Aquí están los ujieres de la iglesia la paz, donde los Pastores oraron a Dios para que los proteja y les ayude a realizar su trabajo en la iglesia como ujieres este nuevo año.
miércoles, 6 de enero de 2010
UJIERES
Aquí están los ujieres de la iglesia la paz, donde los Pastores oraron a Dios para que los proteja y les ayude a realizar su trabajo en la iglesia como ujieres este nuevo año.
LA MANSIÓN DE MI TÍA EVA
Sucedió en el año 1951, y la impresión que me dejó nunca la he podido olvidar. Mi esposa y yo estábamos de visita en casa de un tío mío a quien no habíamos visto por años. Su esposa, mi tía Eva, estaba enferma con una de las más temibles de las enfermedades: cáncer. Ella ya había sufrido una operación, pero debido a su condición avanzada, no habían podido detener la enfermedad.
Durante mi visita, que duró una semana, ella nunca dio indicios de dolor. Al contrario, se reía con frecuencia y hacía sus quehaceres con alegría.
Un día le pregunté a mi tío cómo podía ella mostrar tanta conformidad con una enfermedad así.
—Parece, Pablo —me contestó—, que ella vive en otro mundo. Está muy grave, y tiene dolor constante, pero nunca se queja, ni cuando estamos solos. Es más bien una muy viva y genuina esperanza lo que ella tiene.
Ante eso, le pregunté:
—¿Acaso cree ella que se va a sanar?
—¡Oh, no! —me contestó—. Al contrario, ella sabe que va a morir. Su esperanza consiste en la otra vida. Tiene una especie de ansia de morir: como quien va de vacaciones y no se aguanta, porque está llegando la hora de partir.
Eso me dejó hasta débil. Yo sabía a qué esperanza se refería él, pero nunca la había sentido tan de primera mano, especialmente en mi propia familia.
El día que partimos, ellos estaban en la puerta, dándonos el último adiós. De repente, mi tía dijo:
—Pablo, quisiera cantarles algo antes de que se vayan.
Ella no tenía voz de cantante, pero tenía un canto en el corazón, así que comenzó a entonar esta canción: «Yo tengo mi mansión, al otro lado del río. / Mi Cristo me espera con anhelo. / Por eso no estoy triste, aunque sigo sufriendo. / Porque yo sé que pronto tendré mi recompensa.»
Cuando ella terminó de cantar, yo tenía un gran nudo en la garganta. Sentí que ese adiós era de veras el último. Di la vuelta para ocultar la emoción que me embargaba, abordamos nuestro vehículo y partimos. A los seis meses, mi tía Eva murió, es decir, partió. Porque para una persona con una fe tan viva, no hay muerte; sólo traslado.
Dios nos creó a todos para ser eternos, y desea que pasemos la eternidad con Él. Esa esperanza puede ser también nuestra. Jesucristo les dijo a sus discípulos: «En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas.... Voy a prepararles un lugar. Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté» (Juan 14:2,3). Por eso el apóstol Pablo escribió: «Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia» (Filipenses 3:21).
Aceptemos esta fuente de esperanza. Cristo nos ofrece a todos la vida eterna.
Hermano Pablo
TOCANDO A OTROS A PESAR DE
Mientras estaba sentado allí, preguntándole a Dios por qué, Él me reveló Su gracia y paz. Allí se hallaba un hombre que más tarde descubrí había luchado contra un cáncer por 7 años, perdido a su esposa por el cáncer, y que tenía a su propio hijo en coma en la Unidad de Cuidados Intensivos.
Sin embargo, este hombre se acercó a mi esposa y a mí y nos preguntó si necesitábamos una sábana o almohada.
El hospital en Fort Worth, Texas le permitía a la gente literalmente “acampar” en la sala de espera de la Unidad de Cuidados Intensivos, y ya que éramos los nuevos en la manzana, no estábamos al tanto de esos detalles. Este hombre, quien todavía llevaba una enorme carga, se estiró y puso su fe en acción, aún en medio de su propia desesperación.
