viernes, 16 de noviembre de 2012

UNA VIDA MALGASTADA

La oportunidad se presentó en bandeja. Un millón ochocientos cincuenta mil dólares no son un bocado despreciable, sobre todo si es fácil apoderarse de ellos y los riesgos son mínimos. La tentación era demasiado grande.
Así que Jorge Manuel Bosque, joven empleado del Banco de Reserva de San Francisco, California, tomó el dinero y se apoderó de él. Debía llevarlo del aeropuerto al banco. Pero Jorge Manuel desapareció por completo, y con él, el dinero. Lo arrestaron quince meses más tarde cuando le quedaban sólo cien dólares. Había derrochado todo el dinero robado: un millón ochocientos cincuenta mil dólares. Estuvo preso seis años.
A los once años de haber perpetrado aquel robo, Jorge Manuel murió en un hotel de San Francisco, víctima de una sobredosis de droga.
Al margen de la manera delictiva en que obtuvo el dinero, este hombre es un ejemplo de lo fácil que es derrochar todo lo que se tiene. Se apoderó de casi dos millones de dólares. Durante quince meses hizo las compras más absurdas. Tiró el dinero por todos lados. Realizó paseos y fiestas extravagantes.
Cuando salió de la cárcel, derrochó todo lo que le quedaba: su salud, su mente y el resto del dinero con el que comenzó su nueva vida. Cayó en el pozo de la decadencia y se entregó a las drogas. Y las drogas acabaron con su vida. Lo hallaron muerto en su habitación en un hotel, y nadie se presentó para pedir su cuerpo.
Muchas personas como Jorge Manuel Bosque derrochan todo lo que tienen, incluso pertenencias que han obtenido honradamente y que en sí son sanas. Como que no perciben el valor de las cosas. Lo peor de todo es que malgastan los años de vida que Dios les ha concedido.
Tales personas nunca se acuerdan de Dios, y cuando llegan al día final, tratan desesperadamente de encontrarlo. No es sino hasta entonces que caen en la cuenta de que el peor de los derroches es malgastar los años de vida sin tener a Jesucristo, el Hijo de Dios, como su Señor y Salvador.
La vida humana no es muy larga. Sigue su curso, y luego se acaba. Contamos, a lo sumo, con setenta, ochenta o noventa años para realizar todo lo que podamos. Después de eso, toda puerta queda cerrada.
¿Por qué no coronamos hoy mismo a Jesucristo como Rey de nuestra vida? No derrochemos ni un solo día más de nuestra efímera existencia. El tiempo se va, las oportunidades se esfuman, y tan sólo aprovechamos lo que logramos en el presente. Hoy es el día de salvación. Ahora es cuando tenemos que decidir. No dejemos pasar esta ocasión sin entregarnos a Cristo. Este es el momento más importante de nuestra vida.

Hermano Pablo

martes, 13 de noviembre de 2012


BENDITA SANTIDAD

Algunos estudiosos de la palabra afirman que la santidad es el atributo de Dios que más nos incomoda.

Cuando hablamos del carácter de Dios enfatizamos su amor, su misericordia, su longanimidad, su conocimiento y sabiduría infinitos, pero raramente hablamos de su santidad, de su justicia y de la ira que el pecado del hombre provoca en su ser.

Cuando el profeta Isaías recibe su llamamiento, experimenta una visión en la que ve a Dios sentado en su trono: Isaías 6:1-3
“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.
Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.”


Estos seres alados que sobrevolaban el trono de Dios tenían una particularidad, contaban con tres pares de alas. Con un par de ellas cubrían sus pies, con un par de alas volaban y con otro par de alas cubrían sus rostros, pues no podían mirar directamente la gloria de Dios.

Tanto impresionó la visón de Dios al profeta que exclamó: “¡Ay de mí! que soy muerto”; pues siendo hombre pecador Isaías había visto a Dios y entendía que nadie puede verle y seguir vivo, sabía que la santidad de Dios lo fulminaría.

