Ser semejantes a Cristo no es opcional. Para aquellos que Dios ha escogido, es decir, aquellos que creyendo han nacido de nuevo y han recibido el privilegio de ser llamados hijos de Dios existe una predestinación: ser transformados según la imagen de su Hijo. ¿Podrá alguien oponerse a este decreto divino? ¿Podrá alguien interferir para que esto no se cumpla entre los que han sido llamados? Lo cierto es que el día que decidimos entregar nuestra vida a Cristo nos embarcamos en un proyecto colosal: transformarnos a la imagen misma del Hijo de Dios. Tan cierto como que esto sucederá en cada u no de nosotros, es el hecho de que esto no pasa de la noche a la mañana, es más bien un proceso de años que se extiende a lo largo de toda nuestra vida. Comienza el día que nacemos espiritualmente y culminará el día que Cristo vuelva (I Juan 3, 2). De la misma manera que un pequeño niño nace para transformarse en un hombre, nacemos espiritualmente para ser transformados a la imagen de Cristo. Para crecer y desarrollarse un niño necesita de los cuidados de sus padres, de alimento y abrigo, de amor y corrección. De todas estas cosas nos provee Dios, es decir las condiciones para el desarrollo están dadas, la pregunta ahora es: ¿cómo estamos desarrollándonos nosotros? ¿Se corresponden nuestros actos y actitudes con la edad espiritual que tenemos? ¿Crecemos de manera sana y vigorosa o somos pequeños débiles y mal alimentados? ¿Hemos aprendido a comer ya comida sólida o somos los eternos enamorados del biberón? Todo padre espera ver a su hijo crecer sano y fuerte, se alegra con cada palabra nueva que pronuncia, con cada nuevo desafío conquistado, adora verlo descubrir el mundo y ser quién lo acompaña en ese desarrollo. Aunque aún es un niño, lo sueña un hombre o una mujer de bien, se desvive por ello y todas las decisiones que como padre toma, las orienta a ese ideal que espera un día su hijo sea. De la misma manera se comporta Dios con sus hijos. ¿Cuántas alegrías estoy dándole al Dios Padre hoy? ¿Dejo que me guíe y me enseñe a desarrollarme como Él me ha planeado? ¿Me tomo de su mano y ya no le temo a nada? ¿Acepto sus correcciones y le obedezco, aunque con mi mente de niño aún no pueda entender por qué Él decide esto para mi vida hoy? Ser hijo de Dios es todo un desafío, pues hay un hermano mayor que es mejor en todo, y en su estatura seremos medidos. Sin embargo en este desarrollo no estamos solos. Tenemos el ejemplo del hermano mayor, Él ya ha caminado un trecho delante de nosotros para que podamos s eguir sus pasos (1 Pedro 2, 21: “Para esto fueron llamados, porque Cristo sufrió por ustedes, dándoles ejemplo para que sigan sus pasos.”) y el Padre está dispuesto a invertir en nosotros la mejor educación sin escatimar en costos. Sólo nos resta poner el corazón, pues sin desear ser como el hermano mayor, el desarrollo será lento y costoso. Si has llenado de preocupación y tristeza el corazón de tu Padre, no te desanimes. Dios en su bondad no abandona a sus hijos por mal comportamiento. Por el contrario, lleno de paciencia y amor vuelve a enseñarnos hoy aquello que no quisimos aprender ayer. Sus misericordias se renuevan cada mañana y no nos abandona en este proceso de llegar a ser hechos a la imagen de su Primogénito. Vuélvete al Padre, pídele perdón y decide en tu corazón de una vez por todas dejarte moldear a la imagen del hermano mayor. |
jueves, 23 de julio de 2009
COMO MI HERMANO MAYOR
VALÍA LA PENA
Cuando trajeron al joven soldado a la sala de cirugía, el doctor Kenneth Swan movió la cabeza. Dudaba sinceramente que valiera la pena tratar de salvarle la vida. Tenía ambas piernas destrozadas. El pecho lo tenía hundido. Había perdido un ojo, y el otro estaba mal herido. «Si vive
—pensó el médico—, será infeliz toda su vida.» ¿Valdrá la pena operarlo? Sin embargo, lo operó.
