lunes, 14 de marzo de 2011

PRIVIEGIOS ESPECIALES

Lectura: Romanos 8:12-17.

"Habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo" Efesios 1:5
En Forever Young: My Friendship with John F. Kennedy, Jr. [Joven para siempre: Mi amistad con John F. Kennedy, Jr.], Billy Noonan rememora las experiencias vividas con el hijo del presidente Kennedy.
Allí relata que, en 1980, John Jr. y él fueron invitados a visitar el portaviones norteamericano John F. Kennedy. Mientras recorrían la nave, sin querer, entraron con el guía en un área restringida. Cuando un oficial los detuvo, el guía señaló a John, y dijo: «Este barco es de su padre». De inmediato, en posición de firme, el oficial saludó al joven. Es que, cuando a un barco de la Marina norteamericana se le pone un nombre en honor a alguien, esa persona es considerada su dueño. Por eso, al ser hijo de aquel cuyo nombre llevaba el barco, John Jr. tenía privilegios especiales.
Esto ilustra un principio espiritual vital. Al ser adoptados en la familia de Dios, quienes hemos sido salvos gozamos de la posición de hijos. Pablo escribió que, como creyentes, somos «predestinados para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo» (Efesios 1:5). En virtud de dicha condición, poseemos los privilegios especiales que pertenecen a los descendientes del Rey de reyes.
En el desafiante viaje de la vida, podemos sentir coraje al saber que nuestro «¡Abba, Padre!» (Romanos 8:15) es el dueño del barco y comparte todo con nosotros. Alabado sea Dios: ¡Somos coherederos con Cristo!
¡La herencia del creyente tiene garantía eterna!

domingo, 13 de marzo de 2011

CULPABLE 176 VECES

El vocero del jurado se puso de pie. Tenía que leer el veredicto en el juicio contra Julio González. Leyó primero el cargo: «Homicidio.» Inmediatamente después pronunció la palabra fatal: «Culpable.» Luego, con lentitud desesperante leyó otro cargo, y otra vez pronunció el veredicto: «Culpable.»

Así fue leyendo cargos y pronunciando el mismo veredicto 176 veces. A Julio González lo hallaron culpable de 87 homicidios, con doble culpabilidad por cada uno. El 25 de marzo de 1990 González había prendido fuego a un salón de baile en Nueva York, y el incendio había provocado la muerte de 87 personas.

Es difícil imaginar lo que habrá sido para Julio González oír ese martilleo continuo de la palabra «culpable». Alguien dijo que era como una puntilla que se clavaba en el féretro mismo del hombre. Que a uno le digan «culpable» una vez es ya algo como para desmayarse. Pero que se lo digan 176 veces es como para no querer seguir viviendo. Sin embargo, la ley exigía que se detallara por separado cada cargo, y que se pronunciara, por cada uno, el mismo veredicto.

Así también será en el juicio final ante el Gran Trono Blanco de Dios. Podemos imaginarnos lo que será juzgar a millones y millones de personas, detallando los pecados de cada una de ellas, y pronunciando para cada una, con monotonía desesperante, la palabra «culpable», «culpable»... y así hasta el infinito.

La Biblia dice que todos los seres humanos comparecerán ante el tribunal de Cristo. Dice también que serán abiertos unos libros donde están registradas las obras de cada uno. Además dice que será abierto «el libro de la vida», y el que no esté escrito en ese libro será juzgado por lo que está escrito en los otros libros. El veredicto será, fatalmente, «culpable». Y el castigo final será, también inevitablemente, «el lago de fuego» (Apocalipsis 20:11‑15).

Sin embargo, el nombre de cada uno de nosotros puede estar escrito en ese «libro de la vida». La verdad es que Dios quiere que así sea. Por eso mandó Dios a su Hijo Jesucristo al mundo, y por eso Cristo se entregó a sí mismo en sacrificio pleno hasta la muerte. Las palabras de Jesús fueron: «El Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20:28).

¿Cómo logramos ese rescate? Hay una sola manera: aceptando con fe sincera la eficacia de la muerte de Cristo para salvarnos, y recibiéndolo como Señor y dueño de nuestra vida. Así aseguramos que nuestro nombre quede escrito en el libro de la vida, y por consiguiente que jamás se nos pueda hallar culpables. Abrámosle nuestro corazón.

