martes, 25 de agosto de 2009

JESUS

ESTOY MURIENDO DE SIDA

Era abril en el Parque Central de Nueva York, el inmenso pulmón refrescante de la gigantesca urbe. Y una vez más las ruedas del tiempo trajeron la verde y florida diosa primaveral al parque. Un hombre joven, de menos de treinta años de edad, estaba sentado en un banco: flaco, amarillo, ojeroso, triste.

Sobre su pecho escuálido descansaba un cartel: un cartel humano, un cartel patético, símbolo de la época. El cartel decía: «Estoy muriendo de SIDA. No tengo domicilio. No sé qué hacer. Ayúdenme.» Y los ojos del hombre joven, sin luz, sin vida, sin esperanza, miraban a la nada.

Hace muchos años otro hombre se sentó en ese mismo banco de ese mismo parque, y puso también un cartel sobre su pecho. Aquel cartel decía: «Hoy es primavera, y yo soy ciego.» Conmovía con esto a la gente, que le echaba monedas en el sombrero.

¡Cómo han cambiado los tiempos! Antes la ceguera era la gran calamidad, y aunque lo sigue siendo, ahora ha hecho su aparición el SIDA. Y el SIDA ha copado el gran escenario de las tragedias humanas. Hoy día el SIDA es la nube negra más ominosa que se cierne en el horizonte de la raza humana.

La ceguera, ciertamente, es penosa. Pero hay personas ciegas que se sobreponen a su mal, y llevan una vida abundante y feliz. Leen, estudian, se casan, engendran hijos, hacen negocios, practican profesiones. Fuera de que sus ojos carecen de luz, llevan una vida perfectamente normal y feliz.

La ceguera no mata; el SIDA sí. El enfermo de SIDA, además de estar condenado a muerte, sufre el estigma del mismo mal, la vergüenza de haber contraído una enfermedad que, en la gran mayoría de los casos, a duras penas se mantiene a flote en las aguas sucias del pecado.

¿Cómo se libra nuestra sociedad de este implacable mal? La ciencia médica lo dice: no teniendo relaciones sexuales fuera del matrimonio. Por algo exige Dios obediencia a sus divinos mandamientos morales. No hacerle caso al: «No cometerás adulterio» destruye no sólo el hogar, sino también al individuo.

La homosexualidad, el adulterio, la lujuria, la promiscuidad en todas sus formas, nunca han traído ningún bien al mundo. En cambio, la monogamia, es decir, el sexo sólo dentro del matrimonio, produce la normalidad social que todo ser humano desea. Sólo Cristo puede darnos la fuerza moral necesaria para llevar una vida así. Rindámonos a la voluntad de Dios. Sólo eso nos traerá la verdadera felicidad.

Hermano Pablo

lunes, 24 de agosto de 2009

!JESUS¡ MI AMADO AMIGO

SÓLO UN SOPLO DE VIENTO

Era un acto artístico impresionante. Siempre electrizaba al público porque recordaba la célebre hazaña de Guillermo Tell, el histórico arquero suizo. Lo realizaba Kurt Borer, suizo también, con su hijo Roger, de ocho años de edad.

En una feria de Basilea, Suiza, Kurt colocó a su hijo contra el tronco de un árbol. Luego puso la manzana sobre su cabeza y disparó la flecha tal como lo había hecho cientos de veces. Pero un repentino soplo de viento cambió el curso de la flecha, y ésta se clavó en la frente de su hijo.

No fue más que un soplo de viento. Un soplo repentino que fatalmente se levantó justo en el momento en que la flecha iba en vuelo. Y fue suficiente para provocar la tragedia. La policía suiza, que no tomó ninguna medida contra el padre, calificó el suceso «un trágico accidente».

Así suele ocurrir en la vida. Una causa muy pequeña puede provocar grandes efectos, tanto para bien como para mal. Algunos le llaman a esto «destino», y otros «suerte»; algunos lo atribuyen a su horóscopo, y otros aun a la «Divina Providencia».

