sábado, 26 de noviembre de 2011

RECUERDA A JUAN

Lectura: 2 Reyes 5:1-15.
"He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel" 2 Reyes 5:150
Juan es un hombre humilde y analfabeto; sin embargo, Dios lo utilizó para iniciar el proceso de paz en Mozambique. Su nombre no se menciona en ningún documento oficial; lo único que hizo fue organizar un encuentro entre dos de sus conocidos: el embajador de Kenia Bethuel Kiplagat y un mozambiqueño. Pero esa presentación desencadenó los acontecimientos que condujeron a un tratado de paz, después de diez años de guerra civil.
Como resultado de esa experiencia, el embajador Kiplagat aprendió lo importante que es respetar a todas las personas. «Uno no desestima a la gente por ser inculta, por ser negra, por ser blanca, por ser mujer, por ser vieja o joven. Todo encuentro es algo sagrado, y debemos valorarlo —dijo el embajador. —Uno nunca sabe qué enseñanza puede haber allí».
La Biblia confirma que esto es cierto. Naamán era un gran hombre en Siria cuando se enfermó de ese terrible mal que es la lepra. Una joven sierva, a quien él había capturado, le dijo a su esposa que el profeta Eliseo podía curarlo. Como Naamán estuvo dispuesto a prestarle atención a esta humilde muchacha sirviente, se salvó de morir y llegó a conocer al único Dios verdadero (2 Reyes 5:15).
El Señor suele hablarnos a través de aquellos a quienes pocos están dispuestos a escuchar. Para oír a Dios, asegúrate de escuchar a los humildes.
Dios utiliza personas comunes para llevar a cabo Su plan, que es fuera de lo común.

viernes, 25 de noviembre de 2011

LA EDAD FATAL PARA LA FAMILIA PLATERO

Manlo Platero miró el pastel de cumpleaños: un lindo pastel, cargado con cincuenta velitas. Estaba ya por soplar y apagarlas todas, mientras la familia y los invitados cantaban «Cumpleaños Feliz», pero antes quiso decir unas palabras.

«He llegado a la edad fatal en mi familia —expresó Manlo—. Quiero brindar por la última noche de sueño profundo y completo que tendré en mi vida.» Dicho esto, sopló las velas y todas se apagaron al instante.

¿Qué quería decir con esas palabras? Manlo Platero, italiano, pertenecía a una familia que, desde 1822, había visto morir de insomnio y falla del corazón, poco después de cumplir los cincuenta años de edad, a casi todos sus varones. «Nadie sabe a qué se debe —explicó el doctor Stefano Albertazzi, de Roma, Italia—, pero todos los hombres de esa familia sufren el mismo triste destino.»

He aquí un caso curioso. Los varones de la familia Platero, no bien cumplían cincuenta años, contraían una severa forma de insomnio que en poco tiempo los mataba. Durante más de 170 años habían sufrido lo mismo, y la familia entera está resignada. «Dios trabaja en forma misteriosa —decían ellos—; ya que sabemos que pasados los cincuenta años moriremos pronto, queremos vivir en plenitud.»

Este caso suscita la pregunta: ¿Qué puede o debe hacer una persona que sabe, positivamente, que dentro de un año —365 días— morirá?

Unos dirán: «Ya que me queda poca vida, voy a vivir intensamente, bebiendo hasta las heces la copa del placer.» Pero otros dirán: «Voy a tratar de ganar la mayor cantidad de dinero posible para dejarle algo a mi familia»; o: «Voy a portarme mejor para dejar el mejor ejemplo posible a mis hijos»; o: «Voy a tratar de encontrar a quienes he ofendido para pedirles perdón;» o: «De aquí en adelante voy a ser mejor seguidor de Cristo.»

Lo cierto es que esos buenos deseos que todos tendríamos, si supiéramos que en un año íbamos a morir, pueden ser parte integral de nuestra vida ahora mismo. No es necesario cambiar nada. Podemos estar en completa paz y armonía con nosotros mismos, con nuestra familia, con nuestros semejantes y con Dios. Y podemos, en todo momento de la vida, estar preparados para la muerte. No tenemos que cambiar nada.

¿Cómo ocurre eso? Sometiendo nuestra vida al señorío de Cristo. Cuando estamos bien con Dios, lo estamos con todos. Cuando Cristo es nuestro Dueño, la muerte no nos asusta. Coronemos a Cristo, hoy mismo, Rey de nuestra vida, y disfrutaremos de la insondable paz y seguridad de Dios.

