sábado, 16 de abril de 2011

INTERCAMBIO DE MIRADAS

54 “Y prendiéndole, le llevaron, y le condujeron a casa del sumo sacerdote. Y Pedro le seguía de lejos.
55 Y habiendo ellos encendido fuego en medio del patio, se sentaron alrededor; y Pedro se sentó también entre ellos.
56 Pero una criada, al verle sentado al fuego, se fijó en él, y dijo: También éste estaba con él.
57 Pero él lo negó, diciendo: Mujer, no lo conozco.
58 Un poco después, viéndole otro, dijo: Tú también eres de ellos. Y Pedro dijo: Hombre, no lo soy.
59 Como una hora después, otro afirmaba, diciendo: Verdaderamente también éste estaba con él, porque es galileo.
60 Y Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices. Y en seguida, mientras él todavía hablaba, el gallo cantó.
61 Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palab ra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces.
62 Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente.” Lucas 22, 54-63


La negación de Pedro nos resulta muchas veces un evento incomprensible.

¿Cómo fue posible que este hombre, uno de los tres más íntimos del maestro, a quien el Padre mismo revela la naturaleza de Jesús y a quién Jesús deja ver de antemano su gloria venidera en la transfiguración, pueda sucumbir ante la interrogación de una criada y dos hombres?

Evidentemente Pedro no se conocía en profundidad, estaba muy seguro de sus convicciones y no sentía temor alguno al afirmar ante Jesús y el resto de los apóstoles: “Aunque todos estos pierdan su fe en ti, yo no” y cuando Jesús le dice que antes que cante el gallo lo habrá negado tres veces, él contesta: “Aunque tenga que morir contigo no te negaré”.

Pedro se atrevía a contradecir al Maestro, confiaba más en sí mismo que en lo que J esús le estaba revelando que veía en él. Esta actitud lo hacía sumamente vulnerable al enemigo y de hecho éste no desaprovechó la oportunidad.

El evangelio de Lucas menciona que Jesús volteó y miró a Pedro tras la negación, sin embargo nada dice respecto de ese intercambio de miradas. Sólo que provocó a Pedro a llorar amargamente.

¿Cómo imaginamos que fue ese intercambio de miradas? ¿Qué decían los ojos de Jesús? ¿Qué decían los ojos de Pedro?

Jesús conocía a Pedro, sabía lo que había en su corazón, sabía también que Pedro no se conocía a sí mismo, sabía de la amargura de su corazón antes de que el propio Pedro pudiera experimentarla.

Jesús amaba a Pedro así como él era, con sus errores y debilidades, con sus idas y venidas. Sabía que sus discípulos se dispersarían, que todos perderían la fe en Él, sin embargo eso no lo detuvo, prosiguió a cumplir aquello por lo cual había venido.

La mirada de Jesús no podría haber sid o otra que una mirada compasiva, llena de misericordia, a Jesús le dolía más la amargura del propio Pedro, que la ofensa que le significaba la negación de su persona. Y no cabe duda de ello, pues Jesús iba a la cruz por ese Pedro, a causa de esa naturaleza, y lo hacía por amor.

Entre los encuentros del Jesús resucitado con sus discípulos, se relata un diálogo muy conocido entre Pedro y Jesús en el capítulo 21 del evangelio de Juan:

15” Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos.
16 Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas.
17 Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes qu e te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.
18 De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras.
19 Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme.”


Aquí nos encontramos con un Pedro muy diferente, algo había cambiado en su interior, había aprendido la lección. Consciente de lo engañoso de su corazón, ya no dice: “Señor, yo te amo más que estos.” Ahora responde: “Señor, lo sabes todo; sabes que te amo. Pedro había dejado de lado el Yo para dar paso al Tú de Cristo.

Jesús no desecha a Pedro por su error, no menciona la negación, no le reprocha nada, no le saca del servicio, por el contrario, renueva su mandato: “Apacienta mis ovejas” y finalmente le dice “Sígueme”.

Jesús n os deja un claro doble ejemplo de cómo deben ser nuestras actitudes para con los demás, a la vez que nos deja claro cómo es Él con nosotros. Necesitamos el amor de Jesús en nuestros corazones para poder amar como Él amó.

