sábado, 12 de marzo de 2011

META UNIFICADA

Lectura: 1 Corintios 1:10-17.
"Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones" 1 Corintios 1:10
En Norteamérica, la lechuza moteada está extinguiéndose. Al principio, se creía que su mayor amenaza era la tala de bosques. Sin embargo, algunos estudios han demostrado que el problema quizá sea uno de los parientes de esta ave. Durante los últimos quince años, la lechuza rayada ha estado migrando rápidamente hacia el oeste. Estas lechuzas, que solían vivir exclusivamente al este del Mississippi, compiten por la misma comida con la especie moteada, pero son más agresivas y adaptables.
Asimismo, nuestro mayor conflicto espiritual a menudo no viene desde afuera de la iglesia, sino de los otros creyentes. Esto estaba sucediendo en la iglesia de Corinto; por eso, Pablo dedicó un tiempo para hablar sobre el espíritu divisionista que se había desarrollado en esa congregación. Ese espíritu amenazaba la unidad de la iglesia. El apóstol, como un pastor que incentiva a la acción, alentó a los corintios a coincidir en los principios fundamentales y a no dividirse por cuestiones de menor importancia. La gente se peleaba porque se ponía del lado de distintos líderes religiosos, tales como Pablo, Apolos, Pedro e incluso Cristo. Al crear estas divisiones, les importaba más su líder favorito que la unidad en Cristo.
Pablo dijo que el elemento básico que debe unir a la iglesia es la predicación del evangelio. Esta debe ser también nuestra meta.
Una iglesia unida es una iglesia fuerte.

LA VIDA EJEMPLAR

Todos somos o buenos ejemplos o malos ejemplos. ¿Que clase de ejemplo eres tú?

¿Que de nuestro ejemplo como esposos y padres? Cuando hablamos o actuamos de forma severa con nuestras esposas, a veces en presencia de nuestros hijos, se nos olvida que algún día nuestros hijos también serán padres y esposos. Ellos entonces pueden actuar de la misma manera que nosotros, o incluso peor. Seres en parte culpables por el ejemplo malo que les hemos dado.

¿Qué de nuestra respuesta para con nuestros hijos? En algunas ocasiones ellos hacen cosas que realmente nos irritan. Si nos enojamos y decimos cosas desagradables e incluso los disciplinamos en ese estado de ánimo, ¿ qué clase de ejemplo es ése?

¿Qué tal en nuestro centro de trabajo, en el aula o lejos de Mamá y Papá? Cuando el obispo o el pastor no están presentes, ¿qué clase de ejemplo les damos a los que nos rodean?

¿Puede el mundo ver a Jesús cuando se fija en nuestras vidas? ¿Somos fieles en nuestra lucha espiritual: en palabras y hechos, fe y amor?

Mark Meighn, Junto a Aguas de Reposo.

Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, espíritu, fe y pureza. 1 Timoteo 4:12

NOSOTROS SOMOS LA SAL DEL MUNDO, HABLEMOS DE TAL MANERA QUE PROVOQUEMOS SED A LOS DEMAS

MISERICORDIAS DE DIOS

Lectura: Génesis 32:3-13.
"Menor soy que todas las misericordias […] que has usado para con tu siervo" Génesis 32:10
«Menor soy que todas las misericordias de Dios». Esta era la inscripción que George Herbert, poeta y clérigo inglés del siglo xvii, grabó en su anillo de sello, y era la frase con la cual firmaba sus cartas y libros. Jacob había dicho estas palabras al meditar en la bondad que Dios, demostrada hacía él aun en medio de su pecado y vergüenza: «Menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para con tu siervo» (Génesis 32:10).
La palabra «misericordias» viene del término hebreo kjesed, que significa el amor permanente de Dios. Creo que es importante que haya brotado del corazón de una persona que se consideraba totalmente indigna.
Al depender únicamente del fiel amor del Señor, Jacob exclama: «Líbrame». Qué combinación extraña de ideas: Reconoce que no es digno, pero ruega ser liberado (vv. 10-11). En contraposición a algunos que creen que todo está en orden, Jacob sabía que lo que había presentado delante del Señor había sido arruinado por el pecado. Se consideraba una persona que no merecía la gracia de Dios. Sin embargo, su esperanza no dependía de su dignidad, sino de la promesa de Dios de que derramaría Su favor sobre aquellos que se cobijaran bajo Su misericordia. La humildad y el arrepentimiento son las llaves que abren el corazón del Señor.
Como lo hizo con Jacob, Dios nos escucha cuando clamamos humildemente a Él rogando por Su misericordia.
La misericordia es una bendición inmerecida que Dios le concede a un receptor indigno.
Por ejemplo a mi

