jueves, 18 de marzo de 2010

LA GSLLETA

Uno de mis pacientes, un empresario exitoso, me cuenta que antes de su cáncer, solía deprimirse a menos que las cosas saliesen de una manera específica.
La felicidad consistía en “tener la galleta”. Si tenía la galleta, las cosas estaban bien. Si no la tenía, la vida no valía un comino. Desafortunadamente, la galleta continuaba cambiando. Parte del tiempo era dinero, algunas veces poder, a veces sexo. En otras ocasiones, era un nuevo auto, el contrato más grande y la dirección más prestigiosa.
Un año y medio después de su diagnóstico de cáncer en la próstata se rasca la cabeza pensativo. “Es como si hubiese dejado de aprender a vivir tras dejar de ser muchacho. Cuando le doy a mi hijo una galleta, él se pone feliz. Si le quito la galleta o ésta se rompe, se entristece.
Pero él tiene dos años y medio y yo cuarenta y tres. Me ha tomado todo este tiempo comprender que la galleta nunca me hubiera hecho feliz por mucho tiempo.
En el momento en que tenemos la galleta y comienza a romperse o comenzamos a preocuparnos de que se rompa o de que alguien quiera quitárnosla, uno tiene que renunciar a un montón de cosas para cuidar de la galleta, para evitar que se rompa y asegurarnos de que nadie nos la quite.
Tal vez ni siquiera tengamos la oportunidad de comerla por estar tan ocupados intentando de no perderla. El tener la galleta no es de lo que trata la vida”.
Mi paciente se ríe y dice que el cáncer le ha cambiado. Por primera vez es feliz.
No importa si su negocio va bien o no, no importa si gana o pierde en el golf. “Hace dos años, el cáncer me preguntó: ‘Okay, ¿qué es importante? ¿Qué es realmente importante?’ Bueno, la vida es importante. La vida.
La vida de cualquier forma en que podamos tenerla. La vida con la galleta. La vida sin la galleta. La felicidad no tiene que ver nada con la galleta, tiene que ver con estar vivos. Antes, ¿quién hizo el tiempo?” Se detiene pensativo. “Vaya, creo después de todo la vida es la galleta”
Rachel Naomi Remen
Mucha gente se desespera por la galleta en la vida y pierden de vista la vida misma. Vive y disfruta hoy de las bendiciones de Dios y dejarás de preocuparte por la galleta.
“Mas buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas vendrán por añadidura” Jesús.

miércoles, 17 de marzo de 2010

«VIVIENDO EN UN CHIQUERO»


Todo el día era un concierto de gruñidos, chillidos y chapoteos en el barro. El ambiente era malsano, el aire estaba emponzoñado, y los alrededores, grises y malolientes. No se podía esperar nada mejor de lo que era un enorme chiquero, con docenas de puercos semisumergidos en el fango.

Una niña hermosa de siete años de edad estaba allí. La habían atado a un poste con una cuerda. Apenas le daban mala comida, y la tenían medio desnuda a la intemperie. Todo esto ocurría en el caserío El Canito de Maracaibo, Venezuela. Sólo la oportuna intervención de una religiosa que vio a la niña en ese lugar la salvó de una horrible muerte segura.

«Viviendo en un chiquero» eran los titulares de los diarios de Maracaibo que daban la noticia. A la niña la había dejado su madre en manos de unos campesinos mientras iba a la ciudad a internarse en el hospital. La madre no volvió a reclamarla, y los campesinos obligaron a la niña a vivir entre los cerdos.

Puede decirse que fue un caso de ignorancia, de insensibilidad, favorecida por la escasa cultura; un caso de violenta necesidad, engendrada por la pobreza. O quizá fuera un sórdido acto de desquite. Pero la trágica realidad era que a una niña de siete años la obligaron a vivir en un chiquero.

Los chiqueros del campo y los de las grandes ciudades abundan en nuestros tiempos. Los chiqueros campesinos, cuando están a campo abierto y en medio de un paisaje agreste y rural, son hasta bonitos, si sabemos mirarlos con ojos de artista, de poeta o de filósofo. Pero los chiqueros de las ciudades no tienen nada de bonitos.

Pensemos, por ejemplo, en las cantinas, donde hombres y mujeres pasan las horas bebiendo. ¿Tienen éstos algo de bonito? Pensemos, así mismo, en los garitos y en las casas de juego, donde otros tantos pasan horas enteras quemando su dinero y empobreciéndose material y moralmente. ¿Acaso tienen algo de bonito?

Aunque pudiera parecer demasiado sarcástico o mordaz, o que tuviéramos la intención de denigrar o de insultar a alguien, debemos decir las cosas con franqueza: las casas de juego, las cantinas, los lenocinios y lugares por el estilo son poco menos que chiqueros de las ciudades, aunque en ellos haya música, luces, perfumes y personas elegantemente vestidas.

