viernes, 6 de enero de 2012

«NADIE PUEDE QUITARNOS LO QUE HEMOS DISFRUTADO

Durante dieciocho meses pasearon por casi todo el mundo. Viajaron en líneas aéreas, barcos de lujo y trenes de primera. Se alojaron en grandes hoteles y compraron de todo en famosas tiendas. Todo esto lo hacían a la moderna, pagando con tarjetas de crédito. Es decir, hasta que regresaron a Nueva York y fueron arrestados. Porque John y Mary Tillotson eran ladrones.

Habían andado de turistas por casi dos años con falsas tarjetas de crédito, robando tarjetas descuidadas y usándolas como si fueran suyas luego de cambiar de identidad. Cuando las autoridades los interrogaron, la muchacha descaradamente dijo: «Nos agarraron, pero nadie puede quitarnos lo que hemos disfrutado.»

El manifestar semejante desvergüenza seguramente enfurece al que posee valores morales, como lo son la decencia, la integridad, la rectitud, la justicia, la nobleza y la honradez. ¿Qué sucede con nuestras disciplinas? ¿Desde cuándo es aceptable engañar? ¿Cuándo dejó de ser malo mentir, robar, falsificar y sobornar? ¿Dónde está la virtud que nos legaron nuestros antepasados?

Es increíble notar cómo nuestra sociedad está dándole vuelta a todo. A lo blanco lo llama negro, a lo malo, bueno, a lo injusto, honrado, y a lo infame, ejemplar. Es por esa disposición tergiversada que una patinadora le quiebra la pierna a su contrincante, o que un dueño de empresa, para cobrar el seguro, le prende fuego a su propiedad, o que un empleado le roba al que le ha dado trabajo, o que un funcionario público olvida lo que significa ser honrado.

Tanto nos hemos alejado de virtudes sanas y de prácticas nobles que ni cuenta nos damos de que nuestras desgracias se deben a la semilla corrupta que estamos sembrando. Decimos que la moralidad pertenece a otra época, que vivimos en tiempos en que nada es bueno ni malo de por sí, pero no nos damos cuenta de que nuestro fracaso se debe a que no nos ceñimos a las leyes morales de Dios. La ley de la cosecha, que dice: «Cada uno cosecha lo que siembra» (Gálatas 6:7), ha quedado en el olvido.

Para no destruirnos del todo, necesitamos volver a buscar a Dios. Son las leyes absolutas de Dios las que nos guían hacia la salud y el bienestar. No tenerlas en cuenta es disponer nuestra propia ruina. Volvamos a Dios. Regresemos a los valores divinos. No sigamos destruyéndonos.

Cuando Jesucristo entra a vivir en nuestro corazón, Él lo cambia por completo. Vemos, entonces, lo bueno como bueno y lo malo como malo. Abrámosle nuestro corazón a Cristo. Dejémoslo entrar. Él quiere darnos nueva vida. Él enderezará nuestros pasos.

Hermano Pablo

VIVELOS SABIAMENTE

Lectura: Salmo 90.
"Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría" Salmo 90:12
Una maestra de escuela secundaria de Los Ángeles tenía una manera muy singular de estimular a sus estudiantes para que pensaran. De vez en cuando, escribía en la pizarra breves mensajes que no tenían relación con lo que estaban estudiando en ese momento.
Una mañana, los alumnos encontraron el número 25,550 escrito en el pizarrón. Por fin, uno de ellos levantó la mano y le preguntó por qué estaba allí esa cifra en particular. Ella explicó que 25,550 era la cantidad de días que ha vivido una persona de 70 años. De ese modo, estaba tratando de hacer hincapié en la brevedad de la vida y en el valor que tiene cada jornada.
Cuando yo era joven y miraba al futuro, el tiempo parecía pasar de manera sumamente lenta. Era difícil imaginar lo que solían decir las personas mayores: que el tiempo pasaba con tanta rapidez que se preguntaban adónde había ido. Pero, a medida que voy envejeciendo, los años parecen cortos y efímeros, sobre todo cuando los comparo con la eternidad.
Esto enfatiza lo que Santiago declaró sobre la vida: "Es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece" (Santiago 4:14). Por tanto, es importante que aprovechemos al máximo las oportunidades que tenemos de honrar a Dios, servir a los demás y proclamar a Cristo. Pidámosle al Señor que nos enseñe "a contar nuestros días" (Salmo 90:12) para que los vivamos con sabiduría.
No te limites a pasar el tiempo; inviértelo.

jueves, 5 de enero de 2012

LA FUERZA DEL AMOR

Un día en Filadelfia, el caballo de un carro asuntó y huyó. El dueño, corrió y se agarró de las riendas.

“Déjelo ir, déjelo ir”, gritaba la gente, temerosa por la vida del hombre, pero el no hacía caso. cayó en tierra, fue arrastrado, se levantó y por fin, mal herido y deshecho, pudo detener al animal.