Si hoy sientes amargura en tu corazón por haber de alguna manera “negado” a Jesús, te invito a que busques su mirada, sin miedo, pues no encontrarás allí reproches, ni rechazo sino la mirada mansa de un Cristo que todo lo conoce y que a pesar de tu negación nunca dudó en subir a la cruz por ti. Él renovará tu llamado y te dirá una vez más “sígueme”.

Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatina.org
EricaE

miércoles, 13 de abril de 2011

MIL NOVENTA Y CINCO BESOS DE AMOR

El hombre, de sesenta y cinco años de edad, se inclinó sobre su esposa. Ella estaba dormida, dormida profundamente. Él depositó un suave beso en su mejilla y le dijo: «Pronto te sentirás bien, querida.»

Al otro día le dio el mismo beso y le dijo las mismas palabras. Así hizo día tras día, durante mil noventa y cinco días, todo el tiempo que la esposa estuvo en coma.

Eran José Brasher y su esposa Bárbara. Ella, en una Navidad, había sufrido la ruptura de una arteria cerebral y había estado en coma por tres años. Al fin de tantos besos y de tantos días, Bárbara abrió los ojos y dijo: «¡Feliz Navidad, amor mío!» De ahí que concluyera: «Dios, y los besos de mis esposo, me trajeron de vuelta.»

Esta es una verdadera historia de amor. Es más, es una historia de amor, de fe y de esperanza, las tres grandes virtudes cristianas. Bárbara sufrió un coma que duró tres años. Cada día su esposo la visitó en el hospital, y cada día de esos tres años él depositó un beso en su mejilla y una oración en su oído. Y finalmente el amor, la fe y la esperanza dieron resultado. Fue así como Bárbara quedó perfectamente bien.

¡Qué poder tiene un beso! ¡Cómo puede cambiar, en un momento, la noche en día, la pena en alegría, la lágrima en sonrisa, y la angustia en gozo! Basta un solo beso —un beso de verdadero y genuino amor entre esposos— para que vuelva la felicidad, se fortalezca el amor, cambie el corazón y se disipe el dolor. Pero tiene que ser un beso de amor y no de compromiso, ni de pasión, ni de misericordia ni de complacencia. Tiene que ser un beso que brota del amor —legítimo, humano y fiel— que llena el corazón de los dos.

Los que estamos casados, ¿amamos a nuestro cónyuge? ¿Perdura entre nosotros la absoluta fidelidad a los votos que un día nos hicimos ante el representante de Dios? ¿Nos tratamos con cariño y comprensión? ¿Son más fuertes el amor, el enlace, el vínculo y el compromiso que las desavenencias, la discordia, el antagonismo y la contrariedad? Si la respuesta es negativa, hay una nube negra que se ha puesto sobre nuestro hogar que, si no se disipa, lo destruirá.

Insistamos, de voluntad y de corazón, que la persona de Cristo, el Autor del matrimonio, sea la cabeza invisible pero permanente de nuestro hogar. Con Cristo en el corazón, seremos más propensos a dar besos de verdadero amor a la esposa o al esposo. Sólo Cristo puede transformar la vida de cada uno. Sólo Él da ese amor que se sobrepone a toda prueba. Cuando Él es el Señor de nuestro matrimonio, podemos disfrutar como nunca de ese amor puro y permanente.

Hermano Pablo

NO TE RINDAS NUNCA

Una vez más, la joven maestra leyó la nota adjunta a la hermosa planta de hiedra.

“Gracias a las semillas que usted plantó, algún día seremos como esta hermosa planta. Le agradecemos todo lo que ha hecho por nosotras. Gracias por invertir tiempo en nuestras vidas”.

Una amplia sonrisa iluminó el rostro de la maestra mientras por sus mejillas corrían lágrimas de agradecimiento. Como el único leproso que manifestó gratitud hacia Jesús cuando fue sanado, las chicas a quienes les había dado clase en la escuela dominical, se acordaban de agradecer a su maestra. La planta de hiedra representaba un regalo de amor.

