lunes, 19 de septiembre de 2011

«LA MAFIA DE LAS ABUELITAS»


Eran dieciocho mujeres. Mujeres ancianas, de cabello blanco. Mujeres que tenían el porte y el semblante de personas honestas, dignas, aplomadas en lo moral y maduras en lo espiritual. Dieciocho mujeres que iban y venían entre California y otros estados, como quien pasea de lo más desaprensivamente.

Sin embargo, formaban una mafia, «la mafia de las abuelitas», como la llamaron los diarios. Esas ancianas se dedicaban al tráfico de drogas. Y llegaron a acumular una fortuna calculada en veinticinco millones de dólares. Cuando por fin cayeron presas, fue motivo de gran asombro para todos los vecinos y conocidos.

Las blancas cabezas y los serenos semblantes presentaban un agudo contraste con el trabajo que realizaban. «Eran todas mujeres respetables en su comunidad —comentó el jefe de la policía de Los Ángeles—. Pero uno nunca termina de desengañarse de la gente.»

Siempre se ha supuesto que los años, las arrugas y las canas traen consigo la sabiduría. En los años de nuestra juventud se nos concede que hagamos travesuras y locuras, y que violemos normas y leyes. Pero al llegar los años de la senectud, se supone que debemos calmarnos y entrar en una vida reposada, sabia y serena. Aquellas ancianas hicieron todo lo contrario.

Todas ellas, con más de sesenta años de edad y ya abuelas, en lugar de ponerse a tejer conjuntos para sus nietos, como toda abuela normal, entraron en el negocio del narcotráfico. Y escudadas en su edad, su porte, su semblante y su buen nombre, cometieron un delito que las leyes penan severamente.

Es que los años y las canas no compran la sabiduría por sí solos. La vejez no es necesariamente, de por sí, la edad de la bondad, la justicia y la sabiduría. La verdad es que el ser humano puede ser tan malo a los ochenta años como lo fue a los veinte, los treinta o los cincuenta. El corazón no se cambia por sí solo. Carece de fuerza suficiente para ello. Nadie se autorregenera por más que se lo proponga o lo desee. Quien cambia al individuo, a cualquier edad, es Cristo. Y sólo Cristo puede tomar a un pecador, ya sea adolescente, joven, adulto o anciano, y transformarlo por completo.

¡No es posible exagerar la importancia de entregarle nuestra vida y nuestro corazón a Cristo cuanto antes en la vida! «Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que lleguen los días malos», dice la Biblia (Eclesiastés 12:1). Hoy mismo, antes que pase más tiempo, démosle nuestra vida a Cristo.

Hermano Pablo

domingo, 18 de septiembre de 2011

METAS DIFERENTES

Lectura: 1 Corintios 1:18-31.
"… lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios" 1 Corintios 1:27
En 1945, el golfista profesional Byron Nelson tuvo una temporada increíble. De los 30 torneos en que participó, ganó la asombrosa cantidad de 18, incluso 11 seguidos. Si hubiese querido, podría haber continuado su carrera y quizá haberse convertido en el jugador más grande de todos los tiempos. Sin embargo, esa no era su meta. Lo que buscaba era ganar suficiente dinero jugando golf para poder comprarse una estancia y pasar el resto de su vida haciendo lo que realmente amaba. Por eso, en vez de continuar en la cúspide de su carrera, Nelson se retiró a los 34 años, para convertirse en estanciero. Tenía otros objetivos.
Tal vez el mundo crea que esta manera de pensar no tiene sentido, ya que no entiende al corazón que busca la satisfacción y el contentamiento verdaderos por encima del intento de lograr más riquezas y fama. Esto es particularmente cierto cuando se trata de nuestra decisión de vivir para Cristo. Pero este concepto que el mundo tiene de nuestra insensata lealtad podría ser la mejor manera de representar ante todos las metas distintas del Maestro. Pablo escribió: «… sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte» (1 Corintios 1:27).
Comprometernos a vivir según los principios del reino podría tildarnos de ilógicos a los ojos del mundo, pero puede generar honra a nuestro Dios.
Los valores esenciales carecen de valor a menos que reflejen los valores divinos.

