lunes, 9 de mayo de 2011

AMOR TANGIBLE

Lectura: Juan 19:25-30.
"Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo" Juan 19:26
La biblioteca Chester Beatty, en Dublín, Irlanda, alberga una maravillosa colección de fragmentos antiguos de la Biblia. Uno de ellos, muy pequeño, es una porción de Juan 19. Esta parte del Evangelio de Juan describe el momento en que Jesús, durante Su crucifixión, le habló a Su madre demostrando el amor que sentía por ella y el interés en su bienestar. Las palabras pertenecen al versículo 26, donde leemos: «Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo».
Mientras observaba detenidamente ese antiguo fragmento, volví a quedar impactado por el amor tan tangible de Jesús hacia Su madre y Su amigo. Con palabras sumamente claras, hizo que el mundo supiera de ese amor y cariño al mostrarse interesado en que Su amigo cuidara a Su madre cuando Él se fuera. Colgado en la cruz, Jesús le dijo a Juan: «He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa» (v. 27).
En algunos lugares del mundo, hoy se celebra el día de la madre; por esta razón, creo que sería una oportunidad maravillosa para expresarle públicamente tu amor a tu mamá, si todavía la tienes, o de agradecerle al Señor por ella, si ya no está más contigo. Después de hacerlo, muéstrale de maneras tangibles cuánto la amas y todo lo que significa para ti.
Dios, bendice a mi madre. Todo lo que soy o espero ser se lo debo a ella. —Abraham Lincoln

sábado, 7 de mayo de 2011

UNA CITA FINAL

Lleno de angustia y tristeza, pero sereno, el joven subió a su auto. Tenía una cita urgente. A las seis de la tarde, en la glorieta de la Fuente de Agua en la Avenida Palma de la Ciudad de México, tenía un último encuentro con su novia.

Lanzó su auto a toda velocidad. Corrió sin mirar el velocímetro, ni altos ni luces rojas. Al acercarse a la glorieta, divisó a la joven. El sólo verla acrecentó su dolor. Acelerando el vehículo a gran velocidad, se estrelló contra el monumento. El accidente fue horrible. El joven quedó muerto ahí mismo ante la mirada horrorizada de la mujer que lo había abandonado.

Las crónicas periodísticas traen de todo. Esta vez fue una historia romántica pero triste. Un joven, cuyo nombre no recogió la crónica, le pidió a su novia, que lo había dejado, una última cita. Una cita de despedida. Una cita que habría de ser la definitiva. Y, en efecto, fue la definitiva, porque incapaz de soportar el desengaño, el joven, en la forma más drástica, puso fin a sus días.

Muchas veces ocurren tragedias como esta en la problemática y azarosa vida humana. Cuando más creemos haber encontrado la completa felicidad, descubrimos que todo fue una ilusión, y la decepción nos mata. Cuando pensamos que ya tenemos la fortuna en las manos, algo nos hace perderlo todo y nos reduce a la pobreza. Cuando creemos alcanzar el triunfo artístico, o deportivo o político, nos vemos de pronto paladeando el amargo sabor de la derrota.

¿Qué hacer en esos momentos? ¿Cómo sobrellevar esas decepciones?

Muchos se entregan a la desesperación. Echan mano del veneno, o de la horca o de la pistola, y acaban con su vida. Otros se sumergen en un pozo de alcohol o de droga. Otros se vuelven eternos resentidos y amargados. Y aún otros entran en un profundo e interminable período de depresión.

¿Serán éstas las únicas opciones ante el fracaso? No, hay otra. Es la opción espiritual. Aun en medio del más espantoso fracaso o de la más triste decepción, siempre queda Dios.

Jesucristo, el Señor viviente, es el Salvador de los fracasados. Él está cerca de cada persona necesitada que invoca su presencia. Y Él está cerca de cada uno en este mismo momento.

Clamemos a Cristo. Él nos responderá y nos levantará de la desesperación. Él nos dará la misma victoria que les ha dado a muchos otros, porque nunca falla. Cuando toda otra supuesta solución ha fracasado, siempre queda Dios.

