lunes, 14 de mayo de 2012

sábado, 12 de mayo de 2012

UNA CITA PRIVILEGIADA

Los roles y las jerarquías, dentro de los parámetros sociales y culturales del ser humano marcan estructuras y funciones muy importantes. Nos ubican a quiénes y cómo dirigirnos, el rol que ocupamos y nuestra accesibilidad a ciertas personas.

No tenemos la posibilidad sencilla de acceder a una autoridad gubernamental, por ejemplo, sin pensar en notas, solicitudes y varias personas previas a la posibilidad de un encuentro.

Cuando pensamos en la Autoridad Superior en el Universo completo, al Creador absoluto de la existencia de la vida, al Rey de Reyes y Señor de Señores y al mismo tiempo nos vemos a nosotros mismos, incapaces de manejar nuestro amanecer cada día, porque dependemos de Él… ¿Cuán accesible tenemos la posibilidad de un encuentro personal con tal Subli me Ser?

En Hebreos 2: 11 leemos: “¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano para que lo tomes en cuenta?” NVI. La respuesta absoluta y real es simple, una sola palabra: NADA. El ser humano no es nada ante la Majestuosidad de Dios.

Sin embargo, y casi como un absurdo en los órdenes jerárquicos y estructurales establecidos por el mismo hombre, ése Dios Santo y Poderoso, anhela un encuentro personal e íntimo con ese hombre o mujer que no es capaz de darse a sí mismo ni siquiera la posibilidad de respirar día a día. Cada mañana en la que contemplamos el amanecer, Dios nos está brindando una nueva posibilidad de hablarle y hablarnos, guiarnos, ayudarnos, cuidarnos, sanarnos, y la mejor y primera de todos: salvarnos de esa muerte segura a la que estamos destinados desde el día que nacemos.

Entonces la decisión de vivir una vida alejada de esa posibilidad continua de estar con Él es absoluta y plena del ser humano. Nosotros somos quienes ponemos las trabas a esa cita espiritual de la que estamos más que invitados. El ser inferior es quién rechaza al Ser Superior.

En Apocalipsis 3: 20 leemos: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él y él conmigo.” NVI (énfasis añadido).

Allí está Él; de pié junto a tu cama, cada mañana, esperando que abras tus ojos y lo saludes, le agradezcas, encomiendes tu vida a Él, decidas caminar de Su mano. Dispuesto a conceder los deseos de tu corazón, a darte los regalos que día a día tiene preparado para tu vida, susurrarte de su amor al oído y brindarte de su más dulce compañía.

Estás leyendo este artículo, y Él continúa de pié a tu lado, gira los ojos de tu corazón y comienza a mirarlo; decide acceder a ese encuentro y jamás te arrepentirás de esa decisión. Hoy es el día, hoy llama a tu puerta, hoy quiere entrar.

¿Vas a perdert e de tan privilegiada cita?
Noelia Escalzo
Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatina.org
noeliaescalzo

viernes, 11 de mayo de 2012

lunes, 7 de mayo de 2012

LIMPIAME !

“¡Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mi pecado!”(Salmo 51:2).
Jesús dijo al leproso: “Sé limpio”. En esas palabras hay fuerza y poder. Tienen autoridad y energía. Cristo sana nuestras almas con esas mismas palabras: “Sé limpio”. Dicho de otro modo: “Desea ser limpio”.
¿Quiere ser limpio? Si el Salvador nos dice: Sea”, nos está diciendo que quiere que seamos limpiados. El pecado y la enfermedad no pueden existir en presencia del Salvador si su voluntad es que seamos sanados. Ninguno de los que realmente quieran ser purificados quedará impuro.
Tan pronto como las palabras salieron de boca de Jesús la lepra del hombre desapareció. La naturaleza trabaja poco a poco, pero el Dios de la naturaleza obra inmediatamente. Él habla y se hace. Ordena y existe (ver Sal. 33:9).