Veintitrés años después se encontraron el doctor Swan y Kenneth McGarity, el joven que había sido herido en el campo de batalla. Sucedió en Fort Benning, Georgia, cuando el gobierno le otorgaba cuatro condecoraciones al veterano de Vietnam.
El médico y el veterano se dieron la mano. McGarity estaba lisiado y, además, ciego. Pero había cursado estudios de universidad, se había casado, tenía dos hijos y tocaba magistralmente el piano. Kenneth McGarity era un hombre entero, feliz y útil a la sociedad. «He aprendido una gran lección —dijo el doctor Kenneth Swan—. Nunca debo dudar de la validez de una operación.»
Este caso tiene dos capítulos. El primero fue la explosión de una bomba que destrozó a Kenneth McGarity en la guerra de Vietnam, y el médico que lo operó porque algo, como quiera, había que hacer. El segundo capítulo tuvo lugar veintitrés años después, cuando el médico pudo contemplar el valor de su decisión.
¿Valía la pena hacer todo lo posible por poner en orden el cuerpo destrozado de ese joven? ¡Seguro que sí! Hubo que amputarle ambas piernas. Hubo que extraerle los dos ojos. Hubo que coserlo por todas partes, y reacondicionar pecho, rostro, brazos y manos. Pero valió la pena. Tras veintitrés años de lucha tenaz, Kenneth McGarity llegó a ser un hombre completo y feliz.
¿Qué tal si damos rienda suelta a la imaginación? Un día Dios el Padre y Jesucristo su Hijo conversaban acerca del hombre, que había caído en las garras de Satanás y estaba totalmente destrozado por el pecado. El Padre preguntó: «¿Vale la pena salvar a este despreciable ser humano?» Y el Hijo respondió: «Sí, vale la pena. Tengo esperanza en él. Daré mi vida por él, y con mi sacrificio lo regeneraré y transformaré.» Así pudo haber transcurrido la conversación.
Lo que sabemos sin tener que imaginárnoslo es que Cristo vino a este mundo. Murió en la cruz del Calvario, y resucitó para confirmar el valor de ese sacrificio. A los ojos de Dios, todos somos de inmenso valor. Por eso entregó Dios a su Hijo. Y es por ese sacrificio que nosotros podemos gozar de una vida plena, abundante y digna. A eso la Biblia lo llama salvación.
Hermano Pablo
TIEMPO DE ORACION
Cuando el movimiento de la cámara mostró un panorama más amplio, se vio claramente que la joven cambiaba el pañal a su bebé.¡Qué hermosa ilustración acerca de lo fácil que es para nosotros hablar con el Señor! Tal vez le sea difícil apartar un tiempo, aun breve, cada mañana, pero en el transcurso de las veinticuatro horas del día, podemos con creatividad encontrar unos instantes y dedicarlos a Dios.
Murmuramos y rechinamos,
Nos enfurecemos y estallamos,
Hablamos entre dientes y rezongamos,
Nuestros sentimientos resultan dañados.
No podemos entender
Nuestra visión se nubla más y más,
Y todo lo que necesitamos es:
Tener un momento con Él.
La mayoría de nosotros estamos tan ocupados durante el día que se nos hace muy difícil apartar una porción de tiempo para orar, y no precisamente para una breve plegaria de gratitud, sino unos momentos de genuina comunicación con el Señor.
Dios anhela que tengamos este tiempo juntos, y nosotros lo necesitamos. Hay ocasiones para estar a solas con el Salvador, pero es necesario que con gran empeño las busquemos.
Tomado del libro: Amanecer con Dios
Él ha hecho todo apropiado a su tiempo.