Durante meses la maestra regó fielmente la planta en crecimiento. Cada vez que la miraba, recordaba a esas adolescentes especiales y eso la animaba a seguir enseñando.

Pero al cabo de un año, algo sucedió. Las hojas empezaron a ponerse amarillas y a caerse; todas, menos una. Pensó en deshacerse de la hiedra, pero decidió seguir regándola y fertilizándola. Un día, al pasar por la cocina, la maestra vio que la planta tenía un brote nuevo. Unos días después, apareció otra hoja, y luego otra más. En pocos meses, la hiedra estaba otra vez convirtiéndose en una hermosa planta.

Henry Drummond dice: “No pienses que no pasa nada, simplemente, porque no ves tu crecimiento, o no escuchas el zumbido de los motores. Las grandes cosas crecen silenciosamente”.

Hay pocas alegrías más grandes que la bendición de invertir fielmente amor y tiempo en las vidas de otras personas. ¡Nunca, nunca te des por vencido con esas plantas!

No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. —Gálatas 6:9

EL NO DUERME

Lectura: Salmo 12
"No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda" Salmo 121:3
Las jirafas tienen el ciclo de sueño más breve de todos los mamíferos. Sólo duermen entre 10 y 120 minutos cada 24 horas, lo que hace un promedio de 1,9 horas por día. Dado que estos animales aparentan estar siempre despiertos, en este sentido no tienen mucho en común con la mayoría de los seres humanos. Si nosotros durmiéramos tan poco, tal vez significaría que padecemos alguna clase de insomnio. Sin embargo, en el caso de las jirafas, no es una enfermedad del sueño lo que las mantiene despiertas, sino que es simplemente la forma en que Dios las ha hecho.
Si piensas que 1,9 horas por día es dormir poco, considera este concepto sobre el Creador de nuestros espigados amigos animales: Nuestro Padre celestial nunca duerme.
Al referirse al permanente interés de Dios en nosotros, el salmista declara: «No se dormirá el que te guarda» (Salmo 121:3). En el contexto de este salmo, el escritor deja claro que el desvelo vigilante del Señor es para nuestro bien. El versículo 5 dice: «Jehová es tu guardador». Dios nos guarda, nos protege y nos cuida sin tener necesidad de recuperarse. Nuestro Protector está buscando permanentemente nuestro bien. Como dice un himno: «Él nunca duerme, nunca se adormece. Él me vigila de noche y de día».
¿Estás enfrentando dificultades? Acude a Aquel que nunca duerme. Cada segundo del día, permítele que guarde «tu salida y tu entrada» (v. 8).
Aquel que sustenta el universo nunca te defraudará.

domingo, 10 de abril de 2011

UN ALTAR SIMBÓLICO PARA LA NOVIA

La boda se realizó conforme a todos los reglamentos del caso. Primero se celebró la ceremonia civil; después, una muy sentida y emotiva ceremonia religiosa. La novia, con vaporoso vestido blanco; el novio, de riguroso jaquet; la música, las flores, las velas, los anillos: todo estaba en perfecto orden.

Lo único que diferenció este matrimonio de otros fue el altar ante el cual se juraron los votos. Georgina y Bruce, una pareja de jóvenes de Virginia, Estados Unidos, solicitaron casarse frente a la sepultura de los padres de ella. «Mis padres estuvieron casados cincuenta y un años en la mayor fidelidad —explicó Georgina—. Yo quiero casarme frente a sus sepulcros para decir con eso que yo también creo en la perdurabilidad del matrimonio.»

A pesar de lo extraño del sitio de la ceremonia, no podemos menos que admirar los ideales de esa pareja. Ya sea que el matrimonio se celebre frente al sepulcro de padres fieles, o en una iglesia, siguiendo la más estricta liturgia eclesiástica, lo que aquí sobresale es ese propósito sano, puro y bíblico de establecer la unión matrimonial hasta que la muerte los separe.

