miércoles, 29 de septiembre de 2010

¿POEQUE DIOS ES TAN MALO?

"Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra". 2Cronicas 7:14

Hay personas que piensan que Dios es malo porque hay demasiada hambre en el mundo, porque hay guerras, porque la gente se muere de enfermedades, porque hay demasiada pobreza o porque simplemente la novia que yo quería me dejo y por esa razón Dios es malo, pues no nos deja disfrutar de las cosas que queremos.

¿Pero será cierto que es Dios es malo?

Otros quieren pensar que Dios no existe, porque si existiera no habría tanta maldad en el mundo como lo hay, y las personas buenas no tendrían que sufrir y las malas no tendrían que gozar. Pero si esto fuera así también diríamos que no existen los peluqueros porque hay demasiada gente con su cabello largo o que no hay zapateros, porque hay demasiados zapatos rotos.

Es ilógico pensar esto y solo puede nacer de una mente que quiere excusarse de todo para no reconocer que necesita de Dios.

Dios no tiene la culpa del hambre del mundo, Dios no tiene la culpa de las guerras o de las enfermedades, Dios quiere que cada uno de nosotros nos humillemos delante de El para que el pueda sanar nuestra tierra, pero lastimosamente el orgullo humano es tan grande que lejos de reconocer a Dios como su único Salvador prefiere tildarlo de inexistente.

Amigo esto es en especial para ti que aun no quieres reconocer a Cristo como tu Señor y Salvador, yo te pregunto en esta hora: ¿Qué te ha dado la vida que llevas?, ¿Desilusiones?, ¿Tristezas?, ¿Felicidad momentánea y corta?, eso no es lo que Dios quiere para ti, Dios anhela verte bajo su cobertura, el quiere que elimines del disco duro de tu mente todo aquello que te quiere hacer pensar que el no existe.

Las decisiones que el ser humano toma nos llevan a las malas consecuencias y al caos mundial, no puedes culpar a Dios porque las cosas salen mal, cuando realmente ni siquiera lo tomaste en cuenta en la decisión que llevaste a cabo.

La Biblia dice en Crónicas que si nos humillamos, si lo buscamos y nos convertimos de nuestros malos caminos, El ósea Dios nos oirá, perdonara nuestros pecados y sanara nuestra tierra y con ellos a nuestra vida. Pero mientras sigas insistiendo en culpar a Dios de cosas que no vienen al caso, difícilmente podrás entender los propósitos de Dios para tu vida.

Para entender los propósitos de Dios, tienes que estar cerca de El, por esa razón te invito a que analices tu vida y consideres el darle una oportunidad a Dios, y cuando se la des, te aseguro cien por ciento que tu vida no volverá a ser la misma. Te lo digo por experiencia propia y así mismo hay millones de personas alrededor del mundo que lo han experimentado y jamás se han arrepentido de esa tan importante decisión como lo es entregarle tu vida por completo al Señor.

Jesús esta con los brazos abiertos dispuesto a sanar tus heridas, perdonar tus pecados y renovar tu forma de ver las cosas, pero para eso necesitas abrir tu corazón y permitirle que sea el único y suficiente Salvador de tu vida.
¡Ríndete a Jesús hoy!

