viernes, 30 de septiembre de 2011

CAMINANDO A LA RESTAURACIÓN


¿Has sentido el desanimo en tu vida? La tristeza, de dolor del corazón, ese pensamiento que te dice que ya no puedes mas, que no hay vuelta, que no sirves, que no hay mas oportunidad, que no tienes más fuerzas, que ya es tarde…

Veremos en el ejemplo de David un hombre que, a pesar de las pruebas, de su pecado, de las persecuciones, vivió la restauración de Dios y pudo plantar su bandera y decir: “mi porción es Jehová” (salmos 119:57-64). David vivió diversas situaciones y vamos a analizar algunas de ellas y como Dios le levantó y restauró en amor para que pueda seguir adelante.

Persecuciones

Vemos en 1 Samuel 18 el comienzo de las persecuciones que sufrió en manos de Saúl y sus hombres, su forma de conducirse y el cuidado de Dios en su vida.

1. Dios le cuida. 1 Samuel 18:8-14
2. Dios estaba con él. 1Sm.18:28
3. Dios le protege. 1 Sm.19:18-24
4. Dios le da ánimo a través de un amigo. 1 Sm.20:16-18

A la vez, podemos ver como es el actuar de David el cual debemos imitar en medio de las persecuciones o problemas con personas que pueden desanimarnos.

1. David se conducía prudentemente. 1 Sm.18:14
2. David mostró fidelidad. 1 Sm. 22:14
3. David busco la guía de Dios y obedecía. 1 Sm.23:2,10-11
4. David respeto al que le perseguía porque entendió la soberanía de Dios. 1 Sm.24:1-6
5. David dejo a Dios la venganza. 1 Sm. 24:12

Pecado

2 Samuel 11 y 12, Salmos 32:2-3, Salmos 51
Vemos la caída de David en pecado, las consecuencias del mismo en su vida, su cuerpo, su alma, y a la vez la restauración de Dios a un corazón arrepentido.
David confesó su pecado a Dios (Salmos 32:5-7, 2°Sm.12:13), se arrepintió y recibió el perdón de Dios ( Salmos 51), su disciplina ( 2°Samuel 12) y su restauración total (Sl.51:17-19) afirmando Dios que él era un hombre conforme a Su corazón: 1 Samuel 13:14, Salmos 89:20,Hechos 13:22.

Pruebas

David se encuentra frente a un gran desafío, GOLIAT, una gran prueba que debía vencer. El no se miro a sí mismo y entenderemos el por qué…

• Muchacho. 1 Sm.17:33
• Pastor de ovejas. 17:34
• Inexperto en la guerra. 17:39
• De apariencia débil .42

Sino que …

1. Miró la Grandeza de Dios. 1 Sm.17:26, 36
2. Miró la Fidelidad de Dios. 17:37
3. Miró el Poder de Dios 17:45

¿Cuál es tu Goliat? ¿Qué es eso que te desanima y no te deja ver a Dios? NO te mires a ti mismo y la magnitud de la prueba, mira a Dios y todo lo que Él es.

“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de el sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro animo no se canse hasta desmayar” Hebreos 12:1-3


Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatina.org
AlejandraL

lunes, 26 de septiembre de 2011

UNIDOS AL FIN

Las puertas de la sala de emergencia se abrieron de par en par. Una camilla conducida por enfermeros pasó rápidamente. Traían a un hombre de sesenta y cinco años de edad, víctima de un ataque cardíaco. Los médicos hicieron todo lo posible por salvarlo, pero el hombre murió.

Treinta minutos más tarde otro hombre, de sesenta y tres años de edad, entró al hospital, víctima también de un ataque cardíaco. Y este también murió.

Los llevaron, entonces, a la morgue, y los pusieron uno junto al otro.

¿Quiénes eran estos hombres? Eran Ron y Peter Surveille, hermanos que vivían en la misma ciudad, París, hermanos que habían estado enemistados durante cuarenta años. Y ahora, a la fuerza, estaban juntos, pero muertos los dos.

Este es un caso patético. Estos hermanos se enemistaron por motivos personales. No se habían hablado por cuarenta años, aunque vivían en la misma ciudad. Ahora estaban juntos en la morgue, hombro a hombro, pero ya muy tarde para cualquier reconciliación. Cuando tuvieron tiempo de hacer la paz, no lo hicieron. Y aunque ahora estaban juntos, estaban separados para siempre.

¿Cuánto tiempo vamos a esperar nosotros para reconciliarnos con nuestro hermano o nuestra hermana, con nuestro esposo o nuestra esposa, o con cualquiera con quien estamos enemistados? ¿Un día? ¿Un mes? ¿Un año? ¿O esperaremos hasta el día de la muerte, cuando la puerta se haya cerrado para siempre?

La obstinación es uno de los pecados más absurdos del ser humano. Nos herimos a nosotros mismos. Arruinamos nuestra propia vida. Destruimos nuestro propio ser, y todo por el orgullo que no nos deja decir: «Perdóname.»

