lunes, 2 de noviembre de 2009

CUANDO SE TRATA DE RECLAMAR

Sucedió en el Kennedy Center, de la ciudad de Washington, el 18 de diciembre de 1982. La orquesta, una de las mejores de la ciudad, estaba tocando «El lago de los cisnes» de Tchaikovsky. Su primera bailarina, Natalia Makarova, era una de las artistas más cotizadas del ballet.

De pronto, una pieza metálica se desprendió del escenario y cayó justo sobre la Makarova cuando ella estaba haciendo sus giros y volutas. En medio de la consternación general entre el público asistente, tuvieron que retirar del escenario a la artista.

Para más consternación de los dueños del teatro, la Makarova exigió, como indemnización, nada menos que veinticinco millones de dólares. Alegó que el accidente le había impedido llevar a cabo «los complejos y agotadores movimientos requeridos por su arte».

En esto de reclamar indemnizaciones por daños, la gente no se queda atrás nunca, especialmente los artistas de cine, televisión o teatro. Ellos creen valer tantos millones, que si un día se les quiebra una pestaña por la culpa de otro, son capaces de pedir un millón por esa dichosa pestaña.

En parte tienen razón. El arte es su medio de vida. Fuera del escenario o de los estudios de filmación, quizá no servirían para nada. Y el arte del espectáculo mueve hoy en día millones y millones de dólares. Y como con el arte se ganan la vida, y el arte vale millones, ellos se cotizan en millones también.

Pero esto es una muestra más del enorme desnivel en los valores humanos. Un boxeador de primera categoría, un beisbolista estrella, un jugador de fútbol de fama mundial, un tenista, un golfista, hasta un caballo de carreras, pueden llegar a valer una millonada, sólo porque el público está dispuesto a pagar lo que le pidan por verlos actuar.

Mientras tanto, un obrero que arriesga la vida trabajando en un andamio a ochenta metros de altura, un labriego que se levanta a las tres de la mañana para regar su plantío de papas, una enfermera que se desvela toda la noche para aliviar la agonía de un anciano moribundo, o una maestra que se interna en la selva o en la montaña a fin de enseñar las primeras letras a niños pobres, valen poquísimo. Casi nada.

La verdad es que éstos también son seres humanos, y su trabajo es inmensamente importante. Para Cristo son almas sumamente preciosas, porque por cada una de ellas Él vertió su sangre en el Calvario.

Hermano Pablo

LA VENTANA DE LA OPORTUNIDAD

Son muy pocas las personas u organizaciones que desean cambiar cuando hay prosperidad y paz. A menudo es la necesidad la que precipita los cambios significativos.
Petronio, tenía una perspectiva muy diferente sobre los resultados del cambio. Él dijo: Nos entrenamos arduamente… pero cada vez que comenzábamos a formarnos en equipos, nos reorganizábamos. Más tarde en la vida aprendí que al enfrentarnos a situaciones novedosas, nuestra tendencia es hacia la reorganización. Qué maravilloso método es este para crear la ilusión de progreso, mientras lo que se produce es ineficiencia y desmoralización.
Martin Luther King, hijo, tenía una opinión un poco más espiritual respecto a la adversidad. La medida máxima de un hombre -dijo él- no es la posición que asume en momentos de comodidad y conveniencia, sino la posición que está dispuesto a asumir en tiempos de reto y controversia.
Dios nos ama en los momentos buenos y en los malos; y lo que verdaderamente importa no es lo que nos ocurre, sino lo que ocurre en nosotros.
Algunas veces, Dios calma la tempestad -otras, permite que la tempestad ruja y a quien calma es a su hijo.
La adversidad es a menudo la ventana de oportunidad para lograr el cambio. Leith Anderson
Proverbios 24:16
Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse.
Tomado de: El libro devocionario de Dios para Padres, Editorial Unilit

¿DAME!

Lectura: Santiago 3:13-18.
"Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos; ni vuestros caminos mis caminos" Isaías 55:8
Escuché los gritos mucho antes de poder ver de quién provenían, pero al avanzar con mi carrito de compras y dar la vuelta al siguiente pasillo del supermercado, ¡allí estaba él!
Con lágrimas de ira brotándole de los ojitos entrecerrados, el pequeñín gritaba: «¡Dame!». Su mamá me miró por un momento. No voy a discutir si hizo lo correcto o no, pero, avergonzada y exhausta, tomó la baratija y la echó en su carrito.
Creo que reconocí a ese niñito. Se parecía mucho a mí. Sí, a menudo he sido la niña testaruda. Y algunas veces incluso le he suplicado a Dios:«¿Por qué no? ¿Por qué no puedo tenerlo?» En ocasiones, Dios me ha dado lo que quería, pero no porque yo Le agotara. No, creo que lo que Él quería era que yo viera lo que sucede cuando me dispongo a asumir la responsabilidad de mis acciones.
Lo que pensamos que es lo mejor no es necesariamente lo mejor que Dios desea para nosotros. En Isaías 55:8, el Señor dijo:«Porque Mis pensamientos no son vuestros pensamientos; ni vuestros caminos Mis caminos».
En su libro Days of Grace (Días de Gracia), el campeón de tenis Arthur Ashe parafraseó a Santiago 1:5 cuando le escribió este consejo a su hijita: «Pídele a Dios la sabiduría para saber lo que está bien, lo que Dios quiere que se haga y la voluntad para hacerlo».
Esa es exactamente la clase de oración sincera que Dios quiere escuchar de Sus hijos.
Si Dios no nos da lo que pedimos, podemos estar seguros que Él tiene algo muchísimo mejor.

