martes, 18 de agosto de 2009

JESUS TAMBIEN PUDE VIVIR EN TI, DEPENDE DE TI

ESTADO DE MENDICIDAD

Kevin Barry salía a trabajar todos los días, ya fuera invierno o verano, o ya hiciera frío o calor. No descansaba ni domingos ni días feriados. Es que Kevin era un mendigo. Aquel hombre de cuarenta y cuatro años de edad se mantenía pidiendo limosna por las calles.

Lo interesante del caso es que Kevin comenzó a recibir una jubilación por incapacidad laboral, pero la dependencia del estado que administraba esos asuntos determinó que desde esa fecha el dinero que Kevin recibía en la calle se consideraría «donativos». Según los funcionarios estatales, aquellas entradas a modo de limosna ascendían a una suma de dinero tal que obligaba que se le redujera su jubilación por incapacidad.

Así es de compleja la vida moderna. En estos tiempos, para tener pan para comer, ropa para vestir y casa en la cual vivir, hay que tener mucha habilidad y mucha iniciativa. Será por eso que hay tantos «profesionales de la adulación», «profesionales del delito» y «profesionales de la mendicidad».

No se puede negar que estamos viviendo en tiempos difíciles. Sólo unos cincuenta años atrás nuestro trabajo tenía que ver con la tierra. Había ciertamente muchos pueblos, pero la gran mayoría de las personas se abastecían de lo que la tierra producía.

Hoy en día nos hemos volcado hacia las grandes ciudades, y ellas no dan lo suficiente para tanta afluencia de gente. De ahí que nos estemos volviendo «profesionales en el delito»: en el fraude, en la estafa, en el contrabando y en la prostitución, y hasta en la mendicidad.

¿Habrá alguna solución? En cuanto al crimen, hay que combatirlo con toda la fuerza de la ley. En cuanto a la pobreza, recordemos que de no ser por la gracia de Dios, todos podríamos ser pobres. Algún día tendremos que dar cuenta de la dureza de nuestro corazón. Es hasta probable que nuestros propios hijos exijan una explicación. Pero en el sentido espiritual, todos somos mendigos.

Jesucristo contó la siguiente parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro, recaudador de impuestos. El fariseo se puso a orar consigo mismo: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros— ni mucho menos como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que recibo.” En cambio, el recaudador de impuestos, que se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!” Les digo que éste, y no aquél, volvió a su casa justificado ante Dios» (Lucas 18:10-14).

Ante Dios, todos somos mendigos espirituales. Pongamos a un lado nuestra vanidad. Digamos, como el recaudador de impuestos: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!» De hacerlo así, Cristo nos rescatará de nuestra mendicidad espiritual, y nos dará paz en esta tierra y una herencia incorruptible en el cielo.

Hermano Pablo

lunes, 17 de agosto de 2009

!!! FLICIDADES¡¡¡





Este domingo celebremos el cumpleaños de nuestra pastora Elana Flores donde cumplió treinta y tantos. Desde el blog deseamos que siga cumpliendo años junto ó mejor pegada al SEÑOR.

DIOS ES PUNTUAL

Ella era una osa, una enorme osa gris, del Parque Nacional de Montana, Estados Unidos. Cuando se ponía de pie, medía fácilmente dos metros y medio.

Él era Dean Lengkeek, un hombre de sesenta y cuatro años de edad que, acompañado de su esposa, tomaba un paseo por ese parque. El paseo era por un sector del bosque de pinos en la ladera de la montaña.

Cuando Dean y su esposa Lorraine estaban extasiados contemplando la creación de Dios, la osa atacó.

Agarró al hombre con sus dientes y lo zamarreó como un trapo viejo. Dean y Lorraine hicieron lo que para ellos era normal: clamaron a Dios.

Nadie pudo comprobar científicamente qué fue lo que provocó la siguiente acción de la osa, pero ésta, de repente, soltó a Dean y se perdió en el bosque. Llevaron a su víctima al hospital, donde tuvieron que darle 200 puntadas. Su carne había sido desgarrada en todas partes. Lo que es cierto es que no quedó ninguna duda en la mente de Deane y de su esposa Lorraine de que fue Dios quien intervino para salvarle la vida.

Jesucristo caminaba un día por las calles de Jericó cuando dos ciegos que lo seguían le gritaron:

—¡Ten compasión de nosotros, Hijo de David!

Jesús les preguntó:

—¿Creen que puedo sanarlos?

—Sí, Señor —le respondieron.

Entonces Cristo les tocó los ojos y les dijo:

—Se hará con ustedes conforme a su fe.

En ese momento, dice el relato Bíblico, recobraron la vista (Mateo 9:27?30).

Así como con aquellos ciegos, se hará con nosotros conforme a nuestra fe. Si tenemos una relación establecida con el Señor, si Él vive en nuestro corazón, si estudiamos con interés su divina Palabra, si hablamos con Él diariamente por medio de la oración, si lo conocemos como amigo y sabemos que Él nos conoce a nosotros del mismo modo, podemos pedir de Él lo que necesitamos y saber que si lo que pedimos está dentro de su voluntad, lo tendremos. Y si no, podemos estar seguros de que Él sabe lo que nos conviene.

