martes, 15 de diciembre de 2009

LA DECISIÓN DE ZINZENDORF

Un célebre pintor de la antigüedad, fue conmovido por las preguntas insignes de una gitanilla que, acudiendo como modelo a su estudio, quedó admirada de un cuadro de la crucifixión que el pintor estaba ultimando. La niña no había oído contar nunca la historia del amor del Salvador y cuan do el pintor se la refirió para que no le importunase más con sus preguntas, ella exclamó ingenuamente:

-¿Debe usted amar mucho a quien hizo todo esto por usted?

Estas palabras penetraron en el corazón del pintor, quien reconoció que no amaba a Cristo como debía y se convirtió de veras a El, uniéndose a un grupo de creyentes evangélicos de su ciudad, en quienes halló verdaderos adoradores del Cristo crucificado.

Stenburg sentía un amor ardiente por su Salvador. Todo lo hizo por mí, pensaba. ¿Cómo podré hablar a los hombres de aquel amor sin límites que se dio por ellos para darles la salvación? ¿Cómo podré hacer que la luz de vida que ha entrado en mi alma penetre en otros corazones también? No soy orador, aunque tratase de hablar no podría. Pensando de este modo un día empezó a diseñar al azar un tosco bosquejo de una cabeza coronada de espinas. Una idea cruzó por su mente. "¡Puedo pintar!" -dijo-. "Mi pincel deberá proclamarlo"'. En aquel retablo que conmovió a la gitana Pepita, su cara era todo angustia y agonía, pero eso no era la verdad. Amor indecible, compasión infinita, sacrificio voluntario, esto hay que expresar.

Cayó de rodillas y oró para que Dios le hiciera digno de pintar y proclamar a Cristo de ese modo.

Y luego trabajó. El fuego de la inspiración ardió; subió hasta la más alta fibra de sus dotes artísticas. El cuadro del Cristo crucificado era una maravilla. No quiso venderlo; lo dio corno regalo a su ciudad natal, fue puesto en el Museo y allá acudieron las gentes a verlo. Los corazones se emocionaban ante él y volvían las gentes a sus casas comprendiendo mejor el amor de Dios, y repitiendo por lo bajo las palabras que en letra clara el pintor había escrito:

"Esto hice yo por ti. ¿Qué has hecho tú por Mí?"

Stenburg acudía también, observando desde un rincón a la gente que se reunía junto al cuadro y oraba a Dios para que bendijese su sermón pintura. ­Entre los visitantes, vino un día el joven conde Zinzendorf. Pasó varias horas admirando el cuadro y orando a Dios. Cuando volvió a su casa, dio respuesta a la pregunta del cuadro consagrando toda su fortuna a aliviar la suerte de los perseguidos cristianos moravos, fundando en sus posesiones las colonias de donde partieron centenares de mensajeros del amor del Salvador a los países paganos.

CUANDO SE HA ESFUMADO TODA ESPERANZA

Los síntomas eran los clásicos: sudores nocturnos, escalofríos, decaimiento, tos seca, y filamentos de sangre en la saliva. Orlando Vásquez, joven de treinta y dos años de edad, de Córdoba, Argentina, no sabía qué enfermedad tenía.

Lo cierto es que Orlando sufría la enfermedad que había sido mortal en las primeras décadas del siglo veinte y que se creía que ya había sido erradicada. Su médico, el doctor Ramírez, tuvo que declararle a Orlando la triste verdad: «Usted, señor, tiene tuberculosis.» Pero en el caso de Orlando el diagnóstico era fatal, porque la enfermedad había reaparecido acompañada de una terrible hermana: el SIDA.

Vivimos en un mundo cuya atmósfera está llena de gérmenes y virus. Si no es la influencia que nos debilita, es algún tumor que amenaza ser canceroso. Para Orlando Vásquez fue esa combinación ominosa y mortal de tuberculosis y SIDA. Así es esta vida.

¿Qué hace una persona cuando el último recurso se le ha esfumado? Si es impetuosa y emocional, podría hasta enloquecerse. Si es una persona pragmática, que todo lo analiza, podría volverse escéptica e indiferente. ¿Qué esperanza tiene el ser humano ante los golpes irreversibles de la vida?

Si no hemos experimentado la pérdida de la última gota de esperanza, lo más probable es que ni siquiera se nos ha ocurrido estudiar cómo reaccionaríamos ante una desgracia así. Pero ninguno de nosotros sabe cuándo podrá caer víctima de alguna calamidad. ¿Habrá alguna preparación para las fatalidades de la vida?