¿Por qué no lo soltaba? le decían, “Su vida vale más que ese miserable animal”. Al oír esto, contestó: “Miren adentro del carro, ¿ven ese niño? Es el único hijo que tenemos”. Entonces entendieron todos.

Este incidente es un débil reflejo del sacrificio inmenso de nuestro Salvador. Cuando estaba colgado en la cruz, la gente le denostaba diciendo: “Sálvate a tí mismo si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz”.

El Señor no prestó oído al desafío, no descendió de la cruz, pues había un mundo perdido que salvar. Me amó y se entregó a sí mismo por mí.

¿QUÉ HACER CUANDO EL PILOTO SE MUERE?

Tranquilo iba el vuelo en la pequeña avioneta Cessna. Era el anochecer y se acercaban a Flagstaff, Arizona. En el avión iban el piloto William Graham, y un pasajero, amigo suyo, Mateo Kornblum.

Todo iba normal cuando, de repente, William Graham se llevó una mano al corazón. «No me siento bien», alcanzó a decir. En seguida se desmayó. Kornblum logró apartar al piloto de los controles y tomar él mismo los del lado suyo. Pero Kornblum nunca antes había pilotado un avión. ¿Qué iba a hacer? La oscuridad se acercaba, estaban entre montañas, y él no sabía nada de aviones.

Kornblum se había dado cuenta de cómo su amigo William, el piloto, manejaba la radio, y en seguida dio aviso de que su piloto se había desmayado. La respuesta fue inmediata. «No se aflija. Desde acá recibirá instrucciones.»

Así fue. Kornblum prosiguió a describir la posición de todo en el tablero, y sistemáticamente fue recibiendo instrucciones. En cierto momento oyó otra voz, pero no la del aeropuerto. Era la voz de Julio, que volaba a su lado en otra avioneta. Julio fue describiendo, paso a paso, cómo hacer descender el avión sobre la pista, y así sucedió algo que Kornblum nunca creyó poder hacer: aterrizó sano y salvo. Lo que Kornblum no sabía era que su amigo, William Graham, había muerto.

Debe de ser horrible volar en una pequeña avioneta cuyo piloto ha muerto, sin saber uno cómo pilotarla. ¿Qué hacer? Tres cosas hizo Kornblum: sintonizó la radio, siguió las instrucciones y tuvo fe en el piloto que volaba a su lado.

¿Qué hacer cuando algo imprevisto y grave nos sucede en la vida? El incendio de la casa. Un accidente de tránsito. Un naufragio en alta mar. ¿Qué podemos hacer?

¿Qué hacer cuando descubrimos la infidelidad de nuestro cónyuge, cuando comprobamos que un hijo es drogadicto, cuando, por desfalco de un socio, todo el negocio se viene abajo? ¿Qué hacer? ¿Reaccionar con violencia? ¿Armarnos de un revólver? ¿Escapar al alcohol?

Nada de eso es necesario. Todos tenemos un piloto inmortal para guiarnos. Ese piloto es Jesucristo. Él puede, con toda calma, librarnos del mal. Pero tenemos que hacer lo que hizo Kornblum: mantener la sintonía con Dios en oración, atender a las instrucciones de su Palabra, la Biblia, y tener fe en Él.

Confiemos en Dios. Los que están en las manos de Dios nunca se desesperan. A los que confían en Él, Dios les da su gracia para sobrevivir a cualquier calamidad.

Hermano Pablo

miércoles, 4 de enero de 2012

GASTADA

Lectura: Salmo 119:65.
"Bien has hecho con tu siervo, oh Jehová, conforme a tu palabra" Salmo 119:65
Siempre recordaré al maestro bíblico que levantó su gastada Biblia y dijo: "Todo creyente debería destrozar un ejemplar de la Biblia cada diez años". En otras palabras, deberíamos usar tanto nuestras Biblias que, a la larga, se gasten. Su desafío también me recuerda el dicho: "El dueño de una Biblia que se está desmoronando, por lo general, no se desmorona". Esto, sin duda, se cumplió en mi caso.
No me siento orgullosa de los años en que mi Biblia fue bastante poco usada. Durante ese tiempo, la que se estaba desmotando era yo, no mi Biblia. Sorprendentemente, Dios utilizó mi condición como un medio para abrir el apetito por las Escrituras.
Un día, sentí que el Señor me estaba recordando que Su Palabra está llena de verdades que funcionan. Desde ese momento, deseé poner esas verdades en práctica en mi vida. Para mí, la Biblia ya no era algo que me hacía sentir culpable ni que acumulaba polvo. Poco a poco, a medida que la leía, la digería y subrayaba frases claves, ¡mi Biblia empezó a desmoronarse y no yo!
En el margen de muchas páginas de su Biblia, D. L. Moody escribió las letras P y C, que significaban "Probado y Comprobado". Había puesto en práctica pasajes de la Escritura y comprobado que daban resultado. Tú también puedes probar y comprobar la Palabra de Dios, la cual obra maravillas.
La Biblia debe ser el pan de cada día, no un pastel para ocasiones especiales