jueves, 23 de diciembre de 2010

¿TENDRIAS DIEZ CENTAVOS?

Lectura: 2 Corintios 9:6-15.
"Mas el que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado" Proverbios 14:21
En su perspicaz libro The Forgotten Man (El hombre olvidado), Amity Shlaes ofrece fascinantes historias de cómo se vivió durante la gran depresión en los Estados Unidos. En medio de toda esa tragedia económica estaba «el hombre olvidado», un término usado para las incontables personas que eran despedidas de sus empleos.
Una popular canción de aquella época expresa conmovedoramente su historia:
Solían decirme que estaba construyendo un sueño, con paz y gloria por delante.
¿Por qué debo estar en una fila tan sólo por pan expectante?
Construí un ferrocarril una vez, lo hice funcionar, contra el tiempo corría.
Construí un ferrocarril una vez, que ahora está completo. Hermano, ¿diez centavos tendrías?
La letra nos recuerda que un bajón en la economía lo cambia todo para quienes pierden sus empleos. Cuando eso sucede, como cristianos debemos hacer lo que podamos por los necesitados. En Gálatas 2, Pablo y Bernabé fueron exhortados a evangelizar y a «acord[arse] de los pobres» (v.10). Podemos ver que Pablo hizo precisamente eso: predicar el evangelio y fomentar la ayuda financiera para aquellos que tenían necesidades (Hechos 11:29-30; 1 Corintios 16:1-3).
En tiempos económicamente difíciles, también debemos ayudar a las personas con necesidad espiritual y física. Diez centavos no hacen mucho en estos días, pero una actitud generosa sí.
Un buen ejercicio para el corazón es inclinarse para ayudar a que otra persona se levante.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

LOS GANSOS

Érase una vez un hombre que no creía en Dios. No tenía reparos en decir lo que pensaba de la religión y las festividades religiosas, como la Navidad. Su mujer, en cambio, era creyente a pesar de los comentarios desdeñosos de su marido.

Una Nochebuena en que estaba nevando, la esposa se disponía a llevar a los hijos al oficio navideño de la parroquia de la localidad agrícola donde vivían. Le pidió al marido que los acompañara, pero él se negó.

¡Qué tonterías!, arguyó. ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la tierra adoptando la forma de hombre? ¡Qué ridiculez! Los niños y la esposa se marcharon y él se quedó en casa. Un rato después, los vientos empezaron a soplar con mayor intensidad y se desató una ventisca. Observando por la ventana, todo lo que aquel hombre veía era una cegadora tormenta de nieve. Y decidió relajarse sentado ante la chimenea.

Al cabo de un rato, oyó un golpazo; algo había golpeado la ventana. Luego, oyó un segundo golpe fuerte. Miró hacia afuera, pero no logró ver a más de unos pocos metros de distancia. Cuando empezó a amainar la nevada, se aventuró a salir para averiguar qué había golpeado la ventana.

Dos gansos aturdidos yacían al pié de su ventana y en su potrero descubrió una bandada de gansos salvajes. Por lo visto iban camino al sur para pasar allí el invierno, se vieron sorprendidos por la tormenta de nieve y no pudieron seguir. Perdidos, terminaron en aquella granja sin alimento ni abrigo. Daban aletazos y volaban bajo en círculos por el campo, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El agricultor sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos. Sería ideal que se quedaran en el granero, pensó. Ahí estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la tormenta.

Dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en par. Luego, observó y aguardó, con la esperanza de que las aves advirtieran que estaba abierto y entraran. Los gansos, no obstante, se limitaron a revolotear dando vueltas. No parecía que se hubieran dado cuenta siquiera de la existencia del granero y de lo que podría significar en sus circunstancias.

El hombre intentó llamar la atención de las aves, pero sólo consiguió asustarlas y que se alejaran más.
Entró a la casa y salió con algo de pan. Lo fue partiendo en pedazos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no entendieron. El hombre empezó a sentir frustración. Corrió tras ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al granero. Lo único que consiguió fue asustarlos más y que se dispersaran en todas direcciones menos hacia el granero. Por mucho que lo intentara, no conseguía que entraran al granero, donde estarían abrigados y seguros.

¿Por qué no me seguirán?, exclamó. ¿Es que no se dan cuenta de que ese es el único sitio donde podrán sobrevivir a la nevasca? Reflexionando por unos instantes, cayó en la cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano. Si yo fuera uno de ellos, entonces sí que podría salvarlos, dijo pensando en voz alta.

Seguidamente, se le ocurrió una idea. Entró al establo, agarró un ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó. Su ganso voló entre los demás y se fue directamente al interior del establo. Una por una, las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo.

