jueves, 29 de mayo de 2008

EL DIA EN QUE JESUS GUARDO SILENCIO

Aún no llego a comprender cómo ocurrió, si fue real o un sueño. Solo recuerdo que ya era tarde y estabá en mi sofá preferido con un buen libro en la mano. El cansancio me fue venciendo y empecé a cabecear…
En algún lugar entre la semi-inconsciencia y los sueños, me encontré en aquel inmenso salón, no tenía nada en especial salvo una pared llena de tarjeteros, como los que tienen las grandes bibliotecas. Los ficheros iban del suelo al techo y parecía interminable en ambas direcciones.
Tenían diferentes rótulos. Al acercarme, me llamó la atención un cajón titulado: “Muchachas que me hangustado”. Lo abrí descuidadamente y empece a pasar las fichas. Tuve que detenerme por la impresión, había reconocido el nombre de cada una de ellas: ¡se trataba de las muchachas que a mí me habían gustado!
Sin que nadie me lo dijera, empecé a sospechar de donde me encontraba. Este inmenso salón, con sus interminables ficheros, era un crudo catálogo de toda mi existencia.
Estaban escritas las acciones de cada momento de mi vida, pequeños y grandes detalles, momentos que mi memoria había ya olvidado.
Un sentimiento de expectación y curiosidad, acompañado de intriga, empezó a recorrerme mientras abría los ficheros al azar para explorar su contenido.
Algunos me trajeron alegría y momentos dulces; otros, por el contrario, un sentimiento de vergüenza y culpa tan intensos que tuve que volverme para ver si alguien me observaba.
El archivo “Amigos” estaba al lado de “Amigos que traicioné” y “Amigos que abandoné cuando más me necesitaban”.
Los títulos iban de lo mundano a lo ridículo. “Libros que he leído”, “Mentiras que he dicho”, “Consuelo que he dado”, “Chistes que conté”, otros títulos eran: “Asuntos por los que he peleado con mis hermanos”, “Cosas hechas cuando estaba molesto”, “Murmuraciones cuando mamá me reprendía de niño”, “Videos que he visto”…
No dejaba de sorprenderme de los títulos.En algunos ficheros habían muchas mas tarjetas de las que esperaba y otras veces menos de lo que yo pensaba.Estaba atónito del volumen de información de mi vida que había acumulado.
¿Sería posible que hubiera tenido el tiempo de escribir cada una de esas millones de tarjetas? Pero cada tarjeta confirmaba la verdad. Cada una escrita con mi letra, cada una llevaba mi firma.
Cuando vi el archivo “Canciones que he escuchado” quedé atónito al descubrir que tenía más de tres cuadras de profundidad y, ni aun así, vi su fin. Me sentí avergonzado, no por la calidad de la música, sino por la gran cantidad de tiempo que demostraba haber perdido.
Cuando llegué al archivo: “Pensamientos lujuriosos” un escalofrío recorrió mi cuerpo. Solo abrí el cajón unos centímetros.. Me avergonzaría conocer su tamaño. Saqué una ficha al azar y me conmoví por su contenido. Me sentí asqueado al constatar que “ese” momento, escondido en la oscuridad, había quedado registrado… No necesitaba ver más…
Un instinto animal afloró en mí. Un pensamiento dominaba mi mente: Nadie debe de ver estas tarjetas jamás. Nadie debe entrar jamás a este salón..¡Tengo que destruirlo!.
En un frenesí insano arranqué un cajón, tenía que vaciar y quemar su contenido. Pero descubrí que no podía siquiera desglosar una sola del cajón. Me desesperé y trate de tirar con mas fuerza, sólo para descubrir que eran mas duras que el acero cuando intentaba arrancarlas.
Vencido y completamente indefenso, devolví el cajón a su lugar.Apoyando micabeza al interminable archivo, testigo invensible de mis miserias, y empecé a llorar. En eso, el título de un cajón pareció aliviar en algo mi situación:
“Personas a las que les he compartido del amor de Jesús”. La manija brillaba, al abrirlo encontré menos de 10 tarjetas. Las lagrimas volvieron a brotar de mis ojos. Lloraba tan profundo que no podía respirar. Caí de rodillas al suelo llorando amargamente de vergüenza. Un nuevo pensamiento cruzaba mi mente: nadie deberá entrar a este salón, necesito encontrar la llave y cerrarlo para siempre.
Y mientras me limpiaba las lagrimas, lo vi. ¡Oh no!, ¡por favor no!, ¡El no!, ¡cualquiera menos Jesús!. Impotente vi como Jesús abría los cajones y leía cada una de mis fichas. No soportaría ver su reacción. En ese momento no deseaba encontrarme con su mirada.
Intuitivamente Jesús se acercó a los peores archivos. ¿Por qué tiene que leerlos todos? Con tristeza en sus ojos, buscó mi mirada y yo bajé la cabeza de vergüenza, me llevé las manos al rostro y empecé a llorar de nuevo. El, se acerco, puso sus manos en mis hombros.
Pudo haber dicho muchas cosas. Pero el no dijo una sola palabra. Allí estaba junto a mí, en silencio. Era el día en que Jesús guardó silencio… y lloró conmigo.
Volvió a los archivadores y, desde un lado del salón, empezó a abrirlos, uno por uno, y en cada tarjeta firmaba su nombre sobre el mío. ¡No!, le grité corriendo hacia El.
Lo único que atiné a decir fue solo ¡no!, ¡no!, ¡no! cuando le arrebaté la ficha de su mano. Su nombre no tenía por que estar en esas fichas. No eran sus culpas, ¡eran las mías! Pero allí estaban, escritas en un rojo vivo. Su nombre cubrió el mío, escrito con su propia sangre. Tomó la ficha de mi mano, me miró con una sonrisa triste y siguió firmando las tarjetas.
No entiendo como lo hizo tan rápido. Al siguiente instante lo vi cerrar el último archivo y venir a mi lado. Me miró con ternura a los ojos y me dijo:
Consumado es, está terminado, yo he cargado con tu vergüenza y culpa.
En eso salimos juntos del Salón… Salón que aún permanece abierto…. Porque todavía faltán más tarjetas que escribir…
Aún no se si fue un sueño, una visión, o una realidad… Pero, de lo que si estoy convencido, es que la próxima vez que Jesús vuelva a ese salón, encontrará más fichas de que alegrarse, menos tiempo perdido y menos fichas vanas y vergonzosas.
Romanos 10:13-15 (Nueva Versión Internacional)
13 porque todo el que invoque el nombre del Señor será salvo.14 Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique?15 ¿Y quién predicará sin ser enviado? Así está escrito: ¡Qué hermoso es recibir al mensajero que trae buenas nuevas!