Esta santidad de Dios es la misma que quemó por completo a los hijos de Aarón, cuando ofrecieron ant e Él fuego extraño que el Señor no había ordenado. Aarón y Moisés fueron enseñados de dolorosa manera práctica lo que el Señor ya les había anunciado, pues éstas fueron las palabras de Moisés a su hermano ante la pérdida de sus hijos:

“Esto es lo que el Señor quería decir cuando dijo: “A los que se acercan a mí les mostraré mi santidad, y a todos los israelitas les mostraré mi gloria. Y Aarón se quedó callado.” (Levítico 10:3)

Aarón no tuvo más opción que callar ante Dios y ante el pueblo, pues Su santidad no puede ser subestimada o pasada por alto.
Conocer el amor de Dios, experimentar su misericordia y su gracia nos hace bien, pues nos acercan a un Dios que extiende sus brazos en busca del arrepentido. Por su parte, su santidad y justicia, así como las expresiones de su ira nos asustan y confunden hasta el punto de que algunos han llegado a minimizar o incluso ignorar estos atributos de Dios. Por ello es importante tener algunos puntos en claro:< br />
- Dios no cambia, es inmutable. Es el mismo ayer, hoy y siempre.

- Sus atributos se califican mutuamente y ninguno prevalece sobre el otro. Por ello podemos decir que su ira es santa y que su amor es infinito. Su justicia sabia y su sabiduría justa.

- El carácter de Dios no depende de ninguna concepción humana. Él es el que es, y de nada sirve minimizar su justicia o enfatizar su misericordia.

Tomar conciencia de la distancia abismal que existe entre su santidad y nuestra pecaminosidad nos coloca como criaturas en el correcto lugar que tenemos ante ese Dios.

Entender su justicia nos ayuda a profundizar nuestra comprensión del sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz. Pues su justicia fue en Jesucristo perfectamente satisfecha, el justo murió por el injusto, para evitarnos la justa muerte que merecíamos.

Aceptar su ira como justa sobre los que lo niegan nos ayuda a valorar y amar más su gracia y misericordia. Pues quienes consideran a Dios injusto o ausente, responsable de los males de la humanidad, no han comprendido que Dios no le debe nada a su criatura y que en lugar de ejercer su justo juicio sobre todos los hombres ha extendido su gracia y misericordia de manera voluntaria, porque así le ha placido.

Un Dios infinitamente santo insta a adoración, un Dios de justicia eterna despierta el verdadero temor de Dios, su ira descargada en la cruz del calvario nos ayuda a comprender su amor. Es a este Dios alto, Señor todopoderoso cuya gloria llena toda la tierra a quien por Cristo podemos decir: ¡Abba Padre! A ese Dios adoremos con entrega y gratitud, ¡a Él sea toda la gloria y el poder por los siglos de los siglos!
Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatina.org
EricaE

martes, 6 de noviembre de 2012

LA MUERTE VINO DE ABAJO

Los seis jóvenes subieron al auto, alegres, despreocupados, chispeantes, divertidos. Eran tres parejas de novios que celebraban su graduación.
Subieron al auto y emprendieron una loca carrera por los caminos del sur de Francia. Pero había demasiado alcohol en el cerebro del conductor.
En una curva del camino el auto se salió de la vía. Cayó en una acequia de tres metros de profundidad que estaba llena de agua. El auto quedó encajonado en la acequia y les fue imposible abrir las puertas. El agua comenzó a subir, y lentamente los cubrió a todos. Esos últimos momentos fueron de horror. Los golpes sufridos por el accidente, junto con la asfixia, cobraron seis vidas jóvenes al mismo tiempo.
Los titulares de los periódicos anunciaron: «Un auto lleno de jóvenes cae en una acequia y se hunde en el agua. Fue imposible para los jóvenes abrir las puertas.»
¿A qué podemos atribuir estas muertes?  ¿A la insensatez juvenil? ¿A la necedad de manejar a ciento sesenta kilómetros por hora en estado de embriaguez? ¿A la fatalidad cruel y despiadada? ¿Al castigo de Dios? Muchas conjeturas se pueden hacer sin llegar a nada, pero una cosa sí es cierta. La muerte de esos seis jóvenes, tres parejas brillantes, simboliza la sociedad actual, que se halla encajonada como el auto en la acequia.
Podemos usar varias metáforas para describir la situación de nuestra sociedad. Podemos hablar de un «callejón sin salida», o de una «vía muerta» o de un «torrente irreversible». Pero siempre estaremos describiendo la misma situación: una sociedad rumbo a la destrucción inexorable. La destrucción de la familia es la prueba más evidente de ello.
¿Qué podemos hacer? El primero de los doce pasos del grupo «Alcohólicos Anónimos» dice: «Reconocemos que somos incapaces de vencer nuestro alcoholismo.» Mientras nos creemos capaces de resolver solos nuestros fracasos, nunca saldremos del infortunio. El segundo de los pasos dice así: «Sólo un poder superior al nuestro podrá cambiar nuestra condición.»
Esa condición que nos tiene dominados es el pecado que reina en nuestro corazón. Y el poder que puede rescatarnos es el poder de Jesucristo, el Hijo de Dios. San Pablo lo expresó de esta manera: «A la verdad, no me avergüenzo del Evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen» (Romanos 1:16). La única solución para la sociedad actual y para cada uno de nosotros es reconocer nuestra condición y luego aceptar el amor de Cristo. Gracias a Dios, es una solución que está al alcance de todos.