Lo triste de esta obstinación es que el que sufre es el que no perdona. El que no perdona lleva una vida solitaria. El que no perdona no conoce la paz. El que no perdona sólo conoce amargura. El que no perdona no puede ni perdonarse a sí mismo. Y lo peor de todo es que el que no perdona no puede hallar el perdón de Dios.

La oración más conocida de todos, el Padrenuestro, dice: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mateo 6:12). Es como decir: «Perdóname, Señor, de la misma manera en que yo perdono.» Y si nosotros, en obstinación, no perdonamos, no podemos obtener el perdón de Dios.

Cristo nos mostró el camino al reconciliarnos con Dios. Perdonemos nosotros, para vivir en paz y para disfrutar del perdón de Dios.

Hermano Pablo

viernes, 23 de septiembre de 2011

DIOS ES AMOR


Dios es Amor, Verdad inconfundible.
Dios es Amor. Y es tal su inmensidad,
que ante su Amor no existe el imposible,
y al pecador le ofrece eterna Paz.

Indigno soy de que El en mí pensara.
Yo sé que no merezco su perdón.
Mas con su Amor me limpia y fiel me ampara.
Su Gracia tengo cual precioso don.

Dios es Amor, y lo es, de tal manera,
que a Su Hijo dio por mi alma redimir,
y en cruz murió para que yo tuviera
en su mansión, eterno porvenir.

Dios es Amor. Mas lo que no comprendo,
es que el mortal rechace su Bondad.
Desprecie el don de Dios, y esté escogiendo
su perdición por propia voluntad.

Dios es Amor, y mi alma lo celebra
dando alabanzas a mi Salvador.
Por su Bondad cambió mi suerte negra,
y hoy brilla en mí la lumbre de su Amor.


(Daniel Nuño)

lunes, 19 de septiembre de 2011

«LA MAFIA DE LAS ABUELITAS»


Eran dieciocho mujeres. Mujeres ancianas, de cabello blanco. Mujeres que tenían el porte y el semblante de personas honestas, dignas, aplomadas en lo moral y maduras en lo espiritual. Dieciocho mujeres que iban y venían entre California y otros estados, como quien pasea de lo más desaprensivamente.

Sin embargo, formaban una mafia, «la mafia de las abuelitas», como la llamaron los diarios. Esas ancianas se dedicaban al tráfico de drogas. Y llegaron a acumular una fortuna calculada en veinticinco millones de dólares. Cuando por fin cayeron presas, fue motivo de gran asombro para todos los vecinos y conocidos.

Las blancas cabezas y los serenos semblantes presentaban un agudo contraste con el trabajo que realizaban. «Eran todas mujeres respetables en su comunidad —comentó el jefe de la policía de Los Ángeles—. Pero uno nunca termina de desengañarse de la gente.»

Siempre se ha supuesto que los años, las arrugas y las canas traen consigo la sabiduría. En los años de nuestra juventud se nos concede que hagamos travesuras y locuras, y que violemos normas y leyes. Pero al llegar los años de la senectud, se supone que debemos calmarnos y entrar en una vida reposada, sabia y serena. Aquellas ancianas hicieron todo lo contrario.

Todas ellas, con más de sesenta años de edad y ya abuelas, en lugar de ponerse a tejer conjuntos para sus nietos, como toda abuela normal, entraron en el negocio del narcotráfico. Y escudadas en su edad, su porte, su semblante y su buen nombre, cometieron un delito que las leyes penan severamente.

Es que los años y las canas no compran la sabiduría por sí solos. La vejez no es necesariamente, de por sí, la edad de la bondad, la justicia y la sabiduría. La verdad es que el ser humano puede ser tan malo a los ochenta años como lo fue a los veinte, los treinta o los cincuenta. El corazón no se cambia por sí solo. Carece de fuerza suficiente para ello. Nadie se autorregenera por más que se lo proponga o lo desee. Quien cambia al individuo, a cualquier edad, es Cristo. Y sólo Cristo puede tomar a un pecador, ya sea adolescente, joven, adulto o anciano, y transformarlo por completo.

¡No es posible exagerar la importancia de entregarle nuestra vida y nuestro corazón a Cristo cuanto antes en la vida! «Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que lleguen los días malos», dice la Biblia (Eclesiastés 12:1). Hoy mismo, antes que pase más tiempo, démosle nuestra vida a Cristo.

Hermano Pablo

domingo, 18 de septiembre de 2011

METAS DIFERENTES

Lectura: 1 Corintios 1:18-31.
"… lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios" 1 Corintios 1:27
En 1945, el golfista profesional Byron Nelson tuvo una temporada increíble. De los 30 torneos en que participó, ganó la asombrosa cantidad de 18, incluso 11 seguidos. Si hubiese querido, podría haber continuado su carrera y quizá haberse convertido en el jugador más grande de todos los tiempos. Sin embargo, esa no era su meta. Lo que buscaba era ganar suficiente dinero jugando golf para poder comprarse una estancia y pasar el resto de su vida haciendo lo que realmente amaba. Por eso, en vez de continuar en la cúspide de su carrera, Nelson se retiró a los 34 años, para convertirse en estanciero. Tenía otros objetivos.
Tal vez el mundo crea que esta manera de pensar no tiene sentido, ya que no entiende al corazón que busca la satisfacción y el contentamiento verdaderos por encima del intento de lograr más riquezas y fama. Esto es particularmente cierto cuando se trata de nuestra decisión de vivir para Cristo. Pero este concepto que el mundo tiene de nuestra insensata lealtad podría ser la mejor manera de representar ante todos las metas distintas del Maestro. Pablo escribió: «… sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte» (1 Corintios 1:27).
Comprometernos a vivir según los principios del reino podría tildarnos de ilógicos a los ojos del mundo, pero puede generar honra a nuestro Dios.
Los valores esenciales carecen de valor a menos que reflejen los valores divinos.

