domingo, 22 de mayo de 2011

YO, MI, MIO

Lectura: Filipenses 2:1-11.
"Nada hagáis por contienda o por vanagloria…" Filipenses 2:3
En 1970, los Beatles comenzaron a trabajar en un documental cuyo objetivo era mostrar cómo elaboraban su música. Sin embargo, en lugar de revelar el proceso de creatividad musical, la filmación ponía de manifiesto un despliegue de interés personal y de confrontación. Los miembros de la banda estaban más interesados en sus propias canciones que en el progreso del grupo. Poco después de concluir ese proyecto, el conjunto se disolvió y dejó como resultado amistades destruidas y disputas.
Este problema es de larga data. En el siglo i d.C., el apóstol Pablo temía que los creyentes de Filipos cayeran en la trampa del egoísmo. Él sabía que, cuando el deseo del progreso personal se coloca por encima del interés en los demás, las actitudes se tornan inmediatamente perjudiciales y divisionistas.
Para contrarrestar esta peligrosa tendencia, Pablo escribió: «Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros» (Filipenses 2:3-4).
¿Qué revelaría un documental sobre tu vida? ¿Egoísmo o generosidad? Debemos ocuparnos los unos de los otros, ya que la solidaridad desinteresada previene las divisiones y genera unidad en la familia de la fe en nuestras iglesias.
Un corazón centrado en los demás no será consumido por el yo.

sábado, 21 de mayo de 2011

JUAN 15 :7

ASI, SE ADQUIERE SABIDURIA

En las pruebas y los problemas, el valor real que obtenemos es la sabiduría.

Sabiduría para actuar correctamente, tomando en cuenta cada aspecto que hemos aprendido en medio de las situaciones adversas. Las pruebas y problemas nos dan la oportunidad de ver el poder del Dios durante los tiempos difíciles por medio de milagros que solo provienen de Él.

Si entendemos que las situaciones difíciles son para demostrarnos que no podemos vivir separados de Él, podremos vivir una vida cristiana de éxito.

Ahora bien, ¿cómo entender correctamente las pruebas y los problemas y actuar con sabiduría? Aquí te damos diez formas correctas para actuar:

  1. Estar convencido de que Dios está en control del tiempo y la intensidad de nuestras pruebas.
  2. Darnos cuenta de que Dios tiene un propósito específico en cada prueba.
  3. Entender que cada prueba está diseñada para llenar una necesidad específica que Dios ve en nuestras vidas.
  4. Aceptar que cada prueba va a tener como resultado nuestro propio bien, si respondemos con fe.
  5. Descubrir cómo cada prueba puede fortalecer nuestra fe en el Señor para todo.
  6. Regocijarnos en que cada prueba es una oportunidad para que Dios demuestre Su poder para sostenernos.
  7. Someternos al desarrollo de un carácter semejante al de Cristo que viene como resultado de nuestras pruebas.
  8. Sacar provecho de la utilidad que tienen nuestras pruebas para medir nuestro crecimiento Espiritual.
  9. Debemos estar convencidos de que Dios nos acompaña a través de cada paso de la prueba (Hebreos 13:5) y
  10. Debemos tener fe en que por el Señor, no tan solo sobreviviremos a las adversidades, sino que saldremos con la victoria en nuestras manos.

viernes, 20 de mayo de 2011

CUANDO NO SE MIDEN LAS CONSECUENCIAS

Fue una hazaña singular. En un lapso de tres meses Alejo Alberti, de dieciocho años de edad, construyó una casa. La hizo con sus propias manos y enteramente de trozos de árboles. Primero taló los árboles. Después cortó los trozos, todos del mismo tamaño. Y luego fue colocando trozo sobre trozo, ensamblados unos con otros hasta formar su casa de dos cuartos, cocina y baño. Todo esto ocurrió en las montañas de Catskill del estado de Nueva York en los Estados Unidos.

Pero Alejo no contó con el invierno. Y éste fue tan duro que no pudo aguantar el frío. Tuvo entonces que ir desarmando trozo tras trozo, hasta desmantelar una parte de la casa para, con el fuego de los trozos, poder calentar la otra parte. Cuando le quedaba sólo media casa, regresó a la ciudad.

¿Qué fue lo que le pasó a Alejo Alberti? No midió las consecuencias. Y cuando llegaron los malos tiempos, Alejo no estaba preparado. Es increíble cómo algunos pasan por esta vida sin prever las consecuencias y, cuando el mundo se les viene encima, se extrañan de que todo les vaya mal.

Hay quienes edifican una posición importante en la vida, luchando con paciencia y pericia durante muchos años. Logran seguir una carrera, fundar una empresa, ganar mucho dinero, comprarse varias casas. Se casan, crían hijos, los educan y, tras unos cuarenta años de lucha, obtienen el prestigio social que sus años de trabajo les han deparado.

¿Y qué ocurre entonces? Comienzan, por una loca aventura de amor, a derribar todo lo que pacientemente construyeron. Una mujer joven los cautiva con sus encantos, y cuarenta años de vida provechosa y fructífera quedan, en un momento, hechos cenizas en el fuego de una pasión otoñal.

