jueves, 26 de noviembre de 2009

EL PUENTE DE AMOR

Los padres de Luis vivían en la playa de un hermoso lago de Suiza. Su padre trabajaba en el lado opuesto. Un día Luis y su hermano fueron a través del lago al encuentro de su padre. La madre les vigilaba desde la ventana. Todo iba bien, pero de repente se dio cuenta de que el hielo sobre el cual andaban estaba partido. El hermano mayor saltó fácilmente al otro lado, pero la madre exclamó sollozando desde la ventana: "¡El pequeño! El pequeño no puede saltar". Entonces vio como el hermano mayor extendía su cuerpo entre los dos hielos y el pequeño pasaba por encima de él.

¿No es esto lo que Cristo hizo con su propio cuerpo? Lo puso como puente por el cual el hombre pudiera llegar hasta Dios.

GRACIAS

ATRAPA Y SUELTA

Lectura: Romanos 6:16-23.
“Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” Juan 8:34
Soy un pescador del tipo «atrapa y suelta», lo que significa que no mato a las truchas que pesco, sino que las atrapo con una red, las trato delicadamente y las libero. Es una técnica que garantiza la «sostenibilidad», como les gusta decir a los conservacionistas, y evita que las truchas y otras especies objetivo desaparezcan en aguas de pesca industrial.
Rara vez libero una trucha sin recordar las palabras de Pablo acerca de aquellos que «están cautivos» en el lazo de Satanás para hacer su voluntad (2 Timoteo 2:26), por cuanto sé que nuestro adversario el diablo no atrapa y suelta sino que captura para consumir y destruir.
Puede que pensemos que podemos pecar deliberadamente de una manera limitada por un corto periodo de tiempo y luego librarnos. Pero, tal y como Jesús nos enseña, «Todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado" (Juan 8:34). Incluso los «pecaditos» llevan a una cada vez mayor falta de rectitud. El pecado se convierte en la consecuencia del pecado. Nos encontramos atrapados y esclavizados y, al igual que una trucha desafortunada, no podemos zafarnos.
El pecado nos esclaviza. Pero, cuando nos rendimos en obediencia a Cristo y clamamos a Él pidiéndole la fortaleza para hacer Su voluntad, somos «liberados». El resultado es una mayor justicia (Romanos 6:16).
Jesús nos asegura: «Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres» (Juan 8:36).
Cristo nos libera de la esclavitud del pecado hacia la libertad de la salvación.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

BUCADME Y VIVIREIS

JESUCRISTRO

CABRAS PARA JESUS

Cuando Dave y Joy Mueller sintieron que Dios los instaba a mudarse a Sudán como misioneros, todo lo que sabían es que iban a ayudar a construir un hospital en ese país arrasado por la guerra. ¿Cómo podían saber que habría cabras en su futuro?

Joy comenzó a trabajar con las mujeres y descubrió que muchas de ellas eran viudas por causa de la devastadora guerra civil y que no tenían manera de ganarse la vida. Así que, tuvo una idea.Si pudiera entregarle tan sólo una cabra preñada a una mujer, esta tendría leche y una fuente de ingresos. A fin de mantener el programa activo, la mujer le devolvería el cabrito recién nacido a Joy, pero todos los demás productos provenientes de la cabra se utilizarían para apoyar a la familia de la mujer. El cabrito finalmente iría a otra familia. El regalo de las cabras dadas en el nombre de Jesús cambió las vidas de numerosas mujeres sudanesas, y abrió la puerta para que Joy compartiera el evangelio.

¿Qué tienes tú en vez de aquellas cabras? ¿Qué puedes dar u ofrecer? ¿Tal vez llevarle en tu automóvil? ¿Ofrecerte a trabajar en su jardín? ¿Proveerle de algún recurso material?

Como creyentes en Cristo, debemos ocuparnos de las necesidades de los demás (1 Juan 3:17). Nuestros actos de amor revelan que Jesús vive en nuestros corazones; por ello, darles a aquellos que tienen necesidad puede ayudarnos a compartir con otros acerca de Él. —JDB

El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? —1 Juan 3:17

MIL DOSCIENTAS DOSIS MÍNIMAS

Todos los vecinos oyeron los terribles gritos del chiquillo esa tarde de septiembre. Eran gritos agudísimos, de miedo, de dolor y de espanto. Cuando acudieron en gran grupo, vieron un espectáculo horrorizante: Mike Markham, un chiquillo de siete años, y su pequeño perro, estaban en el suelo junto a un árbol, materialmente cubiertos de furiosas avispas amarillas.

El pequeño Mike y su perro, de Apopka, estado de Florida, habían salido a jugar al campo esa tarde de otoño. Sin querer habían espantado un enjambre de avispas, y éstas los habían atacado. En el cuerpo del niño se encontraron más de mil doscientas picaduras. Y él, y el can, murieron como resultado del veneno.

La picadura de una avispa de las amarillas es en realidad de poco temer. Produce un poco de escozor y quizá una leve hinchazón pasajera. Porque la dosis de veneno es tan mínima que el cuerpo la disuelve en seguida. Pero cuando son mil doscientas dosis mínimas, introducidas en un solo cuerpo, ya la dosis se hace masiva, se vuelve mortal.

Eso fue lo que pasó con Mike, alegre chiquillo de siete años. Quizá una, dos, o aun diez picaduras las hubiera resistido. Su cuerpo sano y fuerte hubiera rechazado la ponzoña. Pero fueron mil doscientas picaduras, demasiada ponzoña acumulada, y el pequeño no resistió.

Así pasa también con el pecado. Un solo pecado blanco, como solemos llamarle (aunque blanco no hay ninguno) puede pasar. El alma es capaz de resistirlo y eliminarlo. Una pequeña mentira, una glotonería pasajera, hasta una borAlineación a la izquierdarachera en una fiesta especial, pueden ser eliminados del alma como quien elimina una toxina que no conviene.

Pero, ¿qué pasa cuando ese pequeño pecado blanco se repite mil doscientas veces? Una pequeña mentira se vuelve hábito de mentir. Una borrachera en una despedida de solteros, repetida constantemente, se vuelve esclavitud al alcohol.

Un adulterio que se comete una vez, a fuerza de repetirlo, se convierte en un estado de continuo adulterio que emponzoña toda la vida del hombre, de la mujer y del hogar de ambos. Un pequeño hurto que parece insignificante, repetido cientos o miles de veces, corrompe todo el carácter y toda la existencia de la persona.

Sólo Cristo puede salvarnos de la dosis mínima del pecado y de la infección masiva que produce. Porque sólo Cristo tiene el antídoto contra toda forma de mal.

Hermano Pablo