!NO ME HABLES DE JESUCRISTO¡

A mediados del último siglo, vivía un conde sajón, que había sido educado en el Deísmo – doctrina que admite la existencia de un Dios, pero niega la revelación y rechaza el culto – y se gloriaba de ser adversario declarado de la fe cristiana y de las Sagradas Escrituras. Sintiéndose ya viejo y cerca de su fin, forzado por algún escrúpulo de conveniencia o de conciencia, hizo venir a su hogar al predicador de la Iglesia Evangélica, al que estimaba mucho por sus talentos y por sus virtudes. Teniéndole ya a su lado, le habló de la siguiente manera:

-Yo soy deísta convencido, ya usted lo sabe; mas en medio de todo, yo me tengo por persona religiosa, y quiero estar preparado para una buena muerte. Yo tendré mucho gusto en recibir a usted en mi casa cuantas veces quiera venir a verme; pero con una condición, que no me hable usted mas de Dios y sus perfecciones; no me hable usted de Jesucristo, de ese Dios hecho hombre y de la fe en El; no necesito de él para salvarme, bástame mi Dios.

Después de algunos momentos de vacilación, el predicador aceptó las condiciones propuestas. Hizo al enfermo la primera visita, en la cual le habló con palabras ardientes y llenas de celo por la causa del Señor, del poder, de la sabiduría y de la bondad de Dios, y como se manifiestan en la obra de su creación. El viejo conde dio grandes señales de satisfacción. Mas en la segunda visita el prudente y esforzado Pastor dirigió ya por otro camino sus observaciones: habló de la santidad de Dios y del horror que por esencia le causa el pecado; habló también de su omnipresencia, por la cual ve todo lo que pasa, hasta en los secretos más recónditos del corazón humano, y de su justicia, que busca y castiga al pecador a donde quiera se encuentre, sea en el fondo del mar como Jonás, o en las alturas encumbradas del tromo como a Saúl. De pronto el tenaz deísta guardó silencio, y se podían ver en su semblante adusto señales de que su alma estaba sintiendo en esos momentos solemnes alguna grave turbación.

Al terminar la plática, dejó solo al enfermo para que pudiese meditar profundamente en lo que habían hablado. Y efectivamente el conde comenzó a recorrer en su memoria las distintas etapas de su vida y a recordar los muchos pecados con que a través de su dilatada existencia había ofendido a ese Dios que él llamaba tan bueno, y que aunque él los creía ya olvidados para Dios estaban frescos y presentes para tortura suya; y verdaderamente el recuerdo de Dios: omnipotente, omnisciente y omnipresente y justo ya comenzaba ahora a inquietarle e importunarle. Y como su amigo pastor tardase un tanto en su tercera visita, el enfermo le hizo llamar.

Entonces le abrió su corazón, le dio cuenta de los serios temores que atemorizaban su alma, y le suplicó que no le abandonase en esta difícil situación de su espíritu, sino que le indicase algún medio eficaz para devolverle la paz, que ahora ansiaba más que nunca.

“Pero, amigo mío, respondió el Pastor, usted me ha prohibido hablarle precisamente de ese remedio, pues el convenio que hicimos antes de nuestra primera conversación fue que yo ni le nombrase siquiera al Señor Jesucristo y su gran oferta de salvación, que es la única que puede librar al hombre de todos sus temores. Entiéndalo bien, de todos sus temores sin excepción”.

- Pues yo levanto esa prohibición – respondió el enfermo con energía; -Hábleme usted de Él, mi conciencia lo necesita.

Y el buen ministro del Evangelio le habló con gran satisfacción del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; de aquel de quien dijo San Pablo: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores; de Aquel, en fin, cuya sangre nos limpia de todo pecado y que es la propiciación por nuestras rebeliones.

Y el viejo e incrédulo conde abrió su alma a la fe en Jesucristo, como la flor abre sus pétalos a la luz del sol y es vivificada; creyó en Dios Padre amoroso que envió al mundo a su Hijo para redimir al mundo; para que todo aquel que en El crea no perezca, sino tenga vida eterna. Con ello todos sus temores fueron disipados. Y desde aquella feliz hasta la de su muerte, el buen enfermo decía siempre, como un canto de vida y esperanza:

“Habladme, habladme de Jesucristo, porque en ello mi alma encuentra la más dulce y tierna paz de toda mi vida”.

viernes, 16 de septiembre de 2011

LA VIOLENTA MUERTE DE COAZINHO

Una multitud encolerizada, con furia compuesta de frustración, abandono, pobreza y ansias de desquite, perseguía a Coazinho. Coazinho, muchacho de diecisiete años, de los arrabales de Río de Janeiro, a su vez corría procurando salvar su vida. Pero lo alcanzaron.