ARREPENTIMIENTO Y REGOCIJO

Lectura: Salmo 51
La Biblia En Un Año:
Daniel 7-9
Abandone el impío su camino . . . y vuélvase al Señor, que tendrá de él compasión. . . . --Isaías 55:7.

Una mujer cristiana preguntó a otro creyente cómo estaba. Con una amplia sonrisa contestó: «¡Arrepintiéndome y regocijándome, hermana!»
Creo que este hombre andaba en un espíritu de arrepentimiento: confesando a diario y volviéndose de sus pecados, al tiempo que se regocijaba en el perdón de Dios.
Puesto que el arrepentimiento honesto implica tristeza, podemos olvidar que el arrepentimiento conduce al regocijo. Cuando nos arrepentimos por primera vez y nos hacemos creyentes experimentamos un gran gozo. Pero si luego optamos por vivir con pecado no confesado, ese gozo se pierde.
David creía que su gozo podía restaurarse. Después de derrramar su oración de arrepentimiento a Dios hizo esta humilde súplica: «Restitúyeme el gozo de tu salvación» (Salmo 51:12). Cuando David se volvió al Señor recuperó su sentido de propósito: «Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti» (v.13). Por medio de su fe en un Dios perdonador y misericordioso, David comenzó a regocijarse de nuevo en su salvación (vv.14-15).
¿Pierdes a veces el gozo de tu salvación por no lidiar con tus pecados? Si los confiesas, Dios te perdonará (1 Juan 1:9). Él restaurará tu gozo y te ayudará a vencer el pecado que te atormenta. Eso es lo que significa ser un cristiano que «se arrepiente y se regocija».
LA CONVICCIÓN NOS PONE TRISTES. LA CONFESIÓN NOS DA ALEGRÍA.

