martes, 23 de abril de 2013
viernes, 12 de abril de 2013
«ME GUSTA CORRER RIESGOS»
Helena y su esposo Manuel comenzaron felices su luna de miel. Se
fueron a la costa de su país, Portugal. Para Helena, todo era el
cumplimiento de una ilusión, la feliz conclusión de todo lo que
deseaba. En medio de tal felicidad, Helena y Manuel entraron al mar a
bucear.
Helena vio pasar un buque, y nadó debajo del agua hasta casi rozar
el casco. Manuel le indicó por señas que se apartara del buque, pero
la frase de ella siempre había sido: «Me gusta correr riesgos.» Acto
seguido, Helena se hundió bajo la quilla del barco y nunca la hallaron.
Tenía veinticinco años de edad.
Su noviazgo con Manuel había sido a la carrera. Y su explicación
simplemente era: «Me gusta correr riesgos.» Se casó a los dos meses de
haber conocido a Manuel. Al defender su impetuosidad, sólo decía: «Me
gusta correr riesgos.» Así llevaba Helena su vida. Todo para ella era
riesgos. Tarde o temprano tenía que ocurrirle alguna tragedia.
Es inevitable correr riesgos en esta vida. Algunos hasta sirven
para el desarrollo del carácter y de la fe. Nunca arriesgar nada es
nunca lograr nada. Pero hay una gran diferencia entre un riesgo y otro.
Hay riesgos sanos, así como los hay inútiles. La vida sabia y
saludable no está compuesta de azares, de accidentes, de pálpitos y de
riesgos. A la vida sabia la rigen la inteligencia, la cordura y la
sensatez.
Al mundo mismo lo gobiernan leyes lógicas, sabias y prudentes.
Dios, Creador supremo, lo hizo todo con inteligencia, y lo supeditó a
ciertas leyes. Desde las partículas atómicas más diminutas hasta el
gran cosmos universal que no tiene límite, todo está gobernado por
leyes definidas.
De igual forma, Dios no diseñó la vida nuestra para que cada día
corramos riesgos. Virtudes morales, como la justicia y la integridad,
mezcladas con cualidades mentales, como el entendimiento y la razón,
deben ser las que nos guíen a través de esta vida. Y si a la sabiduría y
a la moralidad añadimos virtudes espirituales, eso garantiza nuestra
supervivencia.
Tal vez la mayor de éstas sea la fe. Cuando ejercitamos la fe —fe
en el Señor Jesucristo, fe que nos une a nuestro Creador y nos hace
actuar de acuerdo con sus leyes divinas—, nos produce protección,
satisfacción y sosiego. No vivamos como esclavos a los riesgos.
Sometámonos más bien a la voluntad de Dios. Con Él no hay riesgos sino
seguridad. Entreguémonos al señorío de Cristo.
Hermano Pablo
jueves, 4 de abril de 2013
martes, 2 de abril de 2013
Amas a Dios de labios o de corazón? AMAS A DIOS DE LABIOS O DE CORAZON ?
San Mateo 7: 19, 20 “Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis”
En algún momento de tu vida, seguramente te has encontrado con personas que piensan de la siguiente manera: “Yo soy un buen cristiano, el hecho que haga cosas que no tengo que hacer no quiere decir que no ame a Dios”.
Muchos dicen amar a Dios, creer en El y “vivir para El”. Que fácil fuera la vida cristiana si solo fuera de decir palabras y ya esta. Las palabras el viento se las lleva. La vida cristiana no puede vivir solo de teoría, la vida cristiana es práctica, la Palabra de verdad se tiene que hacer Vida.
Jesús era muy claro en decir: “Por sus frutos los conoceréis” es decir, tu no puedes andar pregonando que amas a Dios si tus frutos dejan mucho que desear. Amar a Dios es honrarle y parte de honrarle es agradarle y eso solo se logra a través de una vida santa apartada del pecado, es decir, tratar cada día de cometer menos errores.
Pero dime una cosa, ¿Cómo una persona que anda en pecado constante puede decir que ama a Dios?, por esa razón siempre he dicho que las verdaderas personas que aman a Dios, no necesitan pregonarlo para que los demás lo sepan, solo es necesario ver su testimonio para darse cuenta que ama a Dios.
Si tu amas a Dios el resultado se verá en tu rostro, el corazón alegre hermosea el rostro dice la Biblia, las palabras que salen de tu boca, serán agradables, puesto que de la abundancia del corazón habla la boca, sin duda serás una persona de buen vestir en el sentido decoroso, puesto que hasta en eso querrás agradar a Dios, también serás una persona que aborrecerá el pecado y todo aquello que lleve a pisotear el nombre de Jesús.
Amigo mío, si hasta el momento siempre has confesado amar a Dios, pero tu testimonio no ha sido el de un hijo de Dios, este es un buen momento para pedirle perdón a tu Padre Celestial, reconocer que no ha existido en tu corazón un deseo real de amarlo y por ende llevar una buena manera de vivir. Es hora de reconocer tu error y comenzar a dar un verdadero fruto, un fruto del arrepentimiento genuino que existe en tu corazón.
