jueves, 23 de febrero de 2012

miércoles, 22 de febrero de 2012

«NO DEBO DESOBEDECER A MI MAESTRA»

Con mala ortografía y torpe letra el chico comenzó a escribir. Evidentemente el muchacho era rebelde e indisciplinado. Como castigo, la maestra le había asignado una tarea especial. Debía escribir, 300 veces, la frase: «No debo desobedecer a mi maestra.»

Se trataba de Jorge Licea, de origen mexicano. Estaba asistiendo a una escuela pública en la ciudad de Los Ángeles, California. Jorge escribió, y escribió, hasta el fin de la clase. Al día siguiente Jorge llegó temprano a la escuela, pero no se juntó con sus amigos. Estaba como confundido y melancólico.

Quieto y sombrío, se detuvo en la puerta de su aula y comenzó a llorar. Luego, ante el espanto de sus compañeros, sacó de su bolsillo un revólver, se lo puso a la sien y apretó el gatillo. Jorge Licea tenía diez años de edad.

Este caso conmovió a la gran ciudad. Terminada la investigación, se halló que la causa de la tragedia no era la tarea que la maestra le había dado. El castigo sólo hizo estallar una causa que era mucho más profunda que una simple tarea.

La causa, que procedía de la vida del muchacho, tenía que ver con su hogar. Allí estaba evidenciada la fórmula de siempre: pobreza, violencia, drogas, alcohol y maltrato. El niño vivía en un infierno. Con apenas diez años de edad, ya había aguantado todo lo que un ser humano es capaz de aguantar. Y como no vio salida alguna, optó por quitarse la vida.

Así es la vida de muchos niños y niñas en este mundo perdido y desviado en que vivimos. Quizá usted, mi querido joven, se encuentra en una situación parecida. Quizá la vida suya también sea un infierno. ¿Será eso todo lo que este mundo ofrece? La respuesta, positiva y categórica, es: «¡No!»

En cierta ocasión Jesucristo dijo: «Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos» (Lucas 18:16). Cristo, el autor de la vida, tiene una compasión muy especial por todos los que sufren injustamente.

Permítanme una palabra a ustedes, padres. ¿Será el ambiente de su hogar uno que podría dar lugar a la confusión y al deterioro moral de sus hijos? Su hogar es el único albergue que ellos tienen, y la vida presente y futura de ellos será una copia exacta de lo que es el hogar suyo.

Invitemos a Cristo, queridos padres, a ser el Señor de nuestro hogar. Cuando él reina en el hogar, hay serenidad y madurez y juicio y paz. Sólo Cristo produce cordura y armonía. Él quiere salvar nuestro hogar. Permitámosle entrar.

Hermano Pablo

martes, 21 de febrero de 2012

EL AMOR ESCUCHA

Lectura: Salmo 119:145-152.
"Oye mi voz conforme a tu misericordia…" Salmo 119:149
Cuando amamos a los demás, los escuchamos. Claro que se necesita tiempo y esfuerzo para centrar la atención en ellos y par oír lo que están diciendo. Pero cuando lo hacemos, demostramos un genuino interés y respeto.
El escritor Wayne Alderson habla de un joven pastor que pasó mucho tiempo escuchando los problemas de los miembros de su iglesia. Un día, llegó a la casa y le dijo a su esposa: "¿Cómo te fue hoy?". Durante media hora, ella le habló de un problema con el auto, del dolor de oídos de su hijo y de lo difícil que le estaba resultando arreglar uno de los electrodomésticos. El pastor de inmediato empezó a resolver los problemas dándole una lista de cosas que ella debía hacer.
Entonces, ella lo miró y suspiró. "Ya hice todo eso -dijo-. No necesito que me resuelvas los problemas, sino que te intereses en lo que he pasado".
Cuando David suplicó: "Oye mi voz conforme a tu misericordia…" (Salmo 119:149), estaba expresando la verdad de que el Dios que nos ama, también nos escucha. Escuchar forma parte de amar.
Escuchar a una esposa, a un esposo, a un compañero de trabajo o a un amigo creyente puede ser justo lo que esa persona necesita cobrar ánimo o para ver un problema con más claridad. Escucha. Dios mismo demuestra que el amor escucha.
Escuchar puede ser lo más hermoso que hagas hoy.

lunes, 20 de febrero de 2012

«SÓLO ERA CUESTIÓN DE TIEMPO»

Voy a matar a mi padre —advirtió el joven de diecisiete años de edad.