La turba furiosa lo ató a un árbol, le clavó dos hierros en el vientre, puso un cartucho de dinamita entre los hierros y prendió fuego a la mecha. Así fue como Coazinho, apenas un muchachón con historia de robos, asaltos, muertes y violaciones, murió de un modo violento. Esa es una de las muertes más violentas que le puede ocurrir a un hombre: morir dinamitado.

He aquí una historia triste, producida por una sociedad triste, en medio de una época y mundo que poco sabe de alegrías. Coazinho, cuyo verdadero nombre se desconoce, nació y fue criado en medio de la misma violencia que lo mató.

Hijo de una mujer de mala vida que lo dio a luz en un prostíbulo, Coazinho no conoció padre, ni madre, ni hogar, ni escuela ni iglesia. Se crió como pudo, recibiendo golpes, insultos, malos tratos y desprecios. No conoció más escuela que la calle, más iglesia que la taberna, más hogar que el orfanato.

No bien había llegado a la adolescencia cuando salió a vivir por su cuenta. Y vivió rodeado de la violencia y el delito, sumido en la furia y el resentimiento. Falto de educación formal y moral, los bajos instintos del hombre hicieron presa permanente de él.

Un día en que le robó la cartera a un hombre, colmó la copa de sus maldades, según juzgaron los vecinos. Así que lo persiguieron, lo alcanzaron, lo ataron a un árbol y lo dinamitaron por la mitad. A juicio de ellos, una vida que nunca había conocido más que la violencia debía terminar en forma violenta.

Es fácil comentar el caso y emitir palabras cargadas de sentimiento. ¡Pobre Coazinho! ¿Por qué tuvo que terminar de ese modo? Si hubiera sido hijo de la mayoría de nosotros, habría sido otro su destino.

La violencia que tanto perjudica a los niños y a los adolescentes no se encuentra sólo en las calles, en las tabernas, en las casas de vicio. Puede hallarse también en hogares respetables. Por eso mismo nos conviene invitar a Cristo a vivir en nuestro hogar hoy mismo. Porque sólo Cristo puede librarnos de la violencia que marca a los Coazinhos.

Hermano Pablo

DIOS ME VE

Existen grupos de asesoramiento de marketing personal que aconsejan qué se debe hacer para lograr que los demás nos vean como deseamos ser vistos. Incluso hay estrategias que nos pueden ayudar a que nuestro interlocutor perciba en nosotros lo interesantes y beneficiosos que podemos llegar a ser.

Es oportuno decir que, si bien dichas estrategias pueden ser útiles en determinadas situaciones, no siempre resultan efectivas ni contundentes a la hora de lograr el fin deseado. De esto saben aquellas personas cualificadas que, luego de golpear diversas puertas en busca de un trabajo, reciben la negativa de parte de las empresas en las cuales se habían presentado como aspirantes.

El no haber sido tomado en cuenta, el no haber sido elegido, o ni siquiera considerado, puede provocar frustración y desazón. La idea de que nadie nos vea ni nos considere puede llegar a ser, en algunos casos, perjudicial para la valoración de sí mismo.

En la Biblia encontramos ejemplos de personas que, lejos de conocer estrategias de marketing personal, llegaron a lugares de privilegio tan solo por haber sido vistas por Dios. A continuación citaremos algunos casos:

José (Génesis 37-50): Pese a ser vendido por sus hermanos, difamado por la mujer de Potifar y olvidado por el jefe de los coperos del faraón, José llegó a ser gobernador de Egipto, el lugar que Dios tenía preparado para él. El Señor estuvo con él en todo momento y ninguna circunstancia le fue ajena: “Pero aun en la cárcel el Señor estaba con él y no dejó de mostrarle su amor. Hizo que se ganara la confianza del guardia de la cárcel, el cual puso a José a cargo de todos los prisioneros y de todo lo que allí se hacía. Como el Señor estaba con José y hacía prosperar todo lo que hacía, el guardia de la cárcel no se preocupaba de nada…” (Génesis 39:20:23).