Dios me mostró, a través de el simple acto de bondad de este hombre, que Él se basta para sacarnos adelante de cualquier situación. Mi hijo sobrevivió y enterramos a nuestra nietecita de un año.
En medio de todo eso, he visto a Dios manifestarse y ofrecernos esperanza, aún en nuestra hora más oscura. Este simple acto de bondad me demostró que Dios puede obrar a través nuestro, aún cuando nuestras cargas nos tengan contra el piso.
Eddie Gallagher, oriundo de Texas
Fuente: www.AsAManThinketh.net
Y se nos olvida que otros luchan más que nosotros, sufren más que nosotros y podrían llorar más que nosotros y sin embargo no retroceden si se encasillan, sino que han entendido la bendición de tocar a otro aún con gestos y detalles pequeños que podrían cambiar el rumbo de la vida.
Dijo David: ¿Ha quedado alguno de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia por amor de Jonatán? 2 Sam 9:1
Pero estoy seguro de vosotros, hermanos míos, de que vosotros mismos estáis llenos de bondad, llenos de todo conocimiento, de tal manera que podéis amonestaros los unos a los otros. Rom 15:14
LA FE DE UN NIÑO
"De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis niños, no entraréis en el reino de los cielos" Mateo 18:3
Un domingo escuché a Miguel hablar acerca de su relación con sus dos padres el que le crió cuando era niño, y su Padre en el cielo.
Primero describió su confianza infantil hacia su padre terrenal como «sencilla y sin complicaciones». Esperaba que su papá arreglara lo que se había roto y le diera consejos. Sin embargo, le aterraba la idea de no complacerle, porque a menudo olvidaba que el amor y el perdón de su padre siempre venían a continuación.
Miguel continuó: «Hace algunos años causé todo un enredo y herí a muchas personas. Debido a mi culpa, terminé una relación feliz y sencilla con mi Padre celestial. Olvidé que podía pedirle que arreglara lo que yo había roto y buscar Su consejo».
Pasaron los años. Finalmente, Miguel tuvo una necesidad desesperada de Dios, pero se preguntaba qué hacer. Su pastor simplemente le dijo: «Dile a Dios que lo lamentas, ¡y hazlo en serio!»
En vez de ello, Miguel hizo preguntas complicadas, como: «¿Cómo funciona esto?» Y «¿Qué pasará si...?»
Finalmente, su pastor oró: «Dios, por favor, ¡dale a Miguel la fe de un niño!» Más tarde, Miguel dio un testimonio gozoso: «¡El Señor lo hizo!»
Miguel encontró la intimidad con su Padre celestial. La clave para él y para nosotros es practicar la fe sencilla y sin complicaciones de un niño.
La fe brilla con mayor fulgor en un corazón de niño.
martes, 5 de enero de 2010
A EXPENSAS DEL TRONCO
A pesar de lo gustosa, variada y rica que es, esta clase de vid no puede existir por sí misma. Necesita el soporte de árboles bien firmes y arraigados a los cuales adherirse para sustentarse. Si esta vid se le separa del árbol que le sirve de sostén, se seca y deja de dar fruto.
Como la vid, no podemos sobrevivir sin una total dependencia de Dios. Sin Él no tenemos una verdadera, guía o alimento, y no podemos dar fruto.
Sin embargo, podemos aprender a adherirnos al Señor rindiendo nuestras vidas a Él. Podemos alimentarnos estudiando la Biblia, orando, adorando a Dios, sirviéndole y obedeciéndole de todo corazón. Como la vid, al adherirnos a nuestra Fuente podremos crecer saludablemente y dar mucho fruto bueno.
Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separando de mí nada podéis hacer.
ALIMENTO PARA EL ALMA
"Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón" Jeremías 15:16
Salir a hacer la compra con mi esposa, Martie, es como asistir a un seminario sobre nutrición. A menudo cojo una caja de algo que tiene buen aspecto, y ella dice: «Mira la etiqueta, ¿tiene grasas no saturadas? ¿cuántas calorías tiene? ¿y qué del índice de colesterol?» Tengo que confesar que, si ella no fuera como el policía de nutrición en mi vida, ¡yo estaría como la ballena Willy!
