viernes, 18 de septiembre de 2009

JESUS EL SEÑOR

UNA CÁLIDA SEGUNDA LUNA DE MIEL

Estaban celebrando otro aniversario de bodas, el número treinta. Y para darle un tono especial y diferente al evento, Bill y Helen Thayer, de Estocolmo, Suecia, decidieron tener una segunda luna de miel.

No escogieron la Costa Azul de Francia, ni las playas de Tahití ni las costas de Australia. Decidieron, más bien, pasar su segunda luna de miel en el Polo Sur.

¿Qué los hizo escoger esa frígida e inhóspita región? Buscaban —dijeron— algo nuevo, algo diferente, algo que le diera, otra vez, la chispa a su matrimonio que en los primeros años tuvo. Y su comentario, al regresar, fue: «Hemos vuelto de este viaje más amigos que nunca.»

¿Qué podrá inyectar nueva vida en las venas de un matrimonio raquítico? No todos podemos darnos el lujo de celebrar nuestro aniversario de bodas con una luna de miel en el antártico. Además, no hay seguridad de que regresaríamos con nuestra unión rejuvenecida. ¿Qué puede una pareja introducirle a su matrimonio que le devuelva el calor que una vez tuvo?

En primer lugar, deben traer a la memoria ese día mágico en que como novios se pronunciaron esas palabras sagradas de unión: «hasta que la muerte nos separe». Allí no había hipocresía, no había falsedad. Se dijeron que se amarían el uno a la otra y la una al otro para siempre porque se querían de todo corazón. En ese momento encantador el tiempo se detuvo y dos corazones se convirtieron en uno. ¿Cómo se les iba a ocurrir que podría venir el día en que ese amor se enfriaría?

Pero algo pasó. La ilusión se deshizo y la chispa se apagó. ¿Qué hacer en casos como este?

Juntos deben decidir que, pase lo que pase, su matrimonio no se va a destruir. El amor es el producto de una determinación, no de un sentimiento, y cuando los dos determinan que la separación no es, ni nunca será, una opción, esa determinación le dará a su matrimonio nueva esperanza.

En segundo lugar, deben invertir tiempo —tiempo de calidad— en su matrimonio. Eso incluye gozarse juntos, respetarse juntos, favorecerse juntos, pasar noches juntos con el televisor apagado, y compartir confidencias juntos.

Finalmente, deben perseguir las mismas metas espirituales: leer la Biblia juntos, orar juntos, ir a la iglesia juntos y buscar a Dios juntos. Si tienen, de veras, la determinación de salvar su matrimonio, juntos pueden tomar control de esa unión en lugar de abandonarla al azar. Las riendas de ese enlace están en sus manos. Con férrea determinación pueden pedirle a Dios que les ayude a salvarlo.

Hermano Pablo

jueves, 17 de septiembre de 2009

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LECCION DE UNA ABEJA

Hace años puse un panal de abejas para alimentar a algunas de ellas que tenían una colmena a poca distancia. Para comenzar el proceso capturé una abeja en un vaso, la coloqué sobre el panal, y esperé hasta que la abeja descubriera el tesoro. Cuando estuvo llena y satisfecha, voló directamente a la colmena. Después de un momento, la abeja regresó con una docena de abejas más. Éstas, a su vez, trajeron muchas más, hasta que finalmente un enjambre de abejas cubrió el panal. Al poco tiempo habían transportado toda la miel a la colmena.
¡Qué lección para nosotros! ¿Estamos hablándoles a los demás de Aquel a quien encontramos? Cristo nos ha encargado la proclamación de las «buenas nuevas». ¿Debemos nosotros, los que hemos encontrado miel en la Roca –Jesucristo– ser menos considerados con los demás que las abejas?
Los cuatro leprosos que se sentaron fuera de la puerta de Samaria, después que encontraron comida en las tiendas de los sirios que habían huido por la noche, comunicaron las buenas nuevas. Se dijeron unos a otros: «No estamos haciendo bien. Hoy es día de buenas nuevas, pero nosotros estamos callados. . . . Vamos pues, ahora, y entremos a dar la noticia a la casa del rey» (2 Reyes 7:9).
Salmo 107:2Díganlo los redimidos del Señor. . . .

EL ESTA ALLI TODO EL TIEMPO

Lectura: Isaías 45:18-25.
“No dije…: En vano Me buscáis” Isaías 45:19
Nunca olvidaré una frustrante experiencia cuando fui a la estación Union Station de Chicago temprano una mañana para recoger a una pariente anciana que había viajado en tren. Cuando llegué al lugar, ella no estaba donde yo creía que estaría. Cada vez más angustiado registré todo el lugar -en vano. Pensando que ella había perdido su tren, estaba a punto de irme cuando eché un vistazo por el pasillo hacia el área del equipaje. Allí estaba ella, con el equipaje a sus pies, esperando pacientemente a que yo llegara. Había estado allí todo el tiempo. Y, para mi pesar, estaba justo donde se suponía que debía estar.
Así sucede con Dios. Él está allí, esperándonos pacientemente. Él nos tranquiliza asegurándonos, «no dije…:En vano Me buscáis» (Isaías 45:19). ¿Por qué, entonces, a menudo tenemos problemas para encontrarle? Probablemente porque estamos buscando en todos los lugares equivocados.
Le encontrarás justo donde se supone que deba estar: en Su Palabra, en la oración y en la voz del Espíritu Santo que vive dentro de ti. El Dios que dice «buscad, y hallaréis» (Mateo 7:7) también promete que «es galardonador de los que Le buscan» (Hebreos 11:6). Así que puedes regocijarte en que Dios está justo donde se supone que debe estar y en que está esperándote en este mismo momento.
¿Has estado buscando a Dios en todos los lugares equivocados?

miércoles, 16 de septiembre de 2009