Jennifer acababa de escuchar un informe perturbador acerca de un aumento en los casos de depresión entre las mujeres. El informe citaba un incremento del alcoholismo relacionado con la depresión y una mayor dependencia en las drogas que requieren prescripción médica. “Y, ¿qué estás haciendo al respecto, Señor?” –oró Jennifer. Pero mientras más lo pensaba, más sentía que Dios le estaba pidiendo a ella que hiciese algo. Sin embargo, todo lo que podía ver eran sus propias limitaciones. Para ayudarse a meditar sobre el asunto hizo una lista de algunas de las razones que le impedían tomar acción: timidez, temor de involucrarse, falta de tiempo, un corazón indiferente, sensación de no ser adecuada, temor al fracaso ¡una lista de cobardías! Cuando terminó de hacer su lista era hora de recoger a los niños en la escuela. Se puso su abrigo y fue a buscar sus guantes. Los guantes estaban allí tirados, flácidos e inútiles hasta que ella deslizó las manos dentro. En ese momento se dio cuenta de que Dios no quería que pensase en sus limitaciones. Más bien quería poner Su poder en las manos de Jennifer y obrar por medio de ella, tal como los guantes se hacían útiles cuando ella entraba las manos. ¿Por qué nos sentimos inadecuados para la obra que Dios nos ha dado? Él quiere amar a los demás por medio de nosotros, “según el poder que actúa en nosotros” (Ef. 3:20). El llamamiento de Dios a una tarea incluye la fortaleza para llevarla a cabo. Efesios 3:20Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros.
sábado, 19 de septiembre de 2009
viernes, 18 de septiembre de 2009
UNA CÁLIDA SEGUNDA LUNA DE MIEL
Estaban celebrando otro aniversario de bodas, el número treinta. Y para darle un tono especial y diferente al evento, Bill y Helen Thayer, de Estocolmo, Suecia, decidieron tener una segunda luna de miel.
No escogieron la Costa Azul de Francia, ni las playas de Tahití ni las costas de Australia. Decidieron, más bien, pasar su segunda luna de miel en el Polo Sur.
¿Qué los hizo escoger esa frígida e inhóspita región? Buscaban —dijeron— algo nuevo, algo diferente, algo que le diera, otra vez, la chispa a su matrimonio que en los primeros años tuvo. Y su comentario, al regresar, fue: «Hemos vuelto de este viaje más amigos que nunca.»
¿Qué podrá inyectar nueva vida en las venas de un matrimonio raquítico? No todos podemos darnos el lujo de celebrar nuestro aniversario de bodas con una luna de miel en el antártico. Además, no hay seguridad de que regresaríamos con nuestra unión rejuvenecida. ¿Qué puede una pareja introducirle a su matrimonio que le devuelva el calor que una vez tuvo?
En primer lugar, deben traer a la memoria ese día mágico en que como novios se pronunciaron esas palabras sagradas de unión: «hasta que la muerte nos separe». Allí no había hipocresía, no había falsedad. Se dijeron que se amarían el uno a la otra y la una al otro para siempre porque se querían de todo corazón. En ese momento encantador el tiempo se detuvo y dos corazones se convirtieron en uno. ¿Cómo se les iba a ocurrir que podría venir el día en que ese amor se enfriaría?
Pero algo pasó. La ilusión se deshizo y la chispa se apagó. ¿Qué hacer en casos como este?
Juntos deben decidir que, pase lo que pase, su matrimonio no se va a destruir. El amor es el producto de una determinación, no de un sentimiento, y cuando los dos determinan que la separación no es, ni nunca será, una opción, esa determinación le dará a su matrimonio nueva esperanza.
En segundo lugar, deben invertir tiempo —tiempo de calidad— en su matrimonio. Eso incluye gozarse juntos, respetarse juntos, favorecerse juntos, pasar noches juntos con el televisor apagado, y compartir confidencias juntos.
Finalmente, deben perseguir las mismas metas espirituales: leer la Biblia juntos, orar juntos, ir a la iglesia juntos y buscar a Dios juntos. Si tienen, de veras, la determinación de salvar su matrimonio, juntos pueden tomar control de esa unión en lugar de abandonarla al azar. Las riendas de ese enlace están en sus manos. Con férrea determinación pueden pedirle a Dios que les ayude a salvarlo.
Hermano Pablo
jueves, 17 de septiembre de 2009
LECCION DE UNA ABEJA
¡Qué lección para nosotros! ¿Estamos hablándoles a los demás de Aquel a quien encontramos? Cristo nos ha encargado la proclamación de las «buenas nuevas». ¿Debemos nosotros, los que hemos encontrado miel en la Roca –Jesucristo– ser menos considerados con los demás que las abejas?
EL ESTA ALLI TODO EL TIEMPO
“No dije…: En vano Me buscáis” Isaías 45:19
Nunca olvidaré una frustrante experiencia cuando fui a la estación Union Station de Chicago temprano una mañana para recoger a una pariente anciana que había viajado en tren. Cuando llegué al lugar, ella no estaba donde yo creía que estaría. Cada vez más angustiado registré todo el lugar -en vano. Pensando que ella había perdido su tren, estaba a punto de irme cuando eché un vistazo por el pasillo hacia el área del equipaje. Allí estaba ella, con el equipaje a sus pies, esperando pacientemente a que yo llegara. Había estado allí todo el tiempo. Y, para mi pesar, estaba justo donde se suponía que debía estar.
Así sucede con Dios. Él está allí, esperándonos pacientemente. Él nos tranquiliza asegurándonos, «no dije…:En vano Me buscáis» (Isaías 45:19). ¿Por qué, entonces, a menudo tenemos problemas para encontrarle? Probablemente porque estamos buscando en todos los lugares equivocados.
Le encontrarás justo donde se supone que deba estar: en Su Palabra, en la oración y en la voz del Espíritu Santo que vive dentro de ti. El Dios que dice «buscad, y hallaréis» (Mateo 7:7) también promete que «es galardonador de los que Le buscan» (Hebreos 11:6). Así que puedes regocijarte en que Dios está justo donde se supone que debe estar y en que está esperándote en este mismo momento.
¿Has estado buscando a Dios en todos los lugares equivocados?