Más importante que hacer buenas elecciones en la tienda de comestibles es pensar cuidadosamente acerca de la comida que digerimos para nuestra alma. Me encanta el versículo que dice: «Fueron halladas tus palabras, y yo las comí» (Jeremías 15:16).
Cuando leemos la Palabra de Dios, tenemos que hacer algo más que tacharlo de nuestra lista de cosas por hacer. Tenemos que leerla para digerirla. La absorción lenta y seria de la Palabra de Dios con una reflexión en silencio sobre sus implicaciones es altamente nutritiva. Sus Palabras proveen todos los ingredientes que necesitamos para desarrollarnos espiritualmente:
• Una conexión directa con el Sustentador de nuestra alma.
• Alimento para el cerebro que nos hace sabios y nos da discernimiento.
• Un chequeo diario que revela la condición de nuestros corazones.
• Medicina preventiva que nos impide pecar.
• Una ducha espiritual de paz, esperanza y consuelo.
Come la Palabra de Dios. ¡Es una fiesta espiritual!
La Biblia contiene todos los nutrientes para un alma saludable.
domingo, 3 de enero de 2010
LA CANCIÓN DE LA REBELDÍA
Mientras escuchaba la canción «Rebeldía» en un bar del centro de la ciudad, se apuntó al cráneo con su pistola y apretó el gatillo. El revólver falló, así que pidió que le sirvieran otra copa y que volvieran a tocar el mismo disco. Mientras se tomaba el nuevo trago, escuchó una vez más las siguientes palabras de la melancólica canción, escritas por su paisano Ángel Leonidas Araujo:
Señor, no estoy conforme con mi suerte,
ni con la dura ley que has decretado;
pues no hay una razón bastante fuerte
para que me hayas hecho desgraciado.
Te he pedido justicia, te he pedido
que aplaques mi dolor, calmes mi pena;
y no has querido oírme, o no has podido
//revocar tu sentencia en mi condena.//
Casi nada te debo; no me queda
sino un amor inmensamente triste.
Ya saldaré mis cuentas cuando pueda
//devolverte la vida que me diste.//
Terminada la canción, con toda calma se apuntó el arma otra vez y volvió a apretar el gatillo. Esta vez el revólver disparó, y Ángel Polibio Loyola, policía de Guayaquil, Ecuador, murió en el acto. Como no estaba conforme con su suerte, le devolvió a Dios la vida que le había dado.
Lamentablemente hay muchos que, al igual que el agente Loyola, tienen la filosofía de esa canción del compositor Araujo. Creen que Dios es un ser omnipotente insensible que los ha abandonado a su suerte. Para colmo de males, creen que Él les ha impuesto una ley dura como el acero inoxidable, aplastante e inflexible. Y para rematar, creen que los ha condenado irrevocablemente a una vida de desgracia, dolor y pena. De ahí que estén convencidos de que no le deben nada más que resentimiento.
Menos mal que no tienen razón. Dios tiene leyes físicas inmutables, eso sí, leyes que castigan el pecado. Pero también tiene leyes espirituales inalterables, leyes de amor y de gracia que conducen a una vida abundante, feliz y eterna. Lejos de abandonarnos a nuestra suerte, Dios envió a su Hijo Jesucristo al mundo para morir por nosotros, pagando así la justa condena que merecía nuestro pecado. Cristo no vino para condenarnos sino para salvarnos.
Así que en lugar de quejarnos y de lamentarnos, o de rebelarnos y de sellar nuestro destino con una decisión fatal como la del agente Loyola, ¿por qué no trazamos más bien nuestra propia suerte con la decisión feliz de confiar en Dios? De hacerlo así, no nos quedaremos con un amor inmensamente triste, sino que disfrutaremos de un amor sumamente dichoso.
Carlos Rey.