Todas estas asignaciones son más o menos aceptables. El ser humano vive en un mundo de fuerzas ciegas, y los sucesos de la vida se entrelazan de tal manera que algo que ocurre en Francia puede repercutir en Chile. La decisión de un fanático tomada en la soledad de la noche puede provocar una guerra civil, y el curso de una flecha, en un espectáculo, puede ser alterado por un viento imprevisto.

¿Cómo hacer para vivir en calma en un mundo tan incierto y en medio de una humanidad donde tantas fuerzas violentas corren desbocadas? Aquí es donde aparece la fe en Cristo, Salvador, Pastor y Guardador.

El salmista de antaño, David, aprendió de esta fe en Dios, y vertió sus sentimientos en el Salmo 91. He aquí algunos de sus versos:

El que habita al abrigo del Altísimo
se acoge a la sombra del Todopoderoso.
Sólo él puede librarte de las trampas del cazador
y de mortíferas plagas...
No temerás el terror de la noche,
ni la flecha que vuela de día...

La fe en Cristo suaviza el dolor del infortunio: fe en su persona, fe en sus promesas, fe en el destino que nos ha trazado. Los que nos sometemos al señorío de Cristo sabemos que todo en nuestra vida ocurre según su divina voluntad. Y aunque no siempre comprendamos el porqué de los sucesos, sabemos que Él nunca se equivoca. Entreguémonos a Cristo. En Él siempre estaremos seguros.

Hermano Pablo

HOY..DEBO SER UN SIERVO DE HECHO Y NO DE PALABRA

“He aquí dirás: Es un presente de tu siervo Jacob, que envía a mi Señor Esaú y he aquí el viene tras nosotros” Genèsis 32:18.
Hoy necesito preguntarme si soy un siervo de palabra o de hecho. Estoy imitando a Jacob quien se llamó a si mismo siervo de su hermano Esaú, pero en realidad se llamó siervo solo por temor, por lo tanto solo uso el título, pero en realidad de corazón no estaba sintiendo ni siendo un siervo.
Debo hoy ser cuidadoso de no llamarme a mi mismo un siervo, sino más bien ser un siervo. Jacob se llamó así mismo siervo por temor a Esau, pero no fue sino hasta que tuvo su experiencia de luchar con Dios que vino realmente a ser siervo, un siervo verdadero. Si necesito una experiencia como la tuvo Jacob para llegar a ser realmente un siervo, necesito estar dispuesto.
Hoy debo ser muy cuidadoso en no ponerme títulos pero en lugar de eso dar los contenidos de los títulos. Hoy hay muchos que quieren tener el oficio de siervo sin la función de siervo. Peor aun hay muchos que se llaman así mismos siervos pero se comportan y andan en la vida como Señores.
No quiero hoy ser uno que trata de impresionar con títulos, cargos y oficios, sino entender que hoy el mundo no necesita títulos sino acciones. El mundo está lleno de señores pero hacen falta siervos y hoy quiero ser un siervo. Hay solo un camino para llegar a ser un siervo y ese camino es el de la renuncia.
Un esclavo no tiene derechos y hoy vivimos en un mundo de solo derechos, cada uno reclama sus derechos pero pocos cumplen con sus deberes.
El único camino para ser un siervo es la renuncia. Un esclavo no tiene derechos..no tiene propiedades y está completamente controlado por su maestro. En el momento que yo pretendo ser alguien o reclamar algo yo dejo de ser un siervo y me convierto en un señor.
No puedo llegar a ser un siervo aceptable hasta que yo haya experimentado la autonegación de Filipenses 2:5-8 y no puedo experimentar eso hasta que no siga al único quien se negó a si mismo para darse por nosotros. Jesús. Si mantengo mi mirada en el Maestro divino encontraré en él el mejor ejemplo de humildad y servicio y eso es precisamente lo que quiero hacer hoy.
“Señor. Gracias por darme el ejemplo del verdadero servicio y la verdadera entrega. Confieso que muchos veces me he llamado siervo pero me he comportado como un señor.
Que vano ha sido mi caminar, por eso en este día llego ante tu presencia para decirte que me canse de actuar como señor y vengo ante tu altar para aprender de ti y ser un genuino y real siervo. Siervo tuyo y después de otros.Amèn.