Hermano Pablo

INCLIINARSE A DIOS

Lectura: Colosenses 3:12-17.
"Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús" Colosenses 3:17
El Hermano Lawrence, cocinero en un monasterio del siglo xvii, me ha enseñado muchas cosas sobre cómo recordar de manera consciente a Dios. En su libro La práctica de la presencia de Dios, Lawrence menciona formas prácticas de «ofrecerle a Dios tu corazón una y otra vez durante el transcurso del día», incluso mientras se realizan tareas como cocinar o reparar zapatos. «La profundidad espiritual de la persona —decía él— no depende de cambiar las cosas, sino de modificar las motivaciones; es decir, hacer para Dios lo que comúnmente haces para ti».
Uno de sus elogios expresaba: «El buen Hermano encontraba a Dios en todas partes, ya sea al reparar zapatos como así también al orar. […] Era Dios, no la tarea, lo que tenía en vista. Sabía que, cuanto más alejada estaba la tarea de sus inclinaciones naturales, mayor era su amor al ofrecérsela a Dios».
Este último comentario impactó profundamente a mi esposa. Cuando trabajaba con ancianos en el centro de la ciudad de Chicago, a veces tenía que realizar tareas que iban totalmente en contra de sus inclinaciones naturales. Mientras llevaba a cabo algunas de las labores menos atractivas, se recordaba a sí misma que debía mantener en vista a Dios y glorificar Su nombre. Con esfuerzo, aun las obligaciones más difíciles pueden realizarse y ser presentadas como una ofrenda al Señor (Colosenses 3:17).
La obligación por sí sola es un trabajo penoso, pero, con amor, es un deleite.

viernes, 6 de mayo de 2011

LA DEVOCION DE DIOS

Lectura: Efesios 3:14-21.
"A fin de que, […] seáis plenamente capaces de comprender […] el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento" Efesios 3:17-19
En 1826, el escritor británico Thomas Carlyle se casó con Jane Welsh, otra escritora de renombre. Ella se dedicó a respaldar el éxito de su esposo y lo ayudaba de todo corazón.
Debido a una dolencia estomacal y a una enfermedad nerviosa, él tenía un temperamento bastante irritable. Por esa razón, ella le preparaba comidas especiales y trataba de mantener la casa lo más silenciosa posible, para que él pudiera escribir.
Por lo general, Thomas no valoraba el espíritu servicial de Jane ni pasaba mucho tiempo con ella. Sin embargo, refiriéndose a su esposa, le escribió a su madre lo siguiente: «Debo reconocer de corazón que ella […] me ama con una devoción que me resulta misterioso entender que pueda merecerlo. Ella […] mira con tanta dulzura y optimismo mi rostro sombrío, que me transmite una nueva esperanza cada vez que encuentro su mirada».
¡Nosotros también tenemos a Alguien que nos ama con una devoción que no podemos comprender que merezcamos, debido a nuestra condición de pecadores! Esa Persona es Dios el Padre, «que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (Romanos 8:32). Su amor es ancho, largo, profundo y alto, y también excede todo conocimiento (Efesios 3:18-19).
Comprender y apreciar el amor de Dios es algo tan vital que Pablo oraba para que los efesios estuvieran «arraigados y cimentados» en él (v. 17).
No hay mayor gozo que saber que Dios te ama.

miércoles, 4 de mayo de 2011

CARNE HUMANA: MERCADERÍA EN DEMANDA

La mercadería era muy solicitada, pagaban bien, y no había muchos competidores. Había que salir por las noches por los barrios bajos armado de un buen garrote. Por cada pieza de mercadería pagaban doscientos dólares.

Así que Francisco Armando Vídez, de Barranquilla Colombia, entró al negocio. Era cuestión de matar a palos, o como se pudiera, a un ser humano, y luego vender su cuerpo a una escuela de medicina. Era uno de los negocios más extraños que se conociera, pero Francisco llegó a entregar cincuenta cadáveres a la entidad.

Se sabe que las escuelas de medicina necesitan continuamente cuerpos humanos para sus estudios. Es casi imposible conocer y estudiar el cuerpo humano sólo por fotos o en teoría. Se necesita la disección.

¿Cómo, entonces, conseguir cadáveres humanos frescos? La violencia proveyó abundantes cadáveres durante mucho tiempo. Pero cuando éstos se hicieron escasos, hubo que salir a conseguir muertos de cualquier manera. Uno de tales candidatos a la disección, un mendigo de la ciudad, dijo a la policía que había sido golpeado hasta que perdió el sentido, y colocado en una tina con formol, desde donde había logrado escaparse.

«Se necesita carne humana» es un cartel que podría ponerse no sólo en escuelas de medicina sino en muchas otras partes, porque el ser humano ha llegado a ser mercadería codiciable que alcanza buenos precios en ciertos mercados.

El negocio de la droga, por ejemplo, necesita mucha carne humana: carne joven, inexperta, curiosa, problematizada. Y jovencitos y jovencitas caen fácilmente presa del vendedor de cocaína o heroína.

El negocio de fetos necesita carne humana. Y clínicas de abortos, en muchos países del mundo, extraen esa carne y la venden a fábricas de cosméticos. En Europa florece este negocio. Hace algún tiempo detuvieron en la frontera francesa un camión procedente de Bulgaria con dos mil fetos humanos.