Dios quiere que des fruto, pero un fruto que sea agradable delante de su presencia.
En algún momento de tu vida, seguramente te has encontrado con personas que piensan de la siguiente manera: “Yo soy un buen cristiano, el hecho que haga cosas que no tengo que hacer no quiere decir que no ame a Dios”.
Muchos dicen amar a Dios, creer en El y “vivir para El”. Que fácil fuera la vida cristiana si solo fuera de decir palabras y ya esta. Las palabras el viento se las lleva. La vida cristiana no puede vivir solo de teoría, la vida cristiana es práctica, la Palabra de verdad se tiene que hacer Vida.
Jesús era muy claro en decir: “Por sus frutos los conoceréis” es decir, tu no puedes andar pregonando que amas a Dios si tus frutos dejan mucho que desear. Amar a Dios es honrarle y parte de honrarle es agradarle y eso solo se logra a través de una vida santa apartada del pecado, es decir, tratar cada día de cometer menos errores.
Pero dime una cosa, ¿Cómo una persona que anda en pecado constante puede decir que ama a Dios?, por esa razón siempre he dicho que las verdaderas personas que aman a Dios, no necesitan pregonarlo para que los demás lo sepan, solo es necesario ver su testimonio para darse cuenta que ama a Dios.
Si tu amas a Dios el resultado se verá en tu rostro, el corazón alegre hermosea el rostro dice la Biblia, las palabras que salen de tu boca, serán agradables, puesto que de la abundancia del corazón habla la boca, sin duda serás una persona de buen vestir en el sentido decoroso, puesto que hasta en eso querrás agradar a Dios, también serás una persona que aborrecerá el pecado y todo aquello que lleve a pisotear el nombre de Jesús.
Amigo mío, si hasta el momento siempre has confesado amar a Dios, pero tu testimonio no ha sido el de un hijo de Dios, este es un buen momento para pedirle perdón a tu Padre Celestial, reconocer que no ha existido en tu corazón un deseo real de amarlo y por ende llevar una buena manera de vivir. Es hora de reconocer tu error y comenzar a dar un verdadero fruto, un fruto del arrepentimiento genuino que existe en tu corazón.
Dios quiere que des fruto, pero un fruto que sea agradable delante de su presencia.
lunes, 1 de abril de 2013
UNA CITA FINAL
Lleno de angustia y tristeza, pero sereno, el joven subió a su auto.
Tenía una cita urgente. A las seis de la tarde, en la glorieta de la
Fuente de Agua en la Avenida Palma de la Ciudad de México, tenía un
último encuentro con su novia.
Lanzó su auto a toda velocidad. Corrió sin mirar el velocímetro,
ni altos ni luces rojas. Al acercarse a la glorieta, divisó a la joven.
El sólo verla acrecentó su dolor. Acelerando el vehículo a gran
velocidad, se estrelló contra el monumento. El accidente fue horrible.
El joven quedó muerto ahí mismo ante la mirada horrorizada de la mujer
que lo había abandonado.
Las crónicas periodísticas traen de todo. Esta vez fue una
historia romántica pero triste. Un joven, cuyo nombre no recogió la
crónica, le pidió a su novia, que lo había dejado, una última cita. Una
cita de despedida. Una cita que habría de ser la definitiva. Y, en
efecto, fue la definitiva, porque incapaz de soportar el desengaño, el
joven, en la forma más drástica, puso fin a sus días.
Muchas veces ocurren tragedias como esta en la problemática y
azarosa vida humana. Cuando más creemos haber encontrado la completa
felicidad, descubrimos que todo fue una ilusión, y la decepción nos
mata. Cuando pensamos que ya tenemos la fortuna en las manos, algo nos
hace perderlo todo y nos reduce a la pobreza. Cuando creemos alcanzar
el triunfo artístico, o deportivo o político, nos vemos de pronto
paladeando el amargo sabor de la derrota.
¿Qué hacer en esos momentos? ¿Cómo sobrellevar esas decepciones?
Muchos se entregan a la desesperación. Echan mano del veneno, o de
la horca o de la pistola, y acaban con su vida. Otros se sumergen en
un pozo de alcohol o de droga. Otros se vuelven eternos resentidos y
amargados. Y aún otros entran en un profundo e interminable período de
depresión.
¿Serán éstas las únicas opciones ante el fracaso? No, hay otra. Es
la opción espiritual. Aun en medio del más espantoso fracaso o de la
más triste decepción, siempre queda Dios.
Jesucristo, el Señor viviente, es el Salvador de los fracasados.
Él está cerca de cada persona necesitada que invoca su presencia. Y Él
está cerca de cada uno en este mismo momento.
Clamemos a Cristo. Él nos responderá y nos levantará de la
desesperación. Él nos dará la misma victoria que les ha dado a muchos
otros, porque nunca falla. Cuando toda otra supuesta solución ha
fracasado, siempre queda Dios.
Hermano Pablo
Suscribirse a:
Entradas (Atom)