Hermano Pablo

sábado, 12 de marzo de 2011

META UNIFICADA

Lectura: 1 Corintios 1:10-17.
"Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones" 1 Corintios 1:10
En Norteamérica, la lechuza moteada está extinguiéndose. Al principio, se creía que su mayor amenaza era la tala de bosques. Sin embargo, algunos estudios han demostrado que el problema quizá sea uno de los parientes de esta ave. Durante los últimos quince años, la lechuza rayada ha estado migrando rápidamente hacia el oeste. Estas lechuzas, que solían vivir exclusivamente al este del Mississippi, compiten por la misma comida con la especie moteada, pero son más agresivas y adaptables.
Asimismo, nuestro mayor conflicto espiritual a menudo no viene desde afuera de la iglesia, sino de los otros creyentes. Esto estaba sucediendo en la iglesia de Corinto; por eso, Pablo dedicó un tiempo para hablar sobre el espíritu divisionista que se había desarrollado en esa congregación. Ese espíritu amenazaba la unidad de la iglesia. El apóstol, como un pastor que incentiva a la acción, alentó a los corintios a coincidir en los principios fundamentales y a no dividirse por cuestiones de menor importancia. La gente se peleaba porque se ponía del lado de distintos líderes religiosos, tales como Pablo, Apolos, Pedro e incluso Cristo. Al crear estas divisiones, les importaba más su líder favorito que la unidad en Cristo.
Pablo dijo que el elemento básico que debe unir a la iglesia es la predicación del evangelio. Esta debe ser también nuestra meta.
Una iglesia unida es una iglesia fuerte.

LA VIDA EJEMPLAR

Todos somos o buenos ejemplos o malos ejemplos. ¿Que clase de ejemplo eres tú?

¿Que de nuestro ejemplo como esposos y padres? Cuando hablamos o actuamos de forma severa con nuestras esposas, a veces en presencia de nuestros hijos, se nos olvida que algún día nuestros hijos también serán padres y esposos. Ellos entonces pueden actuar de la misma manera que nosotros, o incluso peor. Seres en parte culpables por el ejemplo malo que les hemos dado.

¿Qué de nuestra respuesta para con nuestros hijos? En algunas ocasiones ellos hacen cosas que realmente nos irritan. Si nos enojamos y decimos cosas desagradables e incluso los disciplinamos en ese estado de ánimo, ¿ qué clase de ejemplo es ése?

¿Qué tal en nuestro centro de trabajo, en el aula o lejos de Mamá y Papá? Cuando el obispo o el pastor no están presentes, ¿qué clase de ejemplo les damos a los que nos rodean?

¿Puede el mundo ver a Jesús cuando se fija en nuestras vidas? ¿Somos fieles en nuestra lucha espiritual: en palabras y hechos, fe y amor?

Mark Meighn, Junto a Aguas de Reposo.

Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, espíritu, fe y pureza. 1 Timoteo 4:12

NOSOTROS SOMOS LA SAL DEL MUNDO, HABLEMOS DE TAL MANERA QUE PROVOQUEMOS SED A LOS DEMAS

MISERICORDIAS DE DIOS

Lectura: Génesis 32:3-13.
"Menor soy que todas las misericordias […] que has usado para con tu siervo" Génesis 32:10
«Menor soy que todas las misericordias de Dios». Esta era la inscripción que George Herbert, poeta y clérigo inglés del siglo xvii, grabó en su anillo de sello, y era la frase con la cual firmaba sus cartas y libros. Jacob había dicho estas palabras al meditar en la bondad que Dios, demostrada hacía él aun en medio de su pecado y vergüenza: «Menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para con tu siervo» (Génesis 32:10).
La palabra «misericordias» viene del término hebreo kjesed, que significa el amor permanente de Dios. Creo que es importante que haya brotado del corazón de una persona que se consideraba totalmente indigna.
Al depender únicamente del fiel amor del Señor, Jacob exclama: «Líbrame». Qué combinación extraña de ideas: Reconoce que no es digno, pero ruega ser liberado (vv. 10-11). En contraposición a algunos que creen que todo está en orden, Jacob sabía que lo que había presentado delante del Señor había sido arruinado por el pecado. Se consideraba una persona que no merecía la gracia de Dios. Sin embargo, su esperanza no dependía de su dignidad, sino de la promesa de Dios de que derramaría Su favor sobre aquellos que se cobijaran bajo Su misericordia. La humildad y el arrepentimiento son las llaves que abren el corazón del Señor.
Como lo hizo con Jacob, Dios nos escucha cuando clamamos humildemente a Él rogando por Su misericordia.
La misericordia es una bendición inmerecida que Dios le concede a un receptor indigno.
Por ejemplo a mi

1ª DE JUAN 4: 19 - 20