Después de que el hombre fuera sanado, Jesús le dio una orden: “No le digas a nadie hasta que te hayas presentado ante el sacerdote y él dictamine que estás limpio; y así tendrás una prueba legal de que eras un leproso, pero que ahora estás totalmente curado” (ver Mat. 8:4; Lev. 14:2).
Jesús le dio esas instrucciones para proteger al hombre recién sanado. Lo que quiso decir fue: “No se lo digas a nadie hasta que te hayas presentado ante el sacerdote. Haz que certifique públicamente que ya no tienes lepra, porque si se entera de que yo te sané, quizá por despecho, rechace darte el certificado de curación y entonces tú tendrías que volver a vivir con otros leprosos”.

Cristo tuvo la precaución de observar la ley para que no se lo acusara de transgredirla y mostrar que estaba a favor de hacer las cosas de manera ordenada y respetando a las autoridades.
Jesús también le dijo al hombre que presentara la ofrenda que ordenó Moisés como agradecimiento a Dios y en contrapartida por los servicios del sacerdote. Jesús mostró respeto, humildad y consideración. Nuestro Salvador cuida hasta el más mínimo detalle.
¿Cree usted que al leproso curado le resultó difícil dar una ofrenda de acción de gracias? ¿Se quejaría porque necesitaba todo cuanto tenía para reabrir el negocio? ¿Piensa que dio una moneda cualquiera sacada de su bolsillo?

viernes, 4 de mayo de 2012

CUANDO LA EVIDENCIA NO SE HUNDE

Un tripulante era francés; el otro, italiano. El barco era de matrícula yugoslava y el cargamento procedía de Egipto. El mar era el Adriático y la lancha patrullera era de Italia. Y el reflector de la lancha patrullera apuntó al barco, y el francés y el italiano decidieron hundirlo. Llevaban dos toneladas de hachís, en setenta y nueve bolsas plásticas.
Los dos hombres se lanzaron al mar, con la esperanza de que el hundimiento borrara toda evidencia. Sin embargo, para su sorpresa, todas las bolsas flotaron. La lancha patrullera los rescató del mar a ellos y a cada una de las bolsas. Fueron condenados por contrabando de drogas.
Es algo terrible cuando se comete un delito pensando que pueden borrarse todas las pruebas, y éstas aparecen al poco tiempo brillando como luceros. El asesino queda anonadado; el ladrón q
Un tripulante era francés; el otro, italiano. El barco era de matrícula yugoslava y el cargamento procedía de Egipto. El mar era el Adriático y la lancha patrullera era de Italia. Y el reflector de la lancha patrullera apuntó al barco, y el francés y el italiano decidieron hundirlo. Llevaban dos toneladas de hachís, en setenta y nueve bolsas plásticas.
Los dos hombres se lanzaron al mar, con la esperanza de que el hundimiento borrara toda evidencia. Sin embargo, para su sorpresa, todas las bolsas flotaron. La lancha patrullera los rescató del mar a ellos y a cada una de las bolsas. Fueron condenados por contrabando de drogas.
Es algo terrible cuando se comete un delito pensando que pueden borrarse todas las pruebas, y éstas aparecen al poco tiempo brillando como luceros. El asesino queda anonadado; el ladrón queda estupefacto; el estafador queda confundido. ¿Y qué del marido?
Hay esposos que piensan que pueden engañar impunemente a su esposa, y quizá lo hagan varias veces sin ser descubiertos. Pero a la postre los delata un cabello rubio en la solapa, o una carta que queda olvidada en un bolsillo, o una factura por joyas que no han sido regalo para la esposa, o una llamada telefónica anónima. Y comienza la tragedia familiar.
Un antiguo proverbio español dice: «El diablo hace las ollas, pero no las tapas.» Tarde o temprano, el delito se descubre; la falta se evidencia; el pecado se delata solo. Y entonces vienen la confusión, la vergüenza, el hundimiento del prestigio, la ruina de la felicidad.
Antes de que las bolsas de evidencia salgan a flote en la superficie, dejemos de hacer lo malo. Esos votos de amor y de fidelidad que se hicieron ante los testigos, ante el clérigo, ante la novia y ante Dios todavía están vigentes. Además, nadie puede detener el reloj del tiempo, y de aquí a veinte o treinta años será cuando más necesidad habrá del refugio de una compañera que haya sido el deleite de la vida desde el día del matrimonio. No echemos a perder esos últimos años por descuidar los primeros.
Ahora es el tiempo de edificar un hogar sólido. Todo matrimonio puede lograrlo. Sólo hay que dedicar algún tiempo del día para hablar los dos con Dios, haciendo de Él el huésped permanente del hogar.
ueda estupefacto; el estafador queda confundido. ¿Y qué del marido?
Hay esposos que piensan que pueden engañar impunemente a su esposa, y quizá lo hagan varias veces sin ser descubiertos. Pero a la postre los delata un cabello rubio en la solapa, o una carta que queda olvidada en un bolsillo, o una factura por joyas que no han sido regalo para la esposa, o una llamada telefónica anónima. Y comienza la tragedia familiar.
Un antiguo proverbio español dice: «El diablo hace las ollas, pero no las tapas.» Tarde o temprano, el delito se descubre; la falta se evidencia; el pecado se delata solo. Y entonces vienen la confusión, la vergüenza, el hundimiento del prestigio, la ruina de la felicidad.
Antes de que las bolsas de evidencia salgan a flote en la superficie, dejemos de hacer lo malo. Esos votos de amor y de fidelidad que se hicieron ante los testigos, ante el clérigo, ante la novia y ante Dios todavía están vigentes. Además, nadie puede detener el reloj del tiempo, y de aquí a veinte o treinta años será cuando más necesidad habrá del refugio de una compañera que haya sido el deleite de la vida desde el día del matrimonio. No echemos a perder esos últimos años por descuidar los primeros.
Ahora es el tiempo de edificar un hogar sólido. Todo matrimonio puede lograrlo. Sólo hay que dedicar algún tiempo del día para hablar los dos con Dios, haciendo de Él el huésped permanente del hogar.

 Hermano Pablo

miércoles, 2 de mayo de 2012

PEQUEÑAS ORACIONES


UNA CARTA DE AMOR

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. 2 Timoteo 3:16,17.

Son las 5:14 de la mañana, en el aeropuerto Saint Paul, de Minneapolis.

Es verano, y el sol sale temprano. Parece una bola de fuego, que incendia el horizonte. Lo puedo ver, a través de la ventana, mientras bebo un jugo de naranja en el Café D’Amico’s & Sons. Espero mi vuelo para Miami, y aprovecho el tiempo para escribir este devocional. Dos mesas a mi izquierda, un hombre moreno, fuerte, de

lentes gruesos, mira a un punto indefinido; no ve nada, solo mira. Debe tener problemas: se nota en su rostro, marcado por la vida; en la expresión de su voz cuando atiende el celular. Dice algo como: “¿Para qué me quieres de vuelta? Mi vida está llena de errores, no valgo nada”.

¿Algún esposo que abandonó el hogar? ¿Un novio que no alcanzó las expectativas de la novia? ¿Un hijo que frustró al padre? No lo sé; lo veo sufrir, y pienso en el texto de hoy. Pablo habla de la perfección y de las buenas obras. El apóstol afirma que el propósito de la Biblia es instruirte y prepararte para “toda buena obra”. ¿Sabes a lo que se refiere Pablo, con esta expresión? Al éxito, a la realización, a la prosperidad. ¿No es eso lo que tanto deseas en la vida?

Te preparas durante años en la universidad, realizas cursos de especialización; sacrificas tiempo, dinero y esfuerzo. Tu objetivo es vencer, y ser feliz. Pero, lo que consigues, en realidad, es conocimiento. El conocimiento informa; la información ayuda, pero no te hace realizado ni feliz. Necesitas de sabiduría, pero no la recibes en las universidades: proviene de Dios, a través de su Palabra. Solo la Biblia es fuente de corrección y de instrucción en justicia; solo ella es manantial de valores y de principios que dan vida y sentido al conocimiento humano: el conocimiento, sin valores espirituales, te ensoberbece, te llena de orgullo y te vuelve autosuficiente. El éxito, sin Dios, te convierte en el centro de un universo que solo existe en tu mente. Confundes riqueza con prosperidad, placer con felicidad, vida con existencia… Y sufres. Tu sufrimiento, aparentemente, no tiene razón de ser; pero, está presente en tus noches y en tus días.

Abre la Palabra de Dios hoy. Busca sabiduría; busca a Jesús. Camina con él a lo largo del día, y no te olvides de que la Biblia fue escrita para “redargüir, ensenar, corregir en justicia y prepararte para toda buena obra”.