¿Quién puede sacarnos de tales sitios? Uno solo: Jesucristo. Él puede, y quiere, hacerlo hoy mismo.

Hermano Pablo

martes, 16 de marzo de 2010

ALZANDO LAS MANOS AL CIELO

Lectura: Romanos 8:18-27.
"Pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles" Romanos 8:26
Veo a niños que alzan sus manos hacia sus madres, ansiosos por captar su atención. Me recuerda mis propios esfuerzos por llegar a Dios en oración.
La iglesia primitiva declaró que la obra de los ancianos es amar y orar. De estos dos, me parece que amar es lo más difícil y orar es lo más confuso. Mi debilidad radica en no saber exactamente por qué debo orar. ¿Debo orar para que los demás sean librados de sus tribulaciones —o para que dichas tribulaciones desaparezcan? ¿O debo orar pidiendo valentía para continuar en medio de las dificultades que les acosan?
Encuentro consuelo en las palabras de Pablo: «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad» (Romanos 8:26). Aquí el apóstol usa un verbo que significa «ayudar uniéndose en una actividad o esfuerzo». El Espíritu de Dios se une al nuestro cuando oramos. Él intercede por nosotros «con gemidos indecibles». Él se conmueve con nuestras tribulaciones; a menudo suspira mientras ora. Se preocupa profundamente por nosotros —más de lo que nos preocupamos por nosotros mismos. Más aún, ora «conforme a la voluntad de Dios» (v. 27). Sabe cuáles son las palabras correctas que hay que decir.
Por lo tanto, no tengo que preocuparme por formular mi petición a la perfección. Sólo tengo que tener sed de Dios y alzar mis manos, sabiendo que a Él Le importa.
Al orar, es mejor tener un corazón sin palabras que palabras sin corazón.

lunes, 15 de marzo de 2010

MAQUINAS VOLADORAS

Lectura: Salmos 6.
"Me he consumido a fuerza de gemir; Todas las noches inundo de llanto mi lecho, riego mi cama con mis lágrimas" Salmos 6:6
El artista discográfico James Taylor se disparó en la escena musical a comienzos de los años 70 con la canción «Fire and Rain» («Fuego y lluvia»). En ella, hablaba acerca de las decepciones de la vida, describiéndolas como «dulces sueños y máquinas voladoras hechos pedazos en el suelo«. Ésa era una referencia al grupo musical original de Taylor «Flying Machine» («Máquina voladora»), cuyos intentos por introducirse en la industria discográfica habían fracasado rotundamente, haciéndole preguntarse si sus sueños de una carrera musical se cristalizarían alguna vez. La realidad de las expectativas que se rompen era claramente perceptible, dejando a Taylor con un sentimiento de pérdida y desesperanza.
El salmista David también experimentó esa frustración sin esperanza, mientras luchaba con sus propios fracasos, los ataques de los demás y las decepciones de la vida. En el Salmo 6:6 dijo: «Me he consumido a fuerza de gemir; todas las noches inundo de llanto mi lecho, riego mi cama con mis lágrimas». La profundidad de su dolor y pérdida le llevó al sufrimiento; pero en ese pesar se volvió al Dios de todo consuelo. Las mismas «máquinas voladoras» estrelladas y rotas dieron pie a la seguridad del cuidado de Dios, empujándole a decir: «Jehová ha oído mi ruego; ha recibido Jehová mi oración» (v. 9).
En nuestras épocas de decepción, también podemos encontrar consuelo en Dios, quien se ocupa de nuestros corazones destrozados.
El susurro consolador de Dios aquieta el ruido de nuestras pruebas.

domingo, 14 de marzo de 2010

DIEZ AÑOS SIN PODER TRAGAR

Graciela Cruz Murillo, hondureña de veintisiete años, se dispuso a comer su pudín de crema. Tomó el primer bocado, que paladeó deleitosamente. Retuvo un momento el alimento en la boca, y lo tragó con gran satisfacción. Sus ojos se llenaron de lágrimas, su boca se plegó en un sollozo, y su corazón dio gracias emocionadas a Dios.

Era la primera vez en diez años que Graciela podía tragar comida sólida. Cuando tenía catorce años de edad y vivía en Honduras, su país, tragó accidentalmente ácido corrosivo. Su esófago quedó arruinado. Debió ser alimentada por un tubo insertado en el estómago.

Pero en febrero de 1963, Graciela conoció a Charles Ives y a su esposa Velvalea, médicos misioneros de paso por Honduras, y ellos se interesaron en su caso. La llevaron a los Estados Unidos, donde la trataron adecuadamente varios cirujanos, devolviéndole el uso del esófago. Tres años después del accidente que sufrió a los catorce años, había perdido por completo la facultad de deglutir. Pero ahora, con un nuevo esófago, volvió a sentir el deleite de la comida.

