jueves, 31 de diciembre de 2009

UN REGALO ESPECIAL

Desde la muerte de su padre tres años antes, la familia de Roberto había luchado por subsistir. A pesar de los esfuerzos de su mamá, nunca había suficiente para todos. La pobre mujer trabajaba el turno de la noche en el hospital, pero lo poco que ganaba no le alcanzaba para más que lo estrictamente necesario.
Lo que le faltaba en lo material a la familia de Roberto, lo compensaba en amor y unidad familiar. Tanto sus dos hermanas mayores como su hermana menor ya le habían hecho a su mamá un lindo regalo de Navidad.
«No era justo», pensaba Roberto, que tenía apenas seis años de edad. Ya era Nochebuena, y él no tenía absolutamente nada que darle a su mamá.
Procurando contener las lágrimas, se encaminó hacia la calle donde él había visto tiendas. Pasó por una tienda tras otra y contempló las vidrieras decoradas. Cada una mostraba regalos que él jamás podría comprar.
Al caer la noche, Roberto se dio vuelta, cabizbajo, para volver a casa, y notó de pronto el reflejo del sol poniente en una moneda que brillaba en la acera.
¡Nadie jamás se sintió tan rico como Roberto al recoger esa moneda!
Con su nuevo tesoro en la mano, entró alegre en la primera tienda que vio. Pero su ánimo decayó tan pronto como el vendedor le explicó que allí no podía comprar nada con una sola moneda.
Así que fue a una florería que vio en frente, e hizo cola detrás de unos clientes. Cuando le llegó el turno a Roberto, el dueño del establecimiento le preguntó.
—¿En qué puedo servirle, jovencito?
Roberto le mostró la moneda y le preguntó si eso le alcanzaba para comprar una flor para su mamá como regalo de Navidad. El comerciante lo miró con ternura, se agachó para estar a su nivel y le dijo:
—Espera aquí un momento, que voy a ir a ver si hay algo que pueda servirte.
Ante el asombro de Roberto, el dueño regresó al rato con una docena de rosas rojas con hojas verdes y florecitas blancas atadas con un lindo lazo plateado.
6—Ahora sí me puedes dar la moneda que tienes en la mano, jovencito —le dijo el hombre—. Imagínate que tenía estas rosas a un precio rebajado, ¡la docena por una sola moneda! ¡Menos mal que llegaste a tiempo para comprarlas; si no, nadie hubiera aprovechado esta magnífica oferta!
Roberto le dio las gracias y le pagó, dando saltos de alegría por dentro. El hombre le abrió la puerta y, mientras el emocionado niño salía con su docena de rosas, le dijo: «¡Feliz Navidad, hijo!»
Más tarde el conmovido dueño le contó a su esposa lo sucedido:
—Esta mañana, antes de abrir el local, percibí como que una voz me decía que apartara una docena de mis mejores rosas para un regalo especial. No sabía por qué, pero lo hice. Luego, antes de cerrar, un niño entró con la intención de comprarle a su mamá una flor con una sola monedita. Ese niño era como yo hace muchos años. Yo tampoco tenía nada con qué comprarle un regalo de Navidad a mi madre. Pero un desconocido me vio en la calle y me dijo que sentía que debía darme dinero. ¡Era más que suficiente para comprarle un regalo a mamá!
»Cuando vi a ese niño esta noche, supe de Quién era esa voz, así que fui y le arreglé aquellas rosas.
Lo cierto es que el dueño de aquella florería las estaba arreglando para Jesucristo mismo, el que cumplía años. Pues fue Cristo quien dijo:
«Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí.» Mateo 25:1.
Hermano Pablo.

HORAS Y TIEMPOS

Lectura: Eclesiastés 3:1-8.
"Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora" Eclesiastés 3:1
Al Reverendo Gardner Taylor se le ha llamado «el deán de la predicación norteamericana». Nacido en Louisiana, en 1918, nieto de esclavos, venció a la segregación existente en su juventud para llegar a ser el pastor de una numerosa congregación en Nueva York y un líder en la lucha por la igualdad racial. Durante seis décadas, viajó por el mundo como un predicador muy solicitado.
Sin embargo, a la edad de 89 años, la salud del Reverendo Taylor cedió y ya no pudo aceptar compromisos como orador. Le dijo a Rachel Zoll, de la agencia de noticias Associated Press: «Al principio me sentí bastante alicaído». Pero luego habló de su fe en la que «todo tiene su tiempo y todo tiene su hora y tenemos que ver cuándo se da cada momento de la mejor manera que podamos y encontrar lo positivo en cada situación».
En un esfuerzo por enfrentar los desafíos de la vida, a menudo nos volvemos a las palabras de Salomón: «Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora» (Eclesiastés 3:1). No obstante, no tenemos reparos en admitir que preferiríamos reír que llorar, bailar que endechar, y buscar que perder (vv. 4,6).
Pero sabemos que al aceptar las lecciones y las oportunidades de todo tiempo que se nos presenta, encontramos que «Dios es nuestro amparo y fortaleza» (Salmo 46:1).
Sea cual fuere el tiempo en que nos encontremos, siempre es momento de confiar en Él
Cualquiera que sea la época en la vida, la actitud es lo que marca toda la diferencia.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