Su amigo, también de diecisiete, le respondió, riéndose:

—No digas tonterías.

Y compartieron ambos un cigarrillo de marihuana.

—Voy a matar a mi padre —volvió a decirle el mismo joven al mismo amigo diez días después.

Así fue por varias semanas: siempre esa terrible declaración. Hasta que un martes 22 de febrero, Cristóbal Galván cumplió su intención. Mató de varios balazos a su padre Esteban Galván. Acto seguido, se mató él mismo. Fue así como se desarrolló este drama familiar, relatado escuetamente.

En más detalle, el muchacho, estudiante secundario, alto, rubio, bien parecido, vivía atormentado por problemas de personalidad. Además, era víctima del uso insensato de drogas como la marihuana, el crack y la heroína. Su madre había muerto de pena varios años atrás por el divorcio que había sufrido a manos de su padre, que era autoritario y exigente.

Ahí estaban el escenario y los elementos del drama, trágicamente dispuestos. Los personajes jugarían cada uno su papel impecablemente. ¿Qué era lo que hacía falta? El momento inevitable. El testimonio a la policía del amigo de Cristóbal, Jaime Carieri, lo explicaba todo: «Sólo era cuestión de tiempo.»

Aquí cabe hacernos la pregunta, franca y directa: ¿Será posible que se esté incubando en nuestro hogar un drama parecido? ¿Se estarán juntando los elementos letales que pueden desencadenar una tragedia? ¿Hay drogas en nuestra casa? ¿Hay licor? ¿Hay armas? ¿Hay irritación? ¿Hay encono? ¿Hay violencia?

Esos elementos, como hojas secas, se encienden con una sola chispa. La violencia suele estallar súbitamente sin que haya, al parecer, ninguna razón ni motivo. Y casi no hay hogar que esté inmune a ella.

¿Qué podemos hacer? ¿Cómo prevenimos una tragedia en nuestro hogar, en nuestra familia, en nuestra vida?

Lo cierto es que si no tenemos una relación íntima con el Señor Jesucristo, difícilmente tendremos la motivación para controlar esos momentos de crisis. Todos somos lo que es nuestro corazón. La Biblia dice: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34). Todo lo que somos y todo lo que hacemos viene de las intenciones, buenas o malas, de nuestro corazón.

Cristo quiere darnos un nuevo corazón. Él quiere perdonarnos y bendecirnos. Démosle, hoy mismo, nuestra vida. A cada uno nos hará una nueva persona.

Hermano Pablo

ESPERA EN JEHOVÁ


“Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes. Aguarda a Jehová; Esfuérzate y aliéntese tu corazón; Sí, espera a Jehová.”
Salmos 27:13-14


¡Qué hermosos versículos de ánimo y aliento para seguir adelante!

1.- La importancia de “creer”:Tener esa confianza firme de la Bondad de nuestro Dios.
Gustad y ved que es bueno Jehová; Dichoso el hombre que confía en Él”
. (Sl.34:8). La dicha en un corazón que reposa en la bondad de nuestro Dios, que entiende que estamos en sus manos bondadosas y que en las pruebas podemos descansar en Sus propósitos para nuestras vidas. ( Ro. 8:35-39).

2.-La importancia de “aguardar” :Esperar…¡Qué difícil! Pero a la vez, que paz hay cuando dejamos de luchar por obtener respuestas y espe ramos confiadamente en un Dios amoroso. “¿ Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarte, Salvación mía y Dios mío” Salmos.42:11

3.- La importancia de “esforzarse” : Para seguir sirviendo, para seguir adelante. El esfuerzo requiere una actitud de compromiso, de entender que debo poner manos a la obra. “Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová, y tome aliento vuestro corazón”
Salmos. 31:24

4.- La importancia de “alentarse” : ¿Dónde buscar el aliento? ¡En la Palabra de Dios! Abatida hasta el polvo está mi alma; vivifícame según tu palabra” Salmos 119:25. ¡Qué Su Palabra sea el aliento diario para nuestras vidas!

“Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo” Salmos.119:165

Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
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AlejandraL