martes, 8 de marzo de 2011

AL RESCATE

Lectura: Lucas 15:1-7.
"Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento" Lucas 15:7
Hace poco, Marty y yo viajamos a algunas ciudades importantes en varios países. Quedamos abrumados ante lo perdido que está nuestro mundo, y tristes por los millones de personas que nunca han escuchado el mensaje de la gracia salvadora de Jesús. La idea de alcanzar a nuestro planeta para Cristo se tornó irresistible.
Luego, recordé la historia de un muchacho que caminaba por una playa. Al encontrarse con cientos de estrellas de mar que morían bajo el calor del sol ardiente, comenzó a arrojarlas al agua. Alguien que pasaba, le preguntó: «¿Qué estás haciendo?». «Salvándoles la vida», respondió el muchacho. «Ni lo intentes», dijo el hombre. «Es imposible salvar todas estas estrellas de mar». «Es cierto —le contestó—, pero a cada una que sí salve, le marcará una gran diferencia».
Me encanta la perspectiva del muchacho. Cuando la ola del pecado nos arrojó a la ribera de la muerte, Dios envió a Su Hijo a caminar por la playa para rescatar a todos los que se arrepienten. Y, como dijo Jesús a su audiencia en Lucas 15, cada vez que alguien es rescatado, hay fiesta en el cielo. «Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento» (Lucas 15:7).
¿Se ha regocijado el cielo porque fuiste rescatado? Si es así, únete a las filas de quienes alcanzan almas perdidas con la gracia salvadora de Jesús.
Cuando hayas sido salvado, querrás rescatar a otros.

R.C.V.A.

Llovía a torrentes. La ciudad de Las Vegas, Nevada, en Estados Unidos, ciudad a la que por su vida nocturna la llaman «sin noche», se veía turbia y deslucida. Hacía un frío invernal, y el agua helada corría desenfrenada.

En uno de esos torrentes cayó con su auto Murray Brown, joven de veintiséis años de edad. Lo sacaron semiahogado, casi sin pulso, casi sin presión arterial, y con una temperatura de apenas veintisiete grados centígrados. El joven se moría de hipotermia.

El doctor Larry Gentilello le colocó una máquina de su invención llamada R.C.V.A., que significa «Recalentamiento Continuo Venoso Arterial». Con ese aparato le recalentó la sangre, y el joven quedó fuera de peligro.

El aparato consiste de una tubería de aluminio sumergida en agua caliente. Se hace pasar la sangre de la víctima por la tubería, y poco a poco se va calentando hasta recuperar su temperatura normal. Una vez que la sangre llega a la debida temperatura, el enfermo se recupera de una manera asombrosa.

Como si esa hipotermia no bastara, hay en la actualidad otra hipotermia que, como enfermedad crónica, ha invadido todas las esferas sociales de nuestro mundo. Es la hipotermia matrimonial, que ocurre cuando el amor, el cariño y la atención personal se han enfriado en un matrimonio.

¿Habrá alguna máquina parecida a la invención del doctor Larry Gentilello que pueda aplicarse a los matrimonios? Son prácticamente incontables los matrimonios cuyo amor se ha enfriado, casi al punto de congelación. Necesitamos una máquina descongeladora que caliente de nuevo la sangre, el cuerpo y el alma, y que resucite esos matrimonios.

La buena noticia es que esa máquina ya se ha inventado. Muchos la hemos visto funcionar infinidad de veces, arreglando parejas, recomponiendo hogares, pacificando matrimonios. Se llama «el Evangelio de Cristo», y es el sistema divino que pone calor donde antes había hielo, vitaliza todas las funciones del alma, reanima el amor muerto y devuelve la vida y la felicidad a cuantos los quieren.

Ese bendito Evangelio sana las enfermedades del alma. Ya lleva dos mil años de estar reconciliando al hombre con Dios, y por consiguiente, con su cónyuge, sus hijos y sus semejantes.

¿Está nuestro matrimonio en proceso de congelación? Cristo puede devolvernos ese maravilloso calor de la vida sana y buena. Lo único que tenemos que hacer es someternos a su señorío. La unión con Cristo produce la unión matrimonial. Sólo hace falta que le demos la oportunidad de recalentar nuestro matrimonio, y lo hará.

Hermano Pablo

OBRAS QUE BRILLAN

En algunas ocasiones los medios de comunicación masiva nos informan acerca de personas que, de manera compasiva, hacen obras de bien para la comunidad donde viven o extienden su ayuda más allá de su entorno geográfico. A menudo, el periodista que realiza la cobertura de esa clase de noticias titula su informe con frases tales como: “Ejemplos de vida”, “Héroes o heroínas…”, “Modelos para imitar”, etcétera.

