lunes, 27 de junio de 2016
lunes, 16 de mayo de 2016
lunes, 25 de abril de 2016
ES SIEMPRE BUENO MIRAR HACIA ATRÁS
El camionero Robin MacAllen de Toronto, Canadá, puso en marcha el
motor de su vehículo. El camión estaba cargado con varillas de hierro, y
Robin estaba saliendo del corralón de materiales.
Como conocía bien el lugar, Robin casi nunca miraba hacia atrás
cuando retrocedía. Siempre suponía que tenía suficiente espacio libre.
Pero esta vez, al retroceder, chocó contra otro camión que Robin no
había advertido, y ocurrió lo insólito. Una varilla —una sola varilla
de la carga— se corrió hacia adelante, traspasó el vidrio trasero de la
cabina del camión, entró por la nuca de Robin y salió por la frente.
Increíblemente, el desprevenido camionero no murió. La varilla, de
milagro, pasó entre los dos hemisferios de su cerebro, sin causar daño
mortal. A Robin lo llevaron de emergencia al hospital, y el comentario
sentencioso del cirujano Friedman, que le extrajo la varilla, fue:
«Hay veces en la vida en que conviene mirar hacia atrás.»
¡Qué lección tan poderosa la de esta frase del doctor Friedman!
Mirar hacia atrás es examinar nuestra vida pasada. Es repasar las
experiencias. Es analizar la conducta. Y quien con ojos objetivos mira
su vida de ayer y estudia los motivos y las razones por los que hizo lo
que hizo, tendrá la madurez necesaria para conducir su vida presente
hacia triunfos y victorias.
Es realmente sabio poder prever consecuencias y luego, en todas
las decisiones, tener presentes esas consecuencias. Solamente la
persona que mira hacia atrás, examinando sus hechos pasados, puede
prever consecuencias y ordenar su vida presente con cordura y sensatez.
«Hay veces en la vida en que conviene mirar hacia atrás», le dijo
el doctor Friedman a Robin MacAllen. Mejor le hubiera dicho: «Siempre
conviene mirar hacia atrás. Siempre conviene aprender del pasado.
Siempre conviene medir nuestra conducta conforme a las experiencias
vividas. Siempre conviene tener presentes las lecciones que nuestro
ayer nos ha dejado.»
Si nuestra vida no ha rendido el fruto que debe, y hemos tenido
heridas, frustraciones y malentendidos, es porque toda nuestra vida es
un espejo que refleja lo que le hemos dado. La vida nos paga según
nuestra inversión en ella. Lo que sembramos es precisamente lo que
cosechamos.
Para poder aprender del pasado y del presente, pidámosle a Cristo
que sea nuestro Señor. Él quiere ser nuestro Maestro. Abrámosle nuestro
corazón.
Hermano Pablo
CINTURONES EN LA CIUDAD
Fue un cinturón de fuego de tumultos y de violencia que a fines de
abril de 1992 rodeó una gran zona de la ciudad de Los Ángeles,
California. En tres días se produjeron 3.300 incendios, se saquearon y
se destrozaron miles de comercios, se enfrentaron las pandillas con la
policía, y se vivió la furia del motín.
Tres semanas después de los disturbios se formó otro cinturón. Un
cinturón humano. Un cinturón de hombres y mujeres, niños y adultos que,
tomados de la mano, rodearon la zona devastada. Eran personas de
ciento veinte grupos religiosos, que deseaban mostrar su esperanza de
que la paz y la armonía podían restaurarse en la atribulada ciudad. El
mundo entero se dio cuenta del tumulto, y el mundo entero se dio cuenta
también del cinturón de paz.
Estas inquietudes sociales son típicas de la época en que vivimos.
Los motines de Los Ángeles fueron terribles. Diez mil comercios,
grandes y chicos, quedaron destruidos. El desempleo subió, de la noche a
la mañana, a un cuarenta por ciento. Y los arrestos policiales
ascendieron a más de diez y siete mil. Pero fue admirable la
solidaridad fraternal que se produjo a raíz de los sucesos.
