miércoles, 29 de febrero de 2012

SIEMPRE PUEDES ORAR

Lectura: Hechos 12:1-16.
"Desde la angustia invoqué a JAH, y me respondió JAH" Salmo 118:5
La joven mamá llamó a la misionera: "¡Venga pronto! Mi bebé se va a morir". Gale Fields estaba en Irian Jaya ayudando a su esposo a traducir la Biblia al oriya, el idioma de una de las tribus. Además, cuando podían, también brindaban ayuda médica. Gale miró a la niña afectada por la malaria y se dio cuenta de que no tenía medicina adecuada para ayudarla.
"Lo siento -le dijo a la madre-, no tengo ningún medicamento para bebés tan pequeños". Gale hizo una pausa y luego agregó: "Pero puedo orar por ella".
"Si, cualquier cosa que ayude a mi bebé", contestó la madre.
Gale oró por la niñita y después se fue a su casa sintiéndose inútil. Al rato, volvió a escuchar que la madre la llamaba: "Gale, ven rápido a ver a mi bebé".
Esperando lo peor, Gale fue adonde estaban. Sin embargo, esa vez notó una mejoría. La peligrosa fiebre había desaparecido. Posteriormente, Gale dijo: "No es de extrañar que los oriyas creyentes en Cristo hayan aprendido a orar. Ellos saben que Dios contesta".
Los primeros cristianos oraron para que Pedro saliera de la cárcel, y después se quedaron "atónitos" cuando Dios les contestó (Hechos 12:16). Nosotros también reaccionamos de esa manera, pero no deberíamos sorprendernos cuando el Señor contesta nuestras oraciones. Recuerda, Su poder es grande y Sus recursos interminables".
La posición más poderosa en la tierra es estar de rodillas delante del Señor del universo.

sábado, 25 de febrero de 2012

viernes, 24 de febrero de 2012

DORMIDO EN LA TORRE DE CONTROL

Uno tras otro, los grandes aviones fueron aterrizando en el aeropuerto. Hacía buen tiempo, y las señales de radio y las luces de aterrizaje funcionaban como debían. Las instrucciones emitidas desde la torre de control del aeropuerto de Ankara, Turquía, eran claras. Fue así como aterrizaron dieciséis aviones esa noche entre las 0 horas y las 6 de la mañana.

Sin embargo, el controlador aéreo Guclu Cevik, que sufría de narcolepsia, había estado dormido la mayor parte del tiempo. Semidormido, había dado, mecánicamente, las instrucciones. Por suerte y de milagro, no ocurrió ningún accidente.

Es terrible cuando, por obligación del cargo o del oficio, el que tiene que estar bien despierto y alerta se duerme en su trabajo.

¿Qué le puede pasar a un autobús repleto de pasajeros, que anda por un camino montañoso, si el chofer se duerme? ¿Qué le puede pasar a un barco ballenero que se arriesga en un mar turbulento, plagado de témpanos de hielo, si el timonel se duerme?

Los centinelas que vigilan el cuartel no deben dormirse. Los agentes de policía que cuidan el vecindario no deben dormirse. Las enfermeras que, en la unidad de cuidados intensivos, controlan los aparatos que regulan los signos vitales no deben dormirse.

Por lo mismo, un padre que tiene hijos pequeños y adolescentes tampoco debe dormirse. Los traficantes de drogas saben cómo iniciar a un joven en la nefanda adicción de marihuana y cocaína. Los programas de televisión saben cómo incitar al incauto en la pornografía y el crimen. Detrás de cada amigo ocasional puede esconderse un secuestrador de mentes, de corazones y de vidas.

Descuidarse en la educación moral, especialmente de los hijos pequeños, es dormirse cuando más necesitan ellos un padre alerta. Permitir que los hijos se críen por su cuenta, sin dirección, sin escuela, sin iglesia y sin Dios, es entregarlos en manos de ladrones del alma, que listos están para chuparse la última gota de sangre moral y espiritual.

Si los que somos padres o madres queremos hijos inteligentes, sanos, limpios y con valores morales, debemos vigilar con celo constante sus actividades. Por todos lados hay peligrosas tentaciones que llaman a los jóvenes con una atracción casi irresistible, y únicamente con un fuerte respaldo hogareño podrán ellos vencer esas tentaciones.

Quien nos ayudará a velar por nuestros hijos es Jesucristo, el Señor viviente. Invitémoslo a vivir en nuestro corazón, de modo que forme parte de nuestra vida y de nuestro hogar.

Hermano Pablo

jueves, 23 de febrero de 2012

ADELANTE

Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios. Lucas 9:62…


¡No te desanimes! Aunque todo te parezca perdido. Hay agua allá, en el fondo; continúa cavando. Muchos han muerto de sed a la orilla del río. Faltaban apenas unos pasos, pero miraron hacia atrás, y sus nombres se hicieron polvo en la carretera de la vida.

Alejandro el Grande agonizaba, un día, de sed en el desierto de Gedrosia, durante la conquista de Persia. Se vio tentado a abandonar la idea de conquistar el mundo de sus días. Estaba cansado, y sus soldados estaban muriendo uno a uno. Sentía que ya no tenía fuerzas para s

eguir adelante, y se sentó a la sombra de una roca, esperando el momento final.
Mientras esperaba la muerte, vio a una hormiga que intentaba vencer la dificultad de un montículo, cargando una paja. Cayó una, dos, tres veces, El desanimado jefe de los ejércitos griegos contó 38 veces, hasta que el diminuto animal logró vencer el obstáculo. Entonces, se preguntó a sí mismo, avergonzado: ¿No soy mejor que una hormiga?