El campesino se quedó en silencio por un momento, mientras las palabras que había pronunciado hacía unos instantes aún le resonaban en la cabeza: Si yo fuera uno de ellos, ¡entonces sí que podría salvarlos! Reflexionó luego en lo que le había dicho a su mujer aquel día: ¿Por qué iba Dios a querer ser como nosotros? ¡Qué ridiculez!

De pronto, todo empezó a cobrar sentido. Entendió que eso era precisamente lo que había hecho Dios. Diríase que nosotros éramos como aquellos gansos: estábamos ciegos, perdidos y a punto de perecer. Dios se volvió como nosotros a fin de indicarnos el camino y, por consiguiente, salvarnos. El agricultor llegó a la conclusión de que ese había sido ni más ni menos el objeto de la Natividad.

Cuando amainaron los vientos y cesó la cegadora nevasca, su alma quedó en quietud y meditó en tan maravillosa idea.
De pronto comprendió el sentido de la Navidad y por qué había venido Jesús a la tierra. Junto con aquella tormenta pasajera, se disiparon años de incredulidad. Hincándose de rodillas en la nieve, elevó su primera plegaria:

“Dios… ahora entiendo por qué tuviste que hacerlo”, “Te hiciste hombre… te hiciste uno de nosotros…Para salvarnos, cargaste con nuestros pecados y nos Permites entrar en el cielo para gozar de la vida Eterna junto a ti” “¡Gracias Dios!… ¡Muchas

Gracias!” “¡Gracias Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!”

RECUPERACION

Lectura: Romanos 7:13-25.
"Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer" Filipenses 2:12-13
Una amiga mía se cayó de la bicicleta y sufrió un severo daño cerebral; los doctores no estaban seguros de si sobreviviría. Durante varios días permaneció entre la vida y la muerte.
La primera buena noticia llegó cuando abrió los ojos. Luego respondió a sencillas órdenes verbales. Pero la angustia permanecía ante cada pequeña mejoría. ¿Hasta dónde progresaría?
Después de un duro día de terapia, su esposo se desanimó; pero a la mañana siguiente, compartió estas reconfortantes palabras: «¡Sandy ha vuelto!» Física y psicológicamente, su esposa estaba volviendo a ser «ella»: la persona que conocíamos y amábamos.
El accidente de Sandy me recuerda a lo que los teólogos llaman «la caída» de la humanidad (Génesis 3). Y la lucha de mi amiga por recuperarse se compara con nuestra batalla por vencer el quebrantamiento del pecado (Romanos 7:18). La recuperación sería incompleta si funcionara sólo su cuerpo o su cerebro. La integridad implica que todas las partes trabajan juntas para un propósito.
Dios está sanando a Sandy, pero ella tiene que trabajar duro con la terapia para recuperarse. A nosotros nos pasa lo mismo desde el punto de vista espiritual. Después que Dios nos rescata por medio de Cristo, debemos «ocuparnos» en nuestra salvación (Filipenses 2:12), no para ganarla, sino para armonizar nuestros pensamientos y acciones con Su propósito.
Para recuperarnos, sigamos sometiéndonos al Espíritu Santo.

martes, 21 de diciembre de 2010

EL MEJOR REGALO

Carlitos estaba sentado mirando la pequeña montaña de regalos que estaban cerca de la chimenea. Su madre entró y le dijo: En que piensas Carlitos?

Carlitos dijo…estaba pensando en cual de estos será el mejor regalo.

Carlitos- respondió su madre- el valor de los regalos no se mide ni por el tamaño, ni por el color, el precio o la simple envoltura, ni siquiera por la utilidad del mismo. El valor de un regalo se mide por el corazón.

Por el corazón, mami? Los regalos no tienen corazón.

Carlitos, los regalos si tienen corazón.

No mamí…mira-tomando un regalo lo puso en el oido y dijo- Mira mami, no se escuchan latidos.

Oh Carlitos. Los regalos si tienen corazón. Es el corazón de quién lo da, que se extiende hasta el regalo mismo. Cuando alguien te da un regalo, solo por compromiso o con motivaciones erradas, ese regalo llega a ti sin corazón. pero, cuando alguién te da un regalo con todo su corazón, ese palpitar viene al regalo y ese es el verdadero valor del mismo.

Carlitos sonrió y dijo: Uhhh, entonces tengo que volver a hacer otro regalo, porque el regalo que tengo para Rosita, no tiene corazón.
La madre sonrió y le dijo: Mirá, nunca un ser humano ha recibido un regalo de más valor que el regalo que Dios nos dió. Nos dió a su único hijo y nos lo dió con todo su corazón, para que tu ahora tuvieras tu corazón vivo y vibrante.

De verdad? preguntó Carlitos.

