miércoles, 5 de marzo de 2014

POR EL VALOR DE UN JOVEN

La temperatura era helada: diez grados bajo cero. El viento era fuerte: cuarenta kilómetros por hora. No era tiempo propicio para esquiar. Pero la señora Chris Bailey quiso de todos modos subir a la montaña. Así que llevó a su pequeña hija, Ángela, de cinco años, y las dos subieron al telesquí y empezaron el ascenso.
A la mitad del trayecto, y a veinte metros de altura, la silla en que subían perdió un soporte. La niña se desprendió de la madre y quedó colgando, sostenida de un solo brazo. La tragedia era inminente. Cinco minutos más, y la niña caería del telesquí.
Fue entonces que intervino Samuel Durán, valiente joven de diecisiete años. Trepó como un gato por los hierros de la torre de sostén, se aferró del cable y, desollándose las manos con los alambres, bajó diez metros hasta donde colgaba la niña, y la salvó. La madre, agradecida, expresó su sentimiento con una oración: «Gracias, Padre celestial, por el valor de este joven.»
Esta cuasi tragedia, que no llegó a ser, ocurrió en las montañas de Utah, al comienzo del invierno de 1990. Fue notable la decisión de Samuel Durán de trepar hasta la torre de sostén del cable, deslizarse por el cable mismo, y cobrar fuerza suficiente para rescatar a la pequeña.
Y la expresión de la madre tenía su razón de ser. «Gracias, Padre celestial, por el valor de este joven.» Porque Samuel era un joven tímido, apocado. No había sobresalido ni en el deporte, ni en los estudios ni en ninguna actividad social. Sus conocidos lo habían tenido siempre por «poca cosa».
Pero nadie sabe cuánto puede obrar el poder de la voluntad cuando ésta se necesita. Samuel sintió con urgencia que la salvación de Ángela dependía sólo de él. Si él no la salvaba, la niña moriría.
Dios es esa fuerza imponderable que actúa en los seres humanos en el momento de necesidad. El hombre moderno, intelectual y complejo ha desalojado a Dios de su vida. No lo toma en cuenta, ni siquiera cuando lo necesita. Por eso vive en tensión continua, en frustración y en depresión.
Todos necesitamos con urgencia buscar a Cristo, fuente de verdad, luz y vida. Él es quien da libremente el socorro. Cristo está, ciertamente, en las páginas de la Biblia, pero está también al lado del que lo busca. Él desea ser nuestro Libertador. Permitamos que Él nos salve y nos dé su paz.
Hermano Pablo

lunes, 3 de marzo de 2014


Hay entramos tu y yo por mucho que aveces no te lo creas.
Él se dejo matar ´por ti y por mi.
Él no hace acepción de personas.
Yo decidí que Él me salvara ¿y tu?

miércoles, 26 de febrero de 2014

Este es el deseo de Dios para cada uno de sus hijos.
Lo primero que hay que entender es este deseo del espíritu Santo dicho a través del Apóstol Juan al anciano Gayo es también para nosotros.

Dios desea que usted sea prosperado en todas las cosas y todas las cosas son todas las cosas y eso incluye las finanzas. 

«¡O ROBO UN BANCO, O ME SUICIDO!»

