jueves, 11 de agosto de 2011
LA ROCA INAMOVIBLE
Después de un naufragio en una terrible tempestad, un marino pudo llegar a una pequeña roca y escalarla, y allí permaneció durante muchas horas.
Cuando al fin pudo ser rescatado, un amigo suyo le preguntó:–¿No temblabas de espanto por estar tantas horas en tan precaria situación, amigo mío?.–Sí –contestó el náufrago–, la verdad es que temblaba mucho; pero… ¡la roca no…! Y esto fue lo que me salvó.
Salmos 18:2 Roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.
Salmos 31:3 Porque tú eres mi roca y mi castillo; Por tu nombre me guiarás y me encaminarás.
Salmos 61:2 Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayaré. Llévame a la roca que es más alta que yo,
Salmos 71:3 Sé para mí una roca de refugio, adonde recurra yo continuamente. Tú has dado mandamiento para salvarme, Porque tú eres mi roca y mi fortaleza.
miércoles, 10 de agosto de 2011
AHORA NO ES SIEMPRE
"Ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron" Apocalipsis 21:4
«Piensa en lo bien que te vas a sentir cuando deje de doler», decía mi padre. Cuando era niña, solía recibir este consejo de mi papá; en general, después de algún golpecito o raspón sin importancia que desencadenaba una exorbitante reacción dramática de mi parte. En aquella época, el consejo no me servía, porque en lo único que podía pensar era en mi dolor, ante el cual, la única reacción apropiada eran gemidos a toda voz acompañados de baldes de lágrimas.
No obstante, con el paso de los años, el consejo de mi padre me ha ayudado a atravesar algunas situaciones verdaderamente angustiosas. Ya sea que se tratara del dolor de un corazón quebrantado o de la tristeza de una enfermedad interminable, recordaba: Ahora no es siempre.
La confianza que tenemos como creyentes es que Dios tiene un buen plan para nosotros. El sufrimiento no formó parte de Su creación original, pero sirve de recordatorio temporal de lo que sucede en un mundo donde el orden divino ha sido quebrantado. También nos motiva a comunicar el mensaje del plan de Dios para redimir a la humanidad del sufrimiento causado por el pecado.
Aunque no podemos evitar el dolor ni la decepción (Juan 16:33), sabemos que son sólo transitorios. Algunas angustias se aliviarán en esta vida, pero todas desaparecerán cuando Dios, en definitiva y con autoridad, establezca Su cielo nuevo y tierra nueva (Apocalipsis 21:1). Ahora no es siempre.
Las pérdidas en la tierra ni siquiera se comparan con las ganancias del cielo.
martes, 9 de agosto de 2011
UNA CÁLIDA SEGUNDA LUNA DE MIEL
Estaban celebrando otro aniversario de bodas, el número treinta. Y para darle un tono especial y diferente al evento, Bill y Helen Thayer, de Estocolmo, Suecia, decidieron tener una segunda luna de miel.
No escogieron la Costa Azul de Francia, ni las playas de Tahití ni las costas de Australia. Decidieron, más bien, pasar su segunda luna de miel en el Polo Sur.
¿Qué los hizo escoger esa frígida e inhóspita región? Buscaban —dijeron— algo nuevo, algo diferente, algo que le diera, otra vez, la chispa a su matrimonio que en los primeros años tuvo. Y su comentario, al regresar, fue: «Hemos vuelto de este viaje más amigos que nunca.»
¿Qué podrá inyectar nueva vida en las venas de un matrimonio raquítico? No todos podemos darnos el lujo de celebrar nuestro aniversario de bodas con una luna de miel en el antártico. Además, no hay seguridad de que regresaríamos con nuestra unión rejuvenecida. ¿Qué puede una pareja introducirle a su matrimonio que le devuelva el calor que una vez tuvo?
En primer lugar, deben traer a la memoria ese día mágico en que como novios se pronunciaron esas palabras sagradas de unión: «hasta que la muerte nos separe». Allí no había hipocresía, no había falsedad. Se dijeron que se amarían el uno a la otra y la una al otro para siempre porque se querían de todo corazón. En ese momento encantador el tiempo se detuvo y dos corazones se convirtieron en uno. ¿Cómo se les iba a ocurrir que podría venir el día en que ese amor se enfriaría?
Pero algo pasó. La ilusión se deshizo y la chispa se apagó. ¿Qué hacer en casos como este?
Juntos deben decidir que, pase lo que pase, su matrimonio no se va a destruir. El amor es el producto de una determinación, no de un sentimiento, y cuando los dos determinan que la separación no es, ni nunca será, una opción, esa determinación le dará a su matrimonio nueva esperanza.
En segundo lugar, deben invertir tiempo —tiempo de calidad— en su matrimonio. Eso incluye gozarse juntos, respetarse juntos, favorecerse juntos, pasar noches juntos con el televisor apagado, y compartir confidencias juntos.
Finalmente, deben perseguir las mismas metas espirituales: leer la Biblia juntos, orar juntos, ir a la iglesia juntos y buscar a Dios juntos. Si tienen, de veras, la determinación de salvar su matrimonio, juntos pueden tomar control de esa unión en lugar de abandonarla al azar. Las riendas de ese enlace están en sus manos. Con férrea determinación pueden pedirle a Dios que les ayude a salvarlo.
Hermano Pablo
lunes, 8 de agosto de 2011
¿DE QUE SE TRATA?
"Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne" Romanos 9:3
Hace poco, estaba en un centro de compras repleto de gente y vi una mujer que se abría paso entre la multitud. Lo que me llamó la atención fue el mensaje en la camiseta que llevaba puesta, escrito con grandes letras mayúsculas: lo único que importa soy yo. Su proceder reafirmaba las palabras de su ropa.
Me temo que ella no es la única que piensa así. Hay tantos hombres y mujeres que expresan ese mensaje, que podría convertirse en el lema de nuestro mundo moderno. Sin embargo, para los seguidores de Cristo, esa afirmación es incorrecta. Nosotros no somos lo único que importa, sino Jesucristo y las demás personas.
Sin duda, el apóstol Pablo sentía el peso de esta realidad. Le preocupaba tanto que los compatriotas israelitas conocieran a Cristo, que dijo: «Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne» (Romanos 9:3). ¡Qué declaración tan maravillosa! Lejos de pensar que él era lo único importante, Pablo afirmaba que estaba dispuesto a entregar su eternidad para que ellos la obtuvieran.
La enseñanza del apóstol es un recordatorio vivificante del sacrificio personal en un mundo desafiante y destructivamente centrado en sí mismo. La pregunta que debemos hacernos es: ¿Lo único que importa soy yo? ¿O lo importante en nuestra vida es Jesucristo y la gente que Él vino a rescatar?
Piénsalo. ¿Qué es lo que te importa?
Nuestra vida debería caracterizarse por el amor a Cristo y a los demás; no por el ego.