miércoles, 28 de mayo de 2008

EL LABRADOR Y SU HIJO (UNIDAD)

Un labrador anciano tenía varios hijos jóvenes que se llevaban mal entre sí, peleaban contantemente.
Un día les congregó a todos y mando traer unas cuántas varas, las colocó todas juntas e hizo un haz con ellas, les preguntó cuál de ellos se atrevía a romperlo.
Uno tras otro todos se esforzaron para lograrlo, pero ninguno pudo conseguirlo.
Entonces el padre desató el haz y tomando las varas una a una les mostró cuán fácilmente se partían, y enseguida les dijo:
-De esta manera, hijos míos, si estáis todos unidos nadie podrá venceros; pero si estáis divididos y enemistados el primero que quiera haceros mal os perderá.

Efesios 4:3
Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz
.4 Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también fueron llamados a una sola esperanza;
5 un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo;
6 un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y por medio de todos y en todos.

LA VERDAD LIBERA

Lectura: Juan 8:28-36
Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. --Juan 8:32.
Un amigo mío cristiano compartió conmigo varios problemas en una conversación telefónica. Particularmente le preocupaban su frustración y su ira. Pero aparentemente, le ayudaba conversar con alguien. Al día siguiente me envió este mensaje electrónico: «Después de hablar contigo leí las notas que tengo en mi Biblia y encontré varias páginas que me hablaban personalmente. Sin embargo, lo que más me ayudó fue darme cuenta de que el cristianismo es realmente la verdad. Supongo que para un cristiano, esto debería ser obvio. Pero para mí fue un fresco recordatorio de que Jesús es en verdad el Hijo de Dios y que me ama.»
El escritor Os Guinnes cuenta de un cristiano joven e inquisidor que exclamó: «Siempre supe que la fe cristiana era verdad, pero nunca me dí cuenta ¡de que era tan verdad!»
Mientras estos creyentes buscaban entender mejor el evangelio descubrieron de nuevo lo que Jesús prometió: «Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32).
¿Necesitas darte cuenta de nuevo de lo que es la verdad en tu vida? Entonces pasa tiempo escudriñando las Escrituras (la verdad escrita), y busca fervientemente a Jesucristo (la verdad viva). Al poco tiempo, la vieja y conocida verdad de Jesús y su amor se volverán refrescantemente nuevas para ti y te harán verdaderamente libres.
EL ÚNICO CAMINO A LA LIBERTAD ES LA VERDAD DE CRISTO.

martes, 27 de mayo de 2008

COMO LOS ARBOLES DE CALIFONIA REDWOODDS

Aunque nunca he visto los árboles Sequoia de California, conocidos como los “Redwoods”, me han comentado que son espectaculares. Algunos llegan a tener hasta 100 metros de altura.
Raramente, estos grandes árboles tienen unos sistemas de raíces inusualmente cortas que solo se encuentran debajo de la superficie del suelo para obtener toda la humedad de la superficie posible. Y esta es su vulnerabilidad.
Sin embargo, muy pocas veces se verá uno de estos gigantes derribado por tormentas porque ellos crecen en rocas y sus raíces enredadizas proveen sosten el uno para el otro en tiempo de vientos recios.
Cuando estamos juntos, ya sea como familia iglesia o amigos, proveemos esta misma clase de sostén.El dolor y el sufrimiento nos llega a todos. Pero, así como estos gigantes árboles Sequoia, podemos ser sostenidos en esos tiempos díficiles por el toque de las vidas de otros. El saber que tenemos a alguien; que no estamos solos; que hay alguien que está dispuesto a tocarnos, sostenernos, guardarnos de ser destruidos.

Gálatas 6:2 “Sobrellevad los unos las cargas de los otros;
”Romanos 12:15 “Gozaos con los que se gozan: llorad con los que lloran.
”1 Corintios 12:26-27 “Y si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; y si un miembro es honrado, todos los miembros se regocijan con él. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él.