AMOR, ENC
“Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús” Colosenses 3:17
Cuando escuché acerca de la agencia de servicios llamada Amor, ENC., asumí que se refería a Amor, Empresa Nacional Corporativa (o algo así). Pero en verdad significa Amor -En el Nombre de Cristo. La meta de la organización es movilizar a las iglesias a alcanzar y a ayudar a un mundo sufriente y necesitado en el nombre de Cristo.
A lo largo de la historia, las personas han dicho que actúan en el nombre de Jesús, cuando en realidad lo hacían para su propio beneficio. Durante la Segunda Guerra Mundial, hubo quienes algunas veces racionalizaron los horrores del Holocausto al catalogar a los judíos de «Asesinos de Cristo». Hoy, los grupos racistas osan incluir el término «cristiano» en su nombre o propaganda mientras hacen uso de la violencia y el odio para intimidar a las personas.
La Palabra de Dios está tan saturada de la palabra amor que es difícil imaginar cómo alguien podría justificar cometer actos aborrecibles en el nombre de Cristo. El amor está en el corazón del Evangelio: el amor de Dios fue lo que motivó el sacrificio de Jesús en la cruz. «En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por Él» (1 Juan 4:9).
Como seguidores agradecidos de Jesús, se nos dice que «hagamos todo en el nombre del Señor Jesús» (Colosenses 3:17). Cuando Le representamos a Él ante otras personas en palabra y hecho, ellas deben ver amor, en el nombre de Cristo.
Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres,… y no tengo amor, de nada me sirve.
miércoles, 22 de julio de 2009
HOY..DIOS ME MUESTRA SU AMOR EN SU HIJO JESUCRISTO
Dios le extiende Su amor a todos pero sólo aquéllos que reciben a Su Hijo reciben Su amor. Es exactamente como dar regalos en Navidad o en un cumpleaños. Alguien puede envolver un regalo y dártelo, pero es verdaderamente tuyo sólo cuando tú lo tomas y lo abres.
El aceptar a Jesús en tu corazón es la única forma de recibir el amor de Dios. Las personas no han recibido el amor de Dios hasta que reciben a Jesús.
Esta verdad también define cómo le expresamos nuestro amor a Dios. La manera fundamental de amar a Dios es recibiendo y aceptando Su amor por nosotros.
Su amor siempre es primero. Nuestro papel no es el de generar amor para Él o surgir con formas de demostrar nuestro amor; la grandeza de Su amor ha dispuesto para nosotros que simplemente abracemos Su amor. Es como ser invitados a una cena. Nuestro anfitrión quiere que aceptemos la invitación y nos presentemos. Punto.
Jesús nos cuenta una parábola de un gran banquete de bodas que iba a ser ofrecido por un noble. (Lee Mateo 22:1-14.) Él convidó a todos los de su lista de invitados cuidadosamente preparada, pero casi todos estaban demasiado ocupados con otras cosas como para querer asistir. Así que este noble promulgó el aviso de que todas y cada una de las personas estaban bienvenidas para disfrutar la celebración.
Las personas con diferentes ocupaciones y de todos los estratos sociales se presentaron el gran día. Pero un invitado estaba vestido inadecuadamente para la boda. Lo echaron fuera.
Jesús resaltó varios puntos significativos con esta parábola.
Ninguno de los invitados a la boda se había ganado el derecho a estar ahí. Pero todos fueron bienvenidos; ninguno fue rechazado.
Estos mismos principios se aplican al gran banquete de la boda de Cristo y Su novia. Nos han invitado a todos. Lo único que nosotros hacemos es aceptar la invitación gratuita, y reconocerla como una ocasión especial por la vestimenta que llevemos puesta.
¿Cuál es la vestimenta adecuada, sin la cual no podemos asistir al banquete del Cielo?
El amor de Dios da, se extiende y activamente se nos ofrece a ti y a mí. A cambio, nuestro amor debe recibir, abrazar y aceptar activamente Su amor.