LUCHANDO POR ARRODILLARSE

Lectura: Colosenses 4:1-12.
"Siempre rogando encarecidamente por vosotros en sus oraciones, para que estéis firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere" Colosenses 4:12
Antes de que John Ashcroft juramentara como senador, se reunió con familiares y amigos para orar juntos. Mientras todos se colocaban alrededor de Ashcroft, éste vio a su padre intentando levantarse del sofá donde estaba sentado. Como su padre estaba delicado de salud, le dijo: «Está bien, papá. No tienes que levantarte para orar por mí». Su padre respondió, «No estoy luchando por levantarme. Estoy luchando por arrodillarme».
Su esfuerzo me recuerda al que a veces demanda interceder por un compañero creyente. En Colosenses, Pablo se refiere a Epafras como un siervo que estaba «siempre rogando encarecidamente por vosotros en sus oraciones, para que estéis firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere» (Colosenses 4:12). «Rogando encarecidamente» es la traducción de una palabra griega de la que obtenemos nuestra palabra «agonía». Se usaba para describir a los luchadores, que en los juegos de gimnasia griega es esforzaban mucho por vencer a sus oponentes.
Epafras pedía que otros creyentes llegaran a la madurez en su caminar con el Salvador. Nuestra concentración y disciplina debe ser la de pedirle a Dios que venza los obstáculos para el crecimiento espiritual en las vidas de los demás. ¿Estamos dispuestos a rogar «encarecidamente» en oración para que Dios satisfaga las necesidades de nuestros seres queridos?
La oración intercesora es el verdadero trabajo de la vida.

EN UNA FIESTA DE BODAS

Era fiesta de bodas. ¿Se podrá pedir algo más feliz? Fiesta de bodas en Valencia, España. Fiesta de bodas de Justino, un africano de Angola, y Marisabel, una bella valenciana. La novia vestía de blanco, el novio de negro, y veinte invitados especiales, de chaqué. Había, además, otros cincuenta convidados.

No bien entraron los flamantes esposos al restaurante de la fiesta, hizo su entrada la policía. Justino estaba acusado de vender drogas y de estafar a los clientes vendiéndoles heroína mezclada con arena.

Allí mismo, en medio de la fiesta nupcial, se armó tremenda batahola. Hubo golpes, bastonadas y puntapiés, y todos terminaron en la comisaría. De asistentes a una fiesta de bodas pasaron a reos de cárcel.

Lamentablemente no hay felicidad duradera en este mundo. Del momento más feliz es posible caer en la desgracia más violenta, y todo eso en un instante. Es cierto que muchas veces las desventuras se producen por accidente, algo imprevisto, pero en la mayoría de los casos la desgracia es el producto de causa y efecto. Así fue en esta boda.

Justino era un narcotraficante que sumaba al narcotráfico la estafa. Sabía lo que era dar gato por liebre. Daba arena finamente molida en lugar de heroína. De ahí la denuncia a la policía, y de ahí también la intervención policial.

Impera en el mundo, en toda la humanidad, una ley inmutable. Se llama la ley de la cosecha: «Cada uno cosecha lo que siembra» (Gálatas 6:7).

Casi nada de lo que nos ocurre es castigo de Dios, o ataque del diablo, u obra del destino o acción de demonios. Más bien, casi todas las desgracias que sufrimos son consecuencias de nuestras propias malas acciones. Podemos escoger nuestros hechos, pero no podemos escoger sus consecuencias.

El primer paso hacia una vida de paz y tranquilidad es nunca hacer algo que traiga consecuencias dañinas. Pensemos bien todo lo que hacemos, y midamos bien sus consecuencias. Una vez que la semilla se siembra, nadie puede alterar su fruto. Una vez hecho el mal, nadie puede evitar sus consecuencias.

Hagámonos amigos de Cristo. Él puede y quiere salvarnos. Lo hace dándonos la fuerza para llevar una vida limpia, recta y pura: una vida que sólo cosechará fruto bueno y agradable. Cristo regenera, purifica, salva y da nueva vida.

Hermano Pablo

lunes, 27 de septiembre de 2010

NO HAY NADA,NI NADIE MAS

LA PRIMERA Y ÚLTIMA CITA

Cumplía dieciséis años. La edad florida. La edad de vestirse de largo y usar tacones altos. La edad de la primera cita y del primer baile sin la vigilancia de la mamá. La edad de salir a divertirse con el primer novio. ¡Con razón Lilia Barajas, de Caracas, Venezuela, comenzó feliz la noche! Era la noche de los dieciséis años recién cumplidos.

—Tengo una cita con la felicidad —le dijo a su madre, Lupe Barajas.