Estos son algunos ejemplos de la caída vertiginosa que ha sufrido el valor de la vida humana. Como que todo valor, incluso el valor humano, se mide hoy día en dólares. «Según los dólares que tengas, tanto vales.» Esa actitud nos está haciendo descender a niveles increíblemente bajos de corrupción moral. La consecuencia, por supuesto, en toda la sociedad, es la destrucción.

Sólo una conciencia espiritual puede reconocer el valor verdadero del ser humano. Aunque el mundo entero se empeñe en descender al nivel del animal, nosotros no tenemos que hacerlo. Dios quiere hacernos conscientes del valor del ser humano.

Hermano Pablo

lunes, 2 de mayo de 2011

BUSCAR SATISFACCION

Lectura: Isaías 55:1-6.
"¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia?" Isaías 55:2
En lo que respecta a resolver rompecabezas, todos sabemos que, para disfrutar de un resultado satisfactorio, se necesitan todas las piezas. En muchos aspectos, lo mismo sucede con la vida. Pasamos los días acomodando cosas, con la esperanza de elaborar un cuadro completo uniendo todas las partes desparramadas.
Sin embargo, a veces parece que falta una pieza. Quizá hemos estado procurando conseguir las que no corresponden al rompecabezas. Aunque sepamos que la vida ha perdido su pieza principal si Dios no ocupa el centro de todo, ¿vivimos como si esto no importara? Y, aunque asistamos habitualmente a la iglesia, ¿es Él la apasionante esencia de nuestra existencia? En ocasiones, nos acostumbramos a sentirnos lejos de Dios. Esto hace que resulte más fácil pecar e impide que percibamos que nos falta algo importante.
Pero, sin importar cuánto nos hayamos alejado de Dios, Él desea que nos acerquemos. A través del profeta Isaías, apeló a Su pueblo, diciendo: «¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura» (Isaías 55:2).
Si te falta algo en la vida, recuerda que Dios es el único que puede satisfacerte plena y abundantemente. Permítele que complete el cuadro de tu vida.
Todo corazón tiene un anhelo que sólo Jesús puede satisfacer.

«POR CADA MILLA, UN HOMBRE»

Negro y oscuro era el socavón de la mina. «Con luz fosforescente de cocuyos», como decía el poeta Guillermo Valencia, los mineros horadaban el duro vientre de la montaña. Los picos y barrenos hacían saltar pedazos de roca. Y cada minero pensaba en dos cosas: en la familia que dejó arriba, y en el gas metano que en cualquier momento podría escapar.

En efecto, el traicionero gas comenzó a salir. Veinte segundos antes que sonara cualquier alarma, se produjo la explosión. Ciento veintiún mineros murieron quemados en Kozlu, pueblo minero de Turquía, y más de treinta quedaron gravemente heridos. Fue un desastre minero más. «Por cada milla de galería, la vida de un hombre» es la frase muy cierta de los mineros de todo el mundo.

Duro, fatigoso y mal pagado es el trabajo de los mineros. Para ganarse la vida deben bajar a galerías oscuras en las entrañas de la tierra, sin aire y sin luz. Deben hacer trabajo de topos, cavando túneles en busca de metal, o de carbón o de diamantes.

De vez en cuando se produce una explosión, y cientos mueren aplastados por olas de piedra. El 26 de abril de 1942, por ejemplo, se produjo en Honkeiko, China, un desastre minero que cobró la vida de mil quinientos setenta y dos hombres. Fue uno de los más devastadores desastres de los tiempos modernos. De ahí surgió el dicho: «Por cada milla, un hombre.» Es el precio que hay que pagar.

Los mineros han expresado su condición con la frase: «Por cada milla, un hombre», pero hay otras situaciones similares. Podríamos decir: «Por cada copa de licor que expende la destilería, un hombre.» «Por cada sobrecito de polvillo blanco que los traficantes de drogas venden, un hombre.» «Por cada ficha que rueda en el tapete verde, un hombre.» «Por cada aventura amorosa ilícita que afea y ensucia y mancha, un hombre.»

Lo triste es que en cada una de estas situaciones y otras como ellas, no es sólo un hombre el que queda tirado junto al camino. Es el hombre, su esposa, sus hijos, y cuantos más miembros de la sociedad forman parte del caído. Por cada error humano, sólo Dios sabe cuántas almas se balancean suspendidas sobre el abismo de la muerte antes que la débil cuerda, en el momento menos pensado, se corta.

Jesucristo puede rescatarnos de todos esos abismos. Él salva, redime, regenera, y rescata. Entreguémosle nuestra vida. No tenemos que seguir siendo víctimas. Cristo desea redimirnos.

Hermano Pablo