A veces, no siempre, estas personas reciben el reconocimiento de parte de los vecinos o de las autoridades de su municipio; algunas lo aceptan gustosamente; otras, en cambio, prefieren el anonimato.
Es necesario decir que, en tiempos de tanto individualismo e indiferencia social como en los que vivimos actualmente, estas personas desarrollan una tarea muy digna, pero no l ogran cubrir la necesidad espiritual de aquellos a quienes asisten.

La Biblia dice: “Ustedes son la luz del mundo. Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo” (Mateo 5: 14,16, NVI). Como hemos leído, Jesús nos afirma que somos la “luz del mundo” y nos indica que debemos hacerla brillar delante de los demás, pero no para beneficio propio o para recibir algún homenaje, sino para que “ellos”, es decir, las personas que viven y caminan en la oscuridad de este mundo, puedan ver las buenas obras y alaben a Dios por ellas. Todo lo que hagamos debe conducir a la alabanza a Dios y no dejar “nuestro sello personal”.

A diferencia de las acciones de caridad, las buenas obras de las que habla Jesús, iluminan. Cuán preciada es en tiempo de angustia una palabra de consuelo, un abrazo transmisor del amor de Dios o una sencilla oración; o cuán grata es la compañía de a lguien, en quien habita la palabra de Cristo, cuando se vive en soledad y olvidado.

Si miráramos a nuestro alrededor con detenimiento, podríamos ver a muchas personas que esperan tácitamente que brille nuestra luz. Simplemente tenemos que accionar en nosotros el versículo 16 del citado pasaje de Mateo: “Hagan brillar su luz delante de todos…” y realizar las obras que el Señor preparó con anticipación para que hiciéramos. “Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica” (Efesios 2:10, NVI).

Si disponemos nuestros corazones y somos sensibles a su voz, Dios nos guiará a esas buenas obras, preparadas de antemano para iluminar a aquellos que hoy transitan la oscuridad en busca de la luz, y que darán gloria a Su Nombre.
Patricia Götz

Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatina.org

domingo, 6 de marzo de 2011

POR CADA MILLA, UN HOMBRE

Negro y oscuro era el socavón de la mina. «Con luz fosforescente de cocuyos», como decía el poeta Guillermo Valencia, los mineros horadaban el duro vientre de la montaña. Los picos y barrenos hacían saltar pedazos de roca. Y cada minero pensaba en dos cosas: en la familia que dejó arriba, y en el gas metano que en cualquier momento podría escapar.

En efecto, el traicionero gas comenzó a salir. Veinte segundos antes que sonara cualquier alarma, se produjo la explosión. Ciento veintiún mineros murieron quemados en Kozlu, pueblo minero de Turquía, y más de treinta quedaron gravemente heridos. Fue un desastre minero más. «Por cada milla de galería, la vida de un hombre» es la frase muy cierta de los mineros de todo el mundo.

Duro, fatigoso y mal pagado es el trabajo de los mineros. Para ganarse la vida deben bajar a galerías oscuras en las entrañas de la tierra, sin aire y sin luz. Deben hacer trabajo de topos, cavando túneles en busca de metal, o de carbón o de diamantes.

De vez en cuando se produce una explosión, y cientos mueren aplastados por olas de piedra. El 26 de abril de 1942, por ejemplo, se produjo en Honkeiko, China, un desastre minero que cobró la vida de mil quinientos setenta y dos hombres. Fue uno de los más devastadores desastres de los tiempos modernos. De ahí surgió el dicho: «Por cada milla, un hombre.» Es el precio que hay que pagar.

Los mineros han expresado su condición con la frase: «Por cada milla, un hombre», pero hay otras situaciones similares. Podríamos decir: «Por cada copa de licor que expende la destilería, un hombre.» «Por cada sobrecito de polvillo blanco que los traficantes de drogas venden, un hombre.» «Por cada ficha que rueda en el tapete verde, un hombre.» «Por cada aventura amorosa ilícita que afea y ensucia y mancha, un hombre.»

Lo triste es que en cada una de estas situaciones y otras como ellas, no es sólo un hombre el que queda tirado junto al camino. Es el hombre, su esposa, sus hijos, y cuantos más miembros de la sociedad forman parte del caído. Por cada error humano, sólo Dios sabe cuántas almas se balancean suspendidas sobre el abismo de la muerte antes que la débil cuerda, en el momento menos pensado, se corta.

Jesucristo puede rescatarnos de todos esos abismos. Él salva, redime, regenera, y rescata. Entreguémosle nuestra vida. No tenemos que seguir siendo víctimas. Cristo desea redimirnos.

Hermano Pablo

¿ESTA BIEN?