1ª DE JUAN 4: 19 - 20

jueves, 10 de marzo de 2011

AL RESCATE

Lectura: 2 Pedro 1:5-15.
"Yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas" 2 Pedro 1:12
Jill Price tiene una memoria extraordinaria, que ha dejado atónitos a los científicos. En el 2006, en un artículo titulado «Un caso de inusual memoria autobiográfica», una revista científica describió su capacidad altamente desarrollada. Price no tiene una aptitud especial para memorizar listas de palabras, números, conceptos o idiomas, pero sí recuerda lo que le sucedió durante cualquier día de los últimos 30 años. Menciona una fecha, y ella te dirá qué día de la semana era, cómo estaba el clima, los programas de TV que miró y la gente con quien habló.
Son pocos los que tienen una memoria así. Por esta razón, necesitamos recordatorios para realizar tareas simples y cumplir con nuestras citas. Esto es particularmente cierto cuando se trata de verdades espirituales. El apóstol Pedro mostró que entendía la necesidad de recordatorios espirituales, al escribir: «Yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas. […] Pues tengo por justo […], el despertaros con amonestación […]. También yo procuraré con diligencia que […] vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas» (2 Pedro 1:12-15).
Sin importar la clase de memoria que tengamos, necesitamos que se nos recuerden los principios bíblicos. La lectura bíblica diaria, los grupos pequeños de estudio y la participación en una iglesia local pueden ayudarnos a recordar las verdades vitales de Dios.
Deja que la Palabra de Dios se grabe en tu memoria, gobierne tu corazón y guíe tus pasos.

ROBOTS CIENTÍFICOS Y DOLOR HUMANO

Es una máquina estupenda, orgullo de la tecnología moderna. Recibe órdenes dadas por la voz humana, conoce nada menos que quinientas cincuenta palabras y es capaz de realizar el noventa por ciento de las tareas que se le mandan hacer.

Se trata de un robot diseñado para enfermos con parálisis. Este robot puede acercarles a los enfermos la cuchara a la boca, puede servirles un vaso con agua, encenderles y apagarles el televisor, y hasta sentarlos y acostarlos.

Pero también puede —y aquí está el serio peligro— ser instrumento para el suicidio del enfermo. Basta con que el enfermo le ordene al robot desconectar el tubo de oxígeno u otros cables esenciales para que el enfermo muera a causa de una orden que él mismo da.

La ciencia progresa cada vez más. Hay en la actualidad aparatos científicos que nos dejan pasmados con lo que pueden hacer. Pero el alma humana no está progresando a la par.

Todavía en el alma del hombre hay imperfecciones: pasiones morbosas, propensión a maltratarse, deseos de suicidarse, amargura, mortificación y sed de venganza. Mientras las máquinas se hacen cada vez más perfectas, las almas humanas son cada vez más imperfectas.

El que un brazo mecánico, movido por un mecanismo perfecto, desconecte el tubo vital de un ser humano imperfecto, obedeciendo a la orden de ese mismo ser humano, no deja de ser una escena desalentadora.

Dios no hizo al hombre imperfecto. No lo hizo para el dolor, la enfermedad, la angustia y el mal. Lo hizo como ingenio extraordinario en lo físico, lo moral y lo mental. Pero a la inversa del hombre, que fabrica robots, Dios no hizo del hombre mismo un robot.

Dios nos dio libre albedrío, sentido moral, fuerza de voluntad y la facultad de tomar decisiones para desarrollar nuestra propia personalidad. Es el pecado original —el de Adán y Eva— lo que ha introducido en la humanidad la degradación y la imperfección.

¿Podemos, no obstante, remediar nuestras imperfecciones y arreglar nuestros defectos? Sí podemos, y esa posibilidad de hacerlo llega a ser la gran aventura moral humana. Cada uno de nosotros puede volver a la perfección, pero sólo por medio de Cristo. En Cristo, y con Cristo, remediamos todas nuestras miserias, recibimos perdón por todas nuestras faltas y nos sanamos de todas nuestras dolencias.

Hermano Pablo