Dios ha diseñado el matrimonio como una unión perdurable. La monogamia y la fidelidad recíprocas son la única base de un hogar dichoso y duradero. La receta divina es ésta: «Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser» (Génesis 2:24). El apartarse de estos principios santos es jugar con el acto humano más sagrado que existe. El divorcio —juego descuidado, rebelde y desobediente— es lo que ha creado una sociedad sin escrúpulos, sin moralidad, sin fe y sin Dios. ¿Cuál tiene que ser el resultado? El caos, un caos horrible, el caos social que predomina en el mundo actual.

No es necesario que ocurra este desbarajuste. Siempre es posible tener un matrimonio como lo predispuso Dios. Sólo hace falta seguir sus enseñanzas. En cualquier lugar donde nos casemos, ya sea en una capilla, o en una playa, o en un restaurante o en un bosque, podemos sentar las bases de una relación conyugal pura y perdurable si ese matrimonio sigue los principios de la Santa Biblia y las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo.

Invitemos a Cristo a nuestra boda, y determinemos vivir con nuestro cónyuge el resto de nuestra vida. Esa es la única manera que vale para entrar en una relación matrimonial, que es la más importante de esta vida. Permitamos que Cristo sea el Guía y el Señor de nuestro destino.

Hermano Pablo

sábado, 9 de abril de 2011

MEDIO AMBIENTE LIMPIO

Lectura: Efesios 4:17-32.
"Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación" Efesios 4:29
¡Qué problema tan frustrante es la contaminación! Todos la padecen, pero todos contribuyen a que aumente.
La contaminación se presenta de muchas maneras, pero hay una forma que suele ser pasada por alto. Charles Swindoll la llama «contaminación verbal», y la generan los rezongones, los quejosos y los criticones. «El veneno del pesimismo —escribe Swindoll— crea una atmósfera de negativismo generalizado donde lo único que se enfatiza es el lado malo de las cosas».
Un grupo de amigos creyentes en Cristo se interesó en esta forma de contaminación y la parte que les tocaba en cuanto a ella. Entonces, acordaron evitar manifestaciones críticas durante toda una semana. ¡Quedaron sorprendidos al descubrir lo poco que habían hablado! A medida que continuaron con el experimento, tuvieron que volver a aprender a hablar.
En Efesios 4, Pablo insta a los creyentes a actuar de una manera práctica como esa. Se nos dice que debemos despojarnos del viejo yo y de sus comportamientos, que entristecen al Espíritu Santo (vv. 22,30), y vestirnos del nuevo ser que edifica a los demás (v. 24). Al depender de la ayuda del Espíritu (Gálatas 5:16), podemos efectuar cambios en la conducta, en la manera de pensar y en la forma de hablar.
Si queremos librarnos de la contaminación verbal, debemos decidir cambiar y pedirle a Dios que nos ayude. Es una gran manera de comenzar a limpiar el medio ambiente espiritual.
Ayuda a acabar con la contaminación: ¡limpia tu manera de hablar!

SEAMOS HONESTOS

La lectura bíblica de hoy nos recuerda que los demás nos conocen por nuestros frutos. También hay muchas otras cosas que ayudan a identificarnos. Hay un dicho que dice: “Dime con quien andas y te diré quien eres”. Hace unos años, vimos un letrero al frente de una pequeña iglesia de campo que decía: “Dime las personas que evitas y te diré quien eres”.

Las cosas que leemos también nos identifican. La oruga de la col sólo se alimenta de la col, mientras que la oruga de la nuez se alimenta de las hojas del árbol de nuez. La oruga del algodoncillo solo se alimenta del algodoncillo, y fácilmente identificamos al insecto de la papa por su amor a la planta de la papa.

El hombre que se pasa horas leyendo las páginas deportivas en el diario lo hace porque es admirador de los deportes. La literatura en tu hogar identifica la clase de persona que eres. ¿Tienes tiempo de sobra para el diario, pero sólo le echas un vistazo breve a la sana y buena literatura, la cual podría ayudarte crecer espiritualmente? Nos volvemos como los libros que leemos y como las personas con las que nos relacionamos.

¿Acaso tu lectura te identifica como un hijo de Dios?

Cuanto más andamos con Cristo, más nos parecemos a Cristo.

Fuente: Melvin Yoder, Junto a Aguas de Reposo.

Así que, por sus frutos los conoceréis. —Mateo 7:20