede engañar, robar, estafar y matar sin sentir el más mínimo remordimiento? ¿Qué de nuestra conciencia? ¿Dónde está el sentido de humanidad? ¿Acaso todos nos hemos vuelto animales? ¿Qué le está pasando a la raza humana?

Es que el hombre ha hecho caso omiso de Dios, y al no reconocer la soberanía divina cada uno se constituye en su propio dios. El resultado es una anarquía devastadora que destruye al individuo y a la sociedad. No puede haber sensatez mientras no se reconozca la autoridad de Dios en la vida humana.

Ya es hora de que sometamos nuestra voluntad al señorío de Cristo. No habrá paz, ni equilibrio ni cordura en el mundo hasta que Él sea Señor de la vida humana. Permitamos que esa paz comience en nuestro corazón. Sometamos hoy mismo nuestra vida a Cristo.

Herman Pablo