domingo, 16 de agosto de 2009

EL PRONOSTICO

Una jovén madre a quien le habían diagnosticado una forma de cáncer tratable regresó a casa del hospital, sintiéndose incómoda por su apariencia física y la pérdida del cabello ocasionada por las radiaciones. Cuando se instaló en una de las sillas de la cocina, su hijo apareció silenciosamente en el umbral, estudiándola con curiosidad.
Cuando su madre comenzó el discurso que había preparado para ayudarle a comprender lo que veía, el niño vino corriendo, se acomodó en su regazo, puso su cabeza contra su pecho y se aferró a ella. Su madre decía en ese momento: “Y dentro de un tiempo, ojalá pronto, luciré como antes y entonces estaré mejor”.
El niño se enderezó pensativo. Con la franqueza de sus seis años, respondió sencillamente: “Diferente cabello, el mismo corazón”.
Su madre ya no tuvo que esperar un tiempo para sentirse mejor. Ya estaba mejor.
Fuente: Rochelle M. Pennington, Sopa de Pollo para el Alma de una Madre
Proverbios 31:28 Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada; Y su marido también la alaba.
1 Tesalonicenses 2:7 Antes bien, nos portamos con ternura entre vosotros, como cuida una madre con amor a sus propios hijos.

DE TAL PALO TAL ASTILLA

Lectura: Efesios 5:1-5.
“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados” Efesios 5:1
Nunca olvidaré cuando se me pidió que llevara a mi familia a un banquete donde yo sería el orador. Después de la cena, mi hijo Mateo vino a mí y me pidió sentarse en mis rodillas. «Claro», le dije y lo levanté.
A lo largo de su joven vida, Mateo me había observado entablar conversaciones con muchos extraños. En mi calidad de persona que busca personas no arrepentidas, a menudo miraba la plaquita con el nombre de la persona que me estaba sirviendo en algún restaurante y comenzaba mi orden con un, «hola, Bárbara, ¿cómo estás hoy?» A lo que mis hijos decían inevitablemente: «Papá, ¡nos estás avergonzando!»
Pero ahora, sentado en mis rodillas, Matt se volvió hacia el organizador del banquete que estaba junto a mí y que era alguien muy importante, leyó su nombre en la placa, y extendió su manita diciendo: «Hola, Juan, ¿cómo estás?» ¡Un momento de gran orgullo para mí! Estaba actuando justo como su papa -¡de tal palo tal astilla!
Esto es exactamente lo que Pablo tenía en mente cuando nos exhortó a «ser imitadores de Dios» (Efesios 5:1). Pero la vida sabe cómo hacer de nosotros cualquier cosa menos parecidos a Dios. A menudo somos indiferentes, irascibles, gruñones y no perdonamos -¡evidentemente demasiado de nuestro propio estilo y no lo suficiente del de Él!
Recuerda, somos salvos para llevar el parecido familiar, para ser cada vez más como Jesús y menos como nosotros mismos.
Todo hijo de Dios debe tener un parecido cada vez mayor con el Padre.

sábado, 15 de agosto de 2009

MI CORAZON PARA TI

Se cuenta la historia del ya ausente y famoso escapista Harry Houdini, que nos permite vislumbrar el interior de su corazón.
A principios de su carrera, cuando aún estaba en un desconocido teatro de variedades, él y su joven esposa subsistían de una semana a otra sin reserva de alimentos o dinero. Una tarde, decidió ir al supermercado a comprar productos alimenticios. En pocos minutos ya había regresado y estaba sentado en la mesa de la cocina, llorando incontrolablemente.
Sin certeza de lo ocurrido, pero temiendo lo peor, su esposa intentó averiguarlo, y ofrecerle consuelo. Al fin, controlando sus sollozos, le contó que no lo habían lastimado ni asaltado. Explicó que en su camino al mercado, se acercó a un joven lisiado que mendigaba alimentos. Al instante, le ofreció al hombre todo lo que tenía y luego regresó al apartamento.¿Por qué Harry lloraba, entonces? Había hecho algo noble. Tal vez estaba molesto porque al ser tan impulsivo, él y su esposa se quedaron sin nada. No, él no sentía dolor por ellos. Lloraba porque no tener más para dar.
Harry Houdini, aquel día dejó constancia de la mayor de las dávidas. Mostró compasión, y es esta la que mantiene fresco y renovado nuestro corazón.
Colosenses 3:12
Entonces, como escogidos de Dios, santos y amados, revestíos de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia.

