sábado, 12 de marzo de 2011

MISERICORDIAS DE DIOS

Lectura: Génesis 32:3-13.
"Menor soy que todas las misericordias […] que has usado para con tu siervo" Génesis 32:10
«Menor soy que todas las misericordias de Dios». Esta era la inscripción que George Herbert, poeta y clérigo inglés del siglo xvii, grabó en su anillo de sello, y era la frase con la cual firmaba sus cartas y libros. Jacob había dicho estas palabras al meditar en la bondad que Dios, demostrada hacía él aun en medio de su pecado y vergüenza: «Menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para con tu siervo» (Génesis 32:10).
La palabra «misericordias» viene del término hebreo kjesed, que significa el amor permanente de Dios. Creo que es importante que haya brotado del corazón de una persona que se consideraba totalmente indigna.
Al depender únicamente del fiel amor del Señor, Jacob exclama: «Líbrame». Qué combinación extraña de ideas: Reconoce que no es digno, pero ruega ser liberado (vv. 10-11). En contraposición a algunos que creen que todo está en orden, Jacob sabía que lo que había presentado delante del Señor había sido arruinado por el pecado. Se consideraba una persona que no merecía la gracia de Dios. Sin embargo, su esperanza no dependía de su dignidad, sino de la promesa de Dios de que derramaría Su favor sobre aquellos que se cobijaran bajo Su misericordia. La humildad y el arrepentimiento son las llaves que abren el corazón del Señor.
Como lo hizo con Jacob, Dios nos escucha cuando clamamos humildemente a Él rogando por Su misericordia.
La misericordia es una bendición inmerecida que Dios le concede a un receptor indigno.
Por ejemplo a mi

1ª DE JUAN 4: 19 - 20

jueves, 10 de marzo de 2011

AL RESCATE

Lectura: 2 Pedro 1:5-15.
"Yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas" 2 Pedro 1:12
Jill Price tiene una memoria extraordinaria, que ha dejado atónitos a los científicos. En el 2006, en un artículo titulado «Un caso de inusual memoria autobiográfica», una revista científica describió su capacidad altamente desarrollada. Price no tiene una aptitud especial para memorizar listas de palabras, números, conceptos o idiomas, pero sí recuerda lo que le sucedió durante cualquier día de los últimos 30 años. Menciona una fecha, y ella te dirá qué día de la semana era, cómo estaba el clima, los programas de TV que miró y la gente con quien habló.
Son pocos los que tienen una memoria así. Por esta razón, necesitamos recordatorios para realizar tareas simples y cumplir con nuestras citas. Esto es particularmente cierto cuando se trata de verdades espirituales. El apóstol Pedro mostró que entendía la necesidad de recordatorios espirituales, al escribir: «Yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas. […] Pues tengo por justo […], el despertaros con amonestación […]. También yo procuraré con diligencia que […] vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas» (2 Pedro 1:12-15).
Sin importar la clase de memoria que tengamos, necesitamos que se nos recuerden los principios bíblicos. La lectura bíblica diaria, los grupos pequeños de estudio y la participación en una iglesia local pueden ayudarnos a recordar las verdades vitales de Dios.
Deja que la Palabra de Dios se grabe en tu memoria, gobierne tu corazón y guíe tus pasos.

ROBOTS CIENTÍFICOS Y DOLOR HUMANO

Es una máquina estupenda, orgullo de la tecnología moderna. Recibe órdenes dadas por la voz humana, conoce nada menos que quinientas cincuenta palabras y es capaz de realizar el noventa por ciento de las tareas que se le mandan hacer.

Se trata de un robot diseñado para enfermos con parálisis. Este robot puede acercarles a los enfermos la cuchara a la boca, puede servirles un vaso con agua, encenderles y apagarles el televisor, y hasta sentarlos y acostarlos.

Pero también puede —y aquí está el serio peligro— ser instrumento para el suicidio del enfermo. Basta con que el enfermo le ordene al robot desconectar el tubo de oxígeno u otros cables esenciales para que el enfermo muera a causa de una orden que él mismo da.

La ciencia progresa cada vez más. Hay en la actualidad aparatos científicos que nos dejan pasmados con lo que pueden hacer. Pero el alma humana no está progresando a la par.

Todavía en el alma del hombre hay imperfecciones: pasiones morbosas, propensión a maltratarse, deseos de suicidarse, amargura, mortificación y sed de venganza. Mientras las máquinas se hacen cada vez más perfectas, las almas humanas son cada vez más imperfectas.

El que un brazo mecánico, movido por un mecanismo perfecto, desconecte el tubo vital de un ser humano imperfecto, obedeciendo a la orden de ese mismo ser humano, no deja de ser una escena desalentadora.

Dios no hizo al hombre imperfecto. No lo hizo para el dolor, la enfermedad, la angustia y el mal. Lo hizo como ingenio extraordinario en lo físico, lo moral y lo mental. Pero a la inversa del hombre, que fabrica robots, Dios no hizo del hombre mismo un robot.

Dios nos dio libre albedrío, sentido moral, fuerza de voluntad y la facultad de tomar decisiones para desarrollar nuestra propia personalidad. Es el pecado original —el de Adán y Eva— lo que ha introducido en la humanidad la degradación y la imperfección.

¿Podemos, no obstante, remediar nuestras imperfecciones y arreglar nuestros defectos? Sí podemos, y esa posibilidad de hacerlo llega a ser la gran aventura moral humana. Cada uno de nosotros puede volver a la perfección, pero sólo por medio de Cristo. En Cristo, y con Cristo, remediamos todas nuestras miserias, recibimos perdón por todas nuestras faltas y nos sanamos de todas nuestras dolencias.