Hermano Pablo

viernes, 2 de noviembre de 2012

EJEMPLO

Un capellán, cuentan, se aproximó a un herido en medio del fragor
de la batalla y le preguntó:
- ¿Quieres que te lea la Biblia?
- Primero dame agua que tengo sed, dijo el herido.
El capellán le convidó el último trago de su cantimplora, aunque
sabía que no había más agua en kilómetros a la redonda.
- ¿Ahora?, preguntó de nuevo.
- Primero dame de comer, suplicó el herido.
El capellán le dió el último mendrugo de pan que atesoraba en su mochila.
- Tengo frío, fue el siguiente clamor, y el hombre de Dios se despojó de
su abrigo de campaña pese al frío que calaba y cubrió al
lesionado.
- Ahora sí, le dijo al capellán. Háblame de ese Dios que te hizo darme tu
última agua, tu último mendrugo, y tu único abrigo.
Quiero conocerlo en su bondad.
1 Timoteo 4:12
Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra,
conducta, amor, espíritu, fe y pureza.
.
Efesios 5:15,16
“Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios, sino como sabios,
aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos”

VIVIR DE PRESTADO

Durante dos años y medio se dio la gran vida. Compró ropa fina en la tienda Harrod's de Londres, una de las más caras del mundo. Cuando voló en avión, lo hizo siempre en primera clase. Visitó todos los lugares turísticos de Europa. Se alojó sólo en hoteles de cinco estrellas y pagó fiestas suntuosas para todos sus amigos.
Sin embargo, a los dos años se le acabó de golpe esa gran vida. Mark Aklon, de dieciocho años de edad, tuvo que rendir cuentas a la justicia por haber hurtado la tarjeta de crédito de su padre, un millonario inglés. Debía a la tarjeta nada menos que setecientos cincuenta mil dólares. Locamente había «vivido de prestado».
Desgraciadamente, el caso de este joven inglés no es único. Tuvo la suerte, o la desgracia, de ser hijo de un padre muy rico y de llevar su mismo nombre. Durante más de dos años vivió a lo rico con amigos y amigas, paseando por casi toda Europa. Hasta que un día todo se le acabó. La tarjeta fue cancelada.
«Vivir de prestado» significa vivir usando algo a lo cual no tenemos derecho. Significa vivir con lo que no nos hemos ganado con nuestro propio esfuerzo o por nuestros propios méritos. Un hombre al cual se le hizo un trasplante de corazón, y vivió ocho años más, dijo: «Estoy viviendo de prestado», y tenía razón. Esos ocho años extras de su vida fueron un préstamo.
La humanidad entera está viviendo de prestado. Vive a crédito. La vida que todos recibimos al nacer no es realmente una vida propia. No somos nosotros mismos autores de ella. Es una vida prestada, que Dios nos presta a cada uno, dándonos con ella voluntad propia. Podemos usarla obedeciendo las leyes divinas u obedeciendo antojos egoístas.
La salud, la inteligencia, la capacidad de trabajo, los días de nuestra vida, todo eso no es realmente nuestro. Es algo que nuestro Creador nos ha prestado, como quien invierte capital en una empresa y espera recibir créditos de la inversión.
Esa es la vida nuestra. Llegará el día cuando nuestro tiempo se acabará y Dios reclamará lo que es suyo. En ese día tendremos que devolver el aliento que Él nos dio. Por eso es importantísimo que ahora, en vida, nos preguntemos: ¿Qué le presentaré entonces a Dios? ¿Una vida pecaminosa, destrozada, contaminada e inútil, o una vida recta, decente, honesta y limpia?
En humilde contrición, digámosle a Cristo que aceptamos su muerte en el Calvario en sustitución por nuestros pecados. Él entonces nos presentará ante su Padre en calidad de personas regeneradas por su sangre preciosa. Esa es la vida que Dios aceptará.

Hermano Pablo