Y la madre respondió:

—Ten cuidado.

A sólo dos cuadras de su casa, al cruzar una esquina con su amigo, la atropelló un auto manejado por un borracho. Esa misma noche Lilia murió en el hospital a causa de heridas masivas en el cráneo. Durante su cita con la felicidad se interpuso una cita con un conductor intoxicado.

La crónica policial de los diarios nos trae la misma información de continuo: un conductor borracho atropella a un transeúnte, a quien mata o hiere de gravedad. ¿Y qué del conductor? Casi siempre huye. Escapa a toda carrera por donde puede. Y siempre deja desamparada a la víctima de su vicio. El tal macho bebe hasta embriagarse, pero no es lo bastante hombre como para encarar las consecuencias de sus acciones.

Por eso lo hemos dicho mil veces y lo seguiremos repitiendo: el alcohol es el enemigo del hombre. El alcohol es bueno cuando se aplica externamente —por ejemplo, para desinfectar heridas y masajear músculos doloridos—, pero es muy dañino cuando se aplica internamente, bebiéndolo a destajo.

Ya lo advierte la Biblia: «No te fijes en lo rojo que es el vino, ni en cómo brilla en la copa, ni en la suavidad con que se desliza; porque acaba mordiendo como serpiente y envenenando como víbora. Tus ojos verán alucinaciones, y tu mente imaginará estupideces» (Proverbios 23:31‑33).

El alcohol, la droga y el juego son vicios que dominan a su víctima. Anulan la libertad, nublan la conciencia, entorpecen la inteligencia y rebajan el discernimiento moral. El alcohólico, el drogadicto y el jugador pueden llegar al extremo de matar a sus propios hijos cuando es amenazado el imperio de su vicio.

Por su propio bien y el de todos los suyos, el esclavo del vicio necesita acudir a Jesucristo. Sólo Cristo puede librarlo de esos destructivos dueños del alma. Sólo Cristo da el poder para vencer cualquier vicio. Sólo Cristo da la fuerza para llevar una vida libre. Sólo Cristo da vida nueva. Lo único que el alcohólico y el adicto tienen que hacer es rendirle su corazón y su voluntad a Cristo. Basta con que le digan, en un acto de entrega total: «Señor, soy tuyo. Recíbeme hoy.»

Hermano Pablo

CLAVADO EN LA CRUZ

Lectura: Colosenses 2:9-17.
"[Jesús] os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados" Colosenses 2:13
Fue un culto conmovedor en la iglesia. Nuestro pastor habló acerca de cómo Jesús cargó sobre Sí nuestros pecados y murió en lugar de nosotros para recibir nuestro castigo. Preguntó si alguien todavía sentía culpa por pecados confesados y por lo tanto no estaba disfrutando del perdón de Dios.
Habíamos de escribir el (los) pecado(s) en una hoja de papel, caminar hacia el frente de la iglesia y clavarla a la cruz que estaba colocada allí. Muchos avanzaron y durante varios minutos se pudo escuchar el aporreo contra los clavos. Por supuesto que este acto no nos dio perdón, pero fue un recordatorio físico de que Jesús ya había cargado sobre sí esos pecados al ser colgado a la cruz y morir.
Eso es lo que el apóstol Pablo enseñó a la iglesia en Colosas. Las personas se estaban viendo influenciadas por falsos maestros que presentaban a Cristo como si fuera insuficiente para sus necesidades. Pero Pablo explicó que Jesús pagó el precio por nuestros pecados. Dijo: «Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros,… quitándola de en medio y clavándola en la cruz» (Colosenses 2:14).
Si confesamos nuestro pecado a Dios, buscando Su limpieza, Él perdonará (1 Juan 1:9). No tenemos que seguir aferrados a la culpa. Nuestros pecados han sido clavados en la cruz; han sido quitados. Jesús los perdonó todos.
La culpa es una carga que Dios jamás quiso que Sus hijos llevarán.