Lectura: Filipenses 4:4-7.
"Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" Filipenses 4:7
Mientras el coro de jóvenes se preparaba para cantar el clásico himno de Horatio G. Spafford, «Está bien con mi alma», uno de ellos dio un paso al frente para relatar la historia de la conocida canción. Spafford la escribió estando en un barco, cerca del sitio en el mar donde habían muerto sus cuatro hijas.
Mientras escuchaba esa introducción, seguida de las palabras que cantaban los jóvenes, un torrente de emociones me invadió. Al escuchar las expresiones de fe de Spafford, me resultaba difícil comprender la frase «donde habían muerto sus cuatro hijas». En mi caso, tras haber perdido repentinamente a una hija, la idea de perder cuatro me parece inimaginable.
¿Cómo podía eso estar «bien» para Spafford, en medio de su dolor? Al oír las palabras «si paz cual un río es aquí mi porción», recuerdo dónde se puede encontrar paz. En Filipenses 4, Pablo dice que puede hallarse cuando elevamos nuestras oraciones a Dios de corazón (v. 6). Al orar con confianza, aliviamos nuestra alma, nos deshacemos de la ansiedad y desatamos los lazos de nuestra angustia. Entonces, podemos obtener «la paz de Dios» (v. 7), una calma de espíritu divina e inexplicable. Esta paz supera nuestra capacidad de comprender las circunstancias que vivimos (v. 7) y, por medio de Jesús, actúa como una defensa que protege de tal manera nuestro corazón que nos permite susurrar, aun en el dolor: «Está bien con mi alma».
Jesús nunca se equivoca.

¡LIBRATE DE ELLAS!

A causa de su testimonio cristiano y sus actividades religiosas, David Klassen estaba encarcelado en los yermos de la Siberia. Como es de suponer, a veces pasaba por tiempos de desaliento y soledad.

Sin embargo, un día recibió ánimo en una manera poco común. Cuando recibió su escaso platillo de sopa, él descubrió que una pequeña hoja había conseguido caerse en su ración. Ya él le había dado gracias a Dios por la comida, pero cuando encontró la hoja se paró inmediatamente y volvió a agradecerle a Dios por aquella pequeña porción especial de su creación. A él le llamo mucho la atención que todo lo demás en la prisión había sido hecho por el hombre: las puertas de hierro, los barrotes, las paredes,. Pero Dios había hecho aquella pequeña hoja y le había permitido ser llevada al interior de aquella prisión, donde ahora servía como medio de consuelo y de aliento para un prisionero desesperado.

Cuando echamos toda nuestra ansiedad sobre el Señor, reconocemos nuestra frágil humanidad y ponemos confiadamente nuestros problemas y preocupaciones en las manos de Aquel que controla el futuro. Ninguna carga es demasiado pesada para su entendimiento divino. Ninguna ansiedad ni problema es demasiado complejo para su discernimiento agudo y su resolución capaz. Recuerda ¡Él cuida de Ti!

Las preocupaciones innecesarias de la vida pueden impedir tu progreso. ¡Líbrate de ellas!

Mahlon Gingerich

Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros. 1 Pedro 5:7

Fuente: Junto a Aguas de Reposo, Vision Publishers

sábado, 5 de marzo de 2011

¿QUE DA FELICIDAD?

Lectura: Eclesiastés 2:1-11.
"Todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del Sol" Eclesiastés 2:11
Después de estudiar el efecto del boom económico en Japón, posterior a la Segunda Guerra Mundial, Richard Easterlin concluyó que el crecimiento financiero no siempre produce una mayor satisfacción. Por otro lado, Betsey Stevenson y Justin Wolfers realizaron encuestas en más de 100 países y determinaron que la satisfacción en la vida es mayor en las naciones más ricas.
Entonces, ¿quién tiene razón? Veamos lo que dice el escritor de Eclesiastés. ¡Él debería saberlo! Fue un hombre realmente rico (2:8) y tenía los medios para probar todo lo que hay en este mundo… ¡y sin duda lo hizo! Se dedicó a los placeres (vv. 1-3), a los grandes proyectos (vv. 4-8), a los entretenimientos (v. 8) y al trabajo arduo (vv. 10-11). Sin embargo, llegó a la conclusión de que todo era «vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del Sol» (v. 11).
La satisfacción duradera no proviene de tener cosas tangibles como una cuenta de ahorros o bienes materiales. Los sucesos recientes han demostrado que estas cosas pueden perder repentinamente su valor. Para hallar la felicidad verdadera, debemos buscarla en Alguien que no sea de «debajo del Sol». Y ese es Jesús, nuestro Salvador.
El escritor de himnos Floyd Hawkins lo expresó así: «Descubrí el camino a la felicidad. Descubrí el camino al gozo. Descubrí el alivio para la tristeza […] cuando encontré a Jesús, mi Señor». Sólo Él puede dar pleno gozo (Juan 15:11).
Para conocer la felicidad, conoce a Jesús.