A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. — Juan 1:11
Y este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus acciones eran malas.
Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas. Juan 3:19-20
Hoy aceptaré ese amor manifestado a través de su hijo Jesucristo .
Señor Gracias por mostrar tu amor infinito de tu Hijo Jesucristo y quiero abrir mi corazón a ti en la obra del Calvario. En el Nombre de Jesús. Amén.
ELTAMAÑO DE LAS PERSONAS
Una persona es enorme para uno, cuando habla de lo que leyó y vivió, cuando trata con cariño y respeto, cuando mira a los ojos y sonríe inocente.
Es pequeña cuando solo piensa en si misma, cuando se comporta de una manera poco gentil, cuando fracasa justamente en el momento en que tendría que demostrar lo que hay de más importante entre dos personas: la amistad, el cariño, el respeto, el celo y asimismo el amor.
Una persona es gigante cuando se interesa por tu vida, cuando busca alternativas para tu crecimiento, cuando sueña junto contigo.
Una persona es grande cuando perdona, cuando comprende, cuando se coloca en el lugar del otro, cuando obra, no de acuerdo con lo que esperan de ella, pero de acuerdo con lo que espera de sí misma.
Una persona es pequeña cuando se deja regir por comportamientos clichés. Una misma persona puede aparentar grandeza o pequeñez dentro de una relación, puede crecer o disminuir en un espacio de pocas semanas.
Una decepción puede disminuir el tamaño de un amor que parecía ser grande. Una ausencia puede aumentar el tamaño de un amor que parecía ser ínfimo.
Es difícil convivir con esta elasticidad: las personas se agigantan y se encogen a nuestros ojos. Nuestro juzgamiento es hecho, no a través de centímetros y metros, sino de acciones y reacciones, de expectativas y frustraciones.
Una persona es única al extender la mano, y al recogerla inesperadamente, se torna otra. El egoísmo unifica a los insignificantes. No es la altura, ni el peso, ni los músculos que tornan a una persona grande… es su sensibilidad, sin tamaño.
Willian Shakespeare
Haré de ti una nación grande,y te bendeciré,y engrandeceré tu nombre,y serás bendición. Génesis 12:2 Les aseguro que entre los mortales no se ha levantado nadie más grande que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él. Mateo 11:11 Por tanto, el que se humilla como este niño será el más grande en el reino de los cielos
ESTAMOS CONECTADOS
“Así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros” Romanos 12:5
Una estación de monitoreo de aire sobre una montaña en California ha detectado partículas llevadas por el viento que volaron a través del Océano Pacífico desde plantas de energía a carbón y fundiciones a miles de kilómetros de distancia. Algunos expertos predicen que, un día, las economías en expansión en otras naciones, podrían ser las responsables de un tercio de la contaminación en California. Sin embargo, Estados Unidos continúa siendo el mayor emisor de gases con efecto invernadero del mundo y otras naciones están sintiendo los efectos del consumo de energía de este país.
Un informe de la agencia de noticias Associated Press citó al científico atmosférico Dan Jaffe: «Ya no hay lugar donde podamos esconder nuestra contaminación». Todas las naciones comparten la atmósfera del mundo y las acciones de cada una de ellas afecta las demás.
Un principio similar funciona en la comunidad global de aquellos que siguen a Jesucristo. A todos nos incumbe las vidas de los demás porque nuestras acciones, buenas y malas, afectan a otros cristianos. En el cuerpo de Cristo, cada miembro le pertenece a todos los demás (Romanos 12:5). Debido a ello, se nos insta a ejercer nuestros dones espirituales (vv. 6-8), y a ser amorosos, fieles en la oración y generosos (vv. 10-13).
Puede que nuestra obediencia al Señor parezca insignificante al ver todo el panorama, pero da un aliento de frescura y vida a la atmósfera espiritual de cada creyente.
Cuando los creyentes influyen unos en otros para bien, el cuerpo de Cristo se mantiene saludable.