Para el que vive cerca de Dios, no hay ni temor ni desconfianza en clamar a Él cuando nos azotan las adversidades de la vida. Dios es un Padre amante que cuida de sus criaturas. Por eso siente compasión por nosotros cuando clamamos a Él. Esa confianza es nuestra cuando existe una genuina amistad entre Él y nosotros. Si esa relación no existe, no podemos clamar con fe. Pero Él nos invita, hoy mismo, a que le entreguemos nuestro corazón. Cristo quiere ser nuestro amigo.

CAMINA POR EL CAMINO ¡¡¡JESUS ES EL CAMINO!!!

ONCE HOMBRES EN LA MISMA CASA

Eran once hombres, finos, educados, graduados de colegios. Había un actor francés, un astrónomo polaco, un matemático alemán, un historiador ruso, un pianista austriaco, un financista norteamericano, un político japonés, un cocinero griego, un geólogo árabe, un general chino y un pintor español.

Estos once hombres vivían todos en la misma casa, es decir, habitaban dentro de una sola persona. Se trataba de un inglés, Conrad Furst, con el caso de personalidades múltiples más notable de los últimos tiempos.

Por momentos Conrad era el actor francés, o podía ser el astrónomo polaco o el financista norteamericano. Una u otra de estas once personalidades, sin anuncio y sin permiso, se apoderaba de él, y la identificación era tan fuerte que ni Conrad mismo podía desligarse de quien lo poseía.

Los casos de múltiple personalidad no son extraños. Casi siempre se trata de dos, o a lo sumo tres, metidas dentro de una sola persona. Conrad Furst llevaba once dentro de sí.

¿A qué se deben estos casos de personalidades múltiples? Los psiquiatras no se ponen de acuerdo al respecto. Pero estas manifestaciones existen, y traen sus problemas. Si bajo la influencia de una de estas personalidades, por ejemplo, se comete un delito, por no ser la persona misma, los jueces no saben cómo aplicar la ley. Es un fenómeno que deja perplejos a todos.

Si bien a pocos nos toca lidiar con casos como ésos, casi todos enfrentamos a diario otros tipos de invasión de la personalidad humana. Por ejemplo, el odio, los celos, el desprecio y el rencor pueden cambiar por completo la personalidad de un individuo. Los amigos dejan de entenderse. Los familiares se vuelven enemigos. Los matrimonios se disuelven. Y somos nosotros los que les damos entrada a esas aberraciones.

Nadie nace odiando. Nadie viene a este mundo con celos. Nadie entra a la familia humana con prejuicios. Estos son desvíos que nosotros mismos nos permitimos, pero son totalmente contrarios a la intención divina para el ser humano.

Hay Alguien que sí desea apoderarse de nosotros. Es Dios. Cuando el que vive en nosotros es Cristo, en lugar de temor hay fe, en lugar de sospecha hay confianza, en lugar de rencor hay amor, y en lugar de odio hay perdón. No llevemos una vida chocante. Vivamos conforme a la voluntad de nuestro Creador. Vivamos seguros en armonía y en paz. Son nuestras si vivimos en el amor de Dios.

HermanoPablo

domingo, 16 de agosto de 2009

HOY..ME GOZARE EN EL NOMBRE MAS DULCE

“Y se llamará su nombre..Jesús”.Mateo 1:21
Hoy hay muchas razones por las cuales gozarme. Puedo gozarme en el hecho de tener vida aún. Puedo gozarme en poder convivir con gente que se me aman. Puedo gozarme en los pequeños detalles de la vida, pequeños pero significativos. Pero, hoy, quiero gozarme en el dulce nombre de Jesús. Creo que en la persona de Jesús, Dios me ha demostrado el más bello y profundo amor. Cuando una persona es querida, todo lo que está conectado a esa persona es también querido. La preciosa persona de nuestro Señor Jesús es de gran estima y todo lo relacionado a él es de inestimable valor y significado.
El nombre de Jesús es precioso y dulce para mi hoy, porque su nombre está íntimamente conectado a él. No sólo es su nombre Jesús, pues la Biblia me recuerda una gran cantidad de nombres que tienen un precio increíble y un valor profundo a mi vida en este día. Él es llamado, el esposo de la iglesia, su novio, su amigo, el cordero de Dios, el sacerdote, el profeta, Emmanuel, el poderoso consejero, príncipe de Paz, Dios Fuerte, Padre eterno, pero creo que el nombre más dulce que hace vibrar mi espíritu en este día es…JESÚS:
Jesús es el nombre que hace que las arpas de los cielos eleven la más dulce melodía. Jesús es el nombre que llena de gozo mi vida hoy. Muchos de nuestros cantos empiezan y otros terminan con ese nombre. Jesús- Jesús es la suma total de todos mis deleites. Jesús es la música con la cual las campanas de los cielos se estremecen. Jesús es un océano para la comprensión. Jesús es el nombre que transformó mi vida. Jesús es la expresión más sublime que ser humano a escuchado. Y se llamará su nombre Jesús.
Señor. Gracias por darnos tantas cosas y bendiciones bellas, pero por encima de todas ellas la más sublime es el nombre de Jesús. Su nombre está íntimamente conectado con la persona. Su nombre nos revela la belleza del amor eterno. Su nombre me cambia y me da propósito. Hoy quiero gozarme en ese nombre. Hoy quiero decirlo con espontaneidad, cuando las sombras me rodean pronuncio su nombre y un rayo de luz me ilumina. Hoy me gozo en tu nombre. Amén.