sábado, 11 de julio de 2009

ABUELAS QUE ORAN

Por cincuenta años, la Hermana Agnes y la señora Baker oraron para que su país, Letonia, obtuviese la liberación de la opresión soviética. Sobre todo, clamaron por la libertad de poder adorar otra vez, en su Iglesia Metodista en Liepaja. Cuando el régimen ateo soviético usurpó el poder, los enemigos invasores se apoderaron de la iglesia y convirtieron el santuario en un salón de deportes. Sus oraciones fueron contestadas en 1991, cuando la opresión llegó a su final. Los soviéticos se marcharon y la pequeña nación fue liberada. Era imperioso reconstruirla y la Hermana Agnes y la señora Baker estan decididas a prestar la ayuda necesaria. Primero, las dos mujeres de más de ochenta años de edad, hablaron con un ministro local. Le dijeron, que si él estaba de acuerdo en ser su pastor, ellas serían los primeros miembros de la congregación. ¡Una iglesia acaba de renacer! El próximo paso era recuperar el título de propiedad del edificio. Una vez conseguido, comenzaron a arreglar la iglesia para la celebración de los servicios. una de las mujeres asumió la responsabilidad de pintar las paredes de veinticinco pies de alto. por varias semanas ella colocó los andamios y pintó las paredes y el techo. Los altos ventanales, construidos al estilo del arquitecto italiano Andrea Paladio, fueron limpiados hasta sacarle un brillo reluciente y el lustre le fue restaurado al piso de madera. Gracias a una investigación minuciosa llevada a cabo por los miembros de la iglesia, los bancos originales fueron encontrados en un almacén en las afueras de la ciudad. Los mismos fueron regresados y colocados en su debido lugar, para ser usados por los adoradores. La Hermana Agnes, había guardado en su casa el órgano de la iglesia, y lo devolvió al santuario. Cuando ella no dirigía el coro, tocaba el órgano con gran entusiasmo.¡Dios había sido fiel! . Lenin había pronosticado que el cristianismo dejaría de exitir en la próxima generación. Dijo que después de la muerte de las abuelas, no quedarían más cristianos. ¡Pero él no conocía a la Hermana Agnes, a la señora Baker y al Dios que ambas amaban! El Señor desea mostrarse como el Dios fuerte y que está a tu favor, tal y como lo hizo para la señora Baker y la Hermana Agnes.
Mateo 16:18Y edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.
2 Crónicas 16:9Porque los ojos del Señor recorren toda la tierra para fortalecer a aquellos cuyo corazón es perfectamente suyo.

¿PREOCUPARME YO?

Lectura: Números 13:26-33.
“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” Filipenses 4:6
Siempre que un predicador comienza a hablar acerca de la preocupación, siento que un par de ojos me están mirando fijamente. Sin siquiera volverme, sé que mi esposo me está mirando para ver si estoy prestando atención.
Detesto admitirlo, pero soy una eterna preocupada. Y precisamente porque hay muchísimas personas que son como yo, Jesús trató este problema en Mateo 6:25-34 cuando dijo: «No os afanéis». No se afanen por las necesidades básicas de la vida -alimento, vestido, vivienda- y no se afanen por el día de mañana.
La preocupación puede ser síntoma de un problema mayor. Algunas veces, es una falta de gratitud a la manera en que Dios ha cuidado de nosotros en el pasado. O tal vez es una falta de fe de que Dios realmente es digno de confianza. O puede ser una negativa a depender de Dios en vez de depender de nosotros mismos.
Algunas personas amplían el círculo de la preocupación hacia sus familias, amigos e iglesias. Se parecen mucho a los diez espías en números 13:26-33 quienes difundieron su temor y duda a todos los demás. Pero aquellos que pusieron su confianza sólo en Dios pueden ponerse junto a Josué y Caleb, los únicos del grupo de doce a quienes Dios les permitió la entrada a la Tierra Prometida.
No permitas que las preocupaciones te frenen de lo que puede que Dios esté tratando de enseñarte. Él te invita a llevar tus pensamientos de angustia directamente a Él (Filipenses 4:6).
Para que no estés afanoso por nada, ora por todo.

viernes, 10 de julio de 2009

ALABANZA MATUTINA

Una joven profesional se fue de su hogar a la ciudad de New York. Le alquiló un cuarto a una anciana de Suecia que había emigrado a los Estados Unidos años antes. La propietaria le ofreció una habitación limpia, baño común y, además, podía utilizar la cocina, todo a un precio razonable.

La pequeña mujer sueca de pelo blanco, estableció con claridad las reglas de la casa. Nada de bebidas o cigarros, ni comida en los cuartos, etc. Haciendo una pausa a mitad de su declaración, la señora preguntó:

-¿Canta usted? ¿Toca algún instrumento? ¡La música es buena! Yo solía tocar el piano en la iglesia, pero ya no lo hago. Estoy muy vieja. Mi oído ya no es tan bueno, pero amo alabar a Dios con la melodía. Él ama la música.