Sí la hay. Cuando sabemos que esta vida aquí en la tierra es sólo una pequeñísima parte de la existencia y que nos pertenece toda la eternidad que nos espera, las cosas de este mundo pierden su trascendencia. La dicha se vuelve relativa, y la amargura, inconsecuente. Sabemos que este mundo no es nuestro hogar. Estamos aquí sólo de paso.

Ese conocimiento produce tanta paz que soñamos acerca del día en que estaremos para siempre con el Señor, libres de esta atadura terrestre.

¿Cómo podemos tener esa esperanza? Jesucristo dijo: «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16). Los que le hemos pedido a Cristo que sea Señor y Dueño de nuestra vida tenemos, ya, asegurado el cielo. Hagamos de Cristo el Señor de nuestra vida, y la seguridad de la gloria eterna será nuestra.

Hermano Pablo

AMOR DE CORAZON

Hoy en día las aventuras amorosas no son inusuales entre jóvenes adolescentes. No es particularmente sorprendente cuando dichas aventuras amorosas terminan por una u otra causa. Normalmente los adolescentes sobrepasan el dolor de una relación terminada y descubren que hay otros peces en el mar. Esta típica norma, comenzó cuando Felipe Garza Jr. comenzó a salir con Donna Ashlock. Felipe y Donna salieron juntos hasta que Donna enfrió el romance y comenzó a salir con otros muchachos. Un día, Donna se doblaba de dolor. Los médicos prontamente descubrieron que Donna se estaba muriendo de una enfermedad degenerativa del corazón y necesitaba un trasplante desesperadamente. Felipe se enteró de la condición de Donna y le dijo a su mamá: Voy a morir y le daré mi corazón a mi novia. Los muchachos dicen cosas tan irracionales como ésta de tanto en tanto. Después de todo, Felipe aparentaba para su madre estar en perfectas condiciones de salud. Tres semanas después, Felipe despertó una mañana y se quejó de dolor en el lado izquierdo de su cabeza. Comenzó a perder el aliento y a no poder caminar. Fue llevado al hospital donde se descubrió que una vena de su cerebro había explotado, causándole la muerte cerebral. ¡La súbita muerte de Felipe desconcertó a sus médicos! Mientras permanecía con el respirador artificial, su familia decidió permitir a los cirujanos quitarle el corazón para Donna y sus riñones y ojos para otros que necesitasen estos órganos. ¡Donna recibió el corazón de Felipe! Luego del trasplante, el padre de Donna le contó que felipe había estado evidentemente enfermo tres meses antes de morir. Dijo: Donó sus riñones y sus ojos. Hubo una pausa y Donna dijo: Y yo tengo su corazón. Su padre le dijo: Sí, esto fue lo que él y su familia deseaban. La expresión de ella cambió un poquito. Le preguntó entonces a su padre quién lo sabía. Él le dijo: Todos. Nada más se dijo. Varios días después, un cortejo fúnebre parecía comenzar a moverse entre los huertos y campos de Patterson, California. La procesión era tan larga que parecía de un príncipe, pero era la de Felipe. Su única pretensión fueron su amor y su corazón. Es inolvidable cuando una persona ofrenda su vida para que alguien a quien ama pueda vivir. Sería inolvidable si usted hubiese recibido un nuevo y saludable corazón de alguien que lo amará más de lo que usted pudiese apreciar. Cada instante de su vida sería un tributo hacia aquél que lo amó tanto como para dar su vida por usted… Juan 3:16
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado á su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Fuente: En aguas refrescantes, Editorial UNILIT