He aquí una joven que pasa diez años de su vida sin poder tragar. Diez años sin gustar el sabor de las comidas. Diez años sin poder sentarse a la mesa delante de bien provistos platos y sin poder gozar de esa bendición. Diez años en que casi se olvida cómo se come. Eso de no poder tragar es una verdadera tragedia. Porque no se puede comer bien, no se pueden gustar los sabores y no se puede disfrutar de la comida en conjunto, que es también uno de los grandes placeres de la mesa.

El verbo tragar, bien gráfico por cierto, lo usamos muchas veces en sentido figurado. Como cuando decimos: «A ese tipo no lo trago.» O cuando expresamos: «Eso que me dices es algo difícil de tragar.» En casos como esos, estamos padeciendo una enfermedad moral parecida a la de Graciela, que era física. Normalmente, y en buen espíritu cristiano, deberíamos tragar a cualquier prójimo. Porque Jesucristo nos manda que amemos al prójimo como a nosotros mismos, y que aceptemos y soportemos a todos con la mejor voluntad.

Y si oímos alguna vez algo que nos duele, algo que, siendo la verdad, no nos gusta, algo que lastima nuestra vanidad o nuestro orgullo, debemos tragarlo con paciencia porque es algo que nos hará bien. El apóstol Santiago nos exhorta a que recibamos con humildad la palabra que hemos ingerido (Santiago 1:21). Hagamos de Cristo nuestro Señor y Maestro, y alimentemos nuestra alma con su Palabra.

Hermano Pablo

DIOS SABE

Cuando estás cansado y desanimado tras esfuerzos infructuosos,
Dios sabe cuán duro lo has intentado.

Cuando has llorado por mucho tiempo y tu corazón está angustiado,
Dios ha contado tus lágrimas.

Si sientes que tu vida está estancada y que el tiempo te está pasando de largo,
Dios te está esperando.

Cuando te sientes solo y los amigos están tan ocupados que ni siquiera pueden llamarte por teléfono,
Dios está a tu lado.

Cuando piensas que lo has intentado todo y no sabes qué dirección tomar,
Dios tiene una solución.

Cuando nada tiene sentido y estás confundido o frustrado,
Dios tiene la respuesta.

Si de repente tu futuro se ve brillante y encuentras trazos de esperanza,
Dios te lo ha susurrado.

Cuando las cosas van bien y tienes mucho por lo que estar agradecido,
Dios te ha bendecido.

Cuando algo gozoso te pasa y estás lleno de agradecimiento,
Dios te ha sonreído.

Cuando tienes un propósito en la vida y un sueño que seguir,
Dios ha abierto tus ojos y te ha llamado por tu nombre.

Recuerda que donde quiera que vayas o ante cualquiera cosa que enfrentes,
DIOS SABE.

Autor desconocido
Dios todo lo sabe y está Da tu lado para siempre sostenerte. Dale gracias a Dios por todo y en todo y recuerda, él está en control de todo.

¿No demandaría Dios esto? Porque él conoce los secretos del corazón. Salmo 44:21

Dios, tú conoces mi insensatez, Y mis pecados no te son ocultos.Salmo 69:5

Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación. Luc 16:15

SACANDO LOS CACHIVACHES

Lectura: 1 Corintios 6:12-20.
"¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?" 1 Corintios 6:19
Mi garaje sirve de «almacén» de aquellas cosas que no encuentran un lugar en nuestro hogar y, francamente, hay momentos en los que me avergüenzo de abrir la puerta. No quiero que nadie vea los cachivaches. Así que, con regularidad, separo un día para sacarlos.
Nuestros corazones y nuestras mentes se parecen mucho a eso; acumulan muchos cachivaches. Al chocarnos con el mundo, inevitable, tal vez inconscientemente, tomamos pensamientos y actitudes impías, como pensar que todo en la vida gira a nuestro alrededor, demandar nuestros derechos o reaccionar amargamente hacia aquellos que nos han herido. Rápidamente nuestros corazones y nuestras mentes ya no están limpios ni ordenados. Y aunque pensemos que podemos esconder todo ese desorden, éste al final se hará evidente.
Pablo preguntó claramente: «¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?» (1 Corintios 6:19). Esto hace que me pregunte si Dios a menudo sentirá que está viviendo en nuestro desordenado garaje.
Tal vez sea momento de separar un día espiritual y, con Su ayuda, ponerte a trabajar para sacar los cachivaches. Deshazte de esos pensamientos de amargura. Mete en bolsas y echa fuera los viejos patrones de pensamientos sensuales. Organiza tus actitudes. Llena tu corazón de la belleza de la Palabra de Dios. Límpiate a fondo, ¡y luego deja la puerta abierta para que todos lo vean!
No dejes que el Espíritu more en un corazón abarrotado. ¡Tómate un tiempo para limpiarlo hoy!