En ese instante, en medio del calor infernal, apareció un soldado con un casco lleno de agua fresca, y la ofreció a su rey. Alejandro esperó a que los soldados se percataran del hecho y se acercasen, movidos por la curiosidad.


El poderoso conquistador tomó el casco, derramó el agua lentamente, ante los ojos atónitos de los soldados, y exclamó: “Demasiado para un solo hombre, y demasiado poco para todos”. Este hecho levantó el ánimo de la tropa, y fue de allí que partieron para la conquista de Persia. Lo que vino después es registro de la historia…
Por eso, ¡no te desanimes! La vida está hecha de luchas y de dificultades; si no fuese así, tal vez no sería desafiante el hecho de vivir. Al nacer, entraste en la lucha de esta vida; pusiste tu mano sobre el arado. Entonces, sigue adelante, venciendo el calor del mediodía, el frío inclemente de la noche oscura o la helada madrugada de tu propia inexperiencia.


¡Despierta! ¡Es hora de luchar y de vencer! El reino es de los valientes, y los valientes lo conquistan. Mucho más, si estás seguro de que la tuya no es una lucha solitaria: Jesús está a tu lado, dispuesto a inspirarte y sostener tus manos cuando estás cansado.
No salgas hoy de tu casa sin recordar las palabras de Jesús: “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”.

TRATARLOS COMO REYES

Lectura: Mateo 25:31-46.
"… fui forastero, y me recogisteis" Mateo 25:35
Es sabido que el rey Abdalá II, gobernante de Jordania desde 1999, se disfraza para ir a lugares públicos. Su propósito es hablar con gente común, averiguar qué piensan y verificar cómo tratan los empleados civiles a su pueblo. Ha visitado hospitales y oficinas gubernamentales para enterarse de la clase de servicio que brindan.
Al rey se le ocurrió esta idea mientras estaba en Nueva York. No podía salir de su hotel sin que lo acosaran, así que, se disfrazó. Como dio resultado, entonces lo probó en su país. Informó que, en cuanto empezó con esta práctica, los funcionarios civiles y los empleados hospitalarios comenzaron a tratar a todo el mundo como reyes.
Cuando Cristo venga como Rey, juzgará a las naciones (Mateo 25:31-46). El Señor dijo que ese juicio se basará en el modo en que la gente lo trató a Él cuando tenía hambre, sed, era un extraño, estaba desnudo, enfermo o en la cárcel. Los que sean juzgados preguntarán cuándo lo vieron en esas condiciones, y Jesús responderá: "… en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis" (v. 40).
Puesto que todas las personas son creadas a imagen de Dios, y como Jesús nos enseñó mediante Sus palabras y Su ejemplo que Él le importa mucho cómo tratamos a los demás, debemos tratar a todo el mundo con amabilidad y compasión. Tratemos a los demás como a reyes.
Nuestro amor a Cristo es tan real como nuestro amor al prójimo.

miércoles, 22 de febrero de 2012

«NO DEBO DESOBEDECER A MI MAESTRA»

Con mala ortografía y torpe letra el chico comenzó a escribir. Evidentemente el muchacho era rebelde e indisciplinado. Como castigo, la maestra le había asignado una tarea especial. Debía escribir, 300 veces, la frase: «No debo desobedecer a mi maestra.»

Se trataba de Jorge Licea, de origen mexicano. Estaba asistiendo a una escuela pública en la ciudad de Los Ángeles, California. Jorge escribió, y escribió, hasta el fin de la clase. Al día siguiente Jorge llegó temprano a la escuela, pero no se juntó con sus amigos. Estaba como confundido y melancólico.

Quieto y sombrío, se detuvo en la puerta de su aula y comenzó a llorar. Luego, ante el espanto de sus compañeros, sacó de su bolsillo un revólver, se lo puso a la sien y apretó el gatillo. Jorge Licea tenía diez años de edad.

Este caso conmovió a la gran ciudad. Terminada la investigación, se halló que la causa de la tragedia no era la tarea que la maestra le había dado. El castigo sólo hizo estallar una causa que era mucho más profunda que una simple tarea.

La causa, que procedía de la vida del muchacho, tenía que ver con su hogar. Allí estaba evidenciada la fórmula de siempre: pobreza, violencia, drogas, alcohol y maltrato. El niño vivía en un infierno. Con apenas diez años de edad, ya había aguantado todo lo que un ser humano es capaz de aguantar. Y como no vio salida alguna, optó por quitarse la vida.

Así es la vida de muchos niños y niñas en este mundo perdido y desviado en que vivimos. Quizá usted, mi querido joven, se encuentra en una situación parecida. Quizá la vida suya también sea un infierno. ¿Será eso todo lo que este mundo ofrece? La respuesta, positiva y categórica, es: «¡No!»

En cierta ocasión Jesucristo dijo: «Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos» (Lucas 18:16). Cristo, el autor de la vida, tiene una compasión muy especial por todos los que sufren injustamente.

Permítanme una palabra a ustedes, padres. ¿Será el ambiente de su hogar uno que podría dar lugar a la confusión y al deterioro moral de sus hijos? Su hogar es el único albergue que ellos tienen, y la vida presente y futura de ellos será una copia exacta de lo que es el hogar suyo.

Invitemos a Cristo, queridos padres, a ser el Señor de nuestro hogar. Cuando él reina en el hogar, hay serenidad y madurez y juicio y paz. Sólo Cristo produce cordura y armonía. Él quiere salvar nuestro hogar. Permitámosle entrar.

Hermano Pablo