miércoles, 15 de octubre de 2014

DEPENDENCIA

Me gustaría comenzar este escrito, compartiendo con los lectores lo que el diccionario nos dice acerca de la palabra “dependencia”, sobre todo en una de sus acepciones:
DEPENDENCIA: “Subordinación a un poder mayor”…
Por causa de este mundo convulsionado en el que nos toca vivir, esta palabra quizás se nos presenta en primera instancia con una carga negativa, como cuando hablamos por ejemplo:
. de una “dependencia que flagela”, esa que escuchamos tantas veces refiriéndose a la droga, o al alcohol; esa que quita vida y libertad.
. También la “dependencia emocional”, esa que existe entre algunas relaciones amorosas y/o familiares, que anula a la persona; que la obliga a seguir estando con alguien aunque le haga daño, en un sometimiento que “no deja ser.”
. O la más antigua y conocida: la “dependencia del esclavo al amo”, asustadiza y denigrante, en sus más variadas expresiones: esclavitud sexual, esclavitud infantil, esclavitud laboral…
Pero en contrapartida con lo dicho anteriormente, hombres y mujeres podemos experimentar un estado de “dependencia” en el cual sí vale la pena vivir: la DEPENDENCIA DE DIOS. Ésta, paradójicamente nos ofrece la posibilidad de ser verdaderamente libres.
Sí, la maravillosa dependencia que da libertad: Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.” 2º Cor. 3:17
“Y en Cristo tenemos libertad para acercarnos a Dios, con la confianza que nos da nuestra fe en él”. Ef.3:12
-la milagrosa dependencia que da vida: “…yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” Jn. 10:10
-la poderosa dependencia que sana: “Dios sana a los que tienen roto el corazón, y les venda las heridas.” Sal.147:3
-la misericordiosa dependencia que no genera temor: “Recurrí al Señor, y él me contestó, y me libró de todos mis temores.” Sal. 34:4
“No tengas miedo de nadie, pues yo estaré contigo para protegerte. Yo, el Señor, doy mi palabra”. Jer.1:8
-la constructiva dependencia que no subestima: “El Señor que te creó te dice: porque te aprecio, eres de gran valor y yo te amo.” Isaías 43:4
…y por último, (lo que no quiere decir que la lista se agote), la mayor de las paradojas de esta “dependencia de Dios”: la libertad de elegirla, la libertad de depender.
No es una tarea fácil. Nuestra naturaleza humana nos lleva a confundirnos en ese concepto de “libertad”; es difícil aprender a pensar como Dios piensa, tener su mismo sentir, ir por donde Él nos aconseja que vayamos, aceptar y amar a los demás como Él nos exhorta, dominar nuestro corazón orgulloso, tener un concepto equilibrado de nosotros mismos…
Es que, remitiéndonos a la definición del diccionario con el que comenzamos, la mejor decisión como hijos de Dios es “subordinar” nuestra vida entera y con ella nuestras relaciones, nuestras elecciones, nuestras decisiones… a ese “poder mayor” que radica nada más ni nada menos, que en la inconmensurable persona de Dios, el cual promete estar con nosotros, revestirnos de su poder, y para el cual nada es imposible.
Por Andrea Alves