CORRIENDO CADA DIA

Lectura: 1 Corintios 9:24-27.
“Corred de tal manera que… obtengáis [el premio]” 1 Corintios 9:24
El ascenso a la cima del Monte Pikes es una desafiante carrera con un recorrido de 21 kilómetros a pie al tiempo que se asciende hasta una altitud de 2.382 metros. Mi buen amigo Don Wallace ha hecho esta carrera 20 veces. En su última competición, ¡cruzó la meta una semana antes de cumplir 67 años! En vez de entrenar justo antes de una carrera, Don corre algunos kilómetros diariamente, todo el año, dondequiera que esté. Lleva haciendo esto la mayor parte de su vida adulta y sigue siéndolo hasta hoy.
En 1 Corintios 9, Pablo utiliza el correr como una ilustración de su propia disciplina como cristiano en la carrera de la vida. Él corría con propósito y disciplina para ganar una corona eterna y animaba a los demás a hacer lo mismo: «Corred de tal manera que… obtengáis [el premio]» (v.24).
La palabra «se abstiene» en el versículo 25 implica el autocontrol practicado por los atletas que entrenan para ganar el premio. La disciplina frecuente, como hábito constante en la vida, es de muchísimo más valor para cualquier atleta que la preparación del último minuto.
¿Enfocamos «la carrera que tenemos por delante» (Hebreos 12:1) con un régimen espiritual que deja mucho espacio para el azar, o con un propósito y una disciplina nacidos de un deseo de agradar a Dios?
La clave para llegar lejos es la disciplina de correr cada día.
Dios nunca te pone el lugar equivocado para servirle.

viernes, 14 de agosto de 2009

AMIGO FIEL

HACER SU AGOSTO

Durante la Edad Media en toda la península española, pero principalmente en Castilla, se celebraban en la época de verano las ferias de ganado. La mayoría de ellas ocurría en el mes de agosto, en especial el día 15. Durante el mes, los feriantes salían con sus productos o con su ganado a comprar y vender mercancía de pueblo en pueblo. Al fin del mes volvían a casa. Así se originó la expresión «hacer su agosto». La tradición continúa en la actualidad con la celebración de ferias y corridas de toros en media España.

Otra interpretación que se le ha dado a la expresión, por cierto muy emparentada, gira en torno a la recolección y a la vendimia, es decir, a la época en que los campesinos cosechan los frutos económicos de su ardua labor al recoger y vender lo que su tierra les ha producido. Con el paso del tiempo, el sentido de la expresión se fue ampliando hasta emplearse para indicar que fácilmente se ha hecho mucho dinero. Por ejemplo, en muchas regiones de habla hispana se dice: «Con estas últimas lluvias, los vendedores de paraguas han hecho su agosto.»

Sin duda, tarde o temprano, pero preferiblemente con cierta regularidad, todos queremos «hacer nuestro agosto». Pero ¿qué si ese agosto nuestro perjudica a los demás, o el agosto de los demás nos perjudica a nosotros?

Contemplando injusticias como éstas, Dios estableció una ley y una regla de vital importancia para regir nuestra conducta humana: la ley de la cosecha y la regla de oro. Por una parte, Dios ha dispuesto que cosechemos, pero no lo ajeno sino el fruto de lo que nosotros mismos sembramos. Y por otra, ha dispuesto que en todo tratemos a los demás tal y como queremos que ellos nos traten a nosotros. Es decir, jamás debemos «hacer nuestro agosto» a expensas del prójimo, aprovechándonos de alguna calamidad. Si no podemos «hacer nuestro agosto» sin perjudicar a los demás, entonces más vale que desistamos de hacerlo y nos preocupemos más bien por ser buenos vecinos, buenos amigos y buenos compañeros. Porque, así como nos enseña el Maestro del libro de Eclesiastés: «Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo:

»un tiempo para nacer,
y un tiempo para morir;
un tiempo para plantar,
y un tiempo para cosechar...
un tiempo para llorar,
y un tiempo para reír;
un tiempo para estar de luto,
y un tiempo para saltar de gusto...
un tiempo para intentar,
y un tiempo para desistir...
»Yo sé que nada hay mejor para el hombre que alegrarse y hacer el bien mientras viva; y sé también que es un don de Dios que el hombre coma o beba, y disfrute de todos sus afanes.»

por Carlos Rey

APACIENTA MIS OVEJAS

Lectura: Juan 21:15-17.
“¿Me amas?... Apacienta Mis ovejas” Juan 21:17
Justo antes de que dejara este mundo, Jesús instruyó a Simón Pedro para que cuidara del objeto más preciado de Su amor, Sus ovejas. ¿Cómo podía alguien cuidar de ellas tal y como Jesús lo había hecho? Sólo por amor a Él. No hay otra manera.
Tres veces le preguntó Jesús a Pedro: «¿Me amas?» Pedro respondió: «Sí, Señor; Tú sabes que Te amo». Y, cada vez, Jesús le respondió: «Apacienta Mis ovejas».
¿Acaso no estaba Jesús al tanto del amor de Pedro? Por supuesto que sí. Su pregunta, que involucraba tres respuestas, no eraa para Él mismo, sino para Pedro. Él hizo estas preguntas para subrayar la verdad esencial de que sólo el amor a Cristo sostendría a Pedro en la obra que le esperaba realizar por delante, esa obra ardua y exigente de cuidar de las almas de las personas; tal vez la más dura de todas las labores.
Jesús no le preguntó a Pedro si él amaba a Sus ovejas, sino si Le amaba a Él. El afecto por el pueblo de Dios en sí no nos sostendrá. Al final, nos encontraremos derrotados y desalentados.
El «amor de Cristo» -nuestro amor a Él- es la única motivación suficiente que nos capacitará para permanecer en la dirección adecuada y para continuar apacentando al rebaño de Dios. Por lo tanto, Jesús nos pregunta a ti y a mí, «¿Me amas? Apacienta Mis ovejas».
Es el amor a Cristo lo que nos capacitará para amar a Sus hijos.