Después de un día completo de ajetreo en el nuevo cuarto, la joven durmió profundamente hasta las cinco y treinta de la mañana. Despertó por horribles ruidos provenientes del piso inferior. Bajó las escaleras y siguiendo el sonido llegó hasta la puerta de la cocina. Allí estaba la señora, frente al fogón, acicalada para ese nuevo día, ¡cantando con júbilo a todo lo que daban sus pulmones!

La joven nunca había escuchado una voz tan horrible. No obstante, era preciosa para Dios, y la escuchó repetidamente cada amanecer, mientras vivió en la habitación alquilada, ubicada justo sobre la cocina.

La dama sueca falleció pocos años después. La joven siguió su camino, se casó y tuvo su propia familia. Ahora se encuentra sola, y su sentido del oído se ha deteriorado un poco. Sin embargo, cada mañana se le puede ver frente al fogón cantando, fuera de tono y en voz alta, ¡pero llena de gozo, alabando al Señor!

¡Una forma gloriosa de comenzar el día!

Salmo 100:2
Venid ante Él con cánticos de júbilo.

CIEN HORAS DE OSCURIDAD

El niño, Josué Dennis, tenía apenas diez años de edad cuando ocurrió lo inesperado. Se perdió en un dédalo de galerías interminables de una mina abandonada. Pero no fue cuestión de unos momentos. Fueron cien horas. Cuatro días. Cuatro días de oscuridad casi total. Cuatro días sin comer ni beber. Cuatro días sin ver a nadie. Cuatro días oyendo sólo el apagado rumor de una corriente de agua en las entrañas de la tierra.

Josué iba con un grupo de compañeros que andaban de excursión, y parte del paseo incluía explorar una mina abandonada. Quién sabe cómo, el niño se separó de su grupo y, en medio de la oscuridad, no pudo encontrar la salida. Pero lo halló una patrulla de rescate. Estaba extenuado, pero vivo.

«Recordé las palabras de mi madre —dijo Josué—. Ella decía: “Cuando te veas en alguna dificultad, ora.” Y yo estuve orando a Dios todo el tiempo, pidiéndole que me vinieran a rescatar.»

¿Tiene algún valor la oración? ¿Hay algún beneficio, o más aún, alguna validez en levantar nuestra voz al cielo pidiendo de Dios su ayuda? Algunos han dicho que la oración no es más que una actitud de último recurso que no vale ni el aliento que empleamos en expresarla. Y lo cierto es que si nuestras oraciones, o nuestros rezos, no son más que clamores de angustia de último momento, a fuerza de alguna emergencia, quizás entonces no tengan valor.

En cambio, si hemos establecido una relación personal con Dios, si Cristo es nuestro amigo porque lo hemos recibido como el Señor de nuestra vida, y si sabemos con absoluta seguridad que Él nos oye, nuestra oración recibirá una respuesta divina.

Cualquiera puede pasar por períodos de tristeza y desaliento, de pobreza y abandono, de enfermedad y dolor, porque estas son contingencias comunes de la vida humana. Pero el que tenga fe en Dios, si ora con la confianza de un niño porque cree en Él, podrá soportar toda situación sin caer en la desesperación y sin renegar de Dios. La fe en Cristo será siempre una llama encendida que nada puede apagar y que siempre disipa cualquier clase de sombras.

Si hacemos de Jesucristo el Señor y Salvador de nuestra vida, una luz se encenderá en nuestra alma: la luz de la esperanza, la luz de la fe. Y con esa luz, o encontraremos la paz que Dios da en medio del dolor, o encontraremos la salida de cualquier caverna adversa en la que estemos. No nos alejemos de Dios. No perdamos la fe. Mantengamos viva la comunión con Cristo. Él quiere ser nuestro amigo.

Hermano pablo

CIMIENTOS

La torre más alta del mundo está en Toronto, Canadá. El primer observatorio se encuentra a 340 metros de altura y el segundo a 545 metros. Las fotografías y los centros de información dentro de la misma torre ayudan a los visitantes a comprender la magnitud del proyecto. Se removieron sesenta y dos toneladas de tierra a una profundidad de quince metros para poder echar los cimientos de este rascacielos.
Desde 1972 hasta 1974, trabajaron en la torre tres mil obreros. Protegidos con sogas de seguridad, algunos operarios colgaban del exterior de la gigantesca construcción para poner los toques finales. Es digno de destacar que ni un solo trabajador sufrió accidentes o murió en la realización de esta construcción.
Actualmente, un veloz ascensor transporta a los visitantes hasta arriba desde donde pueden disfrutar de una asombrosa vista panorámica de la ciudad y los alrededores. Muchos comentan: “Valió la pena el costo, el tiempo y el esfuerzo empleados en la construcción de la Torre CN”.Nosotros también necesitamos un sólido fundamento para encarar a diario la vida. Al orar y dedicar tiempo para estar con nuestro Padre celestial, fortalecemos nuestros “cimientos espirituales”, nuestra base de sustentación en la vida. Vemos mucho mejor si nos elevamos al punto de vista de Dios, y no nos sentimos abrumados por las cosas que se presentan en nuestro camino. Cuando sentimos que estamos en el aire, apenas agarrados de la cornisa, podemos alentarnos al saber que Él nos sostiene. Su cimiento es fuerte y seguro, y jamás va a agrietarse o derrumbarse.
Mateo 7:25Descendió lluvia, y vinieron ríos, y, soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.