TREINTA Y TRES AÑOS EN SOMBRAS

Cuando tenía seis años de edad, desapareció del pueblo. Nadie volvió a verlo. Y el poblado no era grande. Tenía apenas doce casas y unas cuarenta personas. Todos se conocían de nombre. Conocían los parientes de cada uno. Conocían su vida, sus costumbres, su risa, sus lágrimas.
Pero pasados treinta y tres años de su desaparición, Rudolff Sulzberger emergió de las tinieblas. Sus padres lo habían escondido en el sótano de la casa todo ese tiempo. La única razón era que Rudolff padecía de un leve retraso mental. Johan y Aloisia Sulzberger, de Berg Attergau, Austria, lamentablemente tenían vergüenza de la condición de su hijo.
Aunque este caso no es del todo raro, parece increíble. Que alguien, por padecer un retraso mental o por la razón que sea, esté forzosamente encerrado entre cuatro paredes sin poder salir a la luz del día, sin poder participar de las actividades que su condición admita, sin poder verse con nadie ni ser visto de nadie, es algo que pertenece a la Edad Media. Y lo trágico es que no es un caso único.
Toda persona es precisamente eso, una persona en todo sentido, especialmente en el sentido de ser creación de Dios. Y siendo creación de Dios, esa persona, cualquiera que sea su condición física o mental, merece la misma dignidad, decencia, nobleza y cariño que todos los demás.
Despreciar a alguien, y peor todavía, considerarlo menos que humano, especialmente si su condición es algo de lo cual no tiene ninguna culpa, es lo más indigno, vil e innoble que se pueda imaginar. En cambio, es de veras admirable la atención, la dedicación y el amor que padres, familiares y amigos dan a alguien que sufre cualquier impedimento físico o mental.
Todo el que ha sufrido el desprecio de los demás, especialmente el de familiares, debe saber que, precisamente por ese desprecio, Dios lo tiene más en cuenta. El Señor Jesucristo siempre puso de relieve la condición de los sufridos, de los despreciados, de los abandonados y de los solitarios, y Él tiene un amor, un cariño y una misericordia muy especial para ellos.
Por otra parte, toda persona que no conoce personalmente al Señor carece de dirección. Pero Cristo la espera con los brazos abiertos. Sus palabras son clásicas: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mateo 11:28). Esa invitación es para cada uno de nosotros. No la rechacemos. Aceptémosla hoy mismo.
Hermano Pablo

martes, 14 de octubre de 2014

Este pasado fin de semana tuvimos como invitado especial al Apóstol Tito Di Rocco y su mujer Mavel Di Rocco, fue algo tremendo donde pudimos notar la presencia del Espíritu Santo.

lunes, 13 de octubre de 2014

lunes, 6 de octubre de 2014



«SANO Y NORMAL»

Le encontraron mil ochocientas corbatas de seda; 88 pares de shorts, también de seda; 172 juegos electrónicos, 45 saleros y pimenteros; 32 peines; 28 portaplumas; y una enorme cantidad de billeteras y carteras de cuero fino.
Aquella colección tenía un valor de 45 mil dólares y era el orgullo de su dueño, Ka Kin Chang, de Hong Kong. Ya satisfecho, disfrutaba de su colección cuando la policía se lo llevó preso. Todos esos objetos los había robado a lo largo de ocho años.
«Este hombre es sano y normal —opinó el psiquiatra que lo evaluó—. No me explico por qué robaba.»
He aquí un juicio psiquiátrico interesante. Según los parámetros de la psiquiatría, Ka Kin Chang era un hombre «sano y normal». No había nada en él que se pudiera catalogar como complejo, aberración, paranoia o esquizofrenia. Por el contrario, era un hombre de negocios, culto, educado e inteligente, completamente «sano y normal». Pero robaba. Y además de robar, mentía y llevaba una vida doble, y estaba totalmente inconsciente del daño que hacía. Sin embargo, para la psicología, o por lo menos para el psicólogo que lo examinó, era un hombre «sano y normal». Con razón nos preguntamos: ¿Cómo puede la psiquiatría declarar sano y normal a un sujeto que lleva esa clase de vida?
Si ponemos a ese hombre bajo el escrutinio de las eternas e inmutables leyes divinas, éstas nos muestran que él era un pecador con un carácter corrupto y que por consiguiente no reunía las condiciones del eterno Dios para ser considerado sano y normal.
Los psicólogos podrán dar cualquier dictamen respecto a los delitos que cometen las personas, pero la eterna e infalible Palabra de Dios afirma que la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23). Es decir, la Biblia considera que el pecado es el causante de la muerte, y si el pecado causa la muerte, entonces es una enfermedad, y más aún, es una enfermedad mortal. De modo que al pecador no se le puede calificar como «sano y normal».
Dios determina con justicia lo que es bueno y lo que es malo, lo que es aceptable y lo que es reprochable, y nos dice que todos necesitamos ser transformados. Esa transformación es imprescindible porque estamos enfermos. Sólo Cristo puede limpiar al injusto. Él ya pagó en la cruz el precio de nuestra limpieza. Él quiere vernos sanos.
Hermano Pablo