CUMPLEAÑOS EN NAVIDAD

JUAN 3:16

Se desató una tormenta de nieve en medio de la noche lúgubre y fría en la ciudad de Chicago. Mientras la gente entraba y salía por las grandes puertas de los edificios tratando de refugiarse en sus abrigos del helado temporal, un niño vendía periódicos en una esquina. Tenía demasiado frío como para preocuparse por la escasez de clientes. Al rato se acercó a un policía y le preguntó:

—Señor, ¿conoce usted un lugar donde un niño pobre como yo pudiera pasar la noche sin tanto frío? Es que por lo regular duermo en una caja ahí a la vuelta de la esquina en el fondo del callejón, y la verdad es que esta noche hace demasiado frío. ¡Qué bueno sería dormir en un lugar protegido del frío!

El policía se compadeció de la condición del niño y le dijo:

—Ve a esa casa blanca grande al final de la cuadra y toca a la puerta. Cuando alguien salga a ver quién es, tú sólo contesta: «Juan 3:16», y verás que te dejarán entrar.

El niño le dio las gracias al policía y siguió sus instrucciones. Cuando llegó a la casa, tocó a la puerta y se asomó una mujer. Él la miró y le dijo:

—Juan 3:16.

La mujer respondió:

—¡Bienvenido, hijo! Entra.

Y lo tomó de la mano, lo acomodó en un sillón frente a una gran chimenea y salió de la sala. El niño se arrellanó en el sillón y pensó: «Juan 3:16... No lo comprendo, pero ¡sí que le da calor a un niño que tiene frío!»

Pasados unos minutos, la mujer regresó y le preguntó:

—¿Tienes hambre?

Él contestó:

—Bueno, un poco. No he comido casi nada en los últimos dos días, así que me encantaría algo de comer.

La mujer lo llevó a la cocina y le sirvió una tras otra porción de comida deliciosa que él comió hasta hartarse. Entonces el niño volvió a pensar: «Juan 3:16... Todavía no lo comprendo, pero ¡sí que satisface a un niño hambriento!»

Luego la mujer lo llevó al segundo piso y le preparó un baño con agua tibia y jabón espumoso. En la tina, el niño pensó: «Juan 3:16... Aún no lo comprendo, pero ¡sí que limpia a un niño sucio! ¡Y este es el primer baño de verdad que he tenido en toda mi vida!»

Después que el niño terminó de bañarse, la mujer lo llevó a un amplio cuarto, lo arropó bien en una cama, le dio un beso y apagó la luz. En la oscuridad apenas podía divisar a través de la ventana la nieve que caía esa noche fría, y volvió a pensar: «Juan 3:16... todavía no lo comprendo, pero ¡sí que le da reposo a un niño cansado!»

Cuando el niño despertó al día siguiente, la mujer le sirvió el desayuno, lo volvió a acomodar en el sillón frente a la chimenea, abrió un libro grande y le mostró que Juan 3:16 es un pasaje de la Biblia que dice que Dios nos amó tanto que envió a su único Hijo al mundo la primera Navidad para salvarnos y darnos vida eterna. Es decir, una noche lúgubre y fría Dios miró a este mundo y diseñó un plan para satisfacer cada una de nuestras necesidades espirituales. Ante esto, el niño no pudo menos que pensar: «No lo comprendo, pero ¡sí que le da seguridad a un niño perdido!»

Carlos Rey

martes, 29 de diciembre de 2009

EL ÚLTIMO SALTO DE TIFFANIE

La muchacha, esbelta, grácil y elegante, saltó del trampolín. Dio tres vueltas en el aire, en forma impecable, y cayó de cabeza en la piscina. Con ese salto magistral ganó el derecho de representar a Inglaterra, su patria, en los juegos olímpicos. ¿Quién era ella? Era Tiffanie Trail, joven de veintidós años de edad.

Lamentablemente Tiffanie no logró su sueño. Una lesión en la muñeca derecha la alejó de las competencias. Decepcionada, se fue a vivir a Sydney, Australia.

Un día, en Sydney, ensayó de nuevo el salto. Pero no lo hizo desde el trampolín de una piscina. Lo hizo desde el balcón de su apartamento, en el piso 23 de un rascacielos, a 69 metros de altura. La joven deportista, con una brillante carrera por delante, murió abrumada de tristeza.

¿Cuál será la decepción que tanto deprime a una persona que decide quitarse su propia vida? En el caso de Tiffanie fue, primero, el divorcio de sus padres. Esto la dejó devastada. Después fue la muerte de su novio, que pereció ahogado en el mar. Y finalmente fue la lesión en el brazo, por la que tuvo que abandonar su carrera. Aun cuando no podamos aprobar el suicidio, podemos comprender al suicida. La vida trae, para ciertas personas, tal carga de angustias que a veces, sin querer, tornan sus pensamientos hacia el suicidio.

El filósofo alemán Federico Nietzsche lo expresó así: «El pensamiento de suicidio es una gran fuente de consuelo con el que podemos pasar en calma toda una noche.» Es de notarse que Nietzsche murió severamente enajenado. Su ideología existencialista fue insuficiente para sostenerlo en el momento de su angustia. El suicidio es un consuelo magro, sin esperanza, sin expectativa y sin destino, que nada bueno puede traer.

Cuando las cargas de la vida se acumulan, cuando los dolores se vuelven insoportables, cuando, como dijo el poeta, «sólo abrojos nuestra planta pisa,» no es en el suicidio que debemos pensar. Debemos pensar en Aquel que es fuente de vida, de fortaleza, de consuelo y de paz.

Habrá quien diga: «Aun Dios me ha fallado.» Pero lo dice porque nunca ha buscado realmente a Dios. Cristo, el Hijo de Dios, Dios hecho carne, es nuestra esperanza segura. Clamemos a Él desde el fondo de nuestra angustia. Jesucristo escucha nuestro clamor aun antes que sale de nuestra boca. No cedamos al suicidio. Sometámonos más bien a la voluntad de Dios. En Él hay paz, serenidad y concordia. En Él hay esperanza. En Él hay vida. Él, y no el suicidio, es nuestra única seguridad.

Hermano Pablo

lunes, 28 de diciembre de 2009

EL DIAMANTE KOH - I - NOOR

El diamante Koh-i-noor se encuentra entre los más espectaculares del mundo. Es parte de las joyas de la corona Británica, presentado a la Reina Victoria por el marajá de la India cuando este apenas era un muchacho.
Años después, cuando él ya era un hombre mayor, el marajá visitó a la Reina Victoria en Inglaterra. Pidió que la piedra fuera traída de la Torre de Londres donde se mantenía guardada con seguridad, hasta el Palacio de Buckingham. La reina hizo según lo pedido.
Tomando el diamante en su mano, él se arrodilló frente a la reina y se lo presentó de nuevo a ella, diciendo: “Su majestad, yo le dí esta joya cuando era un niño, demasiado joven para entender lo que estaba haciendo. Deseo dársela de nuevo a usted en la plenitud de mis fuerzas, con todo mi corazón, afecto y gratitud, ahora y para siempre, en plena conciencia de mi acto”.
El día vendrá cuando posiblemente mires hacia atrás y digas: “Estoy agradecido de mis maestros y las lecciones que me enseñaron de disciplina, concentración, arduo trabajo, cooperación y las formas correctas e incorrectas de competir”. Incluso más valioso será el día cuando te mires en el espejo y digas: “Conociendo lo que ahora conozco de la vida, sé que es valioso continuar enseñando estas lecciones a mí mismo”.
2 Corintios 13:5
Poneos a prueba para ver si estáis en la fe; examinaos a vosotros mismos.

CON DEFICIENCIA DE SENTIMIENTOS

Lectura: Salmos 62.
"Busqué a Jehová, y él me oyó" Salmos 34:4
Margarita no siente que Dios la ama. Recibió a Jesús como su Salvador hace varios años y tiene la confianza de que ha sido perdonada y que pasará la eternidad con Él. Cree en lo que Dios dice en Su Palabra, pero también le gustaría sentirse amada.
Sus amigos le dan lo que ella considera una respuesta preparada: «¡No se trata de sentimientos! Tan sólo cree y los sentimientos vendrán después». Ella dice: «Muy bien, pero, ¿cuándo es después?» Ella cree que tiene «carencia de afecto».
Dios nos creó a Su imagen para tener emociones, así que el anhelo de sentirse amado es auténtico y bueno. Una manera en que muchos de nosotros percibimos que se nos ama es cuando alguien nos habla y nos escucha.
Dios también provee para esas necesidades en nuestra relación con Él. Habla a nuestro corazón por medio de Su Palabra (Hebreos 4:12) y quiere que nos desahoguemos con Él por todo (Salmo 62:8), incluso en lo referente a nuestro anhelo de sentir Su amor. Además de una relación con Él, Dios nos da aliento, vestido, comida y techo a diario. Al igual que el salmista, podemos encontrar que Dios es nuestra «roca» y nuestro «refugio» cuando confiamos en Él (vv. 2,7).
Dios nos ama. Hoy caminamos por fe. Un día, cuando estemos en Su misma presencia, nunca más tendremos carencia de afecto.
Saber que Dios nos ama es producto de nuestra fe; sentir Su amor por nosotros es producto de nuestra relación con Él.