Ester (Ester 2): Esta joven mujer extranjera, que se ganaba la simpatía de todo el que la veía, llegó a ser la esposa del rey Asuero. “El rey se enamoró de Ester más que de todas las demás mujeres, y ella se ganó su aprobación y simpatía más que todas las otras…” (Ester 2: 17). Ella contaba co n el favor de Dios.

Mardoqueo: “El judío Mardoqueo fue preeminente entre su pueblo y segundo en jerarquía después del rey Asuero. Alcanzó gran estima entre sus muchos compatriotas, porque procuraba el bien de su pueblo y promovía su bienestar” (Ester 10: 3).

Estas personas, así como también Rut y tantos otros, tenían algo en común: Dios estaba con ellos y Su mirada era una constante en sus vidas. Dios los había visto incluso cuando para los ojos de los demás parecían invisibles (cuando esperaban a la puerta del rey; cuando recogían las espigas que alguien dejaba caer; cuando experimentaban la orfandad o la viudez; cuando vivían resignados como extranjeros, cuando eran olvidados, etcétera). Es importante destacar que, aun en la adversidad, procuraron el bien de los demás, y sus corazones estaban centrados en el bienestar del prójimo. No se dejaron llevar por el orgullo, ni por el enojo; tampoco se quedaron lamentando su situación.

El Señor les dio a las personas de los ejemplos citados, determinados lugares de preeminencia, lo que no significa que Él tenga preparado los mismos lugares para todos sus hijos; pero sí tiene un espacio específico para cada uno en particular.

Si tal vez se ha cerrado una puerta que parecía tener todos los indicios y señales de que esa era la posibilidad para nosotros, no nos preocupemos, Dios lo vio. Si luego de una entrevista laboral, donde hemos podido demostrar con alto nivel profesional nuestra cualificación, hemos recibimos un rotundo “no”, no nos frustremos, Dios lo vio.
Él nos ve y hará que nos vean las personas indicadas, cuando sea el momento y el lugar oportuno, mientras tanto sigamos confiando, siendo fieles y fortaleciéndonos en su Palabra, pues Su mirada de amor está sobre nosotros.

“El Señor recorre con su mirada toda la tierra, y está listo para ayudar a quienes le son fieles” (2 Crónicas 16: 9).
“Nuestros cami nos están a la vista del Señor…” (Proverbios 5:21).

Patricia Götz

Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatina.org
PCG

miércoles, 14 de septiembre de 2011

PROBLEMA CON LA IRA

Lectura: Proverbios 16:21-33.
"Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte…" Proverbios 16:32
El 6 de junio de 1944, el comandante supremo aliado Dwight D. Eisenhower era el hombre más poderoso de la tierra. Bajo su mando, el ejército anfibio más grande de todos los tiempos se preparaba para liberar el continente europeo del dominio nazi. ¿Cómo pudo él comandar un ejército tan inmenso? Parte de la respuesta puede vincularse con su notoria capacidad para trabajar con distintas clases de personas.
Sin embargo, lo que muchos no saben es que Ike, como se lo apodaba, no siempre se había llevado bien con la gente. Cuando era muchacho, solía involucrarse en peleas escolares. Pero, felizmente, tenía una madre que le enseñaba la Palabra de Dios. Una vez, mientras le vendaba las manos después que él había tenido un arrebato de ira, ella citó Proverbios 16:32: «Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad». Años después, Eisenhower escribió: «Al mirar atrás, siempre he considerado esa conversación como uno de los momentos más valiosos de mi vida». Sin duda, al aprender a controlar su enojo, Eisenhower fue capaz de trabajar eficazmente con otras personas.
Inevitablemente, cada uno de nosotros a veces se ve tentado a reaccionar en forma airada. No obstante, mediante la obra de Dios en nuestra vida, podemos aprender a controlar el enojo. ¿Qué mejor manera hay de influir a las personas que con un espíritu afable?
La persona que domina su ira, conquista un enemigo poderoso.