PROVIDENCA

El 26 de febrero de 1944, es una de las fechas de mayor infamia, en la historia de la Fuerza Naval de los Estados Unidos de Norte América. El buque de guerra más poderoso de aquel entonces, el Princeton, llevaba al Presidente de los Estados Unidos, a los Secretarios de Estado y de la Fuerza Naval, miembros del Congreso y demás oficiales gubernamentales, en un viaje por el Río Potomac.
Como parte del entretenimiento para los invitados, el arma principal del Princeton, de nombre el Pacificador, fue disparada. En la segunda descarga, el arma explotó matando al Secretario de la Fuerza Naval y a varios tripulantes.
Un momento antes del disparo, el Senador Thomas Benton de Missouri, se encontraba de pie junto al arma. Un amigo colocó su mano en su hombro y cuando Benton se volvió para hablar con él, aunque un poco disgustado, Gilmore, el Secretario de la Fuerza Naval, se adelantó y ocupó su lugar. En ese preciso momento se disparó el arma, matando a este último.
Este singular momento de providencia, causó una gran impresión en el Senador Benton. Él era un hombre lleno de ira, siempre envuelto en querellas y hacía poco había estado involucrado en una violenta disputa con Daniel Webster. Después de su milagroso escape de la muerte en el Princeton, Benton procuró la reconcilació con Webster.
Le dijo: “Me pareció, señor Webster, que aquella mano sobre mi hombro era la del Todopoderoso que se extendía hacia mí para librarme de una muerte instántanea. Tal incidente ha cambiado por completo mi modo de pensar y el curso de mi vida. Siento que soy un hombre diferente; y en primer lugar, quiero estar en paz con todos aquellos con quienes he tenido fuertes desacuerdos”.
Muy pocos de nosotros estamos conscientes de las veces que hemos sido librados de la muerte, pero lo cierto es que cada día de vida es un regalo de Dios. Disfruta cada uno al máximo y aprovecha el tiempo con sabiduría.
No importa lo que dure tu vida en esta tierra, procura nunca malgastar un solo día enojado y sin querer perdonar. Vive cada instante en paz con Dios y con el prójimo.
Éxodo 9:16
Y a la verdad yo te he puesto para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra.

EL DIOS QUE LAVA LOS PIES

Lectura: Juan 13:1-5.
“Luego [Jesús] puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos” Juan 13:5
El brillante y joven profesor de Filosofía de la Universidad de Oxford, H. A. Hodges, a menudo se sentía atribulado con preguntas acerca de la existencia de Dios. Un día, mientras paseaba por la calle, pasó delante de una tienda de arte. Un sencillo cuadro en la vitrina captó su atención. Mostraba a Jesús arrodillado para lavar los pies de los discípulos.
Hodges conocía la historia registrada en Juan 13: Dios encarnado lavando pies humanos. Pero de repente el puro significado de esa escena se apoderó del corazón de este joven filósofo. Dios -¡Dios!- ¡humillándose a Sí mismo para hacer ésa, la más despreciable de las tareas! Pensó: «Si Dios es así, ¡entonces ese Dios será mi Dios!» Ver esa pintura fue una de las circunstancias que hicieron que Hodges entregara su vida al verdadero Dios, el Dios que lava los pies.
Algunas veces, los cristianos damos por sentada la existencia de Dios. Creemos que la Biblia nos habla acerca del Espíritu eterno cuya existencia nunca tuvo un principio ni jamás tendrá fin. Pero puede que algunas veces nos preguntemos acerca de Su carácter. Si Él permite los desastres, ¿como podría también ser gentil y amoroso?
Al leer Juan 13 concienzudamente, vemos que Dios es el Dios que lava los pies. Su amor insondable y sacrificado por nosotros debe hacer que nosotros también nos entreguemos a Él.
No hay vida más segura que una vida entregada a Dios.