sábado, 31 de octubre de 2009

LA ALMOADA Y LA FRAZADA

Hace mucho tiempo, una niña de una familia adinerada se preparaba para ir a la cama. Decía sus oraciones cuando oyó un sollozo a través de su ventana. Un poco asustada, se asomó por su ventana. Otra niña, quien parecía de su misma edad y desposeída estaba parada en el callejón junto a la casa de la niña rica.
Su corazón se identificó con la niña desposeída, ya que estaban en lo más frío del invierno, y la niña no tenía frazada, tan sólo viejos periódicos que alguien había tirado. A la niña rica se le ocurrió una brillante idea. Llamó a la otra niña y le dijo: “Hey, tú, por favor acércate a mi puerta”. La niña desposeída estaba tan asombrada que solo pudo asentir.
Tan rápido como se lo permitieron sus piernas, la niñita bajó las escaleras hasta el closet de su madre y tomó una vieja frazada y una gastada almohada. Tuvo que caminar lentamente a la puerta del frente para no tropezar con la frazada que colgaba, pero finalmente lo logró.
Dejando caer ambos artículos, abrió la puerta. Parada allí estaba la niña desposeída, visiblemente atemorizada. La niña rica sonrió cálidamente y le entregó ambos artículos a la otra niña. Su sonrisa se ensanchó al observar la genuina sorpresa y felicidad en el rostro de la otra niña. Ella se fue a la cama increíblemente satisfecha.
A media mañana del día siguiente alguien tocó a la puerta. La niña rica voló a la puerta esperando ver a la otra niña allí. Abrió la gran puerta y miró fuera. Era la otra niñita. Su rostro se veía feliz y sonrió. “Supongo que no querrás estos de vuelta”.
La niña rica abrió su boca para decir que podía quedárselos cuando se le ocurrió otra idea. “No, sí los quiero de vuelta”. El rostro de la niña desposeída se entristeció. Esta obviamente no era la respuesta que había anticipado. A desgano, dejó los gastados artículos en el umbral y se volteó para irse cuando la niña rica le gritó: “¡Espera! Quédate allí”.
Se volteó a tiempo para ver a la niña rica corriendo escaleras arriba y por un largo corredor. Decidiendo que sin importar lo que la niña rica hiciese, no valía la pena esperar, se volteó y se alejó. Al dar el primer paso, sintió que alguien le tocó el hombro. Al voltearse vio a la niña rica, tirándole una nueva frazada y almohada. “Ten éstas”, dijo suavemente. Estas eran las suyas, hechas de seda y plumas.
Al crecer las dos, no se vieron mucho, pero nunca estuvieron muy lejos la una de la otra en sus mentes. Un día, la niña rica que ahora era una mujer rica, recibió una llamada telefónica de alguien. Un abogado que decía que necesitaba verla en su oficina.
Cuando llegó a la oficina, le dijo lo que había pasado. Hace cuarenta años, cuando ella tenía nueve años, había ayudado a una niña necesitada que creció para convertirse en una mujer de clase media con esposo y dos hijos. Ella había muerto recientemente y le había dejado algo en su testamento. “Aunque”, dijo el abogado, “es la cosa más peculiar. Le dejó una almohada y una frazada”.
Autor Desconocido
Hay cosas en la vida que quizás no tengan mucho precio para algunos, pero para otros pueden ser de mucho significado, especialmente cosas que con amor y comprensión y mucho corazón alguién compartió. Hay mucho que podemos hacer y que podría impactar la vida de otros. Hoy puede ser ese día en que podrías impactar la vida de otro con un gesto, un presente o solo una sonrisa pero con mucho corazón.
El odio despierta rencillas; Pero el amor cubrirá todas las faltas. Proverbios 10:12
Me llevó a la casa del banquete, Y su bandera sobre mí fue amor. Cantares 2:4
“En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis.” Mateo 25:40

¿QUIEN ES TU DIOS?

Lectura: Deuteronomio 6:1-6.
"Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas" Deuteronomio 6:5
Una vez escuché a alguien en un funeral decir acerca del fallecido: «Él estaba cerca de su Dios. Ahora está a salvo».
En momentos como ése, desearía que fuera cierto que todos pudieran tener su propio dios, vivir de la manera que quisieran y también recibir la seguridad de la vida eterna en el cielo. Entonces no tendríamos que pensar tan seriamente en la muerte. No tendríamos que preocuparnos por saber hacia dónde van nuestros seres queridos cuando mueren. Pero las Escrituras dicen que sólo hay un Dios verdadero. «Jehová nuestro Dios, Jehová uno es» (Deuteronomio 6:4). Y Él es santo (Levítico 19:2). Él dice que no estamos a la altura de Su regla para una relación con Él. «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23). Nuestro pecado nos ha alejado de Él.
En Su amor, el Padre celestial proveyó el camino hacia Sí por medio de Su perfecto Hijo Jesús, quien murió para pagar el castigo por nuestro pecado. «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). Pero necesitamos humillar nuestros corazones y recibir Su regalo del perdón.
Solamente hay un único Dios verdadero. Él es santo y ha provisto el único camino de vida eterna por medio de Jesús. ¿Es Él el Dios en quien confías? Piensa en ello, seriamente.
Para entrar en el Cielo lo que cuenta es a quién conoces.