Hermano Pablo

miércoles, 9 de marzo de 2011

LA GALINA Y LOS PATITOS

De cada animal hemos extraído alguna lección aplicable a nuestra vida. Y ahora nos toca observar a aquella gallina, que debajo de la cual se habían colocado varios huevos de pato para que los empollara. A su debido tiempo nacieron los patitos, y comenzaron a dar sus paseos acompañados de la gallina.

La gallina madre no se explicaba por qué sus polluelos eran tan diferentes de ella. Y ocurrió que cierto día llegaron a las cercanías de un estanque, y los patitos, instintivamente, se fueron en línea recta hacia el agua.
La pobre gallina, creyendo que estaban en peligro de ahogarse, hacía desesperados intentos para llamarlos y salvarlos, pero sin resultado. No importaba que se los hubiese criado en tierra firme y seca. nadie pudo borrar de aquellos patitos su natural inclinación hacia el agua, porque era parte de sus propios instintos.

¿No llevamos los seres humanos, también por instinto, a Dios en el alma?. Negar su existencia equivaldría a desnaturalizarnos. Sería resistirnos a aceptar algo que de todos modos se impone en el corazón. El rey David declaró que Dios estaba ” Impuesto ” en todos sus caminos, y que no importaba adonde fuera, allí advertía la presencia divina.

Cierto filósofo francés afirmaba que los hombres creen en Dios sólo porque se les inculca esta creencia desde niños. Y para demostrar su pensamiento, llevo a un niño a su finca para educarlo con la orden expresa de que nadie le hablara de Dios. Pero al poco tiempo de iniciada su educación atea, el filósofo encontró al niño cierta mañana mirando fijamente hacia el sol naciente, y diciendo estas palabras:

“¡Cuán hermoso eres, OH sol!,
¡Cuánto más grade y hermoso debe ser el que te hizo!.
Yo no lo conozco; pero si tú lo ves, llévale un beso de mi parte”.

Sí, la convivencia de la existencia de Dios forma parte de nuestra naturaleza. Es un instinto humano, como lo reveló el niño de este experimento; o como lo ilustraron los patitos de la historia. Por instinto, la gallina permaneció en tierra seca, y por igual razón los patitos se vieron atraídos por el agua.
¿Nos dice nuestro corazón que Dios existe, que él es todopoderoso, y que podemos confiar en su conducción de amor?.

Mientras el sol mantenga su brillo; mientras la tierra siga girando sobre su eje; mientras las nubes del cielo nos regalen su lluvia; mientras tengamos aire para llenar nuestros pulmones; mientras nuestro corazón siga latiendo…..Mientras ocurra todo esto, podremos saber que Dios existe. y que,
” Porque en él vivimos, nos movemos y somos “ Hechos 17: 28 pp.

MURIO PARA DARLE VIDA

A un estudiante de seminario, de carácter firme, le preguntaron por qué llevaba una vida consagrada y piadosa casi al extremo.

“Cuando yo estaba por nacer hubo complicaciones graves”, contestó el estudiante. “El doctor salió al pasadizo donde esperaba mi padre y le dijo: “No hay esperanza, no podemos salvar a los dos. Usted tendrá que decidir, ¿salvamos a su esposa o a su hijo?” Sin vacilar un momento mi padre dijo: “Salve a mi esposa”.

“Mi madre oyó la conversación por el tragaluz que estaba abierto, y dijo más fuerte y con más insistencia que mi padre: “¡Salve a mi hijo! ¡Salve a mi hijo!”

“Yo estoy viviendo por ella que murió por mí, y por mejor vida que yo lleve nunca será suficientemente buena”.

El sacrificio de amor de aquella madre por el hijo que aún no había nacido es poco al compararlo con el amor de Dios por nosotros. (Lea Romanos 5:8).

NO TE OLVIDES

Lectura: Deuteronomio 8:1-2,10-18.
"Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos" Deuteronomio 8:11
Uno de mis cómics favoritos se titula «Superman en sus últimos años». Muestra al superhéroe, ya anciano, parado en una ventana y listo para saltar, mientras mira hacia atrás y dice: «¿Adónde iba?».
La falta de memoria nos afecta a todos, y aunque nuestros lapsus ocasionales quizá sean cómicos o fastidiosos, olvidarnos de Dios puede ser desastroso.
Cuando los israelitas estaban listos para entrar a la tierra prometida, Moisés los desafió, diciendo: «Te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto» (Deuteronomio 8:2), y «cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos» (v. 11).
Los siguientes motivos pueden hacer que nos olvidemos de Dios: Pruebas (vv. 2-4). Dios permitió que Su pueblo tuviera hambre y luego les dio maná. Si tenemos necesidades en la vida, es fácil creer que Dios se ha olvidado de nosotros. Satisfacción (vv. 10-11). La abundancia o la necesidad pueden producir amnesia espiritual, porque ambas cosas hacen que nos centremos en nosotros mismos y no en el Señor que provee. Orgullo (vv. 12-16). Si la prosperidad nos hace sentir que nuestro esfuerzo nos proporcionó éxitos, nos hemos olvidado de Dios.
La humildad, la obediencia y la alabanza nos ayudan a recordar la provisión y el cuidado fiel del Señor. Hoy no nos olvidemos de agradecerle por todo lo que Él ha hecho.
Jamás permitas que la abundancia de las dádivas de Dios te haga olvidar del Dador.