Cada nada oímos de historias como éstas, que ocurren en los que se han ganado algún prestigio en esta vida. La pantalla grande y la chica han recogido más de una vez la historia de un hombre que, por ceder al fuego otoñal, que puede ser más destructivo que el juvenil, se hunde en el fracaso y en la degradación social.

Más vale que midamos las consecuencias. No nos lancemos al vacío sólo por una ilusión. La vida nos ha costado demasiado para hacerla cenizas en un instante. Pidámosle a Dios que nos ayude en esos momentos cuando una buena situación económica y social nos hace creer que podemos darnos cualquier gusto. Hagamos de Cristo el Señor de nuestra vida, antes que se destruya todo lo que hemos edificado.

Hermano Pablo

jueves, 19 de mayo de 2011

«ME GUSTA CORRER RIESGOS»

Helena y su esposo Manuel comenzaron felices su luna de miel. Se fueron a la costa de su país, Portugal. Para Helena, todo era el cumplimiento de una ilusión, la feliz conclusión de todo lo que deseaba. En medio de tal felicidad, Helena y Manuel entraron al mar a bucear.

Helena vio pasar un buque, y nadó debajo del agua hasta casi rozar el casco. Manuel le indicó por señas que se apartara del buque, pero la frase de ella siempre había sido: «Me gusta correr riesgos.» Acto seguido, Helena se hundió bajo la quilla del barco y nunca la hallaron. Tenía veinticinco años de edad.

Su noviazgo con Manuel había sido a la carrera. Y su explicación simplemente era: «Me gusta correr riesgos.» Se casó a los dos meses de haber conocido a Manuel. Al defender su impetuosidad, sólo decía: «Me gusta correr riesgos.» Así llevaba Helena su vida. Todo para ella era riesgos. Tarde o temprano tenía que ocurrirle alguna tragedia.

Es inevitable correr riesgos en esta vida. Algunos hasta sirven para el desarrollo del carácter y de la fe. Nunca arriesgar nada es nunca lograr nada. Pero hay una gran diferencia entre un riesgo y otro. Hay riesgos sanos, así como los hay inútiles. La vida sabia y saludable no está compuesta de azares, de accidentes, de pálpitos y de riesgos. A la vida sabia la rigen la inteligencia, la cordura y la sensatez.

Al mundo mismo lo gobiernan leyes lógicas, sabias y prudentes. Dios, Creador supremo, lo hizo todo con inteligencia, y lo supeditó a ciertas leyes. Desde las partículas atómicas más diminutas hasta el gran cosmos universal que no tiene límite, todo está gobernado por leyes definidas.

De igual forma, Dios no diseñó la vida nuestra para que cada día corramos riesgos. Virtudes morales, como la justicia y la integridad, mezcladas con cualidades mentales, como el entendimiento y la razón, deben ser las que nos guíen a través de esta vida. Y si a la sabiduría y a la moralidad añadimos virtudes espirituales, eso garantiza nuestra supervivencia.

Tal vez la mayor de éstas sea la fe. Cuando ejercitamos la fe —fe en el Señor Jesucristo, fe que nos une a nuestro Creador y nos hace actuar de acuerdo con sus leyes divinas—, nos produce protección, satisfacción y sosiego. No vivamos como esclavos a los riesgos. Sometámonos más bien a la voluntad de Dios. Con Él no hay riesgos sino seguridad. Entreguémonos al señorío de Cristo.

Hermano Pablo

miércoles, 18 de mayo de 2011

DERROTAR GIGANTES

Lectura: 1 Samuel 17:33-50.
"Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo" 1 Samuel 17:37
En 1935, el equipo de debate de Wiley College, una escuela de Texas, pequeña, sin categoría y con alumnos de raza negra, inesperadamente derrotó a los campeones, todos de raza blanca, de la Universidad de Southern California. Un caso clásico del desconocido que triunfa sobre un gigante nacional.
Cuando Israel peligraba frente a los filisteos, hubo un muchacho llamado David que derrotó a un gigante de verdad (1 Samuel 17). Los ejércitos estaban reunidos a ambos lados del valle de Ela. Es probable que hayan tenido temor unos de otros; por eso, decidieron que el resultado de la batalla lo determinaría un enfrentamiento entre contendientes representativos de cada grupo. Los filisteos presentaron al gigante Goliat (de aproximadamente 3 m de altura), pero Israel no podía encontrar a nadie que fuera lo suficientemente digno o valiente como para luchar. David se enteró del problema y apeló a Saúl para que le permitiera pelear contra Goliat (vv. 32-37). El rey se resistió, pero finalmente accedió. David, armado con cinco piedras lisas (v. 40) y una fe inconmovible en el Dios Todopoderoso (v. 45), derrotó al campeón nacional de los filisteos.
Todos enfrentamos gigantes en la vida: preocupaciones, dudas, miedos, pecados y sentimientos de culpa. Pero, con recursos limitados e insólitos, y una confianza firme en nuestro Dios que todo lo puede, también podemos triunfar sobre estas cosas.
Dios nos da coraje para enfrentar a nuestros gigantes.