Seguro hijo. Por eso tienes que amar ese regalo con todo tu corazón, porque ese regalo trae el corazón de Dios. Vive con ese regalo y para ese regalo.

Si mamí-dijo Carlitos- Lo haré y salió corriendo para jugar con Rosita.

Has visto a Jesús como el más grande regalo para tu vida?

Vives para él y por él?

Este es un buen día para entender el corazón de Dios y tener el mejor regalo.

Por tanto, el Señor mismo os dará una señal: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. Isa 7:14

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El. Juan 3:16,17

¿QUIEN A NACIDO?

Un niño precioso nos nace en Belén,
Su rostro es hermoso, su nombre Emmanuel.
Él viene a salvarnos de nuestro dolor,
Él viene a mostrarnos de Dios el amor.

Cunita sencilla la madre arregló
En un pesebrillo de pobre mesón.
Le besa, le acuna, le canta su amor,
Y sabe que el Niño es Hijo de Dios.

Muy pobre, muy pobre parece el lugar,
Mas hay un tesoro que no tiene igual;
Hay gozo, esperanza, hay fe y hay piedad,
Y el Niño es la Vida, la Luz, la Verdad.

El Niño es el Hijo eterno de Dios,
Del hombre que cree será el Salvador.
Por eso ha dejado su trono de luz,
Por eso nos brinda su paz y salud.

Qué bella es la historia de la Navidad,
Del Niño que nace en Belén de Judá,
Le doy mi cariño y todo mi amor,
Y quiero que sea mi Rey y Señor.

SOLO DIOS

Lectura: 1 Corintios 3:1-9.
"Somos colaboradores de Dios" 1 Corintios 3:9
El 29 de mayo de 1953, el neozelandés Edmund Hillary y su guía serpa, Tenzing Norgay, se convirtieron en los primeros en alcanzar la cumbre del monte Everest, la montaña más alta del mundo. Como Tenzing no sabía usar la cámara, Edmund le tomó una fotografía para probar que habían llegado a la cima.
Más tarde, los periodistas preguntaban repetidamente quién había llegado a la cumbre primero. El líder de la expedición, John Hunt, respondió: «Llegaron juntos, como equipo». Estaban unidos por una meta común y a ninguno le preocupaba quién debía obtener el mayor reconocimiento.
Es contraproducente tratar de determinar quién merece el mayor crédito cuando algo se ha hecho bien. La iglesia de Corinto estaba dividida en dos bandos: los que seguían a Pablo y los que seguían a Apolos. El apóstol Pablo les dijo: «Yo planté, Apolos regó; […] ni el que planta es algo, ni el que riega» (1 Corintios 3:7). Les recordó que eran «colaboradores de Dios» (v.9) y que es Él quien da el crecimiento en el ministerio (v.7).
Nuestra preocupación por quién merece el reconocimiento sólo sirve para quitarle el honor y la gloria que le pertenecen sólo al Señor Jesús.
Jesús debe crecer; yo debo menguar.

lunes, 20 de diciembre de 2010

EL REY DE LAS FRUTAS

Lectura: Lucas 19:12-26.
"Present[ad] vuestros cuerpos en sacrificio vivo […] que es vuestro culto racional" Romanos 12:1
Al durián, una fruta tropical [del sureste asiático], a menudo se la llama la reina de las frutas. O te gusta o lo detestas. Aquellos a quienes les gusta harán casi cualquier cosa por conseguirlo. Los que lo detestan ni se le acercarán debido a su olor acre. A mi esposa le encanta. Recientemente, una amiga, agradecida por lo que mi esposa había hecho por ella, le envió una caja con durianes de la más alta calidad. Se esmeró mucho en asegurarse de que fueran los mejores.
Me pregunté: «Si le podemos dar lo mejor a un amigo, ¿cómo podemos hacer menos por nuestro Señor, quien dio Su propia vida por nosotros?»
El noble de la parábola de Jesús (Lucas 19) quería lo mejor de sus diez siervos a quienes les había dado dinero, y les dijo: «Negociad entre tanto que vengo» (v.13). Cuando regresó y les pidió cuentas, elogió con las palabras «está bien» a los que habían hecho todo lo posible con el dinero que se les había encomendado. Pero llamó «mal siervo» (v.22) al que no hizo nada con él.
El significado fundamental de esta historia es la mayordomía de lo que se nos ha dado. Ser fieles con lo que Dios nos ha concedido implica ofrecerle lo mejor de nosotros a cambio. Así como el amo en la parábola confió aquel dinero a sus siervos, el Señor nos ha dado dones para servirle. Somos nosotros quienes salimos perdiendo si no logramos darle lo mejor de nuestro ser.
Lo mejor que podemos hacer es servir a Dios siviendo a los demás.