APRENDE A DAR

Lectura: Lucas 19:1-10
Y Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes daré a los pobres. . . . --Lucas 19:8.
Muchas personas que viven en países ricos han llegado a sentir una carga por la acumulación de bienes materiales que ya no necesitan ni usan. Pero les cuesta mucho deshacerse de cosas que obstruyen sus casas y sus negocios. Después de mudarse cinco veces en cuatro años, una mujer dijo: «¿Sabes cuántas cosas traje a cada una de las casas? Me he dicho a mí misma: "¿Dónde tenías la cabeza cuando mudaste todo esto?"» Entonces contrató a un organizador profesional para que la ayudara a aprender a deshacerse de cosas.
La gente se aferra a sus posesiones por muchas razones diferentes. Parece que Zaqueo tenía ese problema porque era avaro (Lucas 19:1-10). Pero la historia de este acaudalado cobrador de impuestos que se subió a un árbol para ver a Jesús culminó en un cambio total de corazón cuando Zaqueo dijo: «He aquí, Señor, la mitad de mis bienes daré a los pobres» (v.8). Luego prometió: «Si en algo he defraudado a alguno, se lo restituiré cuadruplicado.» Jesús respondió diciendo: «Hoy ha venido la salvación a esta casa» (v.9).
La nueva libertad espiritual que Zaqueo encontró se pudo observar cuando él pasó de recibir a dar. El hecho de que ya no fuera tan avaro reveló un corazón renovado.
¿Sucede lo mismo con nosotros?
NO HABREMOS APRENDIDO A VIVIR HASTA QUE NO HAYAMOS APRENDIDO A DAR.

MEDICO, CURATE A TI MISMO

Todo estaba preparado para la operación. Y todo obedecía las más rigurosas reglas de higiene y asepsia. Las enfermeras estaban listas. El equipo quirúrgico estaba listo. Y aunque no era una operación difícil, la corrección de una hernia, era una circunstancia especial. El cirujano sería el doctor Coronel Truta, de setenta años de edad, de Bucarest, Rumania.
Se administró anestesia local profunda. Luego el doctor empuño el bisturí y abrió el vientre. Prosiguió con la destreza de un veterano cirujano y rectificó el daño. Pero lo raro de esta operación era que Truta se la estaba haciendo a sí mismo. Se trataba de una autocirugía.

«Lo hago -explicó el doctor Truta- para demostrar que es posible, y para que vean que lo que enseño, lo practico, hasta en mí mismo.»

No podemos menos que admirar a este cirajano que, con su propia mano aplicada a sí mismo, dio prueba que estaba dispuesto a demostrar en carne propia que él practicaba lo que enseñaba. Pero el doctor Truta ilustró algo más. Ilustró un dicho antiguo que, en cierta ocasión, citó el Señor Jesucristo mismo: «¡Médico, cúrate a ti mismo!" (Lucas 4:23). Y en efecto, Cristo realizó en sí mismo la cura radical de los pecados de toda la humanidad cuando dio su vida en la cruz del
Calvario. Ampliando la lección, ¡qué fácil nos es demandar de otros lo que nosotros mismos no queremos hacer! El ejemplo clásico es el del padre que le dice al hijo qué cosas debe y no debe hacer, pero su propio comportamiento es todo lo contrario. Ante esto hay que decir: «Médico,
cúrate a ti mismo.»
¿Y qué de la autoridad civil, política o militar que le aplica a sus ciudadanos la fuerza de la ley cuando ellos mismos viven al margen de sus propias demandas? Aquí, también, hay que decir: «Médico, cúrate a ti mismo.»
Tenemos, también, al esposo para quien la absoluta fidelidad matrimonial no existe, y sin embargo si su esposa hace lo mismo, la mata. «Médico, cúrate a ti mismo.»
¿Y qué del líder religioso que exige de sus feligreses que lleven una vida de santidad y pureza, y él mismo anda adulterando no sólo su vida, sino también los principios sanos que él mismo predica? «Médico, cúrate a ti mismo.»
Seamos sinceros. Aconsejemos con nuestra vida y no sólo con los labios. Así lo hizo nuestro Maestro, el Señor Jesucristo.