Hermano Pablo

LAS PROMESAS

Por lo que se cuenta…, mi propia experiencia y sin dudas la tuya también, cuando éramos niños, siempre se nos dijo: “si te portas bien o haces esto o aquello, te voy a dar….., regalar….., permitir….., llevar….., etc., etc.
Siempre teníamos una condición o tarea que cumplir, la que hacíamos con gusto pues lo que se nos ofrecía a cambio, era de nuestro completo agrado. Además, nuestros padres cumplían con lo que prometían.

Existe una categoría de promesas que a todos, niños y adultos, nos encanta recibir, o que se cumplan en nosotros – algunos las exigimos – pero, sin querer hacer nada a cambio para obtenerlas.
No me refiero al horóscopo (Zodiaco) que día a día, ya sea en los periódicos, estaciones de radios, televisión o Internet, podemos leer.
Me refiero a otras promesas que, lamentablemente, hemos degra dado al nivel de un horóscopo. Estas se pueden leer en calendarios, agendas y otros artículos que podemos comprar en librerías o en tiendas (negocios) especializadas en artículos de regalo. Las compramos para nosotros o para regalarlas; por ejemplo, a un amigo o amiga para sus cumpleaños.
Algunos no podemos vivir en paz, si no leemos una de esas promesas por la mañana cuando nos levantamos.
Otros sostienen que solo basta pedirlas, con confianza, para recibirlas.

Estoy seguro, que ya sabes de cuales promesas estoy hablando. ¡Exactamente! Me estoy refiriendo a las promesas de nuestro Padre Dios, y que encontramos abundantemente en La Biblia, desde Génesis a Apocalipsis.
Existen cristianos que nunca han leído la Biblia, pero se conocen las promesas de memoria. Viven el día a día felices con las promesas que leen en el calendario o que sacan de cajitas donde las tienen sorteadas por colores o por temas. Si no se les cumple lo que decía la promesa, le r eclaman a Dios o alguien les hace creer que ha sido por falta de confianza (fe) en la proclamación (poder de la palabra) o, porque tal vez el diablo se la “robó” o “metió su cola”.
Este tipo de creyentes son como el avecita “colibrí”, volando de promesa en promesa, a veces de congregación en congregación, buscando la satisfacción para sus vidas. ¡Y vaya que hay ofertas para tales creyentes!

Qué pena por ellos. Nunca madurarán, ni como personas, ni en el conocimiento de Dios.
Su sentido de servicio será prácticamente nulo y por lo general terminan frustrados y decepcionados. Arrastrando sus pecados e incluso aumentándolos por desconocer, en forma voluntaria o involuntaria porque nadie se lo ha enseñado, lo que realmente gatilla o provoca el desenlace de las promesas de Dios para sus vidas.

El apóstol Pedro en su segunda carta nos enseña que las promesas de Dios son exclusivamente para los hijos de Dios, cuando éstos cumplen con ciertos requisit os o condiciones. Dicho de otra manera, el nos enseña bajo qué circunstancias un hijo de Dios podrá gozar de las promesas de su Padre.

“Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y potencia, nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda. Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina”. 2Pedro 1:3-4 (NVI)

Dios, en su inmenso amor, al adoptarnos como sus hijos nos revela, en Su Palabra (Biblia), todo lo necesario para que vivamos amándole (obedeciendo sus mandamientos), honrándole y sirviéndole. Obedeciendo la voluntad de Dios en nuestras vidas, vivimos como Dios manda. Así, (de esta forma o entonces) continúa el Apóstol Pedro, Dios nos entrega sus preciosas y magníficas promesas.

El apóstol Pablo en su s egunda carta a los Corintios escribe lo siguiente:
“Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. (2Corintios 7:1)
Para entender esto, tendrás que leer el contexto de los capítulos anteriores.

“No sean perezosos; más bien, imiten a quienes por su fe y paciencia heredan las promesas.” (Hebreos 6:12)
El autor de la carta a los Hebreos, escribe esto en el contexto de la fe (confianza) en Dios y del amor a Dios (obediencia a sus ordenanzas/voluntad).

Nuestro Señor Jesucristo nos dice lo siguiente:
“Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, con mayor razón Dios, su Padre que está en el cielo, dará buenas cosas a quienes se las pidan.” (Mateo 7:11)
Pero, hay condiciones. Esas, las encuentras leyendo todo el Sermón del Monte (Mateo capítulos 5 al 7). Allí Jesús ex pone los requisitos que él demandan de un discípulo suyo, para que éste pueda pedir y tenga el derecho de recibir “la buenas cosas” (promesas) de Dios Padre.

No exijamos ni esperemos recibir o gozar de las promesas de Dios, si no estamos dispuestos a cumplir con los requisitos que La Palabra de Dios (Biblia) nos demanda.

Cuando vivimos en el Espíritu de Dios (en el deseo de Dios) y en el Espíritu de Jesús (en obediencia cumpliendo la Voluntad – deseo – del Padre), El Padre cumple lo que ha prometido.