!NO ME HABLES DE JESUCRISTO¡

A mediados del último siglo, vivía un conde sajón, que había sido educado en el Deísmo – doctrina que admite la existencia de un Dios, pero niega la revelación y rechaza el culto – y se gloriaba de ser adversario declarado de la fe cristiana y de las Sagradas Escrituras. Sintiéndose ya viejo y cerca de su fin, forzado por algún escrúpulo de conveniencia o de conciencia, hizo venir a su hogar al predicador de la Iglesia Evangélica, al que estimaba mucho por sus talentos y por sus virtudes. Teniéndole ya a su lado, le habló de la siguiente manera:

-Yo soy deísta convencido, ya usted lo sabe; mas en medio de todo, yo me tengo por persona religiosa, y quiero estar preparado para una buena muerte. Yo tendré mucho gusto en recibir a usted en mi casa cuantas veces quiera venir a verme; pero con una condición, que no me hable usted mas de Dios y sus perfecciones; no me hable usted de Jesucristo, de ese Dios hecho hombre y de la fe en El; no necesito de él para salvarme, bástame mi Dios.

Después de algunos momentos de vacilación, el predicador aceptó las condiciones propuestas. Hizo al enfermo la primera visita, en la cual le habló con palabras ardientes y llenas de celo por la causa del Señor, del poder, de la sabiduría y de la bondad de Dios, y como se manifiestan en la obra de su creación. El viejo conde dio grandes señales de satisfacción. Mas en la segunda visita el prudente y esforzado Pastor dirigió ya por otro camino sus observaciones: habló de la santidad de Dios y del horror que por esencia le causa el pecado; habló también de su omnipresencia, por la cual ve todo lo que pasa, hasta en los secretos más recónditos del corazón humano, y de su justicia, que busca y castiga al pecador a donde quiera se encuentre, sea en el fondo del mar como Jonás, o en las alturas encumbradas del tromo como a Saúl. De pronto el tenaz deísta guardó silencio, y se podían ver en su semblante adusto señales de que su alma estaba sintiendo en esos momentos solemnes alguna grave turbación.

Al terminar la plática, dejó solo al enfermo para que pudiese meditar profundamente en lo que habían hablado. Y efectivamente el conde comenzó a recorrer en su memoria las distintas etapas de su vida y a recordar los muchos pecados con que a través de su dilatada existencia había ofendido a ese Dios que él llamaba tan bueno, y que aunque él los creía ya olvidados para Dios estaban frescos y presentes para tortura suya; y verdaderamente el recuerdo de Dios: omnipotente, omnisciente y omnipresente y justo ya comenzaba ahora a inquietarle e importunarle. Y como su amigo pastor tardase un tanto en su tercera visita, el enfermo le hizo llamar.

Entonces le abrió su corazón, le dio cuenta de los serios temores que atemorizaban su alma, y le suplicó que no le abandonase en esta difícil situación de su espíritu, sino que le indicase algún medio eficaz para devolverle la paz, que ahora ansiaba más que nunca.

“Pero, amigo mío, respondió el Pastor, usted me ha prohibido hablarle precisamente de ese remedio, pues el convenio que hicimos antes de nuestra primera conversación fue que yo ni le nombrase siquiera al Señor Jesucristo y su gran oferta de salvación, que es la única que puede librar al hombre de todos sus temores. Entiéndalo bien, de todos sus temores sin excepción”.

- Pues yo levanto esa prohibición – respondió el enfermo con energía; -Hábleme usted de Él, mi conciencia lo necesita.

Y el buen ministro del Evangelio le habló con gran satisfacción del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; de aquel de quien dijo San Pablo: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores; de Aquel, en fin, cuya sangre nos limpia de todo pecado y que es la propiciación por nuestras rebeliones.

Y el viejo e incrédulo conde abrió su alma a la fe en Jesucristo, como la flor abre sus pétalos a la luz del sol y es vivificada; creyó en Dios Padre amoroso que envió al mundo a su Hijo para redimir al mundo; para que todo aquel que en El crea no perezca, sino tenga vida eterna. Con ello todos sus temores fueron disipados. Y desde aquella feliz hasta la de su muerte, el buen enfermo decía siempre, como un canto de vida y esperanza:

“Habladme, habladme de Jesucristo, porque en ello mi alma encuentra la más dulce y tierna paz de toda mi vida”.