UNA EXCEPCION

Lectura: Isaías 53:4-12.
“¿Quién de vosotros Me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no Me creéis? El que es de Dios, las palabras de Dios oye” Juan 8:46-47
¿Existe alguna persona perfecta viva hoy? No según el psiquiatra de la Universidad de Harvard, Jerome Groopman. En su fascinante libro How Doctors Think (Cómo piensan los doctores), él expresa su acuerdo con las profundas verdades que se encuentran en la Biblia. Escribe: «Todo tiene defectos, en algún momento, ya sea de obra o pensamiento, desde Abraham, pasando por Moisés, hasta los apóstoles».
Pero, ¿qué acerca de Jesucristo? Él desafió a Sus oyentes en cuanto a Sí mismo: «¿Quién de vosotros Me redarguye de pecado?» (Juan 8:46). El veredicto de los discípulos, después de haber tenido oportunidad de escudriñar Su vida al menos durante tres años, es que Él era sin pecado (1 Pedro 2:22; 1 Juan 3:50.
¿Acaso Jesús fue un milagro moral, la única Persona sin pecado en toda la procesión de humanos pecaminosos? Sí, Él fue la excepción intachable a esta observación del apóstol Pablo: «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23). ¡Y esa palabra, todos, nos incluye tanto a ti como a mí!
Debido a que toda la humanidad ha pecado, podemos regocijarnos de que Jesús -Él y sólo Él- estaba calificado para ser el Sacrificio sin mancha que necesitábamos.
Demos gracias por Jesucristo, quien llevó nuestros pecados sin tener pecado alguno -¡la única excepción!
Sólo Jesús, el sacrificio perfecto, puede declarar perfectas a personas culpables.

jueves, 9 de julio de 2009

¿DÓNDE ESTABAS TÚ CUANDO YO TE NECESITABA?

Solemne, transcurría el funeral. Yacía en la caja un eminente clérigo que había dedicado toda su vida a servir a la humanidad. Largas filas de personas que habían recibido de él algún consejo sabio, alguna ayuda espiritual, incluso algún beneficio material, testificaban cuándo, cómo y en qué circunstancias el reverendo les había ayudado.

En eso se acercó al ataúd un joven de unos treinta años de edad. Estaba mal vestido, sucio, con barba de una semana y con todas las trazas de alcohólico. Miró detenidamente al cadáver en la caja y, con emociones encontradas como de tristeza mezclada con resentimiento y odio, dijo: «Papá, ahora me doy cuenta dónde estabas tú cuando yo más te necesitaba.»

Esta historia verídica, con profundo sentido humano, de un pastor eminente que dedicó toda su vida a proveer ayuda espiritual y consejo profesional a miles de personas, pero que no tuvo tiempo de prestarle atención a su propia familia, nos deja una tremenda lección.

El proverbista Salomón, entre sus sabias máximas, escribió la siguiente: «Me obligaron a cuidar las viñas; ¡y mi propia viña descuidé!» (Cantares 1:6). Qué fuerte reprensión es ésta a los padres que cuidan de todo y de todos, pero se olvidan de ser amigos, consejeros y verdaderos padres de sus propios hijos.

El pastor de la historia aconsejó a miles, hasta tener en su archivo más de tres mil tarjetas con nombres de personas a quienes había ayudado psicológica y espiritualmente. Pero entre esas tarjetas no aparecía la de su hijo.

¿Quiénes deben tener prioridad en el corazón, en los sentimientos y en el calendario de un esposo y padre? Su esposa y sus hijos. Nadie tiene más derecho que ellos a la atención, al amor, al cuidado y a la protección de ese padre.

A cada uno de los que somos padres nos conviene examinarnos en este sentido. ¿Les hemos dado a nuestros hijos la atención, el tiempo y el interés que ellos tanto necesitan de nosotros? Nuestra responsabilidad primaria es, sin excepción, la familia: esposa e hijos. Nadie ni nada en este mundo debe ser más importante que nuestra familia.

Jesucristo, que es el Señor de la vida, puede hacer de un hombre, desde el más sencillo hasta el más ilustre, un gran padre. Él quiere ayudar a cada uno. Basta con que nos postremos ante Él y le digamos con toda sinceridad: «Señor, me entrego a ti. ¡Ayúdame!»

hermano Pablo