Mi deseo es que esto sea un incentivo para ti, para que conozcas y estudies lo que Dios en Su Palabra te dice y luego lo pongas en práctica.
Pues solo así, gozarás de una vida plena y abundante. Crecerás y madurarás en tu conocimiento de Dios.

¡Dios te bendiga!
Juan Paulus

Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatin a.org
jepf

miércoles, 23 de noviembre de 2011

PACIENCIA, TODO TIENE SU TIEMPO

EL CENICERO MÁS GRANDE DEL MUNDO

Fue un día especial para la ciudad de Houston, Texas. No era un día de nieve ni de ciclón. No había campeonato de béisbol ni concierto de la orquesta sinfónica. Ese día, en un negocio de la ciudad, se instalaría el cenicero más grande del mundo.

En un receptáculo especial, miles de hombres y mujeres comenzaron a arrojar colillas de cigarrillos. Era una manera de protestar contra el abuso del tabaco, y una forma de evidenciar su propia decisión personal de no volver a fumar.

Miles de colillas, hasta llegar a pesar 300 kilogramos, llenaron el cenicero más grande del planeta. ¡Qué buena la decisión de estos habitantes de Houston!

Dejar de fumar, y dejarlo para siempre, es una de las mejores resoluciones que pueden hacerse, ya sea en Año Nuevo o en mitad de año, o en cualquier día del calendario. Porque el humo del tabaco es, en el mejor de los casos, totalmente inútil, y en el peor de los casos, nocivo tanto para el organismo del que lo fuma como para el inocente que se ve obligado a aspirarlo por la inconsciencia del fumador que está a su lado. El humo del tabaco es pestilente, maloliente, deprimente y repelente, además de no dejar célula del cuerpo sin estropear. Bueno sería que en cada ciudad del mundo comenzaran a poner ceniceros gigantes, y que se organizara un campeonato mundial para ver quién hiciera el más grande.

Después de hacer campeonato de ceniceros de cigarrillos, podrían hacerse campeonatos de otras clases de vicios de la humanidad que igualmente la dañan, estropean y arruinan. Por ejemplo, podría haber, en todas partes del mundo, campeonatos de tanques de licores, adonde cada persona adicta al licor fuera a vaciar sus botellas; campeonatos de resumideros de drogas y de marihuana; campeonatos de cualquier otra cosa que se bebe, se come, se huele, se aspira o se inyecta, y que perturba, daña, enferma, crea adicción y mata a ese ser que no vive bajo la protección de un Creador sabio y amoroso, sano, perfecto, inocente y limpio; y campeonatos de los despojos mortales de todo lo que ensucia y envilece el alma, tal como el odio, la violencia, la mentira, la lujuria, la inmoralidad, la crueldad y la vanidad.

Sin embargo, estos campeonatos no son más que una ilusión. Lo que sí puede ser realidad es la decisión de cada uno, una decisión muy personal, de despojarse de todo lo que es malo, y de pedirle a Cristo que sea su Señor y su Salvador.

Hermano Pablo

martes, 22 de noviembre de 2011

AMOR ABNEGADO

Lectura: Filipenses 2:20-30.
"Porque por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida…" Filipenses 2:30
El 4 de diciembre de 2007, un soldado de 19 años que prestaba servicio en Irak vio que arrojaban una granada desde un techo. Apostando la ametralladora en la torrecilla de su Humvee, trató de desviar el explosivo… pero cayó dentro del vehículo. Tenía tiempo para saltar y salvar su vida, pero, en cambio, se arrojó sobre la granada, en un acto de asombroso altruismo que les salvó la vida a cuatro soldados compañeros de él.
Esta acción casi inexplicable de sacrificio personal puede ayudarnos a entender por qué la Biblia nos dice que hay una clase de amor que es más honroso que tener mucho conocimiento y una gran fe (1 Corintios 13:1-3).
Esta clase de amor puede ser difícil de encontrar. Esto hacía que el apóstol Pablo se lamentara de que hubiese personas que se preocupaban más de sí mismas que de los intereses de Cristo (Filipenses 2:20-21). Por esta razón, daba tantas gracias por Epafrodito, un colaborador que «estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida» para servir a los demás (v. 30).
Si creemos que nunca seríamos capaces de arriesgar nuestra vida para beneficio de otras personas, el ejemplo solidario de Epafrodito nos muestra cuál es el primer paso. Esta clase de amor no es normal ni común, y tampoco surge de nosotros, sino que procede del Espíritu de Dios que nos da el deseo y la capacidad de sentir por los demás un poco del afecto indecible que Dios tiene hacia nosotros.
Tu amor a los demás determina la medida de tu amor a Dios.