Serio, callado, con gruesos anteojos oscuros, el hombre se acercó a la ventanilla. Las operaciones del banco transcurrían normalmente. Cuando al hombre le tocó su turno, le pasó una nota al cajero: «Esto es un asalto —decía la nota—. Entrégueme todos los billetes de 10, 20, 50 y 100 que tenga.»
El cajero le pasó 980 dólares, que era todo lo que tenía en la caja. El hombre dio media vuelta y luego se detuvo, como confundido. Era ciego, y sin su bastón en la mano no sabía dar un paso. Cuando lo arrestaron y lo llevaron a la policía, declaró: «Estoy al borde de un colapso. ¡O robo un banco, o me suicido!»
Este fue un caso como para telenovela, ocurrido en San Francisco, California. Roberto Dunbar había quedado ciego hacía cuatro años. Vivía de lo que recibía del Seguro Social, pero alguien le había robado su pensión de ese mes, de modo que llevaba días sin comer. Y no tenía parientes ni amigos. Por eso, en medio de un panorama sumamente oscuro, tomó la decisión de asaltar un banco.
La ceguera es una triste circunstancia. Pero más triste aún es el hecho de que un ciego tenga que cometer un delito porque le han robado la pequeña pensión que le da el gobierno. Es como una denuncia contra toda la humanidad, denuncia de un crimen social que nunca debió haber ocurrido.
Lo cierto es que Roberto Dunbar vivía en tinieblas más oscuras todavía. Además de la oscuridad que tenía en los ojos, tenía también el alma sumida en tinieblas. Los ojos de este hombre, y los de muchos como él, quizá nunca perciban de nuevo la luz del día. Pero la luz espiritual puede encenderse en toda alma. Jesucristo dijo: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8:12).
Hay muchas personas que no tienen la luz de los ojos, pero han hallado una luz mil veces más resplandeciente que la luz del sol. Son los que han encontrado la paz y el gozo que da Jesucristo. Sin percibir el color de las flores, ven el color de la esperanza. Sin ver la luz del sol, ven con el alma la luz de la gracia salvadora de Cristo. Sin poder contemplar el rostro de los amados, ven con los ojos del espíritu el rostro amable y compasivo de Jesucristo, porque Él es realmente la luz del mundo.
Esa oscuridad en la que muchos se encuentran, esa noche interminable, se cambiará en día el instante en que Cristo entre a su corazón. Basta con que le den entrada. Él quiere ser su paz, su gozo y su luz.
Hermano Pablo

ASOCIACIÓN ILÍCITA

Koh Bak Kin, de treinta años de edad, era un rico comerciante de Singapur. Se dedicaba a la comercialización de madera fina para muebles, un negocio honrado a todas luces. Gozaba de prestigio social y de solvencia económica.
Bin Fazalda, de treinta y cuatro años, era profesor de escuela secundaria en Singapur. Gozaba de buen nombre en su colegio, donde se le reconocían sus dotes profesionales. Ganaba buen salario. Estaba casado y era padre de cinco hijos. Su vida transcurría tranquilamente en medio de satisfacciones.
Un día, estos dos hombres se unieron para realizar un negocio. Se trataba de transportar veinte kilogramos de heroína a Roma. Adaptaron a sus maletas un doble fondo, solicitaron visa de turismo, sacaron pasaje de avión y partieron para la capital de Italia.
Sin embargo, en el aeropuerto internacional Leonardo da Vinci de Roma los esperaba la INTERPOL. Una denuncia anónima los había delatado. Koh Bak Kin y Bin Fazalda fueron descubiertos, detenidos, requisados y encarcelados. «Asociación ilícita» fue el cargo del que los acusaron.
¿Qué es una asociación ilícita? Es la sociedad que realizan dos o más personas para hacer algo que está penado por las leyes. Estos dos hombres se asociaron para realizar un contrabando de heroína. Los dos pusieron capital. Los dos planearon el negocio. Los dos se comprometieron a ser fieles al contrato y los dos se estrecharon la mano como prueba de su asentimiento. Pero el negocio era delictivo, y la asociación, ilícita.
Así pasa también en el ámbito moral de nuestra vida. La jovencita que a espaldas de sus padres planea una fiesta con sus amigos, y en esa fiesta se bebe licor, se usa droga y se practica la inmoralidad sexual, está realizando una asociación ilícita. El caballero que a espaldas de su esposa planea una salida al teatro, o un paseo en auto en la noche con su secretaria, y esto con fines inconfesables, está realizando una asociación ilícita.
El mal no consiste sólo en que un hecho sea o no ilegal sino en sus consecuencias destructivas. ¡Cómo necesitamos poner todos nuestros negocios, toda nuestra vida, bajo el control de las leyes morales de Dios! Sólo así salvamos nuestra vida. Sólo así nos aseguramos el parabién divino. Sólo así podemos vivir en paz.
Hermano Pablo

viernes, 21 de febrero de 2014