Hay muchos que compartimos interés y pasión por el bienestar
social, por la paz en las familias, por la integridad en las relaciones
humanas, y por la justicia en el corazón del hombre. Si los que
tenemos esa preocupación manifestamos nuestra inquietud, quizá eso dé
comienzo a deponer los odios raciales y religiosos, y las antipatías
sociales y nacionalistas. Quizá podamos lograr que unos y otros, los de
una parte y los de otra, alrededor de este mundo en convulsión, se unan
en comprensión y en amistad.
Cuando eso suceda, comenzarán a cesar la violencia, la desigualdad
social y las guerras. Nacerá una hermandad universal que unirá en uno
no sólo manos sino corazones. Quizá sea soñar demasiado, pero la
horrible condición social del mundo demanda que comencemos con algo,
aunque sea sólo un sueño.
Sin embargo, aun para el que piensa que un cinturón humano de paz
universal sea un sueño irrealizable, hay algo que sí se puede
realizar. Es la paz que, como individuo, puede tener en su propio
corazón. Cuando Cristo es el Señor de nuestra vida, el milagro del
«nuevo nacimiento» ocurre en nosotros. Ese nuevo nacimiento trae
consigo nuevos ideales, nuevos propósitos, nuevos impulsos y un nuevo
corazón. Cristo desea darnos esa paz. Aceptémoslo como Señor hoy mismo.
Hermano Pablo
CUANDO DE REPENTE SE PIERDE LA VISTA
A los nueve años de edad tenía vista de lince, gran aptitud para
correr, e inteligencia sobresaliente. Pero a los diez, en un juego de
cricket, recibió un terrible pelotazo en el ojo derecho, y a las pocas
semanas Cyril Charles, un niño de la isla Trinidad, quedó casi
totalmente ciego.
¿Qué hace un niño de diez años de edad que de repente pierde la
vista? Hace lo que, por lo general, no hacen los adultos. En esto
podríamos nosotros los adultos aprender de los niños.
Cyril Charles, sin amilanarse, comenzó de inmediato a aprender el
braille y, mientras lo aprendía, continuó cursando sus estudios. Aunque
lo muy poco que veía aparecía borroso, continuó también practicando el
fútbol y el atletismo. Con el paso del tiempo Cyril no sólo se
convirtió en un estudiante singular, sino que sobresalió en el deporte.
Y a los veinte años ganó una maratón para minusválidos.
Al año de ganarse esa carrera, con los adelantos de la ciencia fue
operado de la vista, y Cyril recuperó su visión. Había pasado muchos
años en sombras, pero resurgió, por fin, a la luz y a esperanzas
cumplidas.
Una desgracia física no es el fin de la vida. El mundo no se
detiene porque uno haya sufrido un percance. Es cierto que hay que
hacer ajustes. A veces es cuestión de enfrentar un nuevo régimen de
acción, pero la vida sigue. Y la esperanza, la fuerza de voluntad, la
férrea resolución, la tenacidad y la constancia traen, con el tiempo,
el triunfo.
No perdamos la fe. La fe en uno mismo y la confianza en los
semejantes producen una esperanza que trasciende toda tragedia humana.
El cuerpo físico puede nacer contrahecho o débil. Puede deteriorarse.
Puede, incluso, perder uno de sus miembros o uno de sus sentidos
físicos. Pero si dentro del cuerpo tenemos el alma viva y pujante,
triunfaremos porque ésta nos sostendrá.
No perdamos la fe. Creamos, más bien, en Dios. La fe en Dios
nuestro Creador produce una fuerza en nosotros mil veces mayor que la
fuerza humana. Las competencias deportivas para minusválidos que se
realizan ya en casi todas partes del mundo están demostrando que cojos,
mancos, paralíticos, ciegos y otros muchos impedidos pueden vencer
obstáculos increíbles.
No perdamos la fe. Aferrémonos, más bien, a la mano de Dios.
Creamos como creía el apóstol Pablo, que dijo: «Todo lo puedo en Cristo
que me fortalece» (Filipenses 4:13).
Hermano Pablo
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