TEORIA O PRACTICA

Hace una semana presencié un hecho llamativo. No se trató de alguna hazaña espacial, como “traer de regreso a la Tierra” al transbordador Discovery, ni tampoco fue un acto político de proselitismo en los suburbios de mi ciudad. Parece mentira, pero estas cosas ya no nos sorprenden…
Mientras viajaba en uno de los trenes del Subterráneo de Buenos Aires, un verdadero desfile de vendedores ambulantes hacia gala de un amplio surtido de productos. Porta-documentos de plástico, linternas descartables, pilas alcalinas, chocolates y naipes españoles se ofrecían “sólo por hoy” y a “precios increíbles”. Pero en medio de todo aquello, ingresó un niño menudo y de apariencia triste; alguien que en mi país es denominado como “chico de la calle” (título que, por supuesto, jamás buscó obtener…).
Ofrecía calendarios de bolsillo con una ilustración infantil al dorso. Pero mientras hacia su recorrido por el vagón, un hombre ingresó y a viva voz comenzó a vender un “trompo luminoso”. El pequeño detuvo su tarea y se quedó quieto, observando con ojos de asombro aquel juguete.
Cuando el vendedor concluyó su demostración, una señora de condición humilde lo llamó, le pagó por el producto y se lo entregó al niño como un obsequio (¡me ganó de mano!). La sonrisa del “pibe” iluminó la tarde de muchos, y el gesto de aquella mujer logró “arrancar” más de una lágrima de emoción entre los que estábamos allí.¡Es tan fácil perderse en teorías! ¡Es tan común discutir sobre lo que “debería hacerse” para mejorar nuestra sociedad… y no hacer nada al respecto!
La cobardía suele refugiarse detrás de grandes discursos y tratados sociales, mientras que la valentía convive con aquellos que se animan a “ensuciarse” con la vida, arremangándose para realizar pequeñas acciones que terminan hablando más que sus palabras.
Las teorías no sirven para nada, si no se llevan a la práctica. Es increíble, pero día a día se pierden inimaginables posibilidades de brillar y generar cambios. ¡Detengamos esta situación!
Sería triste perderse en las palabras y derrochar el tiempo en juegos dialécticos estériles. ¡Ahora es el momento para la acción! ¡Es el tiempo de llevar a la práctica los “pequeños” grandes planes! Como lo hizo aquella mujer en el tren al demostrar un poco de amor hacia ese niño pequeño. Como podemos hacerlo usted y yo a partir de hoy.
Cristian Franco
Fuente: www.cristianfranco.org
Esta navidad podrías pasar de la teoría a la práctica y hacer sonreír a alguien.
“Dios siempre estará a tu lado y nada te hará caer. No te niegues a hacer un favor, siempre que puedas hacerlo. Nunca digas: ‘Te ayudaré mañana’, cuando puedas ayudar hoy”.
Proverbios 3:27-28
No niegues el bien a quien se le debe, cuando esté en tu mano el hacerlo. No digas a tu prójimo: Ve y vuelve, y mañana te lo daré, cuando lo tienes contigo.

JAMAS NOS DECEPCIONA

Lectura: 1 Reyes 8:54-61.
"Ninguna palabra de todas sus promesas que expresó por Moisés su siervo, ha faltado" 1 Reyes 8:56
Como ávido fanático del béisbol, mi equipo favorito son los Cachorros de Chicago. Lo interesante acerca de ser un aficionado de los Cachorros es que el equipo sabe cómo defraudarnos. No han ganado una Serie Mundial desde 1908. Y si bien a menudo tienen un comienzo muy prometedor al inicio de la temporada, al final generalmente decepcionan a sus leales fanáticos. Un aficionado acérrimo dio en el clavo cuando dijo. «¡Si no nos decepcionaran, no serían nuestros Cachorros!»
¡Demos gracias que Dios no es como los Cachorros! Podemos contar con Él. Él no nos decepcionará al final. Él siempre cumple Sus promesas y Su Palabra brinda consuelo, esperanza y sabio consejo que nunca falla.
Cuando el rey Salomón dedicó el templo, dio fe del hecho de que Dios no había defraudado a Su pueblo: «Bendito sea Jehová, que ha dado paz a su pueblo Israel, conforme a todo lo que Él había dicho; ninguna palabra de todas sus promesas que expresó por Moisés su siervo, ha faltado» (1 Reyes 8:56).
Miles de años después, aquellas palabras siguen siendo ciertas. Y mejor aún, somos herederos de la mayor de todas las promesas cumplidas de todos los tiempos: ¡Jesús! Cuanto más Le conoces, tanto más cautivante Él se hace.
Así que, si estás buscando a alguien que no te decepcione, ya no busques más. ¡Jesús jamás falla!
¿Buscas a alguien que no te decepcione? Mira a Jesús.

lunes, 14 de diciembre de 2009

LA CADENA DE ORO

El escritor y filósofo Johann Wolfgang von Goethe dijo: “La bondad es una cadena de oro por la cual se mantiene unida la sociedad”.
Pero yo no estaba pensando en la cadena de oro de bondad un día en el que un automóvil dilapidado, probablemente mantenido andando con goma y alambres, se estacionó frente a mi casa. Durante esos años, vivíamos en un pueblito justo frente a la iglesia que servía y los viajeros en necesidad constantemente hallaban el camino a nuestro hogar.
Me estaba cansando de ayudar a mucha gente que paraba casi a diario. A menudo me levantaba en medio del otro buen sueño nocturno para salir al frío y ayudar a alguien que estaba de paso.
En una ocasión nuestra propiedad fue saqueada; en otra conduje en medio de una tormenta para rescatar a dos personas; muchas veces sentía que me sentía tomado por sentado por motoristas o caminantes sin un centavo que ni siquiera me agradecían por la ayuda recibida y que se quejaban que no hiciera más por ellos.
No me había sentido parte de una “cadena de oro de bondad” por un rato y, aunque todavía ofrecía ayuda cuando podía, algunas veces, por dentro, deseaba que tan sólo se fueran.
Pero en este día, un joven con una barba de una semana saltó del dilapidado automóvil. No tenía dinero ni comida. Me preguntó si podía darle algún trabajo que hacer y le ofrecí gasolina y una comida. Le dije que si quería trabajar, estaríamos encantados si cortaba el césped, pero que aquello no era necesario.
Aunque sudoroso y hambriento, él trabajó duro. Debido al calor de la tarde, esperé que se rindiese antes de completar el trabajo. Pero él perseveró y, tras de mucho rato, se sentó cansado bajo la sombra.
Le agradecí por su trabajo y le di el dinero que necesitaba. Entonces le ofrecí un dinerito extra por un trabajo especialmente bien hecho, pero él rehusó. “No, gracias”, dijo en un castellano con fuerte acento extranjero. Insistí en que tomase el dinero pero se levantó y dijo de nuevo: “No, gracias. Yo quiero trabajar. Ud. quédese con el dinero”. Intenté de nuevo y por tercera vez protestó, meneando su cabeza mientras se alejaba.
Nunca más le volví a ver. Estoy seguro que nunca lo haré. E interesantemente, él probablemente piense que yo le ayudé ese día. Pero eso no fue lo que pasó. No le ayudé; él me ayudó.
Me ayudó a creer en la gente de nuevo. Me ayudó a nuevamente querer hacer algo por aquellos en necesidad. Cuánto desearía agradecerle el restaurar algo de mi fe en la bondad básica de los demás y por darme de vuelta un poquito del optimismo que había perdido en el camino.
Debido a él una vez más me sentí parte de la cadena de oro de bondad que nos une el uno al otro.
Tal vez haya alimentado su cuerpo aquel día. Pero él alimentó mi alma.
Steve Goodier, “Apoyo Vital”
Fuente: www.AsAManThinketh.net
Volvamos a creer en la gente, aún cuando muchos nos hayan herido. Recordemos no todos son malos, no todos buscan ventaja. No todos quieren herir. Miremos nuevamente con bondad a nuestro alrededor, porque podríamos ser un eslabón mas en la impresionante cadena de la bondad.
Génesis 21:23
Ahora, pues, júrame aquí por Dios, que no faltarás a mí, ni a mi hijo ni a mi nieto, sino que conforme a la bondad que yo hice contigo, harás tú conmigo, y con la tierra en donde has morado.
2 Samuel 9:1
Dijo David: ¿Ha quedado alguno de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia por amor de Jonatán?
Gálatas 5:22
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe-.

LA GLORIA DE LA HUMILDAD

Lectura: Isaías 40:1-5.
"Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá" Isaías 40:5
Recuerdo una temporada navideña en la que estuve en Londres, escuchando El Mesías de Haendel, y había todo un coro cantando acerca del día cuando «se manifestará la gloria de Jehová». Había pasado esa mañana viendo los remanentes de la gloria de Inglaterra —las joyas de la corona, el carruaje dorado del Alcalde— y se me ocurrió que esas debían ser las imágenes de riqueza y poder que probablemente llenaron las mentes de los contemporáneos de Isaías cuando escucharon aquella promesa.
Sin embargo, el Mesías que apareció vestía un tipo diferente de gloria, la gloria de la humildad. El Dios que rugía, que podía ordenar a ejércitos e imperios como a peones si así lo deseaba, este Dios surgió en Belén como un bebé que no podía hablar, ni comer alimentos sólidos, ni siquiera controlar su vejiga, y que dependía de una adolescente para tener abrigo, alimento y amor.
Los gobernantes van dando zancadas por el mundo con guardaespaldas, fanfarria y joyas ostentosas. En contraste, la visita de Dios a la tierra tuvo lugar en un refugio para animales, sin la presencia de servidores y sin ningún lugar donde colocar al Rey recién nacido sino en un comedero. En efecto, puede que el evento que dividió la historia en dos partes haya tenido más animales que humanos de testigos.
En la mayoría de las religiones, el temor es la emoción fundamental cuando alguien se acerca a Dios. Con Jesús, Dios estableció una vía para relacionarse con nosotros en la que el miedo no formaba parte.
En Cristo, Dios veló Su deidad para servir y salvar a la humanidad.