miércoles, 11 de abril de 2012

martes, 10 de abril de 2012

sábado, 7 de abril de 2012

jueves, 5 de abril de 2012

GANAR PERDIENDO

"... el que pierde su vida por causa de mí, la hallará" Mateo 10:3
¿Alguna vez jugaste al dominó? Cuando yo era muchacho, este era uno de los pasatiempos favoritos. Hace un tiempo, mientras visitaba a una familia, vi a un jovencito y a su abuelo jugando a este juego. Al pensar en los días de mi niñez, me vino a la mente un torrente de recuerdos.
Lo extraño del juego de dominó es que se gana perdiendo. Para ganar, tienes que perder tus fichas. El que primero se deshace de sus fichas gana. Tienes que dar para obtener, perder para ganar, ser reducido a nada para llegar a la cima. No es como el béisbol, el tenis u otros deportes, en lo que el mayor número de carreras, puntos o anotaciones determina al ganador. ¡No! En el dominó, el que triunfa es el que primero se queda sin nada.
La regla del hombre natural es: "Consigue todo lo que puedas". La del hombre espiritual debería ser: "Da todo lo que puedas". En la esfera espiritual, solo conservaremos para siempre aquello que damos. En la vida cristiana, debemos reducirnos a nada antes de llegar a ser algo. La semilla que se guarda en el granero se humedece y se deteriora, pero si se "arroja" en el suelo, aumenta 30, 60 y 100 veces más. "... si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo..." (Juan 12:24).
Recuerda, Jesús lo dio todo. Él es nuestro ejemplo.
La vida es como jugar al tenis: No puedes ganar si no sirves bien.

«DE VERAS ME AMABA»

—No tomes esa foto —advirtió Lawrence Collier—; es peligroso.

Lawrence, un joven australiano, conocía esa reserva y conocía la ferocidad de las fieras.

—Pero son leones mansos y, además, está permitido —le contestó la muchacha, despreocupada.

La joven, Judith Damien, también australiana, era amiga de Lawrence. Se habían conocido en Australia, y había un interés más que de amigos entre ellos. Los dos habían ido como turistas a la reserva de Masai Mara en Nairobi, Kenia.

La joven preparó su cámara, e iba acercándose a una de las fieras cuando, de repente, los leones se abalanzaron sobre ella. Todo ocurrió en un instante.

Lawrence, que vio todo desde el vehículo, saltó en medio e interpuso su cuerpo entre ella y los leones. La pareja de felinos hizo presa de él, matándolo en el acto. Judith, aterrorizada, logró ponerse a salvo a pesar de estar herida.

Esa tarde, de vuelta al campamento, Judith dijo: «Él puso su vida por la mía. Nunca me dijo claramente que me amaba. Ahora sí sé que de veras me amaba.»

No hay como una tragedia para revelar quiénes son nuestros verdaderos amigos. El dolor, la agonía, la calamidad, revelan quiénes son las personas que de veras nos estiman. La calamidad ahuyenta a los distantes, pero acerca a los que nos aprecian. Es una especie de ley muda pero cierta. La tragedia, el accidente, la enfermedad, la muerte de un ser querido, tienen su manera de atraer a nuestro lado aquellos que son, de veras, nuestros amigos.

Esto nos lleva a hacer la pregunta: ¿Cuánto amor tuvo que tener Jesucristo para impulsarlo a entregar su vida en la cruz por nosotros, el género humano? Cristo mismo da la respuesta: «Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos» (Juan 15:13).

Todo amor se prueba con los hechos. Palabritas dulces las hay a montones, y el infame seductor sabe usarlas bien. Pero una cosa es el amor genuino, y otra, los hechos que lo comprueban.

Jesús expuso y dio ejemplo de la doctrina del amor verdadero. Él mismo, por amor, dio su vida por nosotros. Su amor fue perfecto, y se materializó en un sacrificio perfecto.

Jesús probó su amor hacia nosotros tomando nuestro lugar en la cruz. ¿Qué podemos nosotros darle a Él? Podemos corresponder a su amor. Podemos decirle: «Gracias, Señor, por lo que hiciste por mí. Mi vida es tuya para siempre.»

Hermano Pablo

miércoles, 4 de abril de 2012

SÙ FE PROVOCO UN MILAGRO

Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva. Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote”. Marcos 5:25-29

El milagro original no era para ella, sino para la hija de Jairo. Sin embargo, para aquella mujer, Jesús era su única y última esperanza. Sin salud, dinero, ni amigos; con la condición de ser inmunda y enajenada del mundo en que vivía, de las personas que la rodeaban.

Su corazón reclamaba a gritos, ella necesitaba que algo pasara. Estaba cansada y afligida vivir así. Entonces acudió y utilizó su último recurso: LA ESPERANZA. Ella se movió con una fe superior a sus fuerzas y circunstancias. Realmente su panorama era triste y desesperante, pero ella no se concentró ni en sus limitaciones, ni en los impedimentos que había alrededor de ella. Ella creyó en un poder superior, ella vio una oportunidad de que su problema fuera resuelto de una vez y por todas.

Por tal razón no le importó ni la multitud, ni lo difícil que parecía que lograra lo que se había propuesto. Persiguió a Jesús como lo que era, el único que la podía salvar. Aquella mujer pensó: “si logro aunque sea tocar el borde de su manto, estoy segura de que algo pasará, todo será diferente”.

Yo no sé cuántas cosas pasaron ese día intentando que la fe de esta mujer se desvaneciera. Tal vez hubo una montaña de circunstancias, quizás surgieron muchas dudas en su mente que quisieron frenarla para que no lograra alcanzar lo que su corazón tanto deseaba. Solo sé que no se rindió y que por no rendirse, provocó que saliera virtud del Maestro Jesús y quedará sana instantáneamente de ese azote que por tantos años había llevado.

Pueden ser tantas las ocasiones en que pudiéramos sentirnos en un punto donde pensamos que si no ocurre algo pronto, sencillamente no podremos continuar. Donde sentimos carecer de las fuerzas necesarias para seguir luchando. Es posible que los ojos de muchos estén puestos sobre nosotros. Que algunos esperan vernos caer o tropezar para señalarnos. Pero el Precioso de Israel, nunca nos dejará ni nos desamparará.

HAZ QUE TU FE PROVOQUE UN MILAGRO, QUE TU CORAZÓN SINCERO Y SENCILLO LO CONMUEVA. ADÓRALE MAS ALLÁ DE TUS CIRCUNSTANCIAS Y DE LO QUE VES. ÉL SIGUE SIENDO DIOS, SIGUE ESTANDO AHÍ PARA TI.

Esta mujer no recibió solo la sanidad que su cuerpo tanto anhelaba, sino que algo aún mucho más importante, la salvación de su alma que necesitaba descanso y refrigerio. Su acto tuvo que conmover a aquella multitud que la rodeaba, porque ese milagro fue escrito en la Biblia y relatado por diferentes personas. Y aún su historia, a pesar de los años que han pasado, sigue inspirándonos y motivando nuestra fe.

Quizás llevas orando mucho tiempo y aún no ves los resultados. ¡NO DESESPERES, DIOS TE ESTÁ ESCUCHANDO Y A SU TIEMPO OBRARÁ! Nuestro reloj no marca las horas igual que las de él. Pero algo puedo decirte porque Él me lo ha enseñado y demostrado: AUNQUE TÚ PIENSES Y SIENTAS QUE NO PODRÁS SOPORTAR MÁS EL DOLOR Y LA ESPERA, ÉL TE DARÁ LAS FUERZAS PARA QUE PUEDAS LLEGAR HASTA EL LUGAR DONDE LOGRARÁS ENCONTRAR TU PROPÓSITO EN ÉL. DA UN PASO MÁS, Y OTRO Y OTRO MÁS…

PORQUE UN DÍA ABRIRÁS TUS OJOS Y VERÁS LO QUE POR TANTO TIEMPO HAS